Medios empotrados

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Dice mi compañera sentimental que, sí o sí, lo importante en una relación es ser bien empotrada. No sé si tan contundente sentencia resulte inapelable o, cuando menos, relativizándola, deba ser matizada. El caso es para qué llevar la contraria. En materia de relaciones afectivo-sexuales, como en el arte, todo es cuestión de gustos y, hoy día, los territorios del amor son terrenos pantanosos en la era del amor líquido.

Algo bien distinto, que nos suliveya, es que no existe aspiración suprema en la prensa patria que el ser empotrada. Llama la atención tal gusto de los autoproclamados liberales. Más aún cuando la hipótesis de la eficiencia del mercado y su justificación por la supuesta transparencia del espacio concurrencial es exactamente lo contrario a lo que se presume en la pomposamente autodenominada «prensa independiente», pues la accesibilidad de la información por el público nunca tiene lugar, no solo en cuanto a la variabilidad de los mercados y la lógica de precios, sino especialmente sobre la propia cooptación de los medios encargados de informar de los procesos de consumo y las alteraciones o fluctuaciones de la economía, entre otras lógicas vicarias que dominan la estructura mediática realmente existente que ahorro describir al lector.

Vamos, que el engaño es la norma y no lo contrario. Lean –si no les convence lo aquí escrito– a John Perkins en Confesiones de un gánster económico. La cara oculta del imperialismo americano (2009) y seguro que suscriben lo que venimos afirmando, especialmente cuando se constata, en tiempos tan inciertos y paradójicos como los actuales en los que toda certeza resulta extraordinaria cuando no mero optimismo subinformado que, desde la era del capitalismo monopolista, la libertad de expresión no es sino mera bagatela de justificación destinada a manufacturar la opinión pública aclamativa.

Cosas de la división del trabajo y de la cartelización financiera del capitalismo. No siempre fue así. No siempre la desconfianza y la lógica del fetichismo de la mercancía, en forma de publicidad, extendieron el reino del valor bajo el imperio de los robber barons a lo Vanderbilt.

Hubo un tiempo en el que al comprar piso lo importante era, además del número de habitaciones, la cantidad de armarios empotrados, promesa de crecimiento de la familia y posibilidad de acumulación, de cierta prosperidad, por así decir.

Hoy, que todo el mundo sale del armario –menos los propietarios y editores de los medios dependientes del capital financiero– y que las casas se edifican sin armarios empotrados, los medios nacionales ocultan su doble vida o principio de determinación: la de los intereses de la oligarquía económica además de la nueva subordinación de las grandes transnacionales del capitalismo de plataformas como Google.

Doble empotramiento que quieren hacernos ver como algo natural, pero nada tan cultural como el sexo, salvo que, como los medios de la COPE, piensen que Dios obra milagros y que la Inmaculada Virgen María, como la supuesta independencia de los medios, es verdad y resulta creíble.

La investigación periodística de El Salto demuestra, sin embargo, exactamente lo contario y explica el porqué de coberturas informativas tan degradantes como la manipulación persistente de los hijos de San Luis y la Santa Alianza durante la crisis de 2008 o la impúdica asunción de la posición de menestrales de las principales figuras del oficio, que es tanto como decir que los Matías Prats y compañía no son otra cosa que anunciantes de seguros que nos imponen la precariedad de más de lo mismo, sea a la hora de justificar la guerra al servicio de la Casa Blanca y la OTAN, ocultar la persecución de quien ose decir la verdad de los crímenes de lesa humanidad (Assange) o como simple voceros del IBEX35 en la aplicación de las medidas de desahucio.

Ellos, que siempre viven por encima de nuestras posibilidades de confianza en una profesión canalla que renuncia a su función social para favorecer los intereses creados de los medios que nos engañan, de los medios infieles, siempre en busca de ser dominados.

Empotrar o ser empotrados, esta es la cuestión, mientras la profesión mira a otra parte y las facultades de Comunicación ni se inmutan o se ponen de perfil. Normal, la forma intelectual de origen plebeyo brilla por su ausencia en un país poblado de mandarines, dada su estructura semifeudal.

La radiografía de Gregorio Morán, con toda su crudeza, es imperante en la academia española y faltan, parafraseando al gran Rafael Chirbes, raznochiñets, intelectuales que vengan de abajo. Ya explicó Raymond Williams lo que ello significa. Les ahorro los detalles. Debo volver a la cuestión vital: empotrar o ser empotrado.

S(TOP)

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Nada tan indecente que la impúdica y cínica mentira propagada intencionadamente con ánimo e interés. En un mundo al revés, esta lógica impone a diario la necesidad, desde el periodismo o la academia, de probar lo evidente. Una deriva que da cuenta del malestar cultural en el que nos encontramos cuando la verdad parece un objeto inservible en manos de terraplanistas y encefalogramas planos. No otra cosa es la americanización de nuestro sistema político en el que, como en el imperio británico, uno debe probar su inocencia, demostrar la prueba irrefutable ante burdas tergiversaciones y la continua manipulación de la realidad. Que ello suceda en la sociedad civil es preocupante, pero que además afecte a poderes del Estado como la justicia resulta, cuando menos, alarmante. Casos como el del juez ultra contrario a la libertad de Juana Rivas es sintomático de un franco (úsese el adjetivo con la debida distancia e ironía) deterioro de la justicia en este reino de Dios, en el que conforme al principio de mixtificación solo se encausan a los inocentes y quedan libre de culpa comisionistas, estraperlistas y otros prendas y perlas del lugar como el rey emérito, un oxímoron si pensamos en términos constitucionales de jefatura del Estado. Urge por ello una revisión a profundidad de la carrera judicial, como en el ejército y las fuerzas de seguridad del Estado, trufadas, por ser delicados en el análisis, de neofranquistas sociológicamente incompetentes para el ejercicio que la ley les asigna. No debemos olvidar que toda función pública ha de ser desempeñada por personas con una firme voluntad de servicio y asunción de los principios constitucionales, los propios de la democracia y los Derechos Humanos. La constatación de la recurrente tendencia de jueces que, al amparo de la debida autonomía, fuerzan la ley en función de diversos intereses dominantes, no solo es propio del lawfare, sino que atentan contra la convivencia democrática, contribuyen a una desafección creciente de la ciudadanía y terminan por socavar el propio sistema constitucional. Montesquieu no previó que la división de poderes no es posible cuando la oligarquía económico-financiera se convierte en el verdadero poder fáctico en forma, por ejemplo, de doctrina Botín. La tesis del doble poder de Lenin a Gramsci ilustra de qué hablamos cuando hablamos de justicia en España, un poder anclado en la lógica del Tribunal de Orden Público, cuya función no es otra que perseguir a los opositores al régimen de intereses creados, sea los de la banca, la monarquía o los herederos del régimen. Puede el lector comprender mejor el juego de la justicia leyendo ‘Franquismo SA’ (Akal Editores), del periodista Antonio Maestre. O si observan que el oficio de juez es el más endogámico en España, heredado de padres a hijos. Claro que todas estas evidencias documentales y empíricas, aunque probadas, son rechazadas de plano por Lesmes y compañía.

El orden de la justicia en España es el orden de la negación. Como en el film de Mick Jackson, el poder judicial dominante parece un oficio de cronistas del franquismo negacionista. Negación del poder que les inviste de Franco a Juan Carlos I, negación del poder que encubren en forma de doctrina Botín, renuncia al amparo de derechos fundamentales de ciudadanía, omisión del debido principio de respeto de la presunción de inocencia para terminar, alfa y omega de su juramento hipocrático hipócrita, negando la vida y el derecho a defender sus derechos de la ciudadanía. Hablamos, claro está, de un cuerpo pretoriano al servicio de la oligarquía, una cohorte de palanganeros del capital financiero que declarará inconstitucional la Ley de Memoria Democrática, el debido reconocimiento de los delitos de lesa humanidad de un régimen totalitario, por razones de ley (la de amnistía) cuando se declara no procedente otras normas por acuerdos internacionales, pongamos que con la OMC, o se critica, desde los medios mediatizados, la puesta en cuarentena del principio de prescripción mientras casi la mitad de España sigue abandonada en las cunetas, perseguida y torturada como fue, robada como los bebés, que cuenta en su libro Raquel Rendón, o desaparecida, en vida y en la memoria. Bien sabemos, en fin, que no de otra forma puede funcionar una economía criminal y extractivista, sino a partir de la cobertura de los poderes del Estado, en especial del poder judicial. Es la única garantía para seguir esquilmando los recursos comunes de todos en beneficio de unos pocos asaltarentas del trabajo y del país. Produce sonrojo que, una tras otra, la UE venga enmendando el trabajo sucio de un poder del Estado al servicio de los intereses creados, ostensiblemente patriarcal, clasista, ultramontano y alejado, por completo, de los valores democráticos y el sentir general de la sociedad española. Hoy más que nunca conviene por ello parar y cambiar de rumbo. Es el momento de iniciar una campaña, llamémosla STOP: alerta democrática contra la inquisición y los verdugos del Tribunal de Orden Público. Una cuestión de salud pública. Dicho esto, capaz que si nos movilizamos nos aplican la figura premoderna de desacato. En tiempos de neofeudalismo, y en el país de Fernando VII y Ana Rosa Quintana, todo es posible.

El periodismo que cuenta

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A lo largo de una productiva vida creativa, uno puede tener el privilegio de compartir conversación y conocimiento con prodigiosos intelectuales, académicos brillantes, talentosos y dedicados docentes, fascinantes escritores y, en ocasiones, a veces, en excepcionales ocasiones, si tienes suerte, uno puede encontrarse, más allá, en el Olimpo de Sócrates, maestros excepcionales. Aquellos que, de forma natural, a lo Curro Romero, por verónicas, comparten el saber sobre la praxis, dando pases a la vida, sin miedo torero, iluminando los recovecos de lo cotidiano entre letras heridas.

Este es el caso de mi amigo y sin embargo colega Antonio López Hidalgo, un referente que ha formado legiones de periodistas, dentro y fuera de las aulas de la Facultad de Comunicación de Sevilla. Magisterio que se fragua, como todo aprendizaje socrático, a fuego lento, leyendo y aprendiendo de los grandes, como el gran Gabo, doblemente protagonista de Acerca del mundo, editado por Fénix Editora (Sevilla, 2021).

En palabras de la profesora Luisa Aramburu, que hace un exhaustivo análisis de la vida y obra del autor, estamos ante “un virtuoso de la escritura que ha hecho de la pluma un instrumento fabuloso para contar buenas historias, tanto como para recrear la vida”. Y en ello, como reconoce María Jesús Casals, catedrática de Periodismo, López Hidalgo es bueno, excelente, tanto en lo que hace, como en lo que escribe, pregunta o dice.

Aunque no quiera reconocerlo, no sería buen narrador sin su capacidad de relato oral, de miles de anécdotas que los amigos compartimos a diario. Ello solo es posible por la disciplina, la misma que le llevó a mantener el blog El Radar, escribiendo con un método y rigor espartanos, combinando el placer de contar con el gusto inagotable de la lectura. No sé en qué orden podríamos clasificar ambas pasiones. Intuyo que más la segunda, aunque en verdad nadie que ame leer, puede dejar de escribir, contar o pensar en relatos. Es como respirar: una función natural, o naturalizada.

Y López Hidalgo bien sabe de eso. Por eso logra aproximarnos el mundo que late, una suerte de cuaderno de bitácora de España, una radiografía, con registro versátil, escrito con el arte curtido de lector voraz y creatividad desbordante, fruto de una imaginación fecunda, alimentada entre líneas de los mejores escritores del mundo, y por la atenta escucha en bares, barrios y tabernas, al cabo de la calle que diríamos. Pues, bien lo sabemos, sin escucha activa nadie puede ser un buen periodista.

Sin el principio humanista de que nada de lo humano me es ajeno, un articulista no puede ejercer bien el oficio. Antonio López los ha cultivado desde joven, con su tata, y ya como académico releyendo a José María Carretero o arriesgando la pluma al filo de la vida en El Correo de Andalucía. De Diario Córdoba y Antena 3 Radio en la capital de El Califa a El Correo de Andalucía o estos artículos, el periodista y escritor talentoso que es no cesa y ha ido depurando su poética o estilo fraguado en la belleza de la vida.

Ejemplo de creatividad es el dominio de la titulación, tema sobre el que escribiera un ensayo de referencia. En esta compilación de artículos, repasando el índice, podemos encontrar titulares como “España se ha quedado sin bragas”; “¿Atracamos o fundamos un banco?”; “La policía no escucha” o “Cada rabo con su cereza”.

Tanto en El Radar como en la serie Diario de un periodista cansado escrita para Andalucía Digital, el volumen es un rico ramillete de ingeniosos aportes, aceradas críticas y contundentes descripciones de la vida y de sus avatares. Del oxímoron a tropos del juego y del exceso, el maestro López Hidalgo logra que el lector ría, se conmueva, tienda a encabronarse o navegar por los ríos de la memoria y la melancolía, mostrando el envés de la vida del revés, del mundo invertido.

Un tiempo en el que, cito al autor, “los matrimonios se están modernizando a marchas forzadas”, y proliferan “epidemias que se contagian sin remisión posible, una de ellas la del pesimismo”, mientras en España la banca siempre gana gracias a un sistema hipotecario propio de Fernando VII a la espera de confiar en El Guerrero del Antifaz para luchar contra el rescate de Bankia cuando la infamia es el orden del dominio o, paradoja de las paradojas, el Sumo Pontífice nos descubre que los Reyes Magos vienen de Huelva confirmando, nos guiña el autor, que “la historia de las Sagradas Escrituras se parece a las investigaciones llevadas a cabo sobre el bandolerismo en Andalucía, que hablan de una banda que trabajaba en la sartén de Andalucía conocida como Los Siete Niños de Écija, que ni eran siete, ni eran niños, ni eran de Écija”. Hablamos, claro está, de un libro, en fin, contra incautos.

Un texto que recupera en forma de libro el pulso de la historia, lo que nos ha pasado, lo que el acertado analista observa y lo que hemos de pensar o suspender en el tiempo de forma reflexiva y con distancia para aprender de la experiencia acerca del mundo.

En sus páginas, si se sumergen, van a encontrar personalidades, personajes, paisajes de costumbres por escrutar o ver desde nuevos ángulos de visión, cultivando el arte del Periodismo y la Literatura, todo ello con una exquisita riqueza léxica y diversidad semántica fruto de la escritura de frontera y desborde que caracteriza su estilo para el quiebre del lector, toda una poética en la que siempre se dibuja una sonrisa de ternura, porque, como sabemos, es revolucionaria.

Por sus páginas pueden encontrar a Brecht, John Lennon y George Harrison, Dylan y Antonio Machín; Iñaki Gabilondo, Paco Roca y El Roto; Juan Goytisolo, el Papa Benedicto XVI, Cospedal, Al Capone, el PP y la monarquía, no necesariamente juntos, aunque se les supone; escritores de fuste como Antonio Machado, Juan Ramón Jiménez o Sándor Marái; cantantes como Georges Moustaki, Ozzy Osbourne o Janis Joplin, entre Cicerón, Sábato, Trostky e, inevitablemente, Ramón Mercader, Leila Guerreiro, Elena Poniatowska y el gran Gabo, además de Juan Cruz o Vargas Llosa; líderes políticos como Mandela, Gadafi o Gandhi.

En fin, la lista es interminable, como sus amigos, que aparecen en sus páginas, desde Serrato a su fiel escudero de aventuras periodísticas, Miguel Ángel León, sin olvidar a Jes Jiménez Segura, María José Ufarte o el propio editor de Andalucía Digital, Juan Pablo Bellido.

Y paisajes, con sus paisanos figurados, de Montilla a Isla Mayor, de Sierra Morena a Pichincha, del Cotopaxi al Coto de Doñana. Espacios, curiosamente, no colonizados, reminiscencia de su querencia por el campo. Quizás porque López, como alguna de las autoras de su preferencia, sea un periodista salvaje, un lector pertinaz de la realidad, un articulista crítico, entre socarrón, irónico y melancólico. Pero no alejado de las preocupaciones profesionales.

En Acerca del mundo pueden encontrar agudas reflexiones, en términos de metaperiodismo, como cuando afirma que uno podría seguir una lista interminable de consideraciones, a propósito de Rajoy, aunque el espacio de Internet es un universo infinito y la capacidad lectora de los internautas, limitada.

“Así que, para que nadie lea y molestar con argumentos tan obvios y cifras tan claras en estos tiempos, tan turbios, mejor nos preguntamos qué hubiera pasado si el presidente del Gobierno hubiera evitado de otro modo el supuesto naufragio” mientras se ocultaba tras una pantalla de plasma.

O cuando defiende el oficio recordando que los periodistas, aunque parecieran una especie en extinción, colaboraron con su tinta y su sangre, con su compromiso y sus pleitos, como el que viviera el protagonista en la investigación de El sindicato clandestino de la Guardia Civil, a que este país fuese mejor, contra la lógica de todo Manual Inútil de Comunicación propia de los asesores del expresidente popular, empeñado en convocar “a los periodistas a ruedas de prensa sin preguntas; a ruedas de prensa sin respuestas; a ruedas de prensa sin preguntas y sin respuestas; a ruedas de prensa con pantalla de plasma (…); a ruedas de prensa de él pero sin él; a vetar las cámaras de televisión en los mítines electorales; a difundir videocomunicados y a transmitir discursos por circuitos cerrados de televisión”.

Un tiempo, en fin, de cerco al periodismo que el autor no deja de denunciar vindicando, desde el compromiso, como en su ensayo contra la precariedad de los informadores, el derecho a la información y la autonomía periodística.

No podía ser de otra manera. A lo largo de su obra, Antonio López Hidalgo ha sido constante, como en este libro de artículos. Su voluntad de desplegar una escritura irónica hilvanada con la potencia de la imaginación para reír, para soñar, para gozar y deleitarse, para vivir, en suma, porque el periodismo como la literatura, no es una metáfora, es pura vida: principio, esperanza…

Y Antonio López nos lo recuerda en su retrato de las entretelas de la experiencia vital. Al fin y al cabo, es lo que corresponde a un senequista, a un humanista cordobés de Montilla. Lean el libro y verán. O, en caso contrario –consejo de López–, busquen un amante que les despiste por un instante de la realidad.

El ojo del culo de Quevedo

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La posverdad no es, como dice Timothy Snyder, el anticipo del fascismo, más bien el capitalismo es el huevo de la serpiente, y la posverdad una excrecencia o manifestación extrema del mundo al revés, el síntoma del fetichismo de la mercancía que inicia con el periodismo de referencia y termina con la lectura a lo TRUMP y ABASCAL, personajes de esta tragicomedia que, a todos los efectos, tienen por teología seguir la estela de la escatología política. El supremacismo blanco no es, en fin, otra cosa que el proceso de inversión de lo real, el dominio del capital por el que, en este reino que habitamos, prevalece la desigualdad, la falta de libertades y la baja calidad democrática. Ya lo ha advertido, con clarividencia, Javier Pérez Royo, a quien los profesores de Derecho homenajearon en un volumen, de lectura obligatoria, presentado el pasado mes por el Ateneo Republicano de Andalucía con motivo de la Feria del Libro de Sevilla. En su intervención, como en las columnas que escribe habitualmente, fue muy claro a este respecto. Cabe describir la historia moderna de España como la crisis permanente que no cesa de repetirse como farsa por el problema de la monarquía, un tapón que contiene las fugas a borbotones del propio sistema constitucional ante los reiterados incumplimientos, siempre postergados, de derechos fundamentales de la ciudadanía. Las consecuencias de esta lógica fallida es, como sabemos, la restauración conservadora que termina por derivar en colapso o cierre en falso de la crisis de régimen, anclándonos en el atraso e inmovilismo sociopolítico prácticamente desde Fernando VII. Vamos, por resumir, que lo de los Borbones es la polla, que dirían mis paisanos granainos. Cara al culo, la monarquía borbónica ha demostrado que es una porquería. No porque lo diga Evaristo, de La Polla Records, sino por la historia que representan en este país, una Casa Real, fuera de la realidad, henchidos de mierda, y jugando a la democracia cuando una y otra vez no han hecho sino socavar toda posibilidad de monarquía parlamentaria. Vamos que la República no se impone en nuestro país por convicción y pedagogía democrática, sino por la insoportable podredumbre de una dinastía corrupta, inepta, cleptómana y dada a cualquier cosa menos a trabajar por el bien común. Lo peor es que sabemos desde los ochenta el grado de putrefacción que ocultaba el cerco mediático, y mira que estudiamos la historia antecedente de latrocinio y traición a la patria de la casa real, cuya norma de comportamiento es convertir realmente el país en un verdadero lupanar. Ahora, el problema no es que la monarquía sea la polla, sino que nos toman y siguen considerando apollardaos. No lo puedo decir más finamente porque el análisis, a fuerza de afinado, indigna cuando vemos que nos están dejando finos filipinos: vulgares siervos de una colonia que hiede a estercolero. Se impone lo escatológico en esta querencia borbónica por la coprofilia. Así que, atorados como estamos entre el alma y la era del vil metal, que diría el maestro Juan Carlos Rodríguez, es recomendable volver a leer a Quevedo y conocer las “Gracias y desgracias del ojo del culo” (1628) reeditado por Pepitas de Calabaza, o mejor en la edición del bueno de Padilla, por ser el culo, en palabras de José Luis Cuerda, el mejor faro, catalejo y visor con el que radiografiar esta España nuestra en la que nos gasean con ventosidades desde los medios y el Tribunal de Orden Público. No sé si seremos capaces algún día de hacer un juicio como el de Nuremberg contra los macarras de la moral, pero al menos no perdamos el humor y actualicemos nuestra capacidad satírica para mostrar lo que nos quieren ocultar en esta política del engaño de los amantes de lo escatológico en cuerpos ajenos, aquellos que viven en la azotea de nuestro maltrecho edificio institucional y tratan de persuadirnos que llueve para todos y es bueno, aunque sea lluvia dorada de una corona inservible, salvo para vicios privados. Nunca hubo virtud pública alguna en la dinastía. ¿Dejaremos de persistir en un imposible constitucional?. ¿ Conquistaremos por fin nuestros plenos derechos ciudadanos en forma de poder constituyente?. Estoy seguro que sí, espero que no demasiado tarde.

La metamorfosis

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Acabo de concluir la tercera temporada de la serie Narcos. Trepidante, con un guión cuidado y una magistral interpretación actoral de todo el reparto, sin altibajos ni secundarios de relleno que no dan el ancho. Impecable factura de una fórmula narrativa que tiene éxito básicamente porque muestra la realidad cruda tal cual es: desde la violencia entre bandas narcotraficantes a la corrupción del PRI Estado o el feminicidio de Ciudad Juárez. Una producción que nos muestra la vida cotidiana de nuestro México lindo y querido.

Quienes hemos vivido y amamos esta segunda patria bien sabemos que lo narrado es una ficción veraz que muestra subrepticiamente, sin querer queriendo, la vida cotidiana de los de abajo, los sin nadie, e incluso la estética que en los ochenta y noventa se impuso como norma en Tijuana o Cali.

Hablamos, como en Sin tetas no hay paraíso, del cambio del cuerpo y los modos y usos, una metamorfosis que convirtiera a la mujer en valor de cambio y el valor de cambio en flujo que todo mudaba con el dólar y el perico como actores protagonistas de las formas reinantes.

Algo similar a lo que observamos con el colapso del capitalismo que estamos viviendo. O, si prefieren, en el mundo al revés, la emergencia y dominio en la esfera pública de las formas subalternas de expresión. Así, el “Sleazecore” es la última tendencia estética de esta era neobarroca que asume el estilo delincuencial del narcotráfico imitando a Pablo Escobar cuando los magnates del Capital y el FMI habitan en Alcalá Meco.

De Justin Bieber a Miami Vice, el antihéroe marginal se impone como modelo de referencia, del tatuaje carcelario y la cultura plebeya al trap y el reagetton. Así, el estilo maximalista de Jeremy Scott tiene ecos de las series de Netflix. El imaginario contrabandista empieza a invadir la cultura pop, con lo que ello implica como forma dominante. Y se proyecta en formatos como Mujeres, Hombres y Viceversa, un modelo de referencia de canis y chonis que tienen su predicamento en los jóvenes sin esperanza que emulan la distopía de Black Mirror en la forma-concurso del éxito a partir de tratar de marcar una diferencia que es la indiferencia de lo mismo como eterno retorno.

Más allá del imperativo del discurso patriarcal y falocéntrico, lo que prima en la cultura de La Isla de las Tentaciones no es tanto la desigualdad de género como la igualación por el principio de universal equivalencia del reino de la fantasía, de la imagen.

El sentido de este formato es la lógica de la forma mercancía. El mercado de los afectos es el eterno retorno de la circulación de canis y chonis condenados a rolear porque el principio real de la circulación no es otro que la falsa promesa de ser diferentes, de ser distinguidos, aplazando el sueño dorado de quedar fijo en el reino del Olimpo catódico propio del escaparate mediático.

Esta deriva afecta por igual a la información rosa, los reality shows o los cantantes de moda a lo Tangana. Como anticiparan Los ilegales, son macarras, son horteras y van a toda hostia por la carretera, probablemente para estrellarse, porque la oferta supera a la demanda. Hay mucho cani suelto dispuesto a su minuto de gloria («porque yo me lo merezco» sería la expresión apropiada del nuevo individualismo quinqui).

El caso es que esta tendencia apunta el dominio de la pulsión plebeya a nivel formal, aunque dominada por el mito de Robinson Crusoe, desconectada de lo social, de las posibilidades políticas de los retazos y detritus de la historia. Así que conviene empezar a vindicar con esta estética de lo marginal y una alternativa de lo común.

Cuando las iglesias se vacían y los museos se llenan, es tiempo de asumir el culto a una estética sucia o por qué no defender lo cerdo y constituirnos en piara, como nos dicen en el Norte, más aún cuando funciona tan bien el ibérico y el Museo del Jamón.

Mientras nos contentamos con empezar a perrear con Bad Bunny, conviene empezar a mirar las formas que aparecen, al menos para eludir los peligros de una metamorfosis sin poder real de transformación, por mucho que lo piensen algunos. Yo, por mi parte, me comprometo a asumir ese compromiso.

Mi amiga Maka, que ha sido madre recientemente, siempre me critica por ser tan formal (no crean que solo en el universo académico o en el estilo clásico de vida, sino incluso a la hora de escribir). Es capaz de impugnar mi modo traje o quitarme la corbata si me descuido entre cerveza y cerveza en Tramallol.

Ella ya me solicitó «menos chaqueta y más chandalismo». Así que hacemos nuestra su proclama. Si hace tiempo vindicamos la fiambrera obrera, lo de Hugo Chávez fue premonitorio. Debiera haber exigido derechos de autoría por el uso del chándal a las firmas de moda o los cantantes de éxito. ¿Sabrán los figurantes de Mujeres y Hombres y Viceversa este antecedente? Me temo que no. No leen, solo escuchan y miran la pantalla, y no para leer precisamente el periódico. Cosas de la metamorfosis que dan que pensar.