Entrevista en Cronicón y reseña del libro «Teoría del valor, comunicación y territorio.»

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Los liberales y apologistas del capitalismo a mediados del siglo XIX pronosticaban que gracias a este sistema económico en el mundo la riqueza iría a ser distribuida más o menos armoniosamente entre todas las naciones y, dentro de cada una de ellas, entre todas las clases sociales. Marx y Engels, en contraste, avizoraron que la dinámica del capitalismo inexorablemente conduciría a la polarización económica y social tanto en lo nacional como en lo internacional. La evidencia empírica, histórica, cuantitativa y cualitativa, demuestra que el mundo actual se adecua perfectamente bien a las especificaciones y previsiones de Marx y no tiene nada que ver, en cambio, con las predicciones que hacían autores contemporáneos suyos sobre el futuro de lo que llamaban la “sociedad industrial”, la cual creían que iba a ser una sociedad de clases medias en donde los sectores trabajadores estarían muy bien remunerados y las desigualdades de clase iban a desaparecer. ¿Pero qué ha sucedido? Exactamente lo contrario, y hoy el planeta con fenómenos que debe enfrentar como la crisis climática originada por un sistema depredador y contaminante como el capitalista, está al borde del colapso poniendo en riesgo la sobrevivencia de la especie humana.

El dominante sistema capitalista revela además la total incapacidad de resolver los problemas de la humanidad, por cuanto su sustentación se deriva de la explotación, la depredación, el despojo, la codicia, factores que provocan al mismo tiempo múltiples crisis: de sobreproducción, ecológicas, sociales, desigualdades, exclusiones, guerra, miseria y exterminios.

Repensar la agenda para la crítica materialista de la sociedad capitalista constituye tarea urgente y necesaria. Por ello, el doctor en Ciencias de la Información por la Universidad Complutense de Madrid e investigador social español Francisco Sierra Caballero, acaba de editar el libro Teoría del valor, comunicación y territorio (Siglo XXI de España Editores, 2019), cuyo propósito es el de contribuir a enriquecer el debate respecto de las transformaciones del capitalismo. Sobre todo, haciendo énfasis en las formas como se ha transformado el proceso de valorización del capital en nuestros tiempos.

Esta obra no solo busca brindar respuestas sino aportar en el empeño de algunos sectores intelectuales, sociales y académicos de comprender las vicisitudes del injusto sistema imperante que hace cada vez más pesada la sobrevivencia humana, para tratar de transformar la realidad.

Actualmente, “en la era de las plataformas digitales, donde la figura protagonista es la del trabajador precario que las alimenta, el capitalismo opera desde la abstracción de un proceso de acumulación por desposesión procurando limitar el alcance de la lucha de clases como un problema del pasado merced a la dependencia del capital financiero”. Con el objetivo de “comprender las contradicciones y procesos de transformación de nuestro tiempo, los intelectuales y críticos sociales que se reúnen en este libro reformulan y amplían el horizonte de comprensión de la clave fundamental de cualquier reflexión que quiera enfrentar la actualidad del capitalismo: la teoría del valor”.

Participan como coautores de este sugerente trabajo bibliográfico, destacados investigadores sociales de dilatada trayectoria académica como: Francisco Sierra (editor), David Harvey, Yann Moulier-Boutang, Antonio Negri, George Caffentzis, Jeremy Rayner, Carlo Vercellone, Andrés León Araya y Mina Lorena Navarro Trujillo.

Actualizar debate sobre teoría del valor para repensar el capitalismo

Con el propósito de analizar los alcances de esta obra, el Observatorio Sociopolítico Latinoamericano www.cronicon.net, entrevistó a su editor, el comunicólogo Francisco Sierra Caballero, actualmente catedrático de la Universidad de Sevilla e integrante del Instituto Andaluz de Investigación en Comunicación y Cultura, así como director del Grupo Interdisciplinario de Estudios en Comunicación, Política y Cambio Social (COMPOLÍTICAS) y de la Sección de Comunicación y Cultura de la Fundación de Investigaciones Marxistas.

Cuando pareciera que estamos atrapados sin salida en la lógica del capitalismo, ¿qué sentido tiene retomar y reflexionar sobre un complejo tema como la teoría del valor?

Decía Marx que lo importante no son tanto las respuestas como las preguntas. Comprender nuestro tiempo pasa por formular adecuadamente las cuestiones sustanciales que explican fenómenos como la crisis de Lheman Brothers, por ello hoy más que nunca resulta pertinente retomar los aportes del materialismo histórico y tratar de avanzar nuevas miradas, desde una perspectiva crítica, en un momento, el de la cuarta revolución industrial, que no solo está transformando las formas de producción y la generación de riqueza social, sino dando lugar a contradicciones y conflictos que solo alcanzamos a vislumbrar en esta línea cuando es evidente que se anticipan, como por ejemplo con la robótica, nuevos horizontes de progreso y amenazas globales que, como diría Marx, afectan al ser genérico y a la humanidad como especie. Por ello hemos tratado de actualizar el debate sobre la teoría valor cuyo aporte sigue siendo central para pensar el capitalismo.

¿Cuál es el sentido de abordar aspectos de esta teoría como el valor de uso y el valor de cambio cuando asistimos a la emergencia del capitalismo cognitivo en medio del modelo neoliberal que además ha precarizado el trabajo?

Justamente, explicar las razones de esta flagrante contradicción entre el crecimiento de la riqueza social general y la paulatina degradación o, como definen algunos economistas, la progresiva uberización del trabajo que, en algunos casos extremos, nos retrotraen a situaciones de semiesclavitud. Y las respuestas que se formulan desde la izquierda reeditan formulaciones periclitadas que no nos permiten alumbrar escenarios emancipadores según el principio esperanza. Así por ejemplo algunos intelectuales y movimientos sociopolíticos plantean una suerte de comunismo digital en defensa de los bienes comunes cuando nunca como hoy la infraestructura y medios de producción de información han estado tan concentrados. Una relectura de “Miseria de la Filosofía” pone en evidencia, a propósito de Proudhon, criticado por Dardot y Laval, que ciertas lecturas de las máquinas de producción y la tecnología resultan paralogismos que desvían y ponen el acento en el poder demiúrgico por ejemplo de Internet cuando en verdad la producción de valor intensifica la explotación y, como analizara Marx en la primera revolución industrial, tiene por objeto abaratar la fuerza de trabajo. El relato del neoliberalismo lo que hace no es otra cosa que imponer un discurso de la servidumbre con la diferencia de que en nuestro tiempo no quedan márgenes apenas para la contestación y el antagonismo, desde el punto de vista de la estructura de la información. Pensemos en los golpes mediáticos en América Latina que, más allá de una lectura reduccionista del papel de Bolsonaro, Lenín Moreno o Macri, en términos políticos, explican una reorganización geopolítica neocolonial dirigido a revertir todas las formas de soberanía y respuesta de las clases populares. Igualmente, podemos analizar el ascenso de la extrema derecha en la Unión Europea (UE) en el marco del proceso de acumulación por desposesión y de financiarización de la economía, con una clara estructuración del mercado común entre el Norte (Alemania) y el Sur – los llamados PIGS -. Cuando se constata la tendencial baja de la tasa de ganancia, la salida a la crisis, en el plano de la superestructura, vuelve a recuperar así respuestas, como antaño, autoritarias de una suerte de feudalismo en un sistema casi por completo desregulado en el que el capital financiero opera a escala global y viene condicionado por una lógica excedentaria que se traduce en los excesos de sobreexplotación de los trabajadores. En este escenario, la confrontación entre Pekín y Washington es inevitable como estamos viendo en la disputa por el 5G y el ataque a Huawei.

La “acumulación por desposesión”, parafraseando al profesor David Harvey, se ha profundizado en el mundo en las últimas décadas gracias al modelo capitalista neoliberal. ¿Cómo este fenómeno de despojo se vincula con la teoría del valor?   

Se da como un proceso de apropiación privada de las externalidades positivas. Pensemos por ejemplo en el turismo o en el sector de la construcción que, en países como España, son determinantes económicamente. En los famosos Grundrisse, Marx anticipa la noción de General Intellect: conforme el capitalismo y la compleja división del trabajo avanza, la socialización de competencias, el saber social general, se convierte en el factor motriz de acumulación, el problema es que ese saber, la inteligencia colectiva, es del común de la gente. Los investigadores caminamos siempre sobre hombros de gigantes y contribuimos al progreso sobre los avances que la propia comunidad científica logra definir a partir de dinámicas de cooperación, pero el sistema de patentes, la lógica copyright, termina por imponer la captura y apropiación privada de ese saber para incrementar la productividad y garantizar el proceso de acumulación. Del mismo modo, en nuestros núcleos urbanos gentrificados las tradiciones, costumbres, formas y estilos de vida se convierten en factores de valorización que atraen el capital especulativo y rentista favoreciendo la inversión en negocios, apartamentos turísticos y grandes megaeventos y construcciones monumentales con el único fin de dar salida, como analizara Jameson en la city londinense, al capital financiero acumulado. Ello da lugar a conflictos por el espacio, por el derecho a la ciudad, por la calle que es de todos dando lugar a procesos de movilización como analiza David Harvey en “Ciudades rebeldes”. Véase en Turquia las movilizaciones de Plaza Tahir, o en Sao Paulo el movimiento Passe Livre. Ahora justamente con nuestro equipo de investigación (www.cibermov.net) andamos analizando el ciberactivismo de los nuevos movimientos urbanos que son una respuesta articulada de resistencia y lucha por el espacio público en un capitalismo que necesita colonizar todos los espacios y mundos de vida para seguir con su lógica vampírica de acumulación. Lo grave es que este proceso de desposesión no es posible sin violencia, y no me refiero solo a la que ejercen los medios oligopólicos de desinformación.

El capitalismo ha alienado mentalmente a través de sus dispositivos comunicacionales a buena parte de la humanidad, generando la “economía del deseo”, hasta el punto que asistimos, como bien denominas, a un “imperialismo cultural”. ¿Frente a esa “plusvalía ideológica”, definitivamente resulta más fácil imaginar el fin del mundo que el fin del capitalismo, como en la recurrida frase de Fredric Jameson?

Ciertamente, pero como sentencia Slavoj Žižek, la verdadera utopía es pensar que este capitalismo depredador es sostenible. Ahora, me planteas un tema interesante para los estudios en comunicación: la proliferación del discurso de la catástrofe. En las series y la ficción cinematográfica proliferan las narrativas de la distopía del fin del mundo. Suele suceder cuando se acentúa la contradicción entre lo antiguo y lo nuevo que emerge. Igual que no es posible entender El Capital sin Frankenstein, la literatura romántica y los fantasmas que poblaban la imaginación de Marx para ilustrar algo que no se puede ver pero que está presente cual espectro para explicar la plusvalía con metáforas y recursos que iluminaran lo que está oculto, lo que no se observa a simple vista pero que determina lo que yo llamo el capitalismo zombie. Gran parte de nuestro imaginario cultural, de las imágenes mediáticas del gran desastre derivan de esta tensión entre lo vivo y lo muerto, entre valor de uso y valor de cambio, entre clase vampírica y rentista y trabajadores de las llamadas clases creativas que solo logran seguir encadenados en la noria de retroalimentación de la lógica del valor por el relato del entusiasmo o por miedo, como sabemos desde Maquiavelo y Hobbes, una poderosa herramienta de disciplinamiento. Daría pues para analizar en qué medida la narrativa del fin del mundo incide en la producción del valor, vía control de la fuerza de trabajo. Sabemos que la narrativa Disney es necesaria para grandes megaproyectos especulativos del capital financiero como ya analizara Jameson en el caso de Londres o, como podemos observar en megaeventos mediáticos como las Olimpiadas, en el caso de Brasil. Hablamos de un discurso ilusionista, exento de contradicciones, fraguado en las falsas esperanzas de progreso y libertad en medio del devastador efecto de la destrucción creativa, los desplazamientos de población y el sobreendeudamiento del que se alimenta el capital financiero por los que luego se justifican las medidas de ajuste del Consenso de Washington, pero en menor medida se ha analizado desde la economía política y la crítica ideológica el discurso del terror que alimenta la producción de las industrias culturales hoy día: de The Walking Dead a Resident Evil, de Nation Z a Les Revenants. Convendría en fin estudiar esta lógica o imaginario del apocalipsis. Me ha dado que pensar. Realmente en el libro si se habla de la plusvalía ideológica – no olvidemos que Marx era un gran lector de esta literatura romántica y que se ganó la vida siempre como periodista – pero sí de la influencia que tiene para la teoría del valor la dimensión espectral que proyecta el proceso de producción de plusvalía. Un enfoque poco explorado, a nivel de la teoría de la forma, en los procesos de explotación capitalista como vindicara Ludovico Silva hace décadas.

¿La crisis del capitalismo mundial cuasi terminal, posibilitará a la luz de la teoría marxista, encontrar un nuevo paradigma económico que transforme la forma de vida, cuando culturalmente el sistema está sustentado hegemónicamente sobre bases ideológicas que defienden el individualismo, la codicia, el despojo y la explotación?

Indudablemente. Es necesario, es posible y, más aún, podemos verlo en procesos emergentes de organización y autonomía mancomunada de los movimientos sociales: de Chiapas a la Araucanía, del 15M a la solidaridad en el Estrecho con los inmigrantes, de los chalecos amarillos en París al MST en Brasil. El problema quizás es que hemos de articular desde la izquierda más debates, más espacios de reflexividad en común, construir laboratorios de ideas con los movimientos de protesta. El pensamiento conservador, de Reagan a Trump, ha venido organizando a través de fundaciones de extrema derecha como Heritage Foundation factorías de producción ideológica que hoy por hoy condicionan el debate y deliberación ciudadana en nuestros países, escorando incluso a las fuerzas de progreso hacia el progromo liberal y ultraconservador de familia, tradición y propiedad mientras que la izquierda se ha replegado y renuncia a su capacidad de interpelación. En más de cinco décadas de la gloriosa política de roll-back el pensamiento emancipador ha permanecido recluido en las universidades desconectado de las luchas por la dignidad, como sucede con los estudios culturales en Estados Unidos, o como vemos en la academia y vida intelectual de la mayoría de países de América Latina. Por ello es vital recuperar la iniciativa y abrir espacios de interlocución actualizando el espíritu gramsciano del principio de pesimismo de la razón y optimismo de la voluntad. Los pocos centros de pensamiento, en una deriva profundamente antimarxista, que existen en nuestros países resultan, a mi juicio, claramente insuficientes, cooperan poco entre sí y no generan semilleros de ideas, cuadros e intelectuales conectados para un programa común como hoy por ejemplo demuestra la derecha que ha llegado a articular, con Steve Bannon, en la UE propuestas como The Movement. En definitiva, para formular nuevas políticas y un programa común de disputa de la hegemonía, precisamos crear las condiciones propicias para ello y de momento, aunque muchas fuerzas de la izquierda emancipadora insisten en el discurso de la lucha ideológica, en la práctica no es una prioridad. No obstante, he de reconocer que la crisis de 2008 ha retomado el interés por Marx. El congreso del Bicentenario que organizamos desde la Fundación de Investigaciones Marxistas, en la Universidad Complutense de Madrid contó con centenares de investigadores jóvenes interesados en Marx para pensar nuestro tiempo en diversas disciplinas con aportes novedosos y lecturas originales. Igualmente, plataformas como ULEPICC vienen agrupando, dando espacio a una nueva generación de investigadores comprometidos con la comunicación y la práctica teórica para la emancipación. Creo que, poco a poco, se están produciendo avances y abriendo puertas y ventanas para ir más allá en medio de las transformaciones estructurales que impulsa el nuevo espíritu del capitalismo. En nuestro libro, hemos tratado de hacer un modesto aporte con colegas de Europa y América que vienen trabajando en esta línea: del neomarxismo italiano y los teóricos del Capitalismo Cognitivo a compañeros como David Harvey que nos ayudan a leer a Marx en este tiempo tan convulso y poco dado a la reflexión serena.

El capitalismo en su fase neoliberal terminó por horadar la democracia en aras del dios mercado. El coronel y geoestratega español Pedro Baños Bajo afirma que en un mundo en que los poderes económicos se apropiaron de la política (como en España que manda el Ibex 35 y en la Unión Europea la Troika), ¿por qué este tipo caricaturesco de “democracia” tiene que ser el mejor sistema? A lo mejor un ciudadano no necesite votar cada cuatro años para que persista este mercadeo y el hastío que produce la corrupción en la sociedad generada por la codicia capitalista. En muchos lugares se están planteando otras fórmulas —seguridad, desarrollo económico…— que a lo mejor no van ligados necesariamente a un “sistema democrático” (entre comillas) como el que actualmente padecemos. ¿Qué opinas?

Sin duda alguna. Uno de los signos característicos de este tiempo es lo que en Colombia denominan “seguridad democrática” que, francamente, parece un oxímoron. De hecho, por razones de seguridad se ha perseguido a Julian Assange, por cultivar la paz se justifica la guerra preventiva y por razones de Estado se ataca y vulnera la libertad de expresión y no precisamente en los medios periodísticos sino sobre todo en las redes sociales. Así, terminamos, como diría Marx, haciendo real el principio de inversión, el mundo al revés, que decía Galeano. Esto es, los mercenarios y apologetas de la guerra terminan extendiendo la barbarie en la que nos encontramos, justificando su lógica autoritaria por luchar contra los enemigos de la democracia identificados, por lo general, con los populistas, partidos de izquierda, sindicatos y movimientos sociales. Por ello los discursos de atajar toda forma de alteración del orden son peligrosos y suponen, como en España con la ley mordaza, una respuesta autoritaria, de fascismo amable, una suerte de vía o forma de dictablanda para salir de la crisis eliminando las contradicciones del capitalismo por la fórmula ya conocida de liquidación o anulación del adversario. Otra política que me preocupa particularmente es el discurso cínico de lucha contra la corrupción. Por lo general, este tipo de estrategia política, como ilustra el caso Trump, pero mucho antes Hitler o el fascismo italiano, ha sido la antesala del excepcionalismo jurídico, del estado de excepción, esto es, la política de desinstitucionalización del Estado social y de derecho que es lo que hoy vemos no solo en países sujetos a un régimen colonial, propio del extractivismo, como es el caso de Colombia con la aniquilación de líderes sociales, sino también de la persecución judicial en Europa y Estados Unidos, siguiendo la estrategia de lawfare contra líderes contestatarios, librepensadores y todo sujeto que ose  revelar que el rey está desnudo y que además sabemos por qué. En este horizonte, es vital desplegar toda una batería de estrategias de pedagogía democrática para poner en evidencia que Assange somos todos, que la democracia debe protegerse de los negacionistas, que la amenaza a las libertades públicas empieza cuando la búsqueda de certidumbres y la promesa de flexiseguridad es el anuncio de nuestra futura pérdida de autonomía, el primer paso para la asfixiante clausura de un orden inhabitable que, como sentenciara Brecht en su célebre poema, terminará por capturarnos a todos. En este escenario, lo discutía hace poco tiempo con la presidenta Dilma, el problema de la izquierda no es tanto no tener respuestas en materia de políticas de seguridad, como saber articular un discurso que revierta o frene el avance del imaginario restaurador. Seamos sinceros. Esto es difícil porque se trata, como decía Chomsky de enfrentar la posverdad. Hoy la gente no cree en los hechos y se impone la pura irracionalidad, el asalto a la razón. Cómo podemos combatir esta deriva social. Sinceramente, no lo tengo claro. Podemos aprender de otros períodos, por comparación, ya repetidos como tragedia, sino como farsa anteriormente. Pues esta situación no es nueva en la historia. Desde las revoluciones liberales de 1848 son recurrentes las fantasías de retorno al origen, de vuelta a los fundamentos del orden que suelen anticipar nuevos estallidos y contradicciones propias del avance de la civilización capitalista. Lo preocupante hoy es la virulencia de la nueva barbarie que anuncian los pregoneros mediáticos al advertir del peligro de que vengan los bárbaros: sean migrantes, trabajadores sin papeles, roedores marxistas – como los califica la patronal y el lobby publicitario en la UE – o simplemente las mujeres feministas que luchan por sus derechos. La forma y contenido del discurso restaurador es, si cabe, mucho más perverso, perfeccionado, y agresivo que el vivido en los años treinta del pasado siglo. Y me preocupa que desde la izquierda se desplacen las posiciones consustanciales a la razón de ser de un proyecto que ha de ser liberador por la hegemonía ideológica que tienen centros de pensamiento como Moral Majority o la fundación FAES en España, simplemente porque se han instalado en el sentido común de la gente. Nuestro reto, el compromiso histórico de intelectuales, trabajadores de la cultura, educadores, periodistas y movimientos autónomos que procuran el bien común no es asumir el marco cognitivo de estos discursos de la seguridad y estabilidad, sino antes bien poner el acento en la necesidad de otro marco, de otro sistema y para ello hemos de trabajar mejor no solo el relato sino el acontecimiento. En eso estamos y por ello la razón de este libro que espero sirva para abrir espacios de reconstrucción democrática.