La era digital apunta la necesidad de una Comunicología abierta, una ciencia aplicada de lo común que reconozca la centralidad de la subsunción del trabajo intelectual. Para ello se ha de explorar la decolonialidad del saber-poder a partir de la apertura de espacios de cooperación y apropiación del conocimiento en función de los cambios en la producción académica, intensamente determinada por la relevancia de lo virtual sobre lo presencial y de la centralidad de la mediación social de la ciencia. De ahí la pertinencia de sentar las bases para una concepción distinta de la práctica teórica a partir de la noción de ciencia ciudadana. La vindicación de la comunidad académica de una ciencia ciudadana presupone, en este sentido, cambios epistemológicos y cognitivos, una ética de la cultura de investigación antagonista de la lógica de la mercantilización y cambios políticos estructurales en los procesos de organización y evaluación de la actividad investigadora, que ha de transitar de la noción de ciencia abierta a ensamblajes complejos basados en la experimentación social de los laboratorios ciudadanos.
Autor: Albert
La Era de los Cipotones
Uno no está para seguir a los trolls, las redes y las cadenas ultramontanas de la extrema derecha y sus variaciones cromáticas (verde flex, naranja o azul). Tengo prohibido, por prescripción médica –como también debiera hacerlo Noam Chomsky–, seguir los medios de referencia informativa a fin de evitar sufrir y rechinar los dientes con las lecturas de la actualidad que hace el periodismo empotrado cada jornada.
Ya bastante tiene uno en su vida con el ABC, el diario matutino de humor no deseado, que vitupera, embiste y censura a diestro y siniestro, nunca mejor dicho. Y eso que, hoy por hoy, es una cabecera que pierde fuelle y lectores y que, últimamente, ni miedo da, y menos aún respeto infunde.
Ha colocado incluso a su director, Álvaro Ybarra, en el cementerio de elefantes del Consejo Audiovisual de Andalucía, con un presidente de arte dramático y ex altos cargos de la Junta cuyo único mérito es ser obedientes a la disciplina de partido. De vergüenza, considerando las soflamas del interesado contra lo público y contra toda regulación del Derecho a la Comunicación.
Claro que, como en el mandato anterior, para qué vindicar la participación cualificada en este órgano del Parlamento andaluz, si el aporte de la academia da grima. De un presidente jubilado, Antonio Checa, cuyo aporte no es otro que medrar y no hacer, por verónicas, a lo Rajoy, hemos pasado a su sucesora en el cargo académico, que dice que ha sido decana de la Facultad de Comunicación, pero que de política audiovisual y de las competencias del Consejo anda como liebre sin papeles: indocumentada.
Mientras, Canal Sur y los medios de representación actúan como el ariete de la expropiación de lo común. La única esperanza que nos queda es saber que ni Telecinco, ni en general los medios del duopolio audiovisual son vistos por la nueva generación, inmersa en el universo Meta de otros medios más proyectivos, ni la propaganda de Telemoreno la sigue ya nadie.
Si se trata de engañar, mejor usar uno mismo los filtros de Instagram. El virus de la pandemia que nos sacude es el de la simulación y el engaño, la cultura del filibusterismo. El problema es que el discurso cínico termina mutando en autoritarismo. La historia así lo demuestra.
Por ello conviene afirmar la virtud republicana frente a la emergencia de los cipotones y tontopollas que proliferan a nuestro alrededor y en las instituciones, de las que no se salva, por cierto, la Universidad, menos aún los altos cargos del Estado y los líderes políticos.
El problema, como siempre, es qué hacer para emprender una misión regeneracionista. No es que esté uno apático, pero la deriva de la estulticia como normalidad social es desalentadora, y no cabe hablar de cambio generacional como mera explicación lógica.
La gravedad de lo que ocurre en nuestro país no es equiparable, en ningún rubro, a otros países de nuestro contexto europeo. Cierto es que la crisis sistémica es global. Como ilustra el informe World Protests, hablamos de más de 1.500 movilizaciones contra los desajustes del sistema político y su captura por la máquina ordoliberal. Si sumamos a ello las casi 2.000 protestas por justicia social, el panorama es claro y revelador de la tendencia en curso que da cuenta de la crisis de representación.
De todas estas luchas y frentes culturales, el paradigma ilustrativo de cuestionamiento de la estupidez neoliberal es Chile, inmerso en un proceso constituyente, lento, contradictorio, paradójico, expuesto a las dinámicas retardatarias de la clase media, tratando de reconstruir y tejer el dominio público, como el actual Gobierno de la nación en España, mientras lo común sigue en manos de los GAFAM (Google, Amazon, Facebook, Apple y Microsoft), en particular de la plataforma Amazon, con cifras de más de 125.000 millones de dólares por trimestre.
En este contexto, toda política democrática pasa por impugnar las estructuras que hacen posible el reinado de cipotones como Elon Musk, una suerte de señores del aire que imponen la ficción neofeudalista de nuestro vasallaje.
Pero esto solo es posible, con ilustración e inteligencia colectiva; con voluntad de unión y emancipación social; con disciplina y autoorganización colectiva en un frente de todos, los nadie, contra los jeques que nos dan jaqueca y nos imponen una vida de jaque mate.
De otro modo es seguir jugando al Cluedo o al Estratego, en el salón de casa. Así que advertidos estamos. Mientras, a la espera de esta toma de conciencia y regeneración democrática, no perdamos la sonrisa de santos inocentes, aprovechando que se celebró ayer.
Ya ha dicho el Papa que no existe el infierno: que el infierno es ya el reino de los cipotones. Así que a gozar y reír, como hago yo cada semana con la lectura de El Jueves, el único medio impreso serio del país. Cosas del mundo al revés.
Una última cosa, y no les ocupo más tiempo, que es un bien escaso: no dejen de cultivar los mejores deseos para 2023. Va a ser necesario, porque serán posibles. Me lo ha confirmado mi tarotista de cabecera, la Fer. Así que no se achicopalen, que soñar es vivir.
Iberia republicana
Toda mediación es proyectiva, como toda comunidad política un problema, Castoriadis bien lo sabía, de producción común de imaginarios. La política de comunicación y cultura es, por lo mismo, esencial. Ahora que se articula un frente común entre la república lusa y España en la actual crisis energética, convendría pensar cómo se produce el espacio comunicacional que nos vincula. Y no tanto por romper con el dominio de lo que Bolívar Echeverría denominaba ethos realista del capitalismo, básicamente centroeuropeo y holandés, sino por la persistencia de matrices culturales y las necesidades propias de la periferia en una arquitectura institucional de la UE que amenaza con la vida, dentro y fuera del espacio comunitario. Quienes vindicamos el ethos barroco de nuestra identidad mediterránea hace tiempo que venimos apostando por una política de la RISA, por una República Ibérica Solidaria y Autónoma. Estos días que el maestro Juan Pinilla presentaba su nuevo trabajo publicado por Atrapasueños en la Feria del Libro de Sevilla recordábamos al bueno de Saramago que tanto escribió e hizo causa común para unir Sevilla y Lisboa, España y Portugal. No es casual, Pilar del Río mediante, pues, como escribiera en ABC de Sevilla la recién cesada directora del Centro de las Letras de Andalucía, Eva Díaz, el iberismo es una utopía alimentada especialmente a partir de la Exposición Iberoamericana del 29. Y hoy anida en muchos corazones del pueblo portugués. Lamentablemente, no tanto entre la ciudadanía española. Apenas unos pocos imagineros irreductibles seguimos persiguiendo el sueño de La balsa de Piedra, la novela ensayo de Saramago que nos habla de un horizonte posible, real y necesario, más allá de la ficción. Pues la vindicación de esta propuesta política y cultural resulta cada día más urgente para la recomposición regional y la coordinación interna. Más aún cuando sabemos que los Estados Unidos de Europa, o la UE de la OTAN, es un proyecto institucional, satélite de Washington, fracasado por la concentración de poder, la constitucionalización del latrocinio de la acumulación por desposesión en su forma neoliberal más radical, el inmovilismo jurídico, con déficit democrático evidente, el monetarismo amparado por la judicialización oligárquica del Tribunal de Justicia, además del bloqueo de toda política socialdemócrata. En definitiva, un aparato supranacional diseñado para hacer efectiva la norma TINA y garantizar que nadie se bañe en la tina del republicanismo. No hay agua en Bruselas para toda opción simplemente reformista, ni de momento espacio comunicacional ibérico, por más que Portugal esté colonizado por nuestras grandes compañías como Telefónica, antaño PRISA, o el grupo VOCENTO. La mayoría de la población en nuestro país desconoce mientras tanto la cultura de Camoes, el magisterio heterónimo de Pessoa o el cine del gran Manoel de Oliveira en buena medida porque la industria cultural patria ignora, oblitera o simplemente desprecia el repertorio y aportaciones a la cultura de la humanidad de nuestros vecinos y hermanos. Así que toca hacer pedagogía de la comunicación o tratar de reorientar las políticas culturales para construir un espacio comunicacional en común, primer paso necesario para una alianza de futuro. En este empeño están organizaciones como el Ateneo Republicano de Andalucía, una iniciativa plural de afirmación del republicanismo cívico, de la cultura de la tolerancia, de la pedagogía como dictadura de lo nacional popular, en el sentido de Blas Infante, que siempre mira al sur y, por supuesto, al lado. Pues asume por principio la cultura de la otredad, el culto de la enkrateia y la phronesis frente al principio neoliberal de sálvese quien pueda o la cleptomanía de la oligarquía y el caciquismo de la Casa de Alba, que son como históricamente se manifiestan las formas habituales de dominio en la cuestión meridional. En este sentido, el iberismo es una alternativa al oligopolio de las eléctricas y su principio agarra el dinero y corre, empezando como es sabido por la propia dinastía borbónica. En el paso de PRISA al buen vivir de la RISA, es tiempo de una comunicación desde el sur y desde abajo que haga posible este proceso disruptivo de resistencia y proyección histórica, de memoria y hábitat común. Seamos conscientes que se ha abierto una grieta y hay que tratar de imaginar nuevos horizontes de progreso. Es tiempo de soñar… Juntos.
Mesa redonda: Apoyando la confluencia de la izquierda andaluza. Foro Andaluz de Izquierda.
Congreso COMUNIMEDIA (Sao Paulo. 9 de noviembre, 2022)
Amazon como amenaza
Jeff Bezos siempre ha sido avezado y por ello siguió el camino inverso de otras empresas del sector de la comunicación: antaño de los periódicos daban el salto a la radiotelevisión y en algún caso a las telecomunicaciones. Ahora, de la venta de libros a la oposición desde The Washington Post al autócrata Trump con éxito económico, debemos pensar sus aventuras avezadas en términos de Economía Política de la Comunicación. Pues hoy, de facto, el acceso y control a las redes marca la disputa del poder. La pregunta es quién manda aquí. Doy algunos datos. La pandemia ha sido una plataforma de lanzamiento para AMAZON con cifras de más de 125.000 millones de dólares por trimestre y beneficios de más de 7.200 millones. La posición de virtual monopolio en la distribución sitúa a AMAZON y su división AWS como poder global real, sin que la Comisión Judicial de la Cámara de Representantes en EE.UU. y, menos aún, las autoridades de Bruselas actúen de oficio. Bezos sigue pues con su sueño de convertir Amazon en la tienda o ventanilla única de todo, y de todas, el absoluto. En 2026 se calcula que el volumen de negocio de la compañía será de más de 85.000 millones controlando las redes logísticas de distribución y comunicación.
Allí donde no llega el Estado (doy fe, que lo he visto en mi pueblo de los montes orientales de Granada: Gobernador) se encuentra Amazon o Facebook. Un monopolio sin escrutinio púbico, sin fiscalización y mayor músculo que el Estado que explota los datos personales y amenaza la economía local en España de en torno al 78% de la actividad: el verdadero tejido de la economía real, compuesto de pequeñas y medianas empresas. Amazonlandia es, como comenta Renata Ávila, una expresión del nuevo brutalismo tecnológico, el sueño húmedo de la corporación total, de los discípulos de Ford que anhelaban un ejército de simios amaestrados como trabajadores, hoy, paradójicamente, so pretexto de una nueva economía creativa. Amazon se ha convertido en el McJob de nuestro tiempo, el trabajo basura, la rapidez mutada en la muerte del trabajo digno. Pero el viejo topo de la historia avanza y la lucha de clases se activa.
El programa Joint Enterprise Defense Infrastructure (JEDI) del Pentágono para la creación en la nube de una red de inteligencia del Departamento de Defensa requiere el colaboracionismo de AMAZON, como ya hicieran antes con la CIA, pero en la lucha entre los oligopolios la contradicción es cómo competir con Microsoft. Problemas de la economía de guerra en el capitalismo de la falsa competencia que se agudizará con el 5G y que está en el trasfondo de la ciberguerra contra China.
LA UE, DEPENDIENTE DE SILICON VALLEY
Ahora pensando como pensamos desde el Sur de Europa, cabe dudar si la apuesta de la UE por el 6G vaticina otro futuro distinto o, visto lo sucedido en Ucrania, si avanzamos hacia la extinción como actor político y espacio de integración. Primero porque la postura de la Comisión Europea es irrisoria y no solo por los comisarios que lideran acciones contra los GAFAM -véase el caso de Thierry Breton, ex presidente de France Telecom- sino por la propia arquitectura del proyecto de integración. Más allá aún de la coyuntura política y el laberinto en el que está la UE, que ha renunciado a la soberanía tecnológica, es hora de cuestionarse, como hace Helmut Rose, el aceleracionismo tecnológico de la Smart city, la videovigilancia y programación total. Del teletrabajo y la pizarra electrónica al consumo telemático o el comercio electrónico, por no hablar de la agricultura high-tech, Europa ha comprado, en lo civil y militar, un modelo o matriz que termina por instalar como núcleo de desarrollo la total dependencia de Silicon Valley. Mientras, la CNMC amaga con multar a las compañías privadas restringiendo el margen de actuación de las plataformas que operan desde otros países sin tributar. Un gesto sin contenido real, porque la nueva Ley Audiovisual liberaliza aún más el campo de los medios para Atresmedia y MEDIASET permitiendo lo que ahora de hecho sancionan: vía libre para la publicidad irrestricta mientras llevan al Supremo la limitación de los anuncios del Ministerio de Consumo. No saben de salud pública, son un virus tóxico pues en su ADN no está la libertad, sino la recompensa. Pero nosotros sí sabemos que la patronal digital es tal por el dedo en el ojo que nos hace perder la vista.
En definitiva, si Jeff Bezos tuvo una visión, la Casa Blanca una cosmovisión. La UE dijo tener una Sociedad Europea de la Información, pero fue Al Gore y el Departamento de Comercio quien diseñó la agenda para la acción de Bruselas. La misma progresión lleva Elon Musk de TESLA y la Meta que nos mata. De nada servirán campañas navideñas de lavado de imagen. AMAZON es la muerte del comercio local, la liquidación de los derechos laborales, el monopolio que arruina la industria cultural local, el capital que no tiene memoria ni ética ni norma que cumplir: salvo la de convertirnos en esclavos de su PRIME, una suerte de SUPBRIME continuo y permanente. Paradojas de la historia.
HD(p)
En la era de las pantallas, están las normas HD, la alta definición, imprecisa y pixelada, a conveniencia de las telecos, los oligopolios del capitalismo de plataformas y los Hijos de Puta, que son los que gobiernan la red. En esta modernidad líquida, nuestra vida más que digital está gobernada por la curia de los HDP, una especie proliferante, que se multiplica como conejos, campando a sus anchas hasta descarrilarnos por el AVE de la velocidad controlada, que es tanto como el momento autómata programado y sin sentido.
Pero casos como GameStop anticipan la guerra que tenemos, y que no es la de Ucrania precisamente. La guerra de guerrillas ha llegado para quedarse. Y los fondos buitre tiemblan porque el miedo ha cambiado de bando en plataformas de intermediadores como Robinhood.
Primero empezó el espectáculo, luego la política y el periodismo y ahora toca las finanzas. O puede que haya sucedido al revés, no hagan mucho caso a este analista. El caso es que es notorio el descontento de los nadie. En foros como WallStreetBots lograron articular una respuesta coordinada contra los especuladores que da que pensar. Más aún cuando se da la paradoja DE que el caso fue sobre un negocio del juego y no vemos aun el videojuego en el que nos han metido los hijos de Wall Street, o de Reagan, que para el caso es lo mismo.
No en vano, este hiperrealismo hijo de perra es una suerte de neobarroquismo ya anticipado por Calabrese. Una cultura del exceso que prolifera por encima de nuestras posibilidades. En 2030, la Agenda ODS no sabemos si cumpllirá siquiera la mitad de sus objetivos pero, mientras, Amazon consumirá, previsiblemente, el 10 por ciento de la electricidad mundial como mínimo, mientras nos felicita las fiestas en Navidad con un mensaje sobre la empatía y la amistad, cuando quieren jodernos la vida.
Ya saben, los vendepatrias y traidores a la causa del pueblo siempre pueden prometer y prometen, para luego ejecutar lo contrario. Pero no me hagan mucho caso. Vivir entre pantallas es lo que tiene: que uno confunde los planos y termina hablando del franquismo sociológico, debe ser por exceso de información.
La neurosis de una iconofagia que no cesa como derroche de imágenes y bits o píldoras de información deriva por sistema en el colapso. Hay datos alarmantes ya. Los tratamientos por adicción al móvil han crecido un 300 por ciento, un trastorno ya diagnosticado por la Organización Mundial de la Salud (OMS), otra pandemia de la que nunca hablamos.
Perdemos ciencia, conciencia y paciencia. Signos de un mundo a la deriva que puede y debe ser enrumbado. Quizás por ello debamos hablar de economía política del tiempo. La pérdida de la periodicidad, no sé si es la muerte del periodismo por la aniquilación del intervalo como imposición del ritmo frenético del capital.
En palabras de Martín Caparrós, “los medios quieren mandarte un flujo constante interminable porque su negocio consiste en mantenerte pinchado non stop”. Así que, parafraseando al gran Charly García, nos siguen pinchando abajo. Es hora de guillotinar tal mangoneo, aunque sea por puro cansancio o por mera salud pública.
Los retos de la Era Digital
La era de las redes sociales plantea nuevos escenarios políticos y económicos que deben repensarse, no solo ante la emergencia de la ciberguerra y los procesos de desestabilización política que experimentan América Latina y Europa, sino porque introducen nuevos retos estratégicos al sistema informativo mundial. Un primer punto de partida es que el actual modelo de mediación social ha cambiado sustancialmente.
En efecto, estamos ante un sistema descentralizado desde el punto de vista de la infraestructura; pero habría que recordar que el comando, el control de esa red de Internet, sigue siendo absolutamente monopólico, con el papel protagónico de los Estados Unidos, que tiene la hegemonía desde la creación de la COMSAT no solo en materia de distribución y circulación de información, sino también de hardware y software, lo cual constituye una posición de superioridad informativa que debiera poner en alerta a los llamados países periféricos ante la histórica dependencia tecnológica de este país.
Apunto este dato porque, en un panel y encuentro martiano como este, es preciso vindicar la memoria histórica y politizar la representación que nos han construido de la cultura digital. Esto es, debemos comenzar recordando que la estructura real de la información tiene una historia y continuidades más que rupturas fruto de la revolución tecnológica. Hay que tomar en cuenta que, en la disrupción digital, hay procesos acumulativos y magmáticos que explican el actual estado de la cuestión desde el inicio de la integración de la red de telecomunicaciones y la informática en red. Hablamos de la génesis, en fin, de la carrera aeroespacial en la era de la Guerra Fría que llega hasta nuestros días y que el crítico norteamericano Herbert I. Schiller describe perfectamente en su libro Comunicación de masas e imperialismo yanqui. En ese período se impone una estructura de comando y poder imperial en el que la Unión Internacional de Telecomunicaciones (OIT) y el propio espacio geoestacionario quedarían en manos, pese a la competencia de la Unión Soviética, de Estados Unidos.
Hoy ese control del espacio orbital y de las redes de comunicaciones, lo que llamamos la hipótesis Echelon, continúa en manos del Pentágono, que ejerce el control de las comunicaciones desde el punto de vista tecnológico y militar, aunque los GAFAM sean corporaciones privadas. Persiste, sin embargo, el relato y la narrativa Silicon Valley, sostenidos en los mitos de progreso, de la libertad y autonomía, y del renacimiento democrático en la era de la nueva Alejandría electrónica; además del mito de la transparencia cuando, paradójicamente, el secreto, como decía Guy Debord, es la norma en la sociedad del espectáculo.
En otras palabras, en la llamada sociedad digital o capitalismo de plataformas, tenemos un sistema de mediación oculto al escrutinio público basado en una lógica de organización concentracionista y un sistema de video vigilancia global en manos de los Estados Unidos y unas pocas empresas corporativas, cuyo presupuesto ordinario supera a la mayoría de los Estados nación del primer y tercer mundo. Ello explicaría la facilidad para habilitar procesos de restauración conservadora, así como las experiencias de los golpes mediáticos o la llamada guerra híbrida. Si me permiten una hipótesis de esta breve intervención, la verdadera caja negra de la supuesta democracia digital es justamente las operaciones encubiertas dirigidas, por ejemplo, a desestabilizar gobiernos de progreso. Por ello las operaciones del algoritmo no son de escrutinio y control público. Paradójicamente, en la era de la economía inteligente los sistemas expertos quedan al margen del escrutinio y evaluación democrática, al margen del debate, de la deliberación, del control de los poderes democráticos, del poder judicial y, evidentemente, de la ciudadanía que solo es considerada, en esta matriz ordoliberal, como simple usuaria o consumidora de la red, nunca como sujeto de derechos. Conviene en este sentido, ya que hablamos de memoria y de las redes hoy, hacer un análisis histórico. Podemos situar la ciberguerra en varias etapas.
La primera, aunque sorprenda, viene de hace más de dos décadas e inicia, fundamentalmente, con China. El conflicto más interesante o potente se ha venido dando entre Washington y Pekín, y a partir de ahí se han desarrollado numerosas experiencias no conocidas públicamente, salvo algunos papeles que Wikileaks hizo públicos con los resultados para Assange que ustedes conocen.
Después vino lo que algunos ven como ciclo de protestas o revoluciones 2.0, y que es exactamente su contrario. Hablo de la Primavera Árabe, del Brexit en la Unión Europea, de la actual guerra en Ucrania, de las estrategias de desinformación no solo de sectores de la extrema derecha, sino del poder fáctico del Pentágono, que ha dominado las telecomunicaciones y, aún hoy, domina a grandes compañías como Facebook, Google y Amazon, colaboradores necesarios de lo que hoy llamaríamos guerra irregular. En otras palabras, cuando hablamos de ciberguerra en la era de la información, en realidad estamos hablando de una doctrina política militar del Pentágono denominada, en los años 60, guerra irregular para enfrentar procesos revolucionarios como, por ejemplo, la experiencia de Cuba, las guerrillas en América Latina o los movimientos de liberación nacional en África y Asia. A partir de experiencias como las vividas con los movimientos insurgentes en Latinoamérica se desarrolló una doctrina en la Escuela de las Américas, donde se formaron los ejércitos golpistas para, de manera cruenta, reprimir a los movimientos populares de la región. Este marco conceptual o corpus militar doctrinario consiste básicamente en tres principios elementales definidos durante la era Reagan en el laboratorio centroamericano de Nicaragua en la llamada guerra de baja intensidad.
Primero, enfrentar los conflictos no en el ámbito militar, o estrictamente castrense, sino en el plano ideológico-cultural, por eso hablamos de guerras culturales (guerra ideológica, en la actualidad). En segundo lugar, un enfoque global del conflictoabordando incluso regionalmente las guerras sucias contra los procesos de transformación revolucionaria. Véase, por ejemplo, el caso de Nicaragua, la guerra sucia por la cual Estados Unidos, por primera vez en la historia, fue condenado por un tribunal penal internacional. Una guerra encubierta, elemento importante: frente a la transparencia, que orienta sus estrategias de operaciones psicológicas procurando el secreto como norma en conflictos calificados de no guerras, incluso “operaciones de paz”, para legitimar la intervención militar ante la opinión pública. La experiencia vivida llevó a Nixon a sentenciar una idea que retomó Reagan y que ha sido aplicada hasta nuestros días por sucesivos gobiernos de los Estados Unidos. La primera condición para ganar la guerra es contar con la unanimidad de la población y para ello es preciso tener un criterio u objetivo moral, es decir, ser inobjetable moralmente para la legitimar la intervención. Pero sabemos que las guerras imperialistas persiguen otros intereses, por ejemplo, si hablamos del intento de magnicidio de la vicepresidenta argentina, o si hablamos de Bolivia, otro tanto de lo mismo. Al final nos enfrentamos a la verdad de la paradójica situación por la que la propia transición digital necesita recursos minerales estratégicos que están en los llamados países periféricos, como sucedía antaño con la doctrina de Santa Fe, a partir de la cual se desarrolla una estrategia para América Latina en la que se establece el objetivo de conquistar, de manera activa, el frente ideológico, incluso con la cooptación de intelectuales, de pensadores de América Latina que militaban en el marxismo y sostenían posiciones progresistas y revolucionarias; además de controlar el parlamento, lo que suponía ocultar a la opinión de los representantes legales de la soberanía popular las operaciones encubiertas de contrainsurgencia que se desarrollaban en esos países y, evidentemente, ocultar a los medios de comunicación, la guerra cultural, la guerra híbrida de la que hablamos hoy y que arranca con la doctrina de Santa Fe como explicara en mi ensayo “La guerra de la información” (CIESPAL, Quito, 2016).
Es verdad que ha habido una modulación. Hoy hablamos de golpes blandos, de golpes mediáticos, pero algunos actores no han variado. La agencia de cooperación de los Estados Unidos sigue interviniendo en Bolivia, por ejemplo; la agencia de información sigue siendo activa en el fondo nacional por la democracia de los Estados Unidos, financiando procesos de golpe blando y, luego, nuevos actores como la Fundación Vargas Llosa, que colaboran con el expresidente Aznar, se han unido a clásicos agentes enemigos de la democracia como la Sociedad Interamericana de Prensa (SIP) o el grupo de diarios de América que constituyen el oligopolio, la patronal mediante la cual refuerzan en los medios lo que circula en las redes sociales.
No olvidemos que, igual que en la radio y en la televisión se replica lo que publican los periódicos, ahora los periódicos publican lo que las redes y los bots establecen como estrategia, de manera falsa. De ahí el éxito del Brexit y el éxito y ascenso de la extrema derecha en Europa y en América Latina.
Ciertamente existe un ciberactivismo que podríamos calificar como nueva economía moral de la multitud, nuevas prácticas de resistencia, de organización, de movilización, pero no solo desde posiciones transformadoras. Las estamos viendo también como procesos involucionistas de extrema derecha, mediante discursos de odio, como los que se ven hoy en Argentina y España.
Frente a ello, creo que en este momento hay que pensar en la historia, en la memoria, en los valores del pensamiento de José Martí, en lo que representan el Caribe y la experiencia revolucionaria en Cuba, en el levantamiento del pueblo haitiano. Hay que recordar las alternativas democráticas y, en materia de redes, frente a la ciberguerra que prolifera en nuestro ciberespacio, implementar alternativas democráticas necesarias, políticas de comunicación que pongan coto a este discurso del odio, a la violencia simbólica, al desarrollo de estrategias antidemocráticas desestabilizadoras de los gobiernos de progreso en los países del sur.
Necesitamos también regulación. Es falso que Internet no se pueda regular. Se pueden limitar y aplicar normas a los contenidos, establecer medidas contundentes en esta materia, porque nos estamos jugando la democracia. Y, evidentemente, cuando no hay regulación sabemos que se impone la ley del más fuerte.
Necesitamos también recuperar un discurso que surgió en la Unión Europea con la pandemia, y que desapareció inmediatamente de la agenda pública pese a la centralidad que hoy por hoy desempeña esta política: la soberanía tecnológica. No podemos hablar de libertad y democracia, no podemos poner en práctica una cultura de paz en estos tiempos de ciberguerra, sin autonomía tecnológica. Por tanto, necesitamos nuestros hardware y software, herramientas y tecnologías apropiadas e intermedias necesarias para el desarrollo autónomo. Frente al aceleracionismo tecnológico de los actores dominantes que implementan lógicas de obsolescencia planificada y políticas de adopción de las últimas tecnologías que generan dependencia económica y tecnológica, así como una pérdida de soberanía de nuestros países, es tiempo de pensar otras matrices distintas contrarias al actual capitalismo de plataformas. Aquí hablo desde España, desde la Unión Europea, donde, en esta materia, tenemos una total dependencia de Estados Unidos.
Dejo para el auditorio esta reflexión y concluyo señalando que, evidentemente, necesitamos más educación para la ciudadanía digital, no solo educación para la paz sino programas de fomenten el desarrollo de competencias para saber qué son los fake news, qué es la desinformación, cómo circulan las estrategias mediáticas en esta esfera digital que da lugar a una contraesfera narrativa, a una esfera pública oposicional, a un antagonismo desde las multitudes que defienden su derecho como es necesario y ha sucedido en otros momentos de la historia. Estamos en un proceso tan acelerado, tan radical de cambios, que los programas e iniciativas en esta materia se antojan no solo insuficientes sino prácticamente irrelevantes. Necesitamos no solo en las facultades universitarias, sino en la primaria y en la educación obligatoria, formar a la ciudadanía en el uso inmersivo de la cultura meta o virtual que viven a diario los jóvenes de manera significativa. Nos jugamos en ello el futuro de nuestra sociedad y la posibilidad de la convivencia democrática. Pero estos debates no son nuevos si revisan los textos en torno al Nomic que tuvieron lugar en la década de los setenta. Como he dicho, hay continuidades y rupturas, así que podemos hacer un llamado a recordar la memoria en esta cultura de la inteligencia artificial y del algoritmo que se nos impone. En la ciberguerra solo tenemos dos miradas que nos pueden ayudar a comprender qué está sucediendo: una mirada histórica, por tanto, memoria de las luchas y los frentes culturales, y una mirada estructural: ¿Quiénes mandan en las redes? ¿Quiénes son los propietarios de la tecnología? ¿Desde dónde circula la información? ¿Cuáles son los nodos que quedan ocultos al escrutinio público? Es este el campo de disputa a la hegemonía, el ámbito privilegiado de la lucha por el sentido común, donde las redes, en el actual escenario histórico, son un espacio de poder virtual determinante. Confío pues que les demos la importancia que merecen desde el punto de vista de la teoría crítica y la práctica transformadora a estas nuevas dinámicas de mediación que nos interpelan.
Conferencia virtual presentada en el panel “José Martí en la lucha ideológica actual”, Sala Bolívar del Centro de Estudios Martianos, 18 de octubre de 2022.
El campo de la comunicación
España es, hoy por hoy, un campo de golf. Un país dominado por golfos. Insostenible. Sin agua, sabemos que van a morir los caddies de inanición y más pronto que tarde perecerán también los jugadores de las bolas de lo ajeno, una especie en extinción, contrariamente a lo que piensa Moreno Bonilla, que por más que haga honor a su apellido, crece pero no se hace grande sino pendejo, o disimula ser sueco tomando el sol en Marbella, que para el caso es lo mismo. La cuestión es que, en este dislate y espiral del disimulo, la cuenta regresiva no cesa, y la amenaza a la vida nos sitúa ante una disyuntiva ineludible, aunque en la esfera catódica nos muestren lo contrario. Esperemos que, de algún modo, se imponga la razón. Hasta el búnker de la eurocracia cuestiona ya la necesidad de regular el mercado eléctrico. Pero, entre tanto, los medios siguen anclados en el anatema de TODO ES MENTIRA. Los tahúres y macarras de la moral a lo Risto Mejide basculan entre el negacionismo y el discurso cínico, entre la doble moral y la salutación de la estupidez como espectáculo para gloria de sus amos, responsables de la crisis energética que sufrimos. Conviene por ello empezar a exigir responsabilidades al campo de la comunicación que justifica esta golfería, a unos medios incendiarios que arrasan con la fauna y flora del territorio nacional. Tras la vergonzosa actuación durante la Cumbre del Clima de Madrid en el que la campaña de ENDESA dejó en evidencia el juego de espejos que nos quieren vender no ha lugar a más confianza a un sistema informativo tóxico y ambientalmente necropolítico. Las portadas de los diarios envueltas en el lavado de imagen de la compañía eléctrica ilustra quienes son los amos de la información y de algún modo llama la atención sobre la necesidad de una Ecología de la Comunicación o, más concretamente, la urgencia de una política radical contra el nefasto papel del capitalismo informativo, donde empresas como Iberdrola o el Banco de Santander recurren habitualmente a hackers de empresas externalizadas en campañas de promoción verde en pago diferido para conciencias tranquilas e inadecuadamente pudorosas al escrutinio público, como hace la consultora SOULSIGHT, en línea con las políticas de Responsabilidad Social Corporativa y la ética de la comunicación como venta de la mercancía. Puro marketing de ecologismo de reclamo. Mientras, de la lógica especulativa a la economía circular del crimen organizado y el lavado de dinero en paraísos fiscales a los cárteles de la droga o la industria del éxtasis y del entretenimiento, el sistema informativo hoy dominante contribuye a acelerar la destrucción del medio ambiente y de la voluntad de habitar en común y en paz. El algoritarismo de la cultura digital ha conseguido reforzar, en este proceso, la predisposición de la exposición individual a la cultura del trabajo vivo subsumido al servicio del juicio computerizado de la máquina de producción del consentimiento en la que lo primero es aceptar, antes que nada, que nos espíen, con la renuncia a la autonomía cognitiva y la entrega a los GAFAM primeros actores del expolio de los recursos para SIicon Valley. Vencidos y desarmados, toca ahora por ello una política de reconstrucción de la autonomía y las ecologías de vida contra los golfos del cocodrilo. Pensar la geopolítica y la geofísica de la comunicación que nos quieren ocultar.
Desde el 15M el ciberactivismo ha logrado poner en cuestión en la agenda pública no solo la realidad material del Estado como poder soberano, sino la propia representación y su proyección ideológica en medio el colapso tecnológico del capitalismo. Hoy la crisis de los semiconductores apunta a la necesidad de un cambio de modelo productivo ahora que la industria mundial se ralentiza y tiende a paralizarse por la falta de recursos con los medios de producción privatizados, de manera que la aceleración tecnológica y la digitalización intensiva de la economía puede terminar desconectando el oikos y la vida, apagando el circuito de intercambio y flujos de información y energía. Paradójica realidad ahora que tras la pandemia se exige mayor esfuerzo de mediación tecnológica y una transición de modelo productivo. En juego está la crítica de la deslocalización productiva, la sostenibilidad del sistema de producción material, la soberanía tecnológica y la obsolescencia planificada, la industria local y el proceso de producción mancomunada de lo social. Un nuevo plan u hoja de ruta, una nueva vía de acceso y desarrollo, un plan distinto al que nos han contado los medios charlatanes de lo peor que, pese al empeño de los Mejide de turno, termina por imponerse como una realidad letal. Por ello es hora de vindicar la Ceiba, una comunicación de raíz, que proyecte sombra que cobije, un árbol de la vida con el espíritu de la tierra, el ánfora de oro de la naturaleza que tanto han defendido guaraníes, tikunos, yanomamis y otras tribus indígenas como también el ecosocialismo y el movimiento obrero. Desde la campaña por la Amazonía que promoviéramos la JCM en Madrid, (año 1988, si no mal recuerdo) a nuestros días, la lucha sigue. Y ha de intensificarse en estos días, porque, somos conscientes, que pese a la caja tonta, no hay diversidad cultural posible sin biodiversidad y ello es una cuestión de medios y mediaciones saludables. Esa es toda la verdad de los que solo saben decir que todo es mentira.