La Casa Borbón televisada

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La vida no deja de sorprendernos, y no precisamente en el Telediario. Si la revolución nunca va a ser televisada, la televisión por lógica no nos va a llamar la atención, aunque presente el informativo la Reina de España, que ya es de chiste este gusto por lo plebeyo tan común en los borbones. Campechanía lo llaman. Algunos otros lo definiríamos de otro modo, desde Fernando VII a Felipito, pero aquí, como en el XIX, hay que vérselas con la censura e incluso con el desacato, por no hablar de la Ley Mordaza, que sostiene al régimen monárquico del tardofranquismo.

Ver las imágenes de la huelga general por la sentencia contra altos cargos de la Generalitat, presentando RTVE a neonazis como defensores de la unidad de España, y el primer discurso de la heredera al trono en los Premios Princesa de Asturias produce cuando menos sonrojo.

Desde el inicio de su primer reinado, la Casa de Borbón ha sido la plaga mayor sobre la piel de toro, gobernado por la gran propiedad territorial, con sus curas y sus lacayos, hoy todos en el mundo IBEX 35. Hablamos naturalmente de una monarquía parlamentaria peculiar, sostenida sobre la gran propiedad del suelo, con coquetería feudal y orgullo de casta, que procura guardar las formas antiguas del reino de la desesperanza, hoy, a fuer de cambios de época, completamente aburguesada por el desarrollo de la sociedad moderna al grado de admitir el espíritu jesuita y hasta las traducciones de la Escuela de Frankfurt del mandarín de la cultura de la Casa de Alba.

Pero tan pronto uno deja la visión de lejos que nubla la vista, y explora con lupa de cerca las miserias de la Casa Borbón, pronto se le quitan las ilusiones y devaneos, en forma de desengaño, sobre la supuesta modernidad. Ni con jeans resisten la prueba del algodón.

La mierda llega hasta el dormitorio. No hay limpiador multiusos que pueda lustrar lo que siglos de historia y muertos acumulan en esta casa real. Pero esto no es objeto de discusión en los medios, pese a que en esencia el régimen parlamentario se distingue –sea monárquico, como en Inglaterra, o republicano como en Francia– por discutir incluso la forma de Estado.

A propósito, tengo varias anécdotas sobre el discurso de ¡Vivan las caenas! Una de índole académica sobre el papel del Monarca en el 23F, en un posgrado sobre Comunicación y Defensa. Trataba de mostrar a los alumnos, craso error, que en la guerra psicológica lo que se muestra o aparenta no es, y lo que es no suele aparecer en pantalla.

Así, el caso del supuesto rol de salvador de la democracia del monarca Juan Carlos I, por todos conocidos como Juanico el Corto, sin ironía, lo que se cuenta no es lo que tuvo lugar. Pero la representación de una mala comedia como la del golpe de Estado sirvió para apuntalar una monarquía que nadie quería, salvo los herederos del franquismo, como es natural.

La situación vivida fue similar a la contada, como sainete, por Marx en El 18 Brumario. Pero se ha mantenido como cuento chino por más de cuatro décadas. Todavía hace poco tiempo cuando a Jordi Évole se le ocurrió hacer un falso documental, la prensa del régimen reaccionó con gran visceralidad. Cómo se le ocurría hacer ficción realista para reveler la realidad de la ficción que nos contaron.

Paradojas del mundo al revés: un partido como el PSOE representa el orden y el llamado constitucionalismo abandera una Santa Alianza replicando un discurso, parafraseando a Marx, de monosilábicos en tribuna, la prensa y los canales de representación.

Insulsos como los acertijos cuya solución se sabe de antemano, la consigna es la de siempre: respeto a nuestra democracia de baja intensidad, y se repite siempre, el tema es siempre el mismo, el fallo está siempre preparado presentando como progreso el burdo liberalismo que nos arruina hasta decir basta al trasmutar como socialista la reforma financiera de la troika y el FMI.

Y en esas estamos, con el autoritarismo y unos medios públicos controlados mientras el Grupo Planeta y el lobby italiano, el duopolio mediático, carga contra los manifestantes, aíslan las fuerzas de progreso y proclaman, una vez más, que la mayor libertad es la que no existe y la guerra es la paz universal. Cosas de Orwell que suceden en Cataluña y en el reino de España.

Solo nos queda confiar que ahora que por fin se busca acabar con el reino del puterío con políticas contra la explotación sexual, la esclavitud del siglo XXI, se amplíen las medidas para atajar la trata de seres humanos combatiendo la explotación del régimen del 78, y la gran casa de lenocinio en que se ha convertido el reino de España. No olviden que lo último que se pierde es la esperanza, aunque el Telediario insista en lo contrario.

Ciudadanía Digital y Desarrollo Local. Experiencias y procesos de participación en la Unión Europea

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La era digital es el tiempo de las ciberciudades, un nuevo entorno que inaugura posibilidades inéditas de representación y participación ciudadana. Hoy las Nuevas Tecnologías de Información y Comunicación (NTIC) ofrecen múltiples herramientas para la gobernabilidad y el desarrollo de las ciudades. Con la irrupción de estas tecnologías se han roto las formas tradicionales de articulación ciudadana, proliferando distintas iniciativas de apropiación tecnológica y autonomía por parte de los movimientos sociales, además de más o menos acertadas políticas públicas que persiguen la integración de las NTIC en la gestión del territorio y de las demandas de la población. El objeto principal del texto es abordar la transformación del espacio público local cuestionando las dimensiones concretas y materiales de la ciberdemocracia en la configuración del espacio urbano analizando para ello las diferentes formas de construcción de la ciudadanía digital en los planes de desarrollo local de más de veinte ciudades europeas de España, Italia, Grecia, Austria, Bélgica e Irlanda.

Francisco Sierra en el debate sobre el futuro de RTVE

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Francisco Sierra, catedrático de la Universidad de Sevilla y miembro de la Comisión de Expertos nombrada para la renovación del Consejo de Administración de RTVE, ha pronunciado una conferencia en la sede de Radio Nacional de España en Prado del Rey titulada “Concurso público y autonomía en RTVE”. El acto ha inaugurado la reunión del Consejo Estatal de delegados del Sector de Medios de Comunicación de Comisiones Obreras.

Junto a Francisco Sierra, en el coloquio que se ha celebrado en torno a los medios públicos de comunicación y a la renovación del Consejo de Administración de RTVE, han participado: Ángel García Castillejo, profesor de la Universidad Carlos III de Madrid; Alicia Gómez Montano, directiva de RTVE; y Roberto Mendes, Maite Martín y Roberto Lakidain. En su intervención, Francisco Sierra ha resaltado que “la comunicación es una cuestión de salud pública y de Estado”.

Según una nota de CCOO, “en estos momentos de incertidumbre, y con las urnas del 10 de noviembre en el horizonte, es importante que los partidos sepan que el procedimiento del Concurso Público no va a tener marcha atrás. El trabajo hecho por el Comité de Expertos debe tener continuación porque es una obligación democrática”. CCOO ha considerado el acto como “el que, hasta la fecha, ha sido el debate de más fondo de los celebrados desde que se conoció la lista de los 20 candidatos para formar el Consejo de Administración de CRTVE”

Tecnopolítica y nuevo ‘sensorium’. Notas para una Teoría de la Cibercultura y la Acción Colectiva

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Resumen: En la tecnopolítica contemporánea se definen nuevos procesos de construcción de la experiencia individual y colectiva que trascienden las formas convencionales de intercambio, al tiempo que cuestionan las prácticas e imaginarios al uso de la ciudadanía. El alcance de las transformaciones y la complejidad de la crisis civilizatoria que vivimos impugna de hecho las bases del pensamiento comunicacional sobre lo público, apuntando la necesidad de nuevas lógicas con las que representar y comprender el mundo digital, alterando de raíz las históricas relaciones establecidas en el mundo moderno entre cultura, economía y democracia. Las fracturas e incertidumbres que acompañan al cambio tecnológico representan una oportunidad para la construcción de otro mundo y comunicación posible, considerando la apertura de espacios y procesos para repensarnos y dar voz a culturas, minorías y actores sociales históricamente sometidos a la exclusión. En el presente artículo se plantea una revisión de la literatura especializada en la materia sobre Ciberdemocracia y se apuntan las bases teórico-metodológicas de la investigación en curso para cuestionar los principales retos de la investigación sobre los movimientos sociales y el activismo digital a partir de una lectura de la Comunicología coherente con el giro decolonial de los dispositivos tecnológicos.

El relato

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En tiempos de relatores fallidos, ensayar la primera columna, y comprometerse a pensar desde el sur y desde abajo para un espacio como Andalucía Digital, hoy que priman los quintacolumnistas de toda laya, es cuando menos una temeridad. Pero uno siempre ha estado abonado a tentar la suerte, por esquiva que resulte. Hecha la invitación de mi colega Juan Pablo Bellido, aquí estamos, encontrando nuestra voz.

Dudamos como expresara Ibáñez con la imagen del ciempiés qué pata mover antes, con qué estilo escribir, para qué lectores, con qué agenda de temas y problemas interpelar al lector, nómada itinerante de los dispositivos móviles. Si emular a maestros de la columna como Vázquez Montalbán o retomar el clasicismo de Corpus Barga, o, más bien, quizás, por qué no, pegarnos más a la viva actualidad como el bueno de Francisco Umbral.

La política del estilo, como es sabido, es la política por otros medios. Cambia la forma, ha de cambiar la escritura, no tanto el mensaje. Y pensar en nuestro tiempo cómo pensarnos es, en buena medida, un problema de formas. Pero no tema el lector que nos vayamos por una deriva o disquisición más propia del periodismo y la literatura, que poco conviene a la política, y no hablamos precisamente de la realpolitik, sino de distinguir relato y realidad, el viejo dilema maquiavélico entre ser y apariencia.

Hoy que nuestros responsables públicos basculan, a golpe de encuesta, en la espiral del disimulo discutir de la palabra del verano, y probablemente el año –el relato– es algo más que cuestionar la comunicación política. Se trata, realmente, de comprender un síntoma de nuestro tiempo.

Etimológicamente, relatar significa volver a, llevar unos hechos al conocimiento de alguien, narrar vívidamente un suceso histórico y/o social. Lo curioso del término es que procede del verbo latino refero (volver a llevar). Sobran aquí las palabras, a propósito del inicio de la legislatura y la negociación de un gobierno de progreso. Pues el prefijo fero en la palabra que da origen en latín a relato indica transferir y trasladar o diferir y dilatar.

Y en ello estamos, en procesos psicoanalíticos, narcisistas, de transferencia y de diferimiento, pese a que la raíz latina indica también, en lo correspondiente al verbo fero, las acciones de legislar o producer leyes. Doble paradoja del estado de la nación. Previsible por otra parte, más allá de los actores en escena.

Dice Jacques Rancière que la ficción es la condición para que lo real pueda ser pensado, el problema es cuando lo real deja inane la ficción. Experiencias como el desastre de Macri en Argentina ilustran hasta qué punto la apelación al relato del cambio amenazan con la ruina y producen un hartazgo de incalculables efectos electorales.

De Salvini a Lenín Moreno, de Trump a Bolsonaro, de Sánchez a Iván Duque, vemos cómo las mentiras tienen poco recorrido y alcance, pese a su efectividad en la política del regate corto. En tiempos de grandes turbulencias e incertidumbres, sobran pues los asesores de marketing y estrategias de la imagen electrónica que nos chorrean, como dirían en el país austral, con un discurso de la vacuidad, en el que domina, parafraseando a Marx, pasiones sin verdad; verdades sin pasión; relatos de una historia sin acontecimientos; un proceso cuya única fuerza propulsora parece ser el calendario, y la caducidad, fatigosa, como vemos en España con la ingobernabilidad y las reiteradas convocatorias electorales, por la sempiterna repetición de tensiones y relajamientos; antagonismos que sólo parecen exaltarse periódicamente a efectos de inventario y justificación proselitista y partidaria, lo que termina por embotar y decaer el compromiso cívico, tejiendo como están desde Moncloa y las altas instancias del IBEX 35 las más mezquinas intrigas y comedias de mala calidad sobre el sentido de la Constitución y la Democracia.

El imperio de la retórica sin oficio ni beneficio, salvo el siguiente episodio de más de lo mismo, un melodrama, en definitiva, o telefilm de serie B con destino a rellenar minutos en la parrilla de programación a mayor Gloria de la cotización en bolsa va a tener un mal final, vaticinamos.

Pues el mundo de los cuentos y de las cuentas, los universos paralelos, comunicados y complementarios del entre-tenimiento, solo se sostiene si la gente tiene. La pausa del entre presupone más cosas. Si lo que se dice va por un lado mientras lo que ocurre va por otro y la realidad termina por desbordarse en los contornos del relato con toda la crudeza de lo vivido por la gente, que no es precisamente un melodrama, la representación deja de tener valor.

Llegado a este punto, lo que denominan la batalla por el relato no deja de ser otra cosa, en fin, que el cutre sainete del reino del filibusterismo. La asunción de una política de bellas palabras, consistente como costumbre en no hacer lo que se dice ni decir lo que se hace, deja de ser funcional.

Y los sofistas perniciosos de la política de lo peor se convierten en todo un peligro: no tanto por lo que dicen si no porque escamotean el contenido en el fragor de la frase y la espuma de la gestualidad malinterpretada de una suerte de culebrón que entretiene mientras nos tienen atentos a la pantalla.

Muchos profesionales de la opinión gratuita han acusado a Pedro Sánchez de ser el Ken de la política, un sinsustancia, un político fatuo de ínfulas incontenibles Pero el problema, como decimos, no es el actor, o los actores, ni el juego narcisista propio de toda representación.

El problema es la política del escamoteo, la prevalencia de un sistema de comunicación política creado para errar, una administración comunicativa hiperinflacionista, absorta en una suerte de autismo, empeñada en que olvidemos la historia y la vida de perversos efectos, como probablemente veamos.

Como suele ser habitual en este tipo de situaciones, esperamos equivocarnos, queda la traca final de la desafección: los jefes se regodearán, empezando por Sánchez, en la satisfacción agridulce de poder acusar a su pueblo de deserción y falta de apoyo, de ser responsables de la restauración neofranquista, y el pueblo replicará que fueron engañados en su manifestación en las urnas.

En definitiva, si bien no hay campo de acción sin discurso, la práctica política como storytelling, ni genera escucha ni tiene eficacia a largo plazo. Antes bien, contribuye al pensamiento cínico, y todos sabemos que tras la razón cínica anida el fascismo: en Estados Unidos, con las fake news, y en España con VOX. Todo consiste en lo mismo: la negación de la realidad para anular la voz de los de abajo, simple y llanamente.

En estas estamos, y en esta disputa el sentido común que es el común del derecho de gentes pasa por pensar las palabras y la comunicación de acuerdo al principio del clinamen. Lo demás es pura tontería. La cuestión es, hasta cuándo soportará la población esta secuela o mala película de una democracia de baja intensidad. ¿Renunciaremos a dejar en manos de asesores de imagen el presente y futuro de nuestra vida en común ? Espero que no, aunque dejen de leernos.

La política andaluza de comunicación

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La evolución de Andalucía en materia de comunicación ni es imparable, como rezaba la campaña de la Junta, ni progresa adecuadamente, como la educación. La imagen apropiada para describir el estado de la nación es la del tiovivo. Y no es este un juicio apresurado, sino la constatación de una lógica política, obcecada en liquidar toda forma de autonomía cultural. De hecho, hay profesionales de Canal Sur que viven el supuesto cambio regenerador como el pálido reflejo de lo ya vivido. Y no tanto por la competencia de quienes han de pilotar la nueva legislatura como la constatación que la promesa de mejoras es hoy más de lo mismo. Apenas variaciones superficiales en la programación, decisiones cosméticas de gestión del personal y nulas transformaciones estructurales en la política pública, como ya anticipara en estas mismas páginas Francisco Andrés Gallardo. De hecho, pareciera prevalecer la idea de que la mejor política de comunicación es la que no existe. El problema es que ello se traduce en una mayor dependencia cultural. Por ello cabe reconocer en esta posición inmovilista una quiebra de nuestra autonomía. Al margen de los principios fijados por el nuevo Estatuto, el Gobierno de la Junta ha renunciado a toda voluntad real de cambio. No se han acometido los retos fundamentales de la RTVA, la financiación no garantiza el cumplimiento de los fines que le son propios, la modificación de la composición de órganos vitales como el Consejo Audiovisual o el Consejo de Administración de la RTVA no han significado más que la reducción de gasto público sin proyectar una nueva visión estratégica ni definir programas de colaboración de instituciones como la Fundación Audiovisual o la Cineteca, mientras el tejido productivo continúa a expensas de los vaivenes del mercado. La designación por otra parte de algunos representantes, claramente sin la idoneidad necesaria, ha impedido el necesario debate sobre las funciones de ambos órganos y el papel de las políticas autonómicas en medio de una creciente debilidad de los medios tradicionales, enfrentados a una bajada de ingresos y cierta desafección de las audiencias, por no mencionar las diatribas de responsables del nuevo gobierno contra sindicatos y trabajadores de Canal Sur que poco o nada pueden contribuir a la motivación de una plantilla que viene padeciendo una larga parálisis institucional desde el gobierno de Susana Díaz. Mientras tanto, asistimos perplejos a la insistencia en los índices de audiencia, como si todo el problema de comunicación pase por mejorar resultados, cuando es conocido que el verdadero reto de las televisiones autonómicas es definir un nuevo modelo de servicio público renovando equipos y procesos de organización en un ecosistema cultural que requiere nuevas respuestas y, desde luego, otras preguntas y objetivos institucionales. En otras palabras, hoy más que nunca, es preciso salir del círculo vicioso de la política realista a corto plazo para contribuir a un nuevo escenario acorde con las necesidades de la ciudadanía. Definir una política industrial activa, mejorar la articulación con las políticas de educación y cultura, generar semilleros y cuencas de cooperación, avanzar estrategias integrales en materia de modernización de la economía digital y, sobre todo, liderar desde el sector público tecnopolos que promuevan el empleo y formación en sectores estratégicos como el videojuego, la animación o el desarrollo de aplicaciones avanzadas en los dispositivos móviles.

En este empeño, no todo está perdido. En tiempos de involución, y ante un escenario francamente adverso, hemos logrado sumar voluntades y crear, tres universidades públicas, el Instituto Andaluz de Investigación en Comunicación y Cultura, una herramienta para generar conocimiento de vanguardia para las industrias culturales con la que confiamos poder contribuir a cambiar el curso de una comunidad que no puede apostar todo a la dependencia de la construcción y el turismo. Tenemos conocimiento, cultura y talento. Pero faltan políticas activas. Sabemos que el campo de la comunicación es central en la nueva era digital: y no solo para reconocernos y proyectar otra imagen de Andalucía, sino para desarrollar la llamada economía creativa, la industria de la comunicación y la cultura locales. Sin ella, no es posible la autonomía, ni el desarrollo social de la región.

La política andaluza de comunicación

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La evolución de Andalucía en materia de comunicación ni es imparable, como rezaba la campaña de la Junta, ni progresa adecuadamente, como la educación. La imagen apropiada para describir el estado de la nación es la del tiovivo. Y no es este un juicio apresurado, sino la constatación del sentido de las medidas del nuevo gobierno, obcecado en liquidar toda forma de autonomía cultural. De hecho, hay profesionales de Canal Sur que viven el supuesto cambio regenerador como el pálido reflejo de lo ya vivido. Y no tanto por la competencia de quienes han de pilotar la nueva legislatura como por la constatación que la promesa de mejoras es hoy la reedición de lo mismo, una suerte de déjà vu, actualizada en forma de farsa. Apenas variaciones superficiales en la programación, decisiones cosméticas de gestión del personal y nulas transformaciones estructurales en la definición de la política pública, como ya anticipara en estas mismas páginas Francisco Andrés Gallardo. De hecho, pareciera prevalecer la idea de que la mejor política de comunicación es la que no existe. El problema es que ello se traduce en una mayor dependencia cultural. La ausencia de voluntad política, en fin, afecta sobremanera a nuestra región. Por ello cabe reconocer en esta posición inmovilista una quiebra de nuestra autonomía. Al margen de los principios fijados por el nuevo Estatuto, el Gobierno de la Junta ha renunciado a toda voluntad real de cambio. No se han acometido los retos fundamentales de la RTVA en la era Netflix, la financiación no garantiza el cumplimiento de los fines que le son propios, la modificación de la composición de órganos vitales de la política pública no han significado más que la reducción de gasto público sin proyectar una nueva visión estratégica ni definir programas de colaboración de instituciones como la Fundación Audiovisual o la Cineteca con iniciativas como la Comisión Fílmica y otros agentes del sector, mientras el tejido productivo continúa a expensas de los vaivenes aleatorios del mercado. La designación por otra parte de algunos representantes, claramente sin la idoneidad necesaria, tanto en el Consejo Audiovisual como en RTVA han impedido el necesario debate sobre las funciones de ambos órganos y el papel de las políticas autonómicas en medio de una creciente debilidad por la crisis tanto de las productoras de contenidos como de los medios tradicionales, enfrentados a una bajada de ingresos y cierta desafección de las audiencias, por no mencionar las diatribas de responsables del nuevo gobierno contra sindicatos y trabajadores de Canal Sur que poco o nada pueden contribuir a la motivación de una plantilla que viene padeciendo una larga parálisis institucional fruto de la dilación impuesta por el gobierno de Susana Díaz. Mientras tanto, asistimos perplejos a la insistencia en los índices de audiencia, como si todo el problema de comunicación en Andalucía pase por mejorar resultados, cuando es conocido que el verdadero reto de las televisiones autonómicas es definir un nuevo modelo de servicio público renovando, para afrontar la cuarta revolución industrial, equipos y procesos de organización en un ecosistema cultural que requiere nuevas respuestas y, desde luego, otras preguntas y objetivos institucionales. En otras palabras, es preciso salir del círculo vicioso de la política realista a corto plazo para contribuir a un nuevo escenario acorde con las necesidades tanto del sector como de la ciudadanía. Definir una política industrial activa, mejorar la articulación con las políticas de educación y cultura, generar semilleros y cuencas de cooperación, avanzar estrategias integrales en materia de modernización de la economía digital y, sobre todo, liderar desde el sector público tecnopolos que promuevan el empleo y formación en sectores estratégicos como el videojuego, la animación y el desarrollo de servicios y aplicaciones avanzadas de los dispositivos móviles.

En este empeño, no todo está perdido. En tiempos de involución, y ante un escenario francamente adverso, hemos logrado sumar voluntades y crear, entre tres universidades públicas, el Instituto Andaluz de Investigación en Comunicación y Cultura, una herramienta para generar conocimiento de vanguardia, saber aplicado para las industrias culturales con la que confiamos poder contribuir a cambiar el curso de una comunidad que no puede apostar todo a la dependencia de la construcción y el turismo. Tenemos conocimiento, cultura y talento. Pero faltan políticas públicas activas. Sabemos que el campo de la comunicación es central en la nueva era digital: y no solo para reconocernos y proyectar otra imagen de Andalucía, sino para desarrollar la llamada economía creativa, la industria de la comunicación y la cultura locales. Sin ella, no es posible la autonomía, ni el desarrollo social de la región.

«La universidad, y particularmente la academia española, es históricamente antimarxista»

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Su nombre se hizo especialmente popular el pasado verano, tras ser incluido en el exclusivo comité de expertos que habría de evaluar a los aspirantes a dirigir RTVE. Pero Francisco Sierra Caballero ya era, desde mucho antes, uno de los investigadores más respetados en el ámbito de la Comunicación contemporánea. Nacido hace 50 años en Gobernador, un municipio de poco más de 200 habitantes situado en la comarca granadina de Los Montes, muy cerca de Jaén, Francisco Sierra es catedrático de Teoría de la Comunicación de la Universidad de Sevilla, donde dirige el Departamento de Periodismo I.

Investigador del Instituto Andaluz de Investigación en Comunicación y Cultura y nuevo columnista de Andalucía Digital, es fundador de la Asociación Española de Investigación de la Comunicación y, en la actualidad, preside la Unión Latina de Economía Política de la Información, la Comunicación y la Cultura, así como la Asamblea de la Confederación Iberoamericana de Asociaciones Científicas en Comunicación.

Autor de relevantes ensayos sobre Comunicación, Política y Cambio Social, Francisco Sierra ha coordinado equipos internacionales de investigación para la Comisión Europea o para el Plan Nacional de Investigación y Desarrollo de España. Ahora, de la mano del sello editorial Siglo XXI de España, presenta Teoría del valor, comunicación y territorio, una obra que reúne aportes originales de autores de referencia como David Harvey, Toni Negri y Carlo Vercellone sobre Teoría del Valor y Revolución Digital, analiza las discusiones de aportes como las tesis sobre Capitalismo Cognitivo.

—Hace unos meses reclamaba en ‘Introducción a la Comunicología’ un enfoque materialista de la comunicación. Este libro avanza en la misma dirección, supongo.

—En efecto. La ausencia de una perspectiva crítica en Comunicación es notoria. Por influencia de la escuela funcionalista estadounidense, nuestros estudios han cultivado una visión instrumental, práctica, aunque paradójicamente poco útil. Si uno visita cualquier biblioteca o librería y se para a revisar el fondo bibliográfico, rápidamente salta la ausencia de referencias marxistas, materialistas o, en un sentido amplio, críticas de la comunicación.

Hay títulos episódicos, como el del exdirector de El Mundo sobre el poder en los medios, pero poca teoría y elaboración científica que apunte en una dirección distinta para entender por qué nos pasa lo que nos pasa con la comunicación pública. Este volumen, aunque colectivo, tiene un capitulo en el que avanzo cuestiones sustanciales sobre acceso, control e ideología en los medios, pensando no tanto en el periodismo, que suele ser lo habitual, como en las propias redes y en la cultura digital.

—¿Hay intelectuales marxistas en estos tiempos posmodernos de faltas noticias?

—Empiezo a pensar que no, al menos en España. Cuando tuve la defensa de mi Cátedra de Teoría de la Comunicación me pregunté en la exposición cómo es posible que un hijo de la clase obrera llegue a la universidad, se titule, termine siendo profesor e, incluso, alcance la máxima distinción en la carrera académica. Lo normal hubiera sido el desclasamiento o, directamente, no alcanzar tal honor. Añádase además que la universidad, y particularmente la academia española, es históricamente antimarxista.

A diferencia de otros ámbitos de nuestro entorno, pienso en Francia o Gran Bretaña, la investigación en España es poco crítica y no lo digo yo desde una posición contraria. Hay ya estudios de colegas de la Universidad Rey Juan Carlos y de la Complutense sobre el campo académico de la comunicación y ratifica dichas tesis.

No olvidemos además que en instituciones como la Universidad de Sevilla hubo purgas de ilustres profesores republicanos. Proliferaron catedráticos afines al Opus y el régimen. En mi propia Facultad de Ciencias de la Información en la Universidad Complutense eran conocidos los falangistas reconvertidos en profesores sin más bagaje intelectual que haber servido a la dictadura franquista.

En este escenario, hablar de intelectuales marxistas como una suerte de especie en extinción por la posmodernidad no sería cierto al hacer abstracción de la historia. Pensemos en grandes intelectuales como Manuel Sacristán, que fue expulsado de la carrera académica aunque reconocido como uno de los mejores filósofos y expertos en Lógica. En fin, haberlos los hay aunque expuestos a censura como en el acto que nos suspendieron desde Rectorado cuando íbamos a celebrar en el Paraninfo el Bicentenario de Marx.

Estamos, además, en un momento de emergencia del pensamiento materialista. El libro es solo una semilla, pero hay mucho trabajo articulado que venimos desarrollando en espacios como la Fundación de Investigaciones Marxistas y, desde luego, en la propia Universidad, sin apenas recursos pero con rigor y método para dar respuestas al tiempo de mudanzas que vivimos.

—En su libro analiza el llamado «Capitalismo de Plataformas Digitales» como Uber o Amazon. ¿Por qué es tan relevante para la teoría el valor?

—Al menos por tres razones, pues implica un cambio en las formas de generación de valor con figuras como los llamados «prosumidores», esto es, productores que voluntaria y gratuitamente, por el entusiasmo –como diría Remedios Zafra– de construir en común, aportan trabajo y riqueza a grandes plataformas que suelen ser monopólicas.

En segundo lugar, porque desde Marx, el concepto de inteligencia social general, se actualiza hoy con la centralidad de la red distribuida de Internet. La tesis del Capitalismo Cognitivo que sostienen algunos autores como Yann Moulier Boutang señalan que el valor depende hoy del código, de la información y del conocimiento y, ésta a su vez, depende de la tecnología.

Pensar estas plataformas, por tanto, es discutir quién domina la infraestructura y quién acumula valor explotando la creatividad social colectiva. Por último además, en torno a estas plataformas surgen nuevos conflictos y lucha de clases que explican en buena medida las contradicciones del capitalismo entre un trabajo y recursos de producción socializados y una privatización de la riqueza.

Debates como en España la Tasa Google son retos parciales a un problema de fondo que es observable en el mundo que se está configurando. Piense en los trabajadores de Amazon o en los juicios que en San Francisco mantienen los trabajadores precarizados de Uber. No solo asistimos a condiciones de trabajo de semiesclavitud: es que ésta es la condición de la acumulación del capitalismo informacional. Trabajo gratis.

En suma, el capitalismo de plataformas es central y, en torno a ellas, convergen el capital financiero (innovación y desarrollo), las disputas geopolíticas de poder internacional (el caso por ejemplo Huawei y el 5G) y los procesos que amenazan la diversidad cultural y las propias libertades públicas. Sin esta reflexión no podemos entender fenómenos como Trump o la ciberguerra.

—Nos dirigimos entonces al modelo ‘Gran Hermano’ que sugiere Google. ¿Qué implicaciones económicas tiene?

—No vamos, ya estamos instalados. Desde la denuncia por el Parlamento Europeo del caso Echelon, hemos seguido avanzando. La Unión Europea sanciona a Facebook por la venta de nuestros datos a Cambridge Analytic pero sigue delinquiendo. El caso Alexa, Smart Tv Samsung y otros dispositivos como el monitoreo en redes es la forma de colonización del siglo XXI.

Ahora, la explotación intensiva y extractivista no es sobre la naturaleza sino sobre nosotros mismos con la minería de datos. Pero se hace en condiciones de exclusividad, cuasi monopólica, y en la que la guerra de Huawei anticipa una disputa geopolítica por hacer real lo que los teóricos de la dependencia definían como la ventaja competitiva de la renta tecnológica.

Amazon, por ejemplo, desarrolla su propia infraestructura y la siguiente fase es que estas redes sean ya no política pública sino redes privadas. El debate sobre la neutralidad de Internet es secundario en la apropiación privada del espacio público. Y lo lamentable es que organismos internacionales como la Unión Internacional de Telecomunicaciones está en manos de Estados Unidos y siguen las directrices de las grandes corporaciones como los GAFAM.

Evidentemente, esta deriva beneficia a quien está ya instalado y domina la red (el circuito de distribución y gestión de datos para la comercialización) y nos sitúa en posiciones subalternas a países y culturas como España, donde no somos productores sino consumidores de estas plataformas, sus tecnologías y software propietario.

—En su libro hay aportes importantes de autores como David Harvey y Toni Negri y analizan procesos como la acumulación por desposesión. ¿Puede explicar a nuestros lectores de qué estamos hablando?

—La tesis de acumulación por desposesión es de David Harvey. De hecho, el seminario sobre teoría del valor que ha dado lugar al libro es iniciativa de él. Fue un honor para mí poder compartir debates con él y con su equipo en el marco del Seminario Internacional Milton Santos de Comunicación y Cultura Urbana que lidera mi grupo, Compolíticas.

Uno de los temas tratados es, justamente como plantea David Harvey a propósito de las ciudades, cómo el proceso de socialización y acceso a recursos difusos, cómo el patrimonio inmaterial y los bienes comunes, son hoy la principal fuente de acumulación por la captura que hacen, por ejemplo, corporaciones que registran, como hace Google Maps, las imágenes de nuestras calles, monumentos y formas de vida como recursos y externalidades positivas que, al tiempo que se comparten, son capturadas por el capital.

Ello da lugar a fenómenos como el turismo, que terminan por expropiar a la gente de sus espacios, recursos acuíferos, imágenes, rituales o imaginarios conforme a la necesidad del capital de rentabilizar las nuevas fuentes de riqueza. Estos procesos, lejos de ser amables, como pareciera con la minería de datos, suelen ser violentos como sucede a diario en el Sur global o con los desplazamientos de población.

—¿El Socialismo del siglo XXI será postmarxista?

—Si por postmarxista entendemos que precisamos una nueva teoría y práctica que no pensó Marx, desde luego. Pero los fundamentos de la crítica, del pensamiento materialista, siguen de plena vigencia. Esto es, toda propuesta emancipadora frente a la destrucción capitalista debe partir de Marx e ir más allá, desde luego. No podemos vivir anclados en el pasado pero no podemos avanzar desde la izquierda sin pensar la historia y aprender de las luchas y derrotas que el movimiento obrero ha tenido.

—¿Qué retos del mundo del trabajo identifica en su crítica de la economía política?

—Primero, el vindicar derechos que están poniendo en cuestión las nuevas formas de producción social. Antes hablaba de las plataformas digitales. En ellas no solo usuarios ven socavados sus derechos y libertades públicas. Trabajadores de empresas como Glovo no solo están en situaciones de extrema precariedad, sino incluso expuestos a graves condiciones de exposición contra su seguridad, como hemos visto.

En este escenario, las organizaciones sindicales tienen que plantear nuevas formas de lucha para la dignidad del nuevo proletariado. Y los poderes públicos empezar a regular porque asumen el neoliberalismo radicalmente en términos de oferta y demanda sin pensar, por ejemplo, los efectos en el pequeño comercio, la destrucción del tejido social o la vulneración de los derechos contemplados en el Estatuto de los Trabajadores.

—¿La comunicación puede ser un espacio de transformación de las desigualdades económicas?

—Ciertamente, si la concebimos como Ciencia de lo Común. Hemos aprendido que compartir en la teoría del valor en redes no empobrece. El problema es cuando se captura por corporaciones que no comparten ni su tecnología, ni el software ni la riqueza generada. Antes bien, se apropian de las externalidades positivas que genera el intercambio.

La comunicación, por ello, debe disputar el sentido del cambio tecnológico para dotarle de corazón, como en las redacciones: sobra marketing y falta inteligencia colectiva para compartir los bienes comunes, más aún en la era de Internet.

—En su presentación en Madrid, en la Librería Traficantes de Sueños, informó de un proyecto editorial sobre Marxismo y Comunicación. ¿No resulta inadecuado en la era de Internet?

—En modo alguno. Creo, antes bien, que es un proyecto necesario, radicalmente urgente en el tiempo que vivimos. Por ello, llevo cinco años revisando los clásicos y recuperando lecturas no hechas en Comunicación para una nueva teoría de los medios desde la tradición materialista. Si todo va bien, el próximo año será publicado en Siglo XXI.

Confío y tengo la esperanza de aportar herramientas de análisis y abrir un debate en el campo de la comunicación desde una perspectiva crítica. En este empeño estamos, desde la minoría y radical voluntad de pensar intempestivamente. Por fortuna, como aprendimos de Neruda, en esta tarea nunca estaremos solos: ni en la teoría ni en la práctica.