Luis Ramiro vive. Se nos fue, es cierto, pero pervive en la práctica emancipadora, en la memoria de amigos, familiares y en los afectos repartidos por doquier. No podemos olvidar, claro está, sus escritos y el legado intelectual que nos ha dejado y que ponemos en valor, día a día, en cada acto y proyecto de la comunicación para el buen vivir.
Si la autoría constituye una función pública de articulación de espacios, de recuerdos, momentos incidentales y pura contingencia, la vida y obra de Luis Ramiro Beltrán debe cobrar actualidad, siguiendo la virtud del magisterio que nos enseñó en vida, trenzando constelaciones de patrimonio simbólico para el acuerdo o la controversia. Así lo reivindicábamos en La Paz, cuando CIESPAL le homenajeó como pionero de la Escuela Latinoamericana de Comunicación. En aquella ocasión, con motivo de la inauguración de la Cátedra que lleva su nombre, insistimos en reconocer en él a un pensador incómodo e intempestivo, que supo despejar el horizonte intelectual del pensamiento emancipatorio, disolviendo malentendidos o lugares comunes con el fin de alumbrar lecturas disidentes del bagaje con el cual el pensamiento latino en comunicación ha ido transitando los cambios históricos acontecidos a lo largo del último siglo.
El determinante papel académico y político de nuestro autor lo ha hecho merecedor de todos los reconocimientos, más aún en CIESPAL donde tantos y tan fecundos proyectos alumbró.
No es cuestión de glosar aquí la fructífera y rica trayectoria intelectual de Luis Ramiro, o tratar de resumir sus contribuciones al campo latinoamericano de estudios en comunicación, pues sería demasiado profuso y materialmente imposible en unas pocas líneas. Únicamente nos permitimos la licencia de señalar, por justicia, y lo evidente del hecho histórico, que CIESPAL le debe a Luis Ramiro Beltrán lo que hoy es como institución: un espacio de encuentro y articulación de la comunicología latinoamericana pensada, en su proyección, desde el sentido y sentimiento del Sur. Y esta certera asunción o compromiso nos ha acompañado siempre desde que conocemos a Luis Ramiro Beltrán y compartimos amistad, primero en Sevilla, donde la comunidad académica iberoamericana le brindó un merecido y modesto reconocimiento, posteriormente, en La Habana, Madrid y La Paz.
El redescubrimiento de lo propio, como empoderamiento del pensamiento y la realidad latinoamericana, se traduce a partir de la obra de autores como Luis Ramiro en la emergencia de una nueva comunicología, en la reivindicación de la diferencia y, al tiempo, en el cuestionamiento y antagonismo de la norma y el pensamiento dominante de la modernización occidental y la ciencia neopositivista hegemónica en el Norte. Así, por ejemplo, con el movimiento Nomic y, posteriormente, la defensa del Informe McBride, América Latina, con Luis Ramiro Beltrán a la cabeza, lideró el debate sobre el acceso a la información y la democratización de la comunicación como componente fundamental de los Derechos Humanos, lo que marcaría un punto de inflexión en las agendas de investigación. La filosofía de la praxis es la razón que habría de animar al maestro a convertirse en el eje de articulación del Nomic, como impulsor de la Conferencia de San José de Costa Rica, y, más allá, en abogado defensor del concepto sistemático e integral de políticas nacionales de comunicación. Como es de conocimiento público, aquel encuentro pudo haber acontecido en Buenos Aires, Lima o Quito. Pero entonces, como hoy, los voceros de la SIP y de AIR orquestaron una campaña de presión contra los gobiernos nacionales y la propia Unesco. Al igual que, actualmente, el capital acosa y trata de deslegitimar los procesos de democratización de Bolivia, Venezuela, Ecuador o Argentina. Por ello, es preciso recordar de dónde venimos –la lección es del todo evidente– y qué legado nos deja el artífice de la comunicología de la liberación.
Actualizar sus propuestas, su ejemplo de disciplina y compromiso, la metódica voluntad de insubordinación al neocolonialismo de propuestas como el ALCA que amenazan el sentido y progreso del buen vivir, es la mejor lección que debemos aprender de su vida y obra. Se trata, en fin, no de otra cosa que hacer efectivo el principio de homenaje como fidelidad al pensamiento antiestratégico de Luis Ramiro Beltrán que, hoy por hoy, iniciativas como el Foro Nuestra América identifican como reivindicación de la memoria al defender la soberanía tecnológica, la autonomía informativa, la defensa de los medios y practicas comunicativas propias, así como las plataformas libres y las políticas públicas adecuadas a las realidades nacionales de Latinoamérica.
En esta voluntad transformadora radica la universalidad de la obra de Luis Ramiro Beltrán, la primera voz propia de América Latina que revolucionó el estatuto de la comunicología hegemónica para, en el fondo, dar voz a los sin voz, y repensar el sentido y la praxis de la comunicación para el cambio social en el paso de la lógica del escamoteo funcionalista a la estrategia del disimulo que alumbrara lo que el profesor Marques de Melo ha sistematizado como Escuela Crítica Latinoamericana de la Comunicación. En esta transición de la filosofía de la praxis comunicacional, “Beltrán es uno de los primeros comunicólogos en pensar América Latina como unidad con ciertas peculiaridades históricas e identitarias, razón por la cual se considera uno de los fundadores –junto a Pasquali, Verón, Díaz Bordenave o Marques de Melo– de la Escuela Crítica Latinoamericana de la Comunicación” (Barranquero en Beltrán, 2014, p. 30), cuya principal contribución fue imaginar, siempre, la mediación desde abajo, desde las comunidades y actores sociales, dando así rienda suelta a su inclinación artística, jugando a los palimpsestos con la ciencia de la comunicación. Tal virtud está, en el fondo, en su ADN cultural. La polivalencia y perfil polifacético hicieron de él un artista de la comunicación, en tanto observador de las culturas populares, de las formas de vida y resistencia de los movimientos sociales en la región.
Si tuviéramos que definir a un académico tan inclasificable como Luis Ramiro sería justamente el de investigador que piensa la comunicología como arte y técnica, como pensamiento nómada, como un reto de asunción, en el fondo, del ethos barroco. Y esta definición no es un rasgo menor o marginal. Antes bien, define, en esencia, la práctica teórica de nuestro autor.
El barroco es la forma de mediación de la lógica de la equivalencia y la racionalidad instrumental y la vida cotidiana, esto es, la afirmación de la forma natural y aliento a la resistencia que el trabajo y el disfrute de los valores de uso ofrecen al dominio del proceso de valorización. “El ethos barroco no borra, como lo hace el realista, la contradicción propia del mundo de la vida en la modernidad capitalista y tampoco la niega, como lo hace el romántico; la reconoce como inevitable, a la manera del clásico, pero, a diferencia de este, se resiste a aceptarla, pretende convertir en bueno el lado malo por el que, según Hegel, avanza la historia” (Echeverría en Dussel, 2012). Es esta mirada atenta a la inmanencia de la vida, la potencia del deseo, la realidad bizarra, extravagante y ornamental, la que ilumina el hilo rojo de la comunicación regional que Luis Ramiro capturó con inteligencia, y que tan relevante se nos antoja en la contemporaneidad para pensar el llamado capitalismo cognitivo. Como ilustra el filósofo Bolívar Echeverría, el ethos barroco es el fundamento cultural que puede garantizar en América Latina una lectura otra para la emancipación; es el que permite una subjetivación política y la emergencia de un nuevo sujeto de conocimiento legitimando el saber-poder como disyunción, subsunción y excentricidad, necesarios hoy más que nunca en los ‘espacios liminares’ de la llamada economía creativa.
De ahí la apuesta, acorde con la naturaleza fugaz del capitalismo informacional, por un conocimiento local, efímero, transitorio, particular de la heterotopía que fraguó la cultura latinoamericana, y que hoy exige una mayor reflexividad compartida. En otras palabras, pensar las diásporas como comunidades, como espacios de fuga y resistencia, de construcción y reconstrucción de identidades, durante más de 500 años de lucha, nos permite dibujar una nueva epistemología o pensamiento de frontera, neobarroco, del Sur, que genera nuevos procesos de producción de sentido común liberado desde las bases antes expuestas. Es esta lucha expresiva entre el alma y el cuerpo, la contradictora emergencia de la Modernidad y la cultura de la miseria en Latinoamérica, la que explica la potencia creativa de un pensamiento otro que –permítanme el atrevimiento– explica la virtud y originalidad del pensamiento de Luis Ramiro Beltrán, su deambular bohemio entre la literatura y el periodismo, al tiempo que el rigor de la ciencia y la disciplina del método. En el fondo sabía el maestro que la comunicación es Comunic@rte, creatividad, técnica y ciencia aplicada de manera conjunta. Esa tensión entre literatura y pensamiento estratégico, entre rigor científico y creatividad cinética, entre pensamiento y acción, que han marcado su vida y obra, entre la bohemia y la disciplina del conocimiento consistente, meticuloso y relevante.
Hoy que las prácticas y fuentes de referencia están de nuevo colonizadas, su ejemplo, como impulsor de Alaic, CIESPAL, Felafacs y el pensamiento propio, autónomo y rebelde de América Latina, cobra viva actualidad. Solo hay que desplegar la competencia freireana de la escucha activa; la ruta del campo está perfilada. Ahora es el tiempo de ejercer la virtud debida, la práctica persistente propia de una conciencia despierta, porque no renunciamos a la utopía y porque, bien lo saben, la mayéutica socrática es eso: el cultivo de una vida ejemplar. Justo lo que Luis Ramiro nos mostró en cada momento con ese fino humor y la alegría de vivir, que es al fin y al cabo la mayor pasión que aprendiera en vida del periodismo y la comunicación, de un mundo conectado y sin fronteras. Solo por ello bien merece comprometerse con su magisterio y la palabra dada como palabra verdadera. Al menos quienes nos reconocemos discípulos de esa forma socrática tan suya de enseñar sin instruir, prometemos que vamos a procurar que Luis Ramiro descanse en paz, trabajando para que la comunicación deje de ser una máquina de guerra, aquí y ahora, como él siempre hizo en vida.
Referencias
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