La conexión Huawei

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Que la guerra comercial es el arma, con la intervención armada, del imperialismo estadounidense para afirmar su dominio económico y militar es por todos sabido. El caso Huawei así lo demuestra. Intervenciones como el acoso y derribo de la principal operadora china en modo alguno debe ser analizada como una salida de tono de Trump, una bravuconada o política de unilateralismo propia del presidente republicano. Revisen la historia del sistema Galileo y podrán corroborar lo afirmado, cuando el Pentágono considera a la UE un adversario más que aliado. Por ello en la carrera del 5G la Casa Blanca presiona a Bruselas tratando, vanamente, de impedir el evidente desplazamiento del eje de relaciones internacionales del Atlántico al Pacífico, de Washington a Pekín en el que todo se juega en torno a la superioridad informativa y la capacidad estratégica que hoy por hoy ofrecen las nuevas tecnologías de la información. Así, la reciente imputación de la Casa Blanca contra el gigante tecnológico chino tiene pocos visos de prosperar aunque, sin duda, puede incidir en el desarrollo del 5G, como antes lograra Washington en la carrera por la televisión de alta definición y el estándar europeo (gracias, ni perdón ni olvido, a Inglaterra). El disparate del proceso en curso impulsado por el gobierno estadounidense no deja de ser por insólito ilustrativo del modo de proceder de un Imperio en decadencia: crimen organizado, robo de secretos comerciales, propiedad intelectual, violación de sanciones contra Irán o Corea del Norte, fraude bancario o conspiración como acusaciones contra la principal corporación china elevan el grado de tensión que Pekín y Washington mantienen en el marco de la ciberguerra. Ahora no piense el lector que con la elección de Biden todo volverá a su cauce. Aquí demócratas y republicanos son unánimes en defender el complejo industrial militar del Pentágono frente a lo que califican de autocracia digital. Como si EE.UU. defendiera el libre flujo de la información en tiempos de Bolsonaro y de persecución de ciudadanos universales como Assange. No he visto por cierto sesudos manifiestos sobre el ataque de la administración Trump a la libertad de información mientras se replicaba en las pantallas de los big media angloamericanos la declaración de espías de los periodistas chinos en una prueba más, irrefutable, de colonialismo, racismo y unilateralidad en las relaciones internacionales. Nada nuevo bajo el sol.

Desde 2018, la National Cyber Strategy despliega desde la Casa Blanca una política sistemática contra Rusia y China que se ha traducido en la campaña de guerra comercial contra Huawei con la anuencia de Australia, Chequia y Nueva Zelanda, so pretexto de espionaje tecnológico que, en el fondo, revela la disputa por la hegemonía que introducirá el cambio de la telefonía de quinta generación. Sin embargo, desde las revelaciones del Parlamento Europeo sobre Echelon, sabemos que Estados Unidos lleva décadas interceptando llamadas y correos de forma ilegal y no precisamente contra grupos terroristas, sino más bien a empresas como Thompson y a los propios dirigentes comunitarios a la par que reparte certificaciones de países aliados como Colombia o Israel, al tiempo que condena como parte del eje del mal a Cuba o Venezuela. En conclusión, con los GAFAM, el imperio siempre ha operado con una lógica fingida y dispar mientras la NSA monitorea datos personales y mantiene en Utah el centro de vigilancia más grande del mundo.

El futuro es de China

Con el control satelital y de centralización de información, la era de la cibernética es la guerra por el conocimiento, la información y la tecnología. El Make America Great Again no ha sido otra cosa que la guerra de un imperio en decadencia que se mantiene por la fuerza mientras el gobierno chino despliega la estrategia Made in China 2025 con la mayor inversión, más de 150.000 millones de dólares en sectores clave como IA, Big Data, seguridad cibernética y telefonía. Así las cosas, en un contexto en el que las grandes potencias se disputan la hegemonía económica y militar en la lucha por la IV Revolución Industrial, por la superioridad informativa y cognitiva, el futuro es claramente de Huawei y China. El éxito de más de un 30% de cuota de mercado de smartphone así lo confirma. Ahora que Bruselas descubre que la ciberguerra se juega en el campo de las telecomunicaciones y la geopolítica es una cuestión de algoritmo pretende regular un campo entregado por décadas a los GAFAM sin alternativa ni visión de futuro salvo alinearse con la OTAN y su falso aliado gringo. Si el futuro de la guerra en la era 5G depende de la superioridad informativa, la UE será en este caso un perdedor por activa o pasiva, por alineamiento y falta de criterio. Panorama trágico en un momento en el que la nueva guerra híbrida no augura un futuro esplendoroso de EEUU ante el avance de Huawei y ZTE. Ni NEC (Japón) o Nokia (Finlandia), y la creciente dependencia tecnológica de la UE. Si potencias emergentes como Rusia o China están a la vanguardia es en parte por los más de 20.000 millones de inversión en regiones como América Latina o África mientras la Comisión Europea juega a la alianza atlántica o al sueño esplendoroso de viejas metrópolis imperiales. No han entendido nada. Por no comprender siguen pensando en la economía creativa como un problema econométrico cuando sabemos que Internet no es un problema técnico, la Sociedad de la Información siempre ha sido una cuestión política y geoestratégica. El futuro de nuestra democracia y prosperidad, la propia seguridad nacional y de la UE depende del control de los dispositivos móviles y las redes. El 5G vaticina movimientos tectónicos, cambios telúricos, un nuevo ecosistema cultural y un telos que violentará la comunicación como dominio. La crítica de Joan Rabascall a los aparatos represivos de los aparatos ideológicos del Estado cobra en este escenario viva actualidad estando como estamos en la era neobarroca del capitalismo excedentario de la información de actualidad como eterno retorno. Cosas de la inconmensurabilidad de las pantallas y el deseo incandescente de la gente por vivir una vida digna de ser vivida, aunque Bruselas siga sin entender qué hacen los chalecos amarillos con sus dispositivos móviles. Ya lo entenderán, esperamos que no cuando cobre forma el colapso tecnológico.

Presentación de «Marxismo y comunicación»

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El jueves 15 de marzo en La Carbonería, a las 19:30, Francisco Sierra presenta su libro Marxismo y Comunicación (siglo XXI, 2020)

La teoría crítica, que nos había explicado el fundamento materialista de nuestra sociedad y ofrecido estrategias para transformarla, tiene un nuevo desafío. Nuestro tiempo ya no se caracteriza solo por las contradicciones que la desigual distribución de la riqueza entraña, sino que también se ve determinado por un nuevo escenario: el capitalismo de plataformas y la revolución digital que han hipermediatizado la cultura y generado nuevos antagonismos sociales. Para poder comprender la sociedad del siglo XXI tenemos que repensar cuestiones esenciales de la teoría del valor, la semiótica y la reproducción del sistema social situando la comunicación como una cuestión central.

Para enfrentarnos a este reto, Francisco Sierra nos propone una lectura marxista de la mediación social a partir de un análisis sintomático que hace emerger lo real, proyectando nuevas prácticas instituyentes, un nuevo pensamiento y praxis social para pasar de la cultura de la resistencia a la comunicación transformadora.

Infodemia

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En la literatura y en los estudios de Comunicación es conocida y aceptada, por lo general, la definición de la “ética” como el ámbito relativo al “conjunto de rasgos y modos de comportamiento” siguiendo el canon del Diccionario de la Real Academia que, en su última versión, incorpora la palabra “ethos” como “conjunto de rasgos y modos de comportamiento que conforman el carácter o la identidad de una persona o una comunidad”, quizás por influencia del filósofo de la modernidad (Kant) y la concepción del imperativo categórico que, en buena medida, ha ocupado los intereses y debates a este respecto en el campo.

Poco común es, paradójicamente, asumir en cambio la dimensión comunal que asocia este ámbito de reflexividad con la necesidad de cierta predisposición a hacer el bien o, genealógicamente, referir esta noción al significado originario de guarida, refugio o morada, lugar donde habitamos, más allá de Aristóteles.

En el tiempo que vivimos parece, sin embargo, más conveniente, en la Comunicología y otras Ciencias Sociales y Humanas, partir de esta última noción, pues en nuestro tiempo, de crisis civilizatoria y transición a nuevos paradigmas, se torna urgente pensar las ecologías de vida, repensar el oikos.

De hecho, la humanidad se enfrenta hoy a la necesidad de reformular la cultura, el modo de ser y carácter, como hábito, morada o refugio, en la indisoluble unidad histórico-material del sujeto-mundo y sus formas de construir las ecologías de vida desde el campo lábil y conflictivo de las mediaciones.

Esta es la tesis que propone el gran pensador Bolívar Echevarría y que conviene releer en diálogo con la actualidad para comprender, en el contexto más amplio de transformaciones históricas, el sentido de la exigencia, la autonomía y la responsabilidad social en los medios que brillan por su ausencia, sin límites, en Mediaset y Atresmedia, en Canal Sur y en la prensa del régimen.

El espectáculo de pornografía sentimental como el caso Rocío Carrasco, las derivas de La Isla de las Tentaciones o el continuo blanqueamiento del fascismo dan cuenta de una toxicidad sin precedentes que nos emplaza, por necesidad, a pensar el medio ambiente social que se deteriora con la infodemia.

La hipótesis de partida es básica, y no por ello recurrente. Si la política es el arte de lo posible y la ética de la comunicación el ámbito normativo que hace posible la vida en común, no hay transformación posible sin una articulación compleja e integral de los mundos de vida y la morada del sujeto de derechos, sea profesional de la información o ciudadano expuesto a la continua pornografía de la mercancía que captura la pura vida.

La calidad democrática y el periodismo de excelencia exigen un trabajo sobre el universo axiológico de la ecología de vida en tiempos de la prensa rosa. Pero sucede que los estudios sobre la naturaleza informacional de la sociedad contemporánea dibujan en nuestro tiempo un escenario contradictorio, cuyo gobierno por las máquinas y sistemas de información, lejos de facilitar un conocimiento detallado de los procesos de desarrollo, favorece, en la práctica, la asunción de un pensamiento sobredeterminado por un “metarrelato posmoderno”, incapaz de otra cosa que la denuncia de los proyectos de movilización y democratización del conocimiento y de los medios de información y expresión cultural autónomos.

Véase el informe estadounidense de ataques a la prensa en España cuando denunciamos que lo que hoy domina en nuestro ecosistema informativo, lejos de ser normal, democráticamente hablando, es una anomalía salvaje, un despropósito que se traduce en el minado de las bases cívicas de toda convivencia republicana, objeto, por cierto, de denuncia por la UE como cuando en los medios se dedican a titular continuas falsedades en el despliegue del lawfare que es la guerra de clases por otros medios, no precisamente democráticos y éticamente aceptables.

Si Matías Prats y los comunicadores han perdido la vergüenza siendo publicitarios del capital, poco podemos hablar de deontología en esta suerte de informadores comisionistas. Lo de la Gürtel en el periodismo patrio es el colaboracionismo nazi con Ley Mordaza de por medio, pero de esto, los guardianes de la libertad poco dicen. Ni están ni se les espera.

Lo grave es que, con ello, la atmósfera se torna irrespirable, un entorno invivible, contaminado, radioactivo y guerracivilista promovido desde el poder financiero y el gran capital con un único objetivo: la restauración del régimen y la contención de todo principio esperanza para, como escribiera Vázquez Montalbán, cambiar la vida y mudar la historia, el relato de lo que es y puede ser.

La desrealización del mundo cotidiano y la pérdida material de las formas de anclaje de la experiencia por efecto de la colonización de los simulacros mediáticos terminan como resultado por bloquear el imaginario político-ideológico emancipatorio en un proceso de mixtificación de las nuevas formas de dominio flexible, que de raíz niegan toda posibilidad de otra forma de espacio público en común, pese a la pertinencia y necesidad de este ejercicio intelectual y de compromiso histórico en un tiempo como el presente, marcado por el proceso intensivo de globalización, cuyo desarrollo se está traduciendo en diversas formas de crisis cultural y des-concierto de las comunidades locales, paralelamente al proceso de descentralización de las instituciones económicas, políticas e informativas.

No ha de sorprendernos, pues, que quienes se alimentan de La Isla de las Tentaciones, Sálvame o el Café con Susanna Griso campen a sus anchas en las plazas públicas de Madrid vindicando el incumplimiento de las normas, a lo Aznar –dicho sea de paso–, que nadie le puede decir a qué velocidad ha de conducir su vehículo de alta gama, para eso es español muy español, como M.R.

En otras palabras, nuestros medios, periodistas y estadistas fast food más que liberales son ultramontanos, un problema de salud pública que invita a la reflexión y, desde luego, a intervenir por el bien común, por la democracia y por la convivencia de todos.

Este es el horizonte de progreso inmediato que hemos de acometer ante la deficiente y contaminada ecología de la comunicación. Las discusiones en curso sobre el papel de la comunicación y los sistemas informativos permanecen, sin embargo, anclados en la visión absolutista y autoritaria del franquismo sociológico en contra de toda articulación social de diferentes actores y agentes sociales ante el conjunto de problemas que enfrenta el país.

Y ello invita a pesar que parece notorio que el ethos requiere política e imaginación comunicológica que libere las energías y haga habitables las ecologías de vida en esta piel de toro. Desde este punto de vista, podemos afirmar que el desarrollo comunicacional en España constituye, a este respecto, un problema estratégico si hemos de salir del actual bloqueo y crisis institucional, especialmente cuando, como reza el documento audiovisual de Rocío Carrasco, hay que contar la verdad para vivir, pese a que los medios mercantilistas más bien mienten porque son vivos, como dicen los quiteños: pura viveza criolla.

 

Políticas de comunicación y autonomía social

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Que el campo de batalla de la pospolítica es la información ya es sabido. La manipulación de la realidad es la fabricación, como dijera Chomsky, del consentimiento como dominio. El engaño voluntario de los indiferentes es la diferencia de la diferencia que define la dialéctica informativa. El lugar común de renuncia de la phronesis. La demagogia de la explotación en forma de eufemismos, la vida travestida de oropel, el buffet de sálvese quien pueda oculto a las víctimas de la verdad. Ahora bien, paradójicamente, aún hoy se constata una clara falta de conciencia crítica sobre esta particular lógica de enunciación que, en buena medida, explica la crisis de representación que vive la humanidad en su conjunto y, específicamente, la profesión periodística más en tiempo de mística voxiferante a lo Ayuso. La incapacidad de pensar relacionalmente el conjunto de factores y procesos sociales que median, en su irreductible complejidad, las condiciones de desarrollo material determinan hoy de hecho los niveles de vida de la población configurando precisamente uno de los principales obstáculos al proceso de reformas que vive el país en buena medida por la infodemia, por el establecimiento de una cesura radical entre el desarrollo del conocimiento y la producción material, pese a que hoy -y esta es una de las grandes contradicciones de nuestro tiempo- se define la sociedad en función de la “economía de la mente”, al tiempo que el papel de la comunicación y la cultura, la función estratégica de las industrias de la conciencia, adquieren una visibilidad y relevancia más que tóxica y nociva, sin parangón respecto a otras épocas históricas, al determinar poderosamente las formas y dinámicas del desarrollo social. Como consecuencia, las políticas públicas en la materia han comenzado a ser reconocidas como una pieza clave angular en la definición de las condiciones materiales de progreso y convivencia, más allá de los señalamientos que desde hace décadas viene apuntando el campo académico. Un claro indicador de esta importancia relativa asignada a las políticas públicas en comunicación, hasta hace poco y tradicionalmente excluidas de la agenda pública, es la proliferación de observatorios especializados en las industrias de la comunicación y cultura con apoyo gubernamental, así como los diversos programas, en nuestro entorno regional, orientados a apoyar económicamente la pervivencia de la pequeña y mediana empresa que opera tradicionalmente en el sector. No es sin embargo la tónica dominante en España, o pensemos en Andalucía donde periodistas y medios de proximidad, incluido CANAL SUR, malviven amenazados porque la extrema derecha prefiere que nos informen otros como Ciudadano Murdoch. No piense el lector que nos vamos por los cerros de Úbeda, pese a que uno tienda a tirar a la tierra, a los montes orientales de Granada. Hablamos de la necesidad de vindicar la autonomía, los medios locales como TINTO NOTICIAS, la comunicación pública autonómica como la RTVA en tiempos de oligopolio totalitario de los GAFAM. Deberíamos saber que sin periodistas no hay democracia, ni sin medios de proximidad tendremos autonomía, ni desarrollo, ni libertad. De aquí la necesidad de formular un diagnóstico y la discusión pública sobre las cuestiones estratégicas en el plano normativo, ética y políticamente, de la comunicación pública si hemos de asumir y aceptar, prácticamente, una vocación socializadora y pluralista, a partir de una concepción compleja de lo público que pasa por la voluntad de articulación de espacios orientados a la generación de procesos de deliberación y desarrollo local.

Ahora que la mercantilización, los procesos concentracionistas y la negación del valor de uso de la comunicación se imponen en el nuevo escenario de la revolución digital, vislumbrar los retos normativos para el irrenunciable desarrollo democrático del sistema informativo constituye de por sí una apuesta y compromiso intelectual que bien merece pensar al revés este reto tradicionalmente relegado por la izquierda y que en la derecha patria ultramontana no llega a ser más que un medio de control y disciplinamiento de las multitudes. Las condiciones sociopolíticas actuales del desarrollo específico de la Sociedad de la Información y la democracia mediática, exigiría un trabajo en esta dirección. En este empeño estamos en la Plataforma en Defensa de la RTVA, analizando las iniciativas y programas en la materia, así como las tendencias y potencialidades de nuestro capital simbólico en la construcción de la ciudadanía y la tecnopolítica contemporánea. Más aún cuando se constata la necesidad de abrir espacios de libertad con participación ciudadana como requisito indispensable de una democracia radical y pluralista. Esta, quede claro al lector, no es una cuestión menor. La transnacionalización de la cultura hoy es un proceso uniforme, como teorizara la teoría de la dependencia, porque el capital se apropia del espíritu creativo, el emprendedorismo lo llaman, de los actores locales. La homogeneidad de dispositivos, canales e imágenes requiere para ello una diversidad de manifestaciones, procesos de hibridación y formas heterogéneas de vida y comprensión humanas que hagan posible el proceso de valorización, la destrucción creativa, con la que se reorganiza el flujo de circulación del capital. Sin ella, nada es posible. Pero en esta dinámica perdemos el Norte, más aún cuando, como reza un conocido canal por satélite, nuestro norte es el Sur. Conviene por lo mismo empezar a pensar qué nos jugamos y empezar a exigir otras vías de actuación y organización del capital simbólico con medios propios que nos ayuden a mudar de verdad la cultura informativa, empezando por lo local que es donde se construye comunidad, que es tanto como decir COMUNICACIÓN. Un habitar en común. Ni más ni menos.

Información e instrucción social

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Una concepción amplia del concepto información, acorde con las características de la sociedad contemporánea, no puede ser solo reducida a una visión formalista. La información irrumpe y media la relación entre el medio ambiente y el sistema social, entre sujeto y objeto, entre lo real y lo imaginario, entre la tradición y las explosiones e implosiones culturales, como entre el cerebro y el entorno. Una lectura compleja de estos procesos de mediación social remite, en lógica coherencia, a una visión ecológica de los medios como parte de una perspectiva biocultural, antropológica, del universo social concreto en el que opera el periodismo. Luego, en tanto que sistema complejo, paradójico y azaroso, la sociedad informacional plantea en nuestro tiempo como necesaria una perspectiva de los procesos informativos más contextualizada y vinculante, sobre la que ya hace tiempo apuntan las bases establecidas por el enfoque sistémico y el estudio de la sociocibernética moderna.

En el ámbito más específico de la Teoría de la Información, la perspectiva ecológica de la comunicación social surge a partir de la década de los ochenta como un esfuerzo teórico por comprender los mecanismos de equilibrio y desequilibrio del sistema informativo respecto al entorno social y humano, con vistas a intervenir en la reestructuración adecuada del sistema de medios y tecnologías electrónicas, a partir de las necesidades radicales de la sociedad y la cultura contemporánea y el establecimiento de nuevas bases organizativas y científico-técnicas de la comunicación.

La revolución informativa, culminada en plena década del progomo neoliberal, con la multiplicación de los canales de difusión audiovisual y la informatización de las estructuras y sistemas de organización que modifican significativamente los modos de selección, almacenamiento y transmisión de datos, cuyas consecuencias públicas deben dar lugar a una reflexión sobre los efectos de los nuevos instrumentos tecnológicos de mediación social, marcan en esta línea el inicio de un debate sobre la función social de los medios.

Como advirtiera el profesor Ángel Benito o mejor aún Vicente Romano, el análisis sobre la labor informativa en nuestras sociedades exige una reflexión de calado sobre los desequilibrios y las lagunas, sobre el papel de la innovación y la reproducción cultural, como el sentido de ciertos contenidos simbólicos y los modos de hacer y vivir en común que la ciudadanía despliega en interacción con los canales de información de actualidad.

Pues, por omisión o de forma activa, el periodismo tiene un rol intermediario que performa la acción social, individual y colectivamente. Por lo mismo las asimetrías, desniveles, tensiones y obstáculos del sistema de medios y de los modos de producción informativa en la bifurcación entre las inercias institucionales propias de la racionalidad burocrática y la liberación y explosión de nuevos recursos comunicativos constituyen un problema central como núcleo estratégico en la relación sistema informativo y entorno social.

Quienes nos formamos en la década de los ochenta en el mejor oficio del mundo, como definía el gran Gabo, el periodismo, aprendimos este principio sobre la labor de instrucción pública que acompaña la labor publicitaria de la información. Lo hicimos a partir de grandes maestros como Manuel Vázquez Montalbán, un referente moral e intelectual, un faro iluminador de ventanas y puertas donde airear el tardofranquismo sociológico que todo lo inundaba en forma de liberalismo ramplón o autoritarismo extremo, hoy por cierto, de actualidad, si uno piensa en detalle la coyuntura política, en España.

La ejemplaridad de Vázquez Montalbán era debida a una amplia miríada de méritos empezando por ser un modelo de virtuosismo revolucionario que, pese a hacer gala o elogio de lo anexacto, por la épica del compromiso, no dejaba día tras día de dejar en evidencia los males, como recuerda Rosa Regàs en el prólogo de Cambiar la vida, cambiar la historia, de una praxis periodísticas, digamos por ejemplo el modelo Fox News, donde con demasiada ligereza se confunde la moral con el oscurantismo, la fe con la esclavitud, la patria con el feudo y el consumo compulsivo con la liberación y el progreso mal entendidos.

Decía, no sin razón Marx, que la primera libertad de prensa consiste en no ser una industria y, por lo mismo, toda práctica periodística que cumpla, en esencia, su función social pasa por asumir su rol como un problema cultural, como la mediación para la educación de la ciudadanía, empezando por la decodificación mediática, más aún hoy que vivimos en la era de la burbuja y la doctrina del shock, invadidos por las bases mediáticas del frente ideológico que el oligopolio y monopolio mediático despliega en el capitalismo de plataformas del centro a la periferia del Sistema mundial de información.

En este marco, las multitudes hipnotizadas pueden ser domesticadas a falta de cultura sin sueño. Por ello necesitamos más periodistas tribunos populares, intelectuales orgánicos con pulsión plebeya, humor y las armas de la crítica socialmente necesarias para cumplir con la tarea de educación social, en un sentido gramsciano. Cuando pareciera que, desde 1980 y la restauración conservadora, la función intelectual es inútil y el periodismo militante a lo Rodolfo Walsh no sirve para anclar la experiencia del sujeto de la posmodernidad, más se constata, en este sentido, exactamente lo contrario: la relevancia de una intermediación productiva, a partir del quiebre y diagnóstico de lo real confabulando dispositivos emancipadores para liberarnos de la asfixia y el colapso tecnológico.

Frente al tecnocratismo y la opinión servil de los opinadores de la nada, el periodismo a lo Vázquez Montalbán nos demuestra que una intervención partisana es posible necesaria, una cultura periodística perturbadora, que piensa y apunta, que describe y moviliza, que educa y enriquece, que nos hace sonreir y soñar. Se trata, en definitiva, de afirmar el necesario compromiso histórico que debe trascender la idea conservadora de Raymond Aron del intelectual como “espectador comprometido”, máxime cuando la Sociedad del Espectáculo en la que vivimos depende, para su lógica de explotación y subsunción total por el capital, del conocimiento y la capacidad de producción intensiva de la ciencia y la tecnología, involucrando a científicos, tecnólogos y trabajadores de la cultura en el proceso de apropiación privada de la inteligencia colectiva a partir, justamente, de la función publicitaria de la prensa.

Frente a la actual lógica de devastación y anulación de la potencia creativa de la ciudadanía, de la cultura pública, una praxis periodística comprometida con los retos de nuestro tiempo, ecológicamente hablando, es una existencia res-ponsable, una vida que sabe decir NO, que es contestataria, que aprende a vivir en la negación de la totalidad, en la permanente defensa de la vida cuando la vida – en palabras de Foucault – se ha vuelto hoy objeto del poder, y más que nunca se torna necesario el empeño utópico colectivo de trascender solidariamente la criminal realidad en otros mundos posibles y habitables a partir del propio esfuerzo, puesto que, como enseñara Castoriadis, no es posible proyecto alguno de transformación social sin vincularlo al ejercicio de autodisciplina que entraña la autorreflexividad y el afán de superación. Como del mismo modo, no es posible construir democracia sin trabajar democráticamente, ni enseñar la comunicación sin comunicar las diferentes formas de pensamiento y enseñanza de la mediación. En otras palabras: información es instrucción pública.

Hoy no es posible pensar la cohesión y reproducción social sin tomar en consideración la función mediadora del Periodismo. Vivimos en la era de la información, y los medios y profesionales de la información periodística tienen una función publicitaria crucial en nuestras sociedades que determina y configura, como hemos dicho, el espacio público. La primera condición indispensable para que se produzca cualquier cambio social en el conjunto de la sociedad, y por lo tanto se adopten determinados comportamientos, pasa por la conformación de percepciones y estructuras cognitivas, esto es, los adoptantes de ese cambio social que se reclama deben ser conscientes de lo que se les propone, para, en una segunda fase, pasar a adoptar, en sus acciones, comportamientos o conductas adecuados, nuevos valores y actitudes necesarios.

Y en este punto la labor periodística resulta esencial en tanto que estos profesionales son los transmisores de los objetivos que se pretenden lograr desde la organización y reproducción social, por ejemplo si pensamos la Agenda 2030. Pero la conciencia de esta función matriz no acompaña a la praxis hoy hegemónica en la mayoría de los medios, de ahí la crisis sistémica de la prensa.

Desde finales del siglo XX, la actividad informativa vive una etapa de transición en medio de un debate público que apunta la necesidad de una renovación de planteamientos en virtud de las necesidades reales de las audiencias y al actual contexto complejo de diversificación social que viven sociedades como la estadounidense donde en los años noventa se comienza a plantear serias dudas sobre la calidad de la cobertura y actividad informativa de los medios.

Las críticas que marcaron el origen del denominado Periodismo Cívico irrumpieron en el ámbito profesional de Estados Unidos como resultado de una pésima cobertura de la campaña electoral en la elección del presidente George Bush padre. El elevado abstencionismo y la crisis de credibilidad de las empresas periodísticas por el tipo de cobertura dieron paso a un diagnóstico incisivo sobre las condiciones de producción informativa y, en última instancia, se tradujo en una crítica sobre la naturaleza y sentido de la actividad periodística encaminada a repensar radicalmente la responsabilidad pública de los medios y mediadores en la democracia moderna en favor de un periodismo de calidad, y más allá aún:

– Una nueva ética y deontología informativa inspirada en una nueva cultura ciudadana, en un nuevo compromiso y responsabilidad social de los informadores en su función de servicio público.
– Una política de tematización abierta y participativa, vinculando a la población, a las organizaciones no gubernamentales y poderes públicos e instituciones privadas en la construcción del espacio público local.
– Una cultura informativa compleja frente a la búsqueda de lo noticioso, priorizando la difusión de lo relevante socialmente.
– Un modo de producción informacional reflexiva, consciente de las limitaciones estructurales, evaluadora y crítica con las fuentes, metódicamente constante y rigurosamente científica en la investigación documental.

De acuerdo a esta nueva filosofía, la producción informativa debiera asumir hoy una función formadora de ciudadanía como un compromiso por contribuir a la convivencia social. En palabras de Rosa María Alfaro, esta nueva forma de mediación toma en cuenta la importancia de lo común, de lo que es construcción de acuerdos, de la creación de redes, espacios y comportamientos de solidaridad, en la conformación de esferas públicas. A esta nueva concepción, se ha denominado en Estados Unidos, como hemos dicho, Periodismo Cívico, pero en América Latina, data de más de cinco décadas y fue bautizado con el nombre de Periodismo Popular o Periodismo Comunitario. Más allá de las definiciones al uso, lo interesante es que estas experiencias originales presuponen un proceso de aggiornamento y reformulación de la función pública informativa en una sociedad afectada por la anomia, la insolidaridad y el individualismo posesivo. Esta nueva forma de organización periodística representa, en otras palabras, un giro de ciento ochenta grados al plantear la necesidad de:

  1. Una agenda temática del espacio público ajustada a los problemas sociales a nivel estructural.
  2. La participación de la ciudadanía en el debate público mediado por las industrias de la información.

Desde el punto de vista periodístico, diríamos, que se trataba de pasar de un periodismo noticioso a un periodismo de contextualización, del periódico mosaico (o la cultura informativa mosaico, según la oportuna expresión de Abraham Moles) a la información de calidad y en profundidad, concebida la comunicación periodística como comprensión e intervención en la realidad. Una precisamente de las notas distintivas del periodismo comunitario que surgió en regiones como América Latina durante la década de los años setenta es la idea de la actividad periodística como un compromiso con la transformación social, como una mediación articulada socialmente que transforma al periodista en comunicador social, en dinamizador cultural y promotor de la participación pública frente a los problemas de pobreza, subdesarrollo y marginación que atenazan a la sociedad, a diferencia de la mirada impasible del periodista objetivo, distante y aislado de los problemas estructurales del mundo en el que vive. En esta nueva concepción de los informadores, más que un publicista, o periodista locutor, el profesional es considerado un agente social, aquel que primeramente es capaz de promover y potenciar la articulación comunitaria, sea por vía de las instituciones (desde prefecturas, órganos municipales y organizaciones no gubernamentales), o sea también por medio de evocación de una comunidad determinada.

Las hipótesis de partida de esta lógica periodística parte de tres principios básicos:

  1. La aspiración a una vida pública próspera y saludable está en el origen de la función periodística.
  2. La separación de los medios y la política de la vida pública es un problema para la comunicación.
  3. La vida pública como está organizada limita la participación ciudadana. El periodismo debe contribuir a consolidar la democracia deliberativa próxima a los ciudadanos y problemas colectivos de la comunidad.

La lógica de servicio público plantea a este respecto un reto estratégico para la mediación informativa: la estructuración comunitaria y la contribución de los informadores a la integración y al desarrollo social equilibrado. Desde este punto de vista, la comunicación pública debe atender al menos las siguientes consideraciones:

  1. Las necesidades sociales (educación, expresión, vivienda, salud, medios de reproducción en general).
  2. El cambio de horizontes y prospectiva social.
  3. El pluralismo ideológico, cultural, político-social y geográfico.
  4. El desarrollo de las identidades singulares.
  5. El diálogo público y la ética ciudadana.
  6. La articulación de redes sociales solidarias para una cultura cívica responsable con la comunidad.

En la experiencia de Estados Unidos, Rosen define, en la misma línea, el Periodismo Cívico no como una ruptura sino como una renovación de discursos, actividades y lógicas de articulación social. Se trata de complicar el diálogo social ampliando los espacios de reflexividad más allá de la división del trabajo informativo entre emisores y receptores. En esta tarea, los profesionales de la información y sus organizaciones deben redefinir sus luchas por la visibilidad “construyendo otras imágenes y formas de rearticulación del espacio público”, apostando por redes locales, radicalmente descentralizadas por barrios, y comprometidas en procesos globales de democratización y desarrollo social. A partir de los colectivos locales, organizados autónomamente, pero coordinados en red, se trata de maximizar la creatividad cultural y la producción de conocimiento según la regla C3A: COMUNICACIÓN; COLABORACIÓN, COORDINACIÓN Y ACCIÓN SOCIAL SOLIDARIA. De acuerdo con estos principios, el cometido del periodismo debe ser mediar y articular socialmente la información política y las necesidades populares en la agenda de los medios a partir de nuevas fuentes de información, de una clara y decidida vocación de servicio público y de la necesaria apertura de los medios al diálogo entre diferentes actores y colectivos sociales. En definitiva, hay que concebir la actividad informativa como un esfuerzo permanente por articular redes comunitarias, nuevas formas de tematización y producción social, según un proceso básico de apertura dialógica en tres etapas:

  1. Mediante la apertura de nuevos temas en el espacio público, abriendo el espacio local a una reflexión colectiva que permita la identificación de los actores adecuados para el tratamiento de las problemáticas de interés común.
  2. Con la discusión de los principales aspectos del problema de interés comunitario aportando informes y recuperando los testimonios necesarios para confrontar diversas perspectivas y comprender el problema.
  3. Y finalmente, promoviendo la participación ciudadana en la resolución del objeto de discusión, tras una labor de investigación periodística, en la que los medios han de tratar de definir las conclusiones y alternativas posibles.

La principal dificultad de este tipo de mediación periodística es mediar entre el territorio local, o regional, la comunidad y los grupos y actores individuales y colectivos que tejen la identidad de la esfera pública en la que tiene lugar la mediación informativa, involucrando diversos agentes, tradicionalmente excluidos del proceso de integración social y del desarrollo comunitario, como la Universidad. Pero, como apuntamos, domina en la estructura real de la información la lógica contraria a esta forma de intermediación, proliferando la sinrazón del modo de producción autista en el que el orden del discurso de la postverdad reproduce por sistema el negacionismo: negación de la prueba y evidencia empírica, del reino de la razón contra la barbarie, de la vida contra el fascismo de los buitres de Wall Street y los macarras de la moral del Tea Party y los escuadrones de la muerte al servicio del orden global. Hoy que los periodistas de Panamá Papers fueron reconocidos con el Pulitzer, replicando la geopolítica colonial en la selectiva cobertura de la opacidad financiera, pensar el periodismo como garante de la veracidad significa asumir que tal lógica es la causa de una irremediable crisis de identidad de la prensa. Por ello, del mismo modo que el dicho la bolsa o la vida nos sitúa ante la contradicción de la afirmación de la existencia real y concreta contra la lógica especulativa del capital, confrontar hoy el periodismo con las prácticas manipuladoras del modelo de propaganda descrito por Chomsky y Herman pasa por asumir cinco lecciones básicas:

  1. La acumulación por desposesión exige la máxima opacidad posible. El proceso de expansión del Capital Financiero requiere a tal fin un periodismo de investigación sumiso.
  2. La cobertura periodística de los medios mainstream reproduce el sesgo que hace posible el limitado alcance del periodismo de revelación pues renuncian a reconocer que la primera libertad de prensa consiste justamente en no ser una industria (Marx dixit).
  3. La coalición de intereses entre capital financiero y crimen organizado se basa en el dominio del secreto gracias a la cooptación de los directivos y editores de medios, beneficiarios directos de la lógica imperante de valor según la cual uno vale por lo que conoce y calla, en perjuicio, claro está, de los sectores populares.
  4. Los casos WikiLeaks y Snowden dan cuenta no obstante de la emergencia de una nueva práctica informativa que, en sí misma, no garantiza la mejora de la cobertura de los medios dominantes, pero que al menos demuestra la posibilidad de otra forma de producción.
  5. La opacidad de los grandes capitales sigue ajena mientras tanto al escrutinio de la prensa, supuestamente libre, imperando una reproducción, como en el flujo de la información internacional, del Norte al Sur y de arriba hacia abajo.

La democracia digital, que carcome el orden e imaginario decimonónico liberal, exige por lo mismo, necesariamente, repensar un concepto de libertad de expresión que trascienda las nociones dominantes de free flow information. Esta tarea es, sin duda alguna, estratégica. Actualmente, en las redacciones, falta corazón e inteligencia, como también memoria, una facultad cognitiva directamente conectada con el pensamiento crítico y la creatividad. En la regeneración democrática del periodismo, urge volver a las fuentes, cultivar la crónica y el background, elementos paulatinamente relegados por el dominio de la información de gabinete adulterada. Frente al modelo fordista de producción de información basura, reivindicar la cultura o espíritu hacker como virtud de los comunes, como ejercicio deontológico de la compasión, como la pasión, en fin, compartida, ahora que falta corazón y músculo en el periodismo, se ha vuelto por lo mismo una demanda perentoria que, se ha demostrado, tiene el refrendo del público en lo que algunos denominan periodismo reposado, narrativo o artesanal. Si como decía Debord, y hoy replica Bifo, la cultura videogame, en esta era del disimulo y la mímesis estéril de la representación como dominio, es propia de una lógica imperial cuyo principal resultado es la imposición de una cultura sedada, impávida y amedrentada, que nos convierte en ilotas o esclavos de la maquinaria de guerra del capital, hoy más que nunca sabemos, más allá de las versiones prefabricadas sobre Siria o Venezuela, que otro Periodismo Real Ya es posible.

La racionalidad de la infoxicación en la que estamos inmersos contrasta con el proceso de transición en el que cada día es más evidente la necesidad de recuperar la comunicación de forma mancomunada, construir un nuevo imaginario y una narrativa del cambio social participado y plural. Este proceso no tiene traslación, desde luego, con el descrédito que hoy vive la profesión, que, de acuerdo a los sondeos del CIS, por poner el ejemplo de España, tiene una aceptación y reconocimiento mínimos. La crisis de confianza que vive el periodismo cobra mayor relieve cuando hacemos memoria histórica y recuperamos del baúl de los recuerdos páginas brillantes y heroicas sobre cómo transgredir la censura e informar con criterio, confianza y voluntad de servicio público. Lo contrario a una agenda que rompe, fija y, como reza la Real Academia, da esplendor es lo que vivimos en nuestros días con la inercia autista de un periodismo que hace válida la profecía que se reproduce en medio del control oligopólico del sector y el sometimiento al capital financiero. Pese al pesimismo hoy reinante en la profesión, algunos estamos convencidos que aún es posible corregir tales inercias. Todavía podemos abrir un espacio común para formar, informar y fortalecer la autodeterminación de la ciudadanía, como en parte han hecho iniciativas del tipo periodismo humano. Pero para ello es preciso que se dé cuando menos una condición: la voluntad política de los profesionales, pues son ellos quienes tienen la primera palabra, y desde luego –recordemos– no la última. La cuestión es si el campo profesional está dispuesto a tomar el testigo o si ya aceptaron definitivamente la derrota del oficio. Sea cual fuere el resultado a dirimir a este respecto, es evidente, para el caso, que el futuro de la información pasa por articular los puentes de diálogo con la ciudadanía, con medios y mediadores conectados, imbricados socialmente, con las puertas abiertas a ‘todos’ y a ‘todas’. No otra cosa es la democracia y la razón de ser del periodismo. Recordemos, parafraseando al bueno de Kapuscinski: no hay mejor pasión que la compartida y la compasiva. Sabemos que el pensamiento, como el deseo, es, por definición, una práctica arriesgada; pero solo asumiendo este riesgo, la humanidad podrá caminar por las alamedas de la libertad de un periodismo de los bienes comunes en tiempos de falsificaciones y construcción del sentido común a lo Trump.

Más allá de la reedición de la historia como farsa, los acontecimientos en curso como la invasion del Capitolio en la era Murdoch apuntan la necesidad de abordar cuestiones sustantivas sobre el decir (información) y el hacer (acción política) en tiempos de libre comercio. Primero porque socava las bases de toda posible convivencia democrática, y segundo porque el conflicto, la guerra económica y social, anula toda posibilidad de mediación, instaurando la violencia como salida a la crisis. Como advierte David Harvey, el capitalismo del siglo XXI parece estar tejiendo una red de restricciones en las que los rentistas, los magnates de los medios de comunicación y, sobre todo, los grandes financieros exprimen despiadadamente el flujo vital productivo, la riqueza social general, en función de sus propios intereses recurriendo a fórmulas virtuales y físicas de extensión del terror. En este escenario, al tiempo que se precariza la autonomía del sector de la comunicación, los Estados-nación ven cercados sus dispositivos de regulación por una cobertura espectacular de la crisis que naturaliza el Estado Nacional de Excepción Permanente. De acuerdo a esta lógica devastadora y liquidacionista de la destrucción creativa, el papel de los medios como intermediarios adquiere una función nuclear que ha de ser pensada desde una perspectiva histórica crítica. De la era Reagan a las proclamas parafascistas de la Fox, pasando por la doctrina del shock de los Chicago Boys en Chile, es posible rastrear una historia oculta, un hilo rojo y lógica de dominio, eludida y apenas representada por la academia y la opinión pública, con la que comprender el papel estratégico de la mediación espectacular en la actual cobertura de la crisis financiera internacional, un proceso que tiene su génesis en la progresiva mercantilización de la industria periodística y la paulatina dependencia del capital financiero internacional, por las que hoy se anula toda posibilidad de pluralismo ideológico y diversidad editorial en el tratamiento de las alternativas de salida del círculo vicioso implementado por los amos del mundo y de la información. En esta operación, el discurso informativo es un discurso terrorista. De manera que la construcción noticiosa del pánico moral de las multitudes valida la hipótesis de Klein sobre la doctrina del shock como pérdida de sensibilidad y conciencia de la situación real vivida. Ello es posible porque existe un estricto control de las fuentes de referencia y los paisajes mediáticos. Apenas por poner un ejemplo tres grandes medios (Reuters, Wall Street Journal y Financial Times) controlan el 80% del flujo de la información especializada a nivel mundial. Así, cuando observamos la cobertura de la crisis económica, hay que preguntarse quién está controlando los mercados, qué sentido tiene el proceso de especulación y cuál es la conexión e intereses compartidos de los grandes medios que marcan la agenda económica internacional con los beneficiarios del proceso de especulación.

Los tiempos en el que la informatización y el gobierno telemático del flujo acelerado de capitales se ha impuesto en el desarrollo de las finanzas nos sitúan ante la necesidad de abordar, más pronto que tarde, reflexivamente, la gestión del riesgo y las inversiones especulativas, el problema, en suma, de la democracia especialmente en el momento, por ejemplo, que se visibiliza con violencia el proceso de desmontaje y apropiación de las reglas del juego por un selecto grupo de conspiradores contra el Estado y los bienes comunes. Por ello, en el volumen “Capitalismo Financiero y Comunicación” cuestionamos los núcleos de fantasía correlativos a la dinámica financiera y el papel de la información como vector de desposesión y violencia simbólica contra las clases subalternas. La hipótesis de partida, en un libro inédito por ausencia de estudios en la materia, es irrefutable: la gobernanza de la información económica y el respeto a los derechos sociales exigen, a nuestro modesto entender, otra Ecología Mediática, basada en el control de fuentes y flujos de información, de regulación de los tiempos y actividades bursátiles, de regulación del periodismo económico ante la ineficacia y criminal abuso de la praxis de las élites periodísticas y sus interesados benefactores. Pero dada la complejidad del sistema global de comunicación esta regulación sólo es posible a nivel de organismos internacionales como la UNESCO y el sistema de Naciones Unidas, que en las últimas décadas ha dejado de manifiesto la nula voluntad de intervención ante peligrosas situaciones de concentración y falta de pluralismo. Deberá ser, como en España, la sociedad civil organizada, las multitudes y movimientos sociales, quienes rescaten, contra el muro de Wall Street, el sistema mediático del modelo imperial de terror que nos amenaza, si queremos, de verdad, hacer efectivo un Periodismo Real y Democrático en estos tiempos de propaganda y desinformación.

De la Declaración y Principios Fundamentales de la UNESCO (1978) y el Pacto de Derechos Civiles y Políticos de Naciones Unidas (1966) a la Declaración de Principios sobre Libertad de Expresión aprobada por la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (2001), el corpus normativo que regula la profesión periodística, aún sin ser vasto, establece claras bases deontológicas de la función social informativa. Otra cosa es la praxis de la libertad de prensa. El imperativo categórico de autonomía, la libertad con responsabilidad social de informadores e instituciones mediáticas, sigue no obstante siendo una tarea pendiente sin la que es posible pensar un habitar, morada o refugio, digno de ser llamado como tal. Y en ello la academia tiene un compromiso por cumplir, dada la ausencia, criticada hace una década por McQuail, de teoría normativa en la investigación y, yo añadiría, desde luego, en la enseñanza, en lo inmediato, tanto como en lo mediato de las políticas públicas en la materia.

En un escenario de crisis de representación y privatización de lo público, de crisis del capitalismo y de los mediadores, de la profesión periodística sobremanera, cabe, como siempre a contrapelo de la historia, pensar, en lo concreto, qué tipo de comunicación, qué periodismo y formas de organización informativa son necesarias para la regeneración democrática. Y cuando nos proponemos tal tarea llama la atención la escasa literatura disponible que trascienda la crítica negativa para una construcción de universos posibles que imaginar a este respecto. Así, por ejemplo, en nuestro campo académico brilla por su ausencia los aportes y debates sobre figuras como los Consejos Informativos, las defensorías del telespectador, y menos aún, pese al derecho de acceso reconocido en los marcos normativos de algunos países, contribuciones conceptuales sobre los Consejos de Participación Ciudadana o la necesidad de un Consejo Estatal de Medios Audiovisuales. De lo macro a lo micro, la crítica y la protesta sobre el quehacer de los medios no se ve complementada, en fin, por la dignidad de la propuesta instituyente, ante la indignidad del antiperiodismo que nos interpela y concierne para, como defiende Pascual Serrano, construir medios democráticos. Al tiempo, en otros países como México o Estados Unidos, la proliferación de protocolos de calidad y control ético contrastan, por otra parte, con la extrema degradación del ecosistema informativo, dejando en evidencia que el problema, en este punto, no es, básicamente, una cuestión de métodos ni técnicas de control de calidad sino, más bien, por el contrario, de episteme y sentido de la mediación social. En otras palabras, el espectro de cuestiones a abordar por la teoría normativa es hoy por hoy mucho más amplio que lo que suponemos a priori, y más urgente de la coyuntura de actualidad, si pensamos el contexto de turbulencias que estamos viviendo.

Tómese en consideración, además de la escena vivida en Washington protagonizada por la extrema derecha, que la deriva actual apunta en otra dirección si analizamos lo acaecido en el golpe de Estado en Brasil que apartara de la presidencia a Dilma Rousseff y que, por acción del golpismo mediático, tuvo preso político al Presidente Lula, siguiendo la escaleta planificada por el grupo GLOBO, que históricamente, en la misma línea de otros medios de la región como Mercurio en Chile, o ABC en España, se han distinguido por justificar e incluso promover la violación sistemática de los Derechos Humanos. Este proceder en modo alguno debe considerarse excepcional. Obedece más bien a una lógica institucional que cabe impugnar por principio en defensa de la democracia. El estudio del profesor Fernando CASADO titulado “ANTIPERIODISTAS. Confesiones de las agresiones mediáticas contra Venezuela” (Akal, Madrid, 2015) confirma las tesis que aquí venimos sosteniendo. En un acto que organizamos con movimientos sociales de Bolivia a propósito de los Golpes Mediáticos, tuve a bien insistir en la ausencia de garantías democráticas para una ecología informativa digna, entre otras razones porque no hay instancias sancionadoras que velen por el interés público. De ahí la pertinencia de la Organización Internacional de Corregulación de Medios (OICM) en un mundo cosmopolita de redes distribuidas de información y conocimiento. Pero no solo. Es preciso repensar la Economía Social de la Comunicación y hacer realizable el ethos de una comunalidad verdaderamente humana. En un tiempo de imposición del panóptico digital, la libertad y la autonomía social de lo procomún, de Hannath Arendt a Elinor Ostrom, de la ética a la ecología de vida, nos obliga moralmente a pensar ejes problemáticos que hoy por hoy, pese al histórico abandono, resultan a todas luces retos sustanciales a efecto de los derechos de la ciudadanía.

De la experiencia histórica reciente, de Caracas a Madrid, pasando por Brasilia o La Paz, dos lecciones caben aprender de la ausencia de fiscalización pública de los medios periodísticos. Primero, de acuerdo con Luis Tapia, la autonomía, la verdadera independencia, no la fingida de grupos poderosos como Televisa, exige desplegar toda la potencia cognitiva y de creación a partir de las propias capacidades ético-intelectuales en un horizonte, fundamentalmente, de intersubjetividad plural y abierta. Segundo, no es posible regeneración democrática sin revolución ética y política, sin transformación del marco normativo, de la mediación periodística. Todo atento analista sobre las mediaciones del periodismo sabe que, estructuralmente, existe un conflicto permanente entre propiedad de los medios, bienes comunes y reconocimiento cultural de la realidad referenciada por los informadores. Esta disfuncionalidad es evidente en procesos como los vividos en Brasil o Estados Unidos y explican retrocesos democráticos como los vividos en Ecuador y Perú. En Chile, por ejemplo, cerrar el capítulo nefasto de la Dictadura de Pinochet exige un proceso constituyente y, al tiempo, una reforma del sistema de medios que no excluya a la mayoría de chilenos y al pueblo mapuche. En definitiva, necesitamos otro marco de convivencia y sabemos que OTRA INFORMACIÓN ES POSIBLE, UNA ÉTICA DE LA COMUNICACIÓN ES PERTINENTE Y NECESARIA. UNA COMUNICACIÓN DE MÚLTIPLES MUNDOS EN EL QUE QUEPAN OTROS MUCHOS MUNDOS ES VIABLE. La cuestión es revolucionar nuestro modo de pensar y producir la mediación social. Educar para transformar, transformar para educar en otro marco normativo de referencia. Aquí y ahora. Esta es la exigencia mayor de nuestro tiempo y la razón de ser del Principio Esperanza que ha de habitar el campo de la Comunicología como Ciencia de lo Común, si no queremos sufrir la violencia simbólica de los Antiperiodistas.

La información de actualidad (hic et nunc) ha perdido su sentido como, en parte, dicho sea de paso, los periodistas han olvidado la razón de ser de su oficio. En la era del NET MERCATOR, viven de hecho en medio de una crisis sin conciencia de los problemas reales que han de enfrentar los nuevos procesos de mediación, ni asumir la autocrítica necesaria inmersos como están en el fetichismo tecnológico y las fantasías electrónicas que han alimentado como fábrica de sueños la profesión y la propia cultura de masas. De modo que parece inevitable que se imponga la máxima de más información igual a menos cultura, con el riesgo añadido, del todo real, a juzgar por cómo consideran la profesión, de terminar eliminando al mensajero, básicamente por defecto u omisión. Y esta no deja de ser una paradoja de la mediación informativa en un momento en el que los medios y la información son centrales en la dialéctica de representación y proyección performativa de producción de la diferencia de nuestra modernidad líquida o, depende como se mire, más bien licuada. En definitiva, vivimos una irremediable crisis de confianza en los medios y los informadores. Junto a responsables públicos, uno de los oficios más denostados y desnortados a nivel linternacional. No ha de sorprendernos por tanto, existiendo como existen personajes como Rupert Murdoch, que se vuelva a discutir por qué estamos como estamos cuando hay quien afirma, no sin razón, que el único medio serio de este universo del estercolero es el libro y el periodismo comic a lo Joe Sacco. El fundamento de tal afirmación se justifica con la evidencia de que el resultado de tal dinámica es que la desinformación se ha convertido en el talón de Aquiles de la democracia liberal. Por ello, la verdad es revolucionaria. Pero cómo conseguiremos avanzar en un ecosistema informativo tan tóxico y nocivo. Sabemos que hay iniciativas pioneras como Slashdt, Wikinews o OhMyNews que tratan de revolucionar el oficio, ilustrando que el futuro del periodismo será como PERISCOPE, un medio interfaz de 360 grados o no será. Ello exigiría, en principio, asumir la movilidad radical, la convergencia y la multimedialidad. Pero la deriva del oficio no parece percibir que el viejo periodismo ha muerto. La espiral del simulacro y del silencio o, en verdad, la estrategia del disimulo actúa por una suerte de mímesis estéril, medias verdades, infundadas prudencias y estereotipia decadentista de un orden que ya no reina ni logra conectar con los públicos que huyen hastiados de tanta banalidad e irrelevancia. Basta con analizar la escaleta de CNN para confirmar que el oficio ha perdido el rumbo y, en el caso de los seguidores de Ciudadano Kane, hasta la vergüenza.

En este horizonte del desperdicio de la experiencia, la falta de ilusión reinante entre los profesionales de la información es la negación de la libertad, el reverso de la noticia como ausencia de pedagogía democrática, el réquiem del ágora como esfera pública pública, en el sentido de Castoriadis. Y ya sabemos que sin isegoría no hay justificación alguna para escuchar el parte de guerra, salvo como simulacro, algo ya reiterativo en los medios de referencia dominante. El problema de la lógica espectral es que terminaremos todos siendo medio zombies. Como rezaba una viñeta de El Roto, tanta actividad virtual terminará por convertirnos en fantasmas. Seremos lo que ya somos, espectros de una vida no digna de ser vivida, gracias en buena medida a una información basura de tan baja calidad que hasta las fake news resultan más entretenidas y creíbles. Lo contrario a este modo instituido de concebir la comunicación es procurer un proceso instituyente para un periodismo de porvenir, cultivando el arte y oficio que muestra la belleza de la épica, del periodismo comprometido, del periodismo reposado, del buen hacer cuando el registro de la actualidad es anatomía de la realidad, y proyección.

Sabemos que la Periodistica no es una ciencia predictiva sino prescriptiva, pero también al tiempo es imprescindible considerer su dimension proyectiva en la dialéctica entre memoria y deseo, pasado y futuro, historia y vida, que se ha manifestado en el binomio revolucionario generacional Marat/Sade, de cambiar la historia y cambiar la vida. El compromiso con la historia, con la realidad social, con la tribu, con la memoria individual y colectiva, que se traduce en la necesidad de comunicar, de intervenir en la realidad, de dar voz, de servir de escriba de la realidad y también de dar una respueta crítica e imaginar otra realidad posible, nos emplaza a redefinir los enclaves de actuación.En otras palabras, la lógica social del compromiso periodístico no puede ser otra cosa, fundamentalmente, que decisión de implicarse, de complicarse la vida, de ser cómplices de la lucha por otro futuro, de defender radicalmente la dignidad y la vida humana, tratando en todo momento de realizar la coherencia de los dichos y los hechos, de la teoría y la práctica, del pensamiento y la acción, entendiendo el compromiso como una cultura de la responsabilidad civil, de la radical política de la dialogía, frente a la privación del espacio y la palabra que se teje con las redes de la mixtificación y el fatalismo de la realpolitik.

De la profundidad y radical reorientación de esta lógica de la mediación periodística dependerá ni más ni menos que el futuro de la humanidad, el proyecto en fin del compromiso solidario urbi et orbi. Un proyecto histórico que día a día reclama de los medios un enfoque de la agenda informativa PLURAL Y DINÁMICO, CÓMPLICE Y DIALÓGICO, COMPROMETIDO y TRANSFORMADOR. Una cultura mediática, en suma, a la altura de la era Internet, apropiada para la cultura de la red, de la lógica del don: de un espacio público compartido que hoy más que nunca se nos manifiesta DIVERSO, INCLUYENTE, COMPLEJO y COMÚN. Un espacio sin fronteras, ni papeles, como la vida misma.

Youtubers

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La cultura de las redes mercificadas es la cultura de la muerte. Y no vamos a citar el caso, registrado en Madrid y Granada, de una práctica viral de estrangulamiento consentido para llevar la respiración al límite. El juego de la muerte de los adolescentes que copó las redes en mayo de 2019 es una metáfora de la cultura zombie, de la lógica vampírica que domina la sociedad del espectáculo y el narcisismo naif. Pero esta cultura ha sido trascendida por la estética neorrealista de la pantalla partida. Paradojas de la historia en un tiempo en el que se logra revivir lo que se ensayara con el videoteléfono hace muchas décadas en Canadá, hoy como espacio o metáfora necesaria de la comunicación audiovisual de la era pandémica y que Baricco interpreta como la invasión de los bárbaros: la contradicción entre cultura clásica moderna y expresión digital. La retórica del poshumanismo (anticipada por la banca en forma o discurso de humanismo, en el fondo antihumanismo, digital) es en este sentido el correlato del reino de la inteligencia artificial como dominio alimentada por un ejército sumiso de seguidores en tanto que nuevo proletariado de la captura de la atención de este capitalismo selfie. Pero con formas inéditas de sumisión. La proletarización del sujeto postfordista exige que el trabajador se convierta en empresario de sí mismo en el propio proceso de individuación y subjetivación. La imagen de personajes como El Rubius es la promesa negada en lo concreto pero también la constatación de una estructura de la comunicación que distribuye el capital simbólico desigualmente en virtud del consumo y un proceso de desvalorización creciente del trabajo, aún siendo creativo.

La comunicación disipada

La contradicción entre socialización de competencias y amateurismo, de un lado, y el esplendoroso universo exitoso de los influencers (obsérvese la colonialidad del lenguaje a propósito de la invasión de los bárbaros) se traduce, como resultado, en la ruina económica y moral de la mayoría, siempre dispuesta a ser figurante de un reality show o simple dispositivo de emulación de quienes marcan tendencia. Seguir y ser seguido, esta es la cuestión de un radical individualismo posesivo en el que no cabe pensar en lo común, salvo como comunidad adepta, salvo como adhesión al líder. Por lo que no sorprenden las declaraciones de estos youtubers a propósito de las obligaciones fiscales. La desconexión entre realidad y deseo, la falta de mediación entre lo público y lo privado, es característico de un modo comunicacional tan absolutamente mercantilizado que el principio de realidad brilla por su ausencia, entre otras razones por la propia forma de organización del proceso de intercambio.

De Skype a Zoom, la pantalla partida es la metáfora pornográfica de la comunicación fragmentada en la era de los flujos y la modernidad líquida. La comunicación disipada requiere una iconicidad disruptiva, alterativa, contraria a lo lineal, contribuyendo así a una representación del mundo más propia del talk show que de la crónica o épica histórica. Hablamos, claro está, de una estética de la comunicación más propia del montaje en video, del videojuego y las rupturas del cine de suspense de los setenta que de la narrativa informada del periodismo moderno. Si, como dijera Abraham Moles, la cultura de masas es una suerte de cultura mosaico, la era del youtuber y la pantalla partida es su máximo logro. Hoy la República de las Letras ha sido reemplazada, lástima por los seguidores de Fumaroli, por el reino de los ilusionistas de las imágenes. De la erudición hemos pasado a la enacción y de la imaginación a la fantasía. Del Antiguo Régimen ilustrado hemos pasado a un nuevo régimen informativo proliferante de múltiples voces y pocos canales, aunque parezca lo contrario. Bienvenidos, en fin, al tiempo del Split Screen, donde los señores feudales tienen nuevos recaudadores y no trabajan para la Hacienda Pública sino para los reyes de este capitalismo de plataformas que no admiten más interés público que su real voluntad. En eso andamos.

Entrevista a Aznar

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Decía Blaise Pascal que lo contrario de una verdad no es el error, sino una verdad contraria. En estos tiempos convulsos de pandemia y crisis de régimen, se procura no obstante estabilizar lo inevitable: un proceso constituyente y el advenimiento de la III República, contra viento y marea. Pareciera, en fin, que la historia se repite como farsa.

Cabe así hacer un ejercicio memorialista sobre el 23F o la fabricación de presidentes (Suárez/González) con el blanqueamiento de la figura del jefe del Estado y la dinastía borbónica, la peor plaga que ha asolado por siglos la historia de España y que estos días pone en evidencia el teatrillo de la propaganda para legitimar un orden que es todo menos acuerdo y consenso democrático.

En esta estela cabe, por ejemplo, situar la entrevista de Jordi Évole al mal imitador de estadista José María Aznar. Si no aciertan a confirmar esta evidencia pueden, no obstante, corroborar tal aseveración leyendo La paciencia de la araña (editorial Samarcanda), de Juan Carlos Rodríguez Centeno, una obra que ayuda a realizar la necesaria lectura a contrapelo de la historia con la que aprender a pensar nuestro presente.

No vale decir, como es habitual respecto al cine, que hemos dedicado demasiadas obras al periodo de la Guerra Civil. Esta afirmación, si me permiten el atrevimiento, se antoja inconsistente si comparamos con otros países como Estados Unidos, que han vivido situaciones semejantes.

Pero, además, es del todo falsa e inconveniente desde el punto de vista de la guerra de clases hoy en curso, más aún si se conoce la economía política de la guerra, los negocios en el origen de buena parte de los emporios del IBEX 35 que la novela retrata, no solo a través del financiero Juan March, sino con otros aventureros y buscadores de fortuna de lo que podríamos denominar en España como capitalismo de amiguetes o cultura del estraperlo.

En esa España que se fraguó no puede faltar la figura del rey, la figura por antonomasia de esta lógica depredadora. No quisiera extenderme en la recomendación de la obra, pues la columna de este mes viene motivada por el malasombra que reaparece no sabemos si para justificar el sinsentido o para dar sentido a su forma insulsa de ser y estar.

Pero permita el lector una digresión, con todo lo arriesgado del oficio, más que nada por que escribir sobre la obra de un compañero o camarada siempre es un compromiso. Y hacerlo con la libertad de la lectura gozosa exige tomarnos la licencia de curtir de curador, o de curar las heridas propias de una grieta o herida por la que sangra la literatura, tanto como el cine o la historiografía.

Ahora, si nos atrevemos a tal ejercicio sin red es porque puede ayudarnos a saber quién era Manuel Aznar y, quizás, permitan la arrogancia de tal intención, ello sirva para ilustrarnos en el contrapunto entre la novela y la reciente entrevista a Aznar que tan aleccionadora se antoja.

En La paciencia de la araña, el profesor Rodríguez Centeno despliega todo un tratado sobre la propaganda y el papel de la prensa en tiempos de guerra, un tema hartamente querido por el autor. En sus páginas, figuran personajes como Arthur Koesler, la propia figura de Queipo de Llano, Bobby Deglané o la propagandista nazi que protagonizó uno de los episodios más tristes y lamentables de la propaganda negra en España.

La obra muestra, además, las estrategias de propaganda falangista. No en vano, se sitúa en el periodo histórico emblemático para el tema, la era de la propaganda de masas, un periodo propicio para la reflexión.

La Europa de entreguerras y EEUU fueron el laboratorio del manejo de la radio para la movilización social y para las causas de las ideologías en la Alemania nazi, el fascismo en Italia y desde luego en España, como en Estados Unidos, el modelo de control y previsión social de la cultura fordista.

En la novela, vemos cómo la propaganda aparece siempre, como define uno de los personajes, con las manos manchadas de sangre, tan efectiva y necesaria como cualquier cuerpo del ejército y que se puede explicar, en buena medida, por la economía política de la guerra a propósito del terror y la crisis capitalista.

De la Residencia de Estudiantes con Buñuel, Pepín Bello o Celaya y la Sevilla subalterna y desconocida, de los interiores y hábitos de la Falange, a la realidad del campo andaluz y extremeño, de los tugurios y burdeles de la retaguardia, a los hospitales de campaña y los devastadores efectos y consecuencias de la barbarie, el pasado se proyecta en el presente, en el sentido unamuniano –nunca mejor traída la expresión– como auténtico personaje de este trasfondo histórico que nos hace pensar este tiempo con otra mirada, porque novelar es recrear, una práctica que ayuda, qué duda cabe, a comprender mejor la razón de ser de actores políticos tan nefastos en la historia como el propio José María Aznar.

Nuestro presente, vamos, es un vivo retrato del miserabilismo reinante en España que, como escribiera el bueno de Vázquez Montalbán, sigue habitado de fantasmones. Propongo por ello al lector que acometa la lectura de la antología de artículos Cambiar la vida, cambiar la historia (editorial Atrapasueños, Sevilla, 2020) y la novela de Juan Carlos Rodríguez Centeno para recuperar el hilo rojo de la historia, las tramas del poder, la verdadera faz de personajes en contrapunto a la realidad moral del campesinado de Castilla como ya hiciera nuestro Zola particular en los Episodios Nacionales (hoy objeto de culto y conmemoración pero que normalmente ha sido poco o nada valorado, por no decir que, por el contrario, más bien olvidado en el baúl de los recuerdos).

En fin, si Aznar olvida en la entrevista su responsabilidad con la crisis de 2008 y en la historia de los crímenes de guerra en Irak, es hora de proponer un ejercicio memorialista, bien documentado. En ambos casos, les garantizo que van a pasar un buen rato riendo, pese al tema y crudeza de lo narrado.

El humor y manejo de la fina ironía del gran Vázquez Montalbán es conocido. Pero Rodríguez Centeno no se queda corto, como cuando uno de los personajes imagina un desfile de la victoria en Madrid con tropas customizadas modo LGTB o cuando Celia Gámez aparece en escena protagonizando un jocoso episodio.

El autor demuestra en estas y otras situaciones una gran capacidad, como Eduardo Mendoza, de jugar con las contradicciones de la vida, en medio de la tragedia, de descubrir la picardía, el chiste rápido, la espontánea carcajada del lector ante situaciones inverosímiles. Aprendizaje, suponemos, del cuchipandeo o de la técnica publicitaria del oxímoron. Y que da para disfrutar con situaciones hilarantes como la del tanquista italiano Giuseppe Patera, integrante del convoy nacional que se dirigía al frente de Madrid y termina –lean el episodio– proporcionando información al bando republicano por los retortijones que le obligaron a apearse en el camino para obrar.

Pero no les revelo más, solo les anticipo que el autor, como el gran Vázquez Montalbán, domina el arte de la chufla, del choteo, el chacotismo, la mofa y hasta el albur, recursos necesarios en nuestro tiempo cuando solo podemos asumir, con la ironía como mecanismo de resistencia, el arte de vivir, contra toda catástrofe, combatiendo a los macarras de la moral, pues, como ayer, lo narrado tiene continuidad hoy con los Espinosa de los Monteros, como antes Juan Samaranch o Fraga marcaron el camino de una farsa, mientras aún hoy el hospital de Granada sigue llevando el nombre de Ruiz de Alda, pese a la Ley de Memoria Histórica.

Estos y otros hechos novelados dan cuenta de la actualidad de esta novela, más aún si tomamos en cuenta diálogos como el de Benjumea y Juan March sobre las fundaciones y la producción ideológica de lo que Chomsky denomina la fabricación del consentimiento.

La conversación de Queipo y Sainz Rodríguez sobre lo que fue el camelo de la corona ilustra, en fin, cómo en la historia podemos leer nuestro presente y proyectarnos hacia el futuro trascendiendo personajes contemporáneos como Carlos Colón, Nico Salas o algunos aprendices de Giménez Caballero y Dinosio Ridruejo que pululan actualmente por nuestro entorno informativo sin razón ni decencia.

Así, hoy como ayer, el lumpen abunda como coro de fondo en la Falange Española del mismo modo que abunda hoy en Vox. Y siguen proliferando sujetos, como el personaje del capítulo XII, en el que la amiga de Pina López Gay, pasa de ser vanguardia de la Joven Guardia Roja a militar con puestos en la UCD, luego AP, y terminar como parlamentaria andaluza del PP en una prueba más de travestismo político. No digan que no da para reír.

Siempre nos quedará esta forma antagónica de autonomía: la estrategia del caracol, de la que Aznar no ha aprendido nada de nada a juzgar por la entrevista. Si algo queda claro en el programa de Évole es que nunca ha tenido sentido del humor. Y el rictus le puede, como es normal en personajes patizambos que acaban por hacer llorar a media humanidad, pero no consiguen comprender la alegría vital de la multitud porque nunca fueron, porque son del bando de la muerte. Nada en fin tan ridículo como el rigor fortis o mortis. Que la fuerza le acompañe, como a Cebrián y, antes, a Manuel Aznar.