Podría ser otro 11 de septiembre cualquiera. Estamos en un país en Estado de Sitio. Un guerrillero tupamaro interroga a Philip M. Santore, representante de la Agencia de Desarrollo Internacional de EE.UU., secuestrado por la guerrilla: “¿Por qué esa predilección por las explosiones?”. “Son las armas de los terroristas, hay que aprender a conocerlas”, responde. “Ustedes –impreca el guerrillero– no enseñan a defenderse de las bombas, sino a utilizarlas. Son ustedes los que necesitan a los terroristas. ¿Por qué?”…
La pregunta queda en suspenso. Y nos apunta hacia una reflexión, una idea fundamental que hoy de nuevo el último libro de Armand Mattelart con André Vitalis, De Orwell al cibercontrol (Gedisa, Barcelona, 2015) devela, recordándonos el razonamiento de la película de Costa-Gavras, y que habla de la dificultad lógica que nos impide observar, en nuestra propia naturaleza, las raíces del mal que amparan hoy la violencia indiscriminada a lo largo y ancho del planeta, impidiéndonos reconocer la lógica constituyente del poder y el terror a ella asociados en el sistema internacional de información, y que, en definitiva, limita nuestra capacidad de reconocimiento de las similitudes y perfiles de la barbarie en el corazón mismo del sistema democrático occidental, en el núcleo mismo de la democracia americana, hoy convertida en un sistema de propaganda y terror selectivo, inspirado en el modelo de control social autoritario que tradicionalmente ha sido asociado al fascismo. Fascismo que, en apenas dos décadas, se ha generalizado en el gobierno imperial del mundo, extendiendo los sistemas de videovigilancia global a lo ancho y desde dentro del espacio social. Los casos Assange y Snowden son solo el vértice del iceberg.
El empeño por gestionar la opinión pública no es, sin embargo, reciente. Ya el padre de los estudios de opinión pública en Estados Unidos, Walter Lippmann, calificaba como “lamentable proceso de democratización de la guerra y de la paz” la participación ciudadana, a través de la prensa y el debate público, en los asuntos de interés general que conciernen a la organización del Estado y su política exterior, por lo que, naturalmente, había que procurar fabricar el consenso, impedir la mediatización pública por el vulgo en los asuntos estratégicos que deben definir las élites. La llamada guerra contra el terrorismo se basa en este principio y proyecta, en el mismo sentido, un modelo de mediación informativa opaco y concentrado que ha permitido desplegar en las intervenciones contra los llamados “enemigos de la democracia y la paz universales” diversas estrategias de terror planificado. En anteriores trabajos, Mattelart ha venido desplegando una crítica, fina e inteligente genealogía del poder de informar de la comunicación moderna. La que hoy conocemos en forma de Sociedad de la Información.
Tanto en La invención de la comunicación como en La comunicación-mundo o, más recientemente, Historia de la Sociedad de la Información, nuestro autor ha venido reconstruyendo los dispositivos de poder y normalización de la comunicación como dominio. Es justo y necesario reivindicar la capacidad transformadora de la perspectiva histórica a partir de la reconstrucción de una vida y obra de referencia como la de Armand Mattelart a la que CIESPAL rendirá un merecido homenaje con motivo de la inauguración de la Cátedra de Economía y Políticas de Comunicación que lleva su nombre. Ya, de hecho, la publicación del volumen sobre su obra, a cargo de Efendy Maldonado en Ediciones CIESPAL, anticipa un reconocimiento a un trabajo necesario en un mundo del dominio de la comunicación como el que vivimos. Compartimos en este sentido las tesis de Efendy y de Mariano Zarowsky en su trabajo Del laboratorio chileno a la comunicación-mundo. Un itinerario intelectual de Armand Mattelart (Biblos, Buenos Aires, 2013), donde demuestran la continuidad de muchos de los dispositivos del laboratorio chileno o del terrorismo del capital y la doctrina del shock que hoy vivimos en Europa, revelando el sentido de los silencios y elipsis de la comunicación-mundo hegemónica y su pensamiento administrativo.
Si alguna de las conclusiones más evidentes de sus estudios sobre las formas de hegemonía y control de la comunicación mundial cabe destacar, es precisamente la imperiosa necesidad del Imperio de imponer y propiciar la devastadora lógica de dominio, o seguridad total, colonizando la esfera pública y extendiendo la política de la información de las “bellas mentiras” como relato único y verdadero de los acontecimientos históricos. Y ello, incluso, a condición de planificar y producir masivamente programas de terror mediático y militar para cubrir los objetivos imperiales, anulando todo resquicio de crítica y pluralismo informativo en la comprensión de los problemas fundamentales de nuestra sociedad. De aquí la necesidad de una mirada sediciosa sobre la política informativa que guía y proyecta los intereses creados del Imperio. Sólo si subvertimos nuestra posición de observadores y hacemos un sereno y agudo análisis sobre las formas de producción del consenso en las democracias occidentales, tal y como lo hace en su libro Armand Mattelart, podremos entender cómo en la reciente historia existe una delgada línea roja, un hilo histórico que vincula las formas de gestión de la opinión pública del modelo angloamericano con el sistema de propaganda de Goebbels, una lógica instrumental que liga el régimen fascista con la voluntad de poder del gobierno imperial, a Dovifat y la dirección de la opinión pública con Lippmann y la producción del consenso, y la política de terrorismo y delaciones nazi, con la red de inteligencia y videovigilancia global que extiende el complejo industrial-militar del Pentágono.
De hecho, una de las primeras lecciones de los acontecimientos posguerra fría es que la consecuencia del proyecto totalitario de control de la comunicación ha sido el sistemático ocultamiento del control estricto por el Imperio del espacio aéreo, las aguas costeras, las rutas y redes de comunicación y transportes de regiones estratégicas como América Latina. Merced a este silenciamiento de la prensa internacional, proyectos como “Iniciativa Andina” o “Nuevos Horizontes” vienen ampliando la guerra de baja intensidad y contrainsurgente a lo largo y ancho de Sudamérica, concentrando en Venezuela, Ecuador, Perú y Colombia las inversiones millonarias en armamento, efectivos militares y programas de guerra psicológica. En muchos casos, la ayuda de EE.UU. a estos países es presentada como asistencia humanitaria o entrenamiento militar contra la droga. Y esta es quizás la nota original que diferencia las actuales formas de intervención de las operaciones de contrainsurgencia de gobiernos como el de Kennedy: antes el tipo de justificación ideológica de la intervención era la lucha contra el comunismo y hoy la defensa de la legalidad y la lucha contra el crimen.
Tras la lectura atenta del nuevo volumen del profesor Mattelart en coautoría, el campo académico de la comunicación debería replantearse, en consecuencia, la función que desempeña en este escenario de libertad vigilada y en qué consiste la cultura BIG DATA. De acuerdo a cómo está teniendo lugar la transferencia tecnológica y de datos, ¿qué consecuencias tienen los conflictos latentes entre la UE y EE.UU. por el dominio de los flujos de información y el gobierno de Internet? O ¿en qué sentido podemos hablar de un modelo europeo de Sociedad de la Información si los principales actores transnacionales de la industria telemática están participados por los intereses estratégicos de la industria estadounidense y el complejo militar del Pentágono? Lo cual contradice el discurso y visiones optimistas sobre la “esfera pública comunitaria” de la cumbre de Lisboa. Antes bien, las redes telemáticas y la comunicación están subvirtiendo la democracia, siempre lo han hecho: las redes electrónicas y los nuevos sistemas de comunicación son manifiestamente incompatibles con el diálogo político; la fragmentación y dispersión del espacio público es hoy la norma; el control de las redes a través de programas como Echelon amplía los sistemas de vigilancia y dominio del espacio privado de la comunicación; mientras que la instrumentación mercadológica de la democracia digital en los procesos de elección vacía de contenido público la participación ciudadana.
Tras la lectura de este magnífico y rico, por sus referencias, trabajo, una conclusión parece clara: hoy por hoy el desenlace de las operaciones encubiertas como la campaña mediática contra la República Bolivariana en Venezuela, o las estrategias de desinformación en Bolivia y Ecuador, tienen, a juzgar por la historia, un resultado imprevisible y puede llevar a producir, de continuar esta escalada de violencia simbólica, la destrucción de toda forma posible de sociedad. El problema de la espiral del disimulo y del silenciamiento de guerras sucias como ésta o antaño la de Chile es que pueden terminar generando, con toda probabilidad, mayores turbulencias y efectos perturbadores, desórdenes y guerras múltiples, en la creciente escalada de explotación y violencia indiscriminada del Imperio contra las víctimas civiles de esta terrorífica ingeniería militar de la teoría matemática de la comunicación.
Por ello, frente a esta espiral de violencia y de terror sólo tenemos claro, como ha escrito el filósofo Rubert de Ventós, que no hay más seguridad propia que la esperanza y las expectativas del Otro, ni más prudencia efectiva que la que surge del terror a su respuesta. No hay prudencia, sin embargo, sin conocimiento de las causas y reconstrucción de nuestra experiencia. En otras palabras, no es posible la paz sin apropiarnos del pasado, sin trascender el presente y proyectar el futuro a partir de nuestros recuerdos y de la historia, pues el horror de los horrores, el terror indiscriminado, es aquel que no deja sus huellas al paso, que borra los rastros de su memoria. No hay mayor terror que el que trata de instaurar la amnesia aniquilando lo que somos, lo que nos ha definido y proyecta. No en vano la tortura, el vencimiento de la voluntad de oposición y autonomía se dirige a destruir los anclajes espacio-temporales del sujeto, a aniquilar las señas de identidad, por aislamiento, de la víctima de la violencia.
De ahí que convengamos, en defensa de la comunicación y la democracia, en la necesidad de reconstruir informativamente la memoria negada, el recuerdo borrado del terror ejercido por el poder imperial en forma de pedagogía de las mentiras. El libro aquí reseñado es un ejemplo fehaciente de pensamiento y conocimiento comunicológico al servicio de la democracia. El saber para el poder de todos, para la democracia.
Los problemas metacientíficos –escribió Manuel Sacristán– son siempre filosóficos. Y la política una actividad reflexiva, la valoración de ideas, propósitos y programas de ideación y acción social. La memoria crítica y comprometida contribuye a esta mediación entre la experiencia y la construcción colectiva de lo social. El trabajo académico del profesor Mattelart representa, en este sentido, una oportuna invitación a pensar el cambio social, a conquistar el futuro, a proyectar nuevas luces, desde la ciencia de la comunicación, en el campo de lo social, iluminando nuevos horizontes de intervención y crítica teórica, en la medida que, lejos de limitarse al estudio y disertación escrita de la producción científica en los últimos cuarenta años, trata de apuntar tendencias, lagunas y contradicciones del campo académico, a partir de una premisa fundamental del pensamiento crítico: todo producto de la historia, como todo conocimiento, debe ser considerado históricamente y, más allá aún, ilustrado económica y políticamente.
Frente a la ignominia del terror y la violencia del Imperio y las máquinas de información y control social, la esperanza de los oprimidos y las víctimas de las agresiones desplegadas por el terrorismo internacional es, sin ninguna duda, la restauración de la memoria, el recuerdo de los horrores y su denuncia, la reivindicación de la historia mostrando las huellas del sufrimiento y el dolor para, habiendo mirado a los ojos de los verdugos de la libertad, ser capaces de cerrar la puerta del pasado y, con la mirada clara de la utopía, proyectar un nuevo futuro de justicia y paz universales. Esto es lo que nos jugamos en casos como Wikileaks y es el terreno de disputa de la hegemonía: Urbi et Orbi.