Desde el siglo XV, con el inicio de la historia universal, gracias a la conexión establecida entre los pueblos ibéricos con territorios lejanos y casi ignorados como África y Asia Oriental, o incluso completamente desconocidos como América, la construcción de un sistema de intercambios en una unidad superior ha ampliado las reglas imperialistas de dominio y expropiación hasta llegar a la situación actual de volátiles flujos de capital y de control antidemocrático del proyecto civilizatorio. Hoy, este proyecto es extremamente inestable y amenazado por el relato abiertamente negativo de dignidad y potencia de la vida de los de abajo, siempre narrados, contados y hasta cuenteados. Por ello, en CIESPAL, inauguramos una Escuela de Derechos Humanos que apela a la sociedad civil transnacional en demanda de una gobernanza de lo procomún, que respete la voluntad de los tecnociudadanos y una comunicación de todos y para todos.
En este empeño, la reedición del presente volumen, gracias a la generosidad de su autor y de Anna Monjó (Icaria), trata de contribuir a la necesaria ruptura de paradigmas que han dominado el ya clásico oficio de informar. Asimismo, cuenta y describe la realidad y la teoría de un nuevo periodismo que anhela dar sentido a una modernidad única, hoy definitivamente cuestionada como proyecto civilizatorio, en tanto que excluyente y deslegitimado por su eurocentrismo y jerarquías escleróticas, especialmente si pensamos desde los márgenes y la periferia, desde el Sur y desde abajo. La construcción del Cuarto Poder en Red, el sueño de la democracia digital, la ciudadanía de baja intensidad que carcome el orden institucional impugnando el imaginario decimonónico liberal, apunta hoy a la necesidad y pertinencia de repensar un concepto de libertad de expresión que trascienda y desborde las nociones dominantes de free flow information. En palabras de Víctor Sampedro, “el Cuarto Poder en Red se perfila como instancia emergente, generadora de flujos constantes de contrapoder mancomunado. Es el periodismo de toda la vida, que controla a los otros poderes sin querer suplantarlos. Y que, además, opone su lógica híbrida de economía privada y pública orientadas al bien común frente al poder corporativo y financiero” (2014, p. 250).[2]
A la luz de la campaña mediática surgida en Grecia o las amenazas veladas a los gobiernos de progreso por el lobby de Wall Street, queda demostrado que el fascismo tecnofinanciero que vivimos tiene mucho que ver con lo que el profesor Sampedro critica y deconstruye en el libro, al apuntar hacia donde debe reorientarse la investigación periodística en tiempos de especulación y terrorismo de las agencias de rating y otras instituciones del pensamiento unidimensional. Esta tarea es, sin duda alguna, estratégica. Vivimos una lucha y apropiación biopolítica de los códigos que, cuando menos, debe cuestionar protocolos y modelos de organización de la información y, por supuesto, del conocimiento. Ello ocurre por replantear incluso el estatuto de la Universidad. No es casual que al autor apunte, en su libro, el reto de los conocimientos emergentes negados por la racionalidad expansiva e instrumental de la destrucción creativa a partir de experiencias de colectivos como Anonymous. El ensayo de Víctor Sampedro constituye en este sentido una valiosa caja de herramientas para las facultades de Comunicación. Apunta directo al corazón y a valores supremos como la justicia y la dignidad. De esta manera, no otra cosa ha de respetar todo periodista, como escribiera el maestro Kapuscinsky, sino tratar de ser buena persona.
Actualmente, en las redacciones –qué duda cabe– falta corazón e inteligencia, y también memoria, una facultad cognitiva directamente conectada con el pensamiento crítico y la creatividad. Por ello, una solución para la regeneración democrática del periodismo es volver a las fuentes; y nada tan importante para ello como la crónica y el background, elementos paulatinamente relegados como recursos artesanales del periodismo clásico por el dominio de la información de gabinete. Tales carencias se nos antojan especialmente graves y lesivas en el Sur. En vista de ello, es preciso reivindicar, como hace el libro, la cultura o espíritu hacker como virtud de los comunes, como ejercicio deontológico de la compasión, como la pasión, en fin, compartida, ahora que falta corazón en el periodismo. Como bien sabemos, esto se sustenta porque el sentido y función pública, que legitima la mediación periodística, es la capacidad, como institución social, de producción colectiva de identidad y articulación de un proyecto común en la elaboración del repositorio de la memoria histórica. Lo contrario es seguir persistiendo en la tradición positivista que prescribe, sin pensar, negativamente el valor de los PIGS, la descualificación de nuestra cultura del Sur por los WASP, en virtud del etnocentrismo y la clasificación negadora de nuestra cultura; lo que habitualmente se traduce en una cobertura que naturaliza el proceso desequilibrado de expropiación y expolio, por medio del pánico moral.
El miedo mediático en el cuerpo de la gente tiene por objeto paralizar a las multitudes, tiende a dejar hacer y dejarse hacer. El nuevo gregarismo de los altavoces del capital legitima, como critica Gil Calvo, la devaluación de los títulos de deuda pública de los países del Sur por prejuicios tan falaces como injustos, castigando al bono español frente al holandés o británico, básicamente por ser PIGS. Los medios anglos son los que falsifican con rumores, presunciones e ideología racista y xenófoba, la calificación de riesgo fabricando juicios performativos y percepciones de un nuevo síndrome de Casandra en una suerte de manada mediática.Ya lo decía Debord, y hoy lo replica Bifo, el dominio de la actividad-inactiva de la cultura videogame da cuenta, en esta era del disimulo y la mímesis estéril de la representación como dominio, de una lógica imperial hipermediatizada propia de una cultura sedada, impávida y amedrentada que nos convierte en ilotas o esclavos de la maquinaria de guerra del capital.
Esta racionalidad del periodismo y los medios es estratégica en la era posmedia, pues el reino de lo extraordinario y de lo espectacular integrado, explota la creatividad, el acto de lectura que evoca, sugiere, proyecta e impugna, en el proceso fundamental de acumulación del capitalismo cognitivo, el modelo hoy imperante de mediación. Este es el sentido de las hibridaciones y cambios de demarcación: nuevas direcciones y agendas que reconectan, como sugiriere Williams y Hall, la cultura y la política, la economía y la comunicación, la identidad y las transformaciones históricas en una suerte de nueva imaginación comunicacional. En esta transición estamos inmersos, por eso es el tiempo de recuperar la comunicación de forma mancomunada, construir un nuevo imaginario y una nueva narrativa del cambio social en la mediación periodística.
Se trata de un simple ejercicio de ‘palingenesia’, como la construcción de lo social desde lo colectivo. La utopía es interpretable aquí, para el caso que nos ocupa, como una forma de determinación del presente y futuro en tanto posibilidad de acción que instituye una norma con la cual medir la realidad desde nuestras aspiraciones colectivas, a partir, obviamente, de la tradición y del pasado. Este proceso no tiene relación, desde luego, con el descrédito que hoy vive la profesión, que, de acuerdo a los sondeos del CIS, por poner el ejemplo de España, tiene una aceptación y reconocimiento mínimos. La crisis de confianza que vive el periodismo cobra mayor relieve cuando hacemos memoria histórica y recuperamos del baúl de los recuerdos páginas brillantes y heroicas sobre cómo transgredir la censura e informar con criterio, confianza y voluntad de servicio público. Lo contrario a una agenda que rompe, fija y, como reza la Real Academia, da esplendor, es lo que vivimos en nuestros días con la inercia autista de un periodismo que hace válida la profecía que se reproduce en medio del control oligopolista del sector y el sometimiento al cálculo y riesgo especulativo del capital financiero. Las lecciones de la cobertura de la crisis económica internacional constituyen, en este punto, un ejemplo ilustrativo de la degradación que vivimos en la profesión.
Si, como es notorio, el ADN del capitalismo financiero es la natural tendencia a la especulación, manipulando la volatilidad y desconfianza de los rápidos intercambios, a corto plazo, mediante la maquinación del precio o valor del dinero, merced, entre otros factores, al control de la agenda de noticias por limitadas fuentes (Financial Times, Wall Street Journal, Reuters, etc.), los profesionales de la información no han sido capaces de denunciar las estructuras de intereses creados con relación a la vulnerabilidad de los Estados, la propia desregulación de la información bursátil y los flujos de capitales con ausencia de control público y democrático, que hoy condicionan la ruptura de las solidaridades, o, de nuevo, el sojuzgamiento de territorios y culturas subalternas (como en el caso de Grecia).
La respuesta a esta realidad debería ser la reinvención de la agenda, el arriesgado oficio de repensar la realidad y comprometer la información con el pulso de los cambios sociales, mostrando las realidades que los medios periodísticos mayoritarios no están dando en la actual crisis del capitalismo, salvo contadas y puntuales excepciones. En otras palabras, una lección que se debiera colegir de este ejercicio, a propósito del modo de hacer y pensar la información que nos propone el autor, es, precisamente, que la condición para legitimar el periodismo y restaurar la credibilidad y vínculo de la profesión y de los medios con las audiencias pase por el compromiso histórico y el riesgo. Pese al pesimismo hoy reinante en la profesión, algunos vivimos convencidos que aún estamos a tiempo de corregir los errores. Todavía podemos abrir un espacio común para formar, informar y fortalecer la autodeterminación de la ciudadanía, como en parte han hecho iniciativas o plataformas del tipo periodismo humano. Pero es preciso que se dé cuando menos una condición: la voluntad política de los profesionales, pues son ellos quienes tienen la primera palabra, y desde luego –recordemos– no la última.
Si por crédito hemos de entender apoyo o autoridad, afirmarse y establecerse en la buena reputación del público por medio de sus virtudes o de sus más que loables acciones, la apertura de una nueva mirada, como sugiere Sampedro en el libro, se convierte ahora en tarea prioritaria y urgente en la profesión. El periodismo ciudadano y otras modalidades y géneros de creación emergente en las redes sociales apuntan, en lo básico, a la demanda de mayor apertura institucional de las empresas periodísticas a la deliberación y participación ciudadana. Los continuos recortes de libertades públicas y la restricción de las formas de participación y control democrático de la población contrastan hoy, de forma flagrante, con la emergencia, casi irreverente, de las multitudes inteligentes en línea, y la demanda de movimientos como el 15M de un periodismo real, ya que contribuye y da soporte a un proyecto social de progreso, a un nuevo marco y alianza verdaderamente instituyente de nuevas lógicas modernizadoras. Por esta razón, es por lo que hemos de tomar como modelo y referente ejemplarizante la idea de código abierto y asumir sus ecos y voces para articular una nueva cultura de la insurgencia, la de los sectores populares, la de las hibridaciones y múltiples formas de resistencia creativa, la topología mítica de una cartografía imaginariamente rica en las luchas y utopías por un futuro mejor, etc. La cuestión es si el campo profesional está dispuesto a tomar el testigo dejado por quienes legaron un capital cultural invaluable para proyectar nuevas formas de ciudadanía o si ya aceptaron definitivamente la derrota del oficio.
Tras la lectura de las páginas que tiene el lector en sus manos, parece más que evidente que si hemos de dar ‘crédito’ en definitiva, y ‘creer’, otorgar nuestra ‘confianza’ a los mediadores de la información, es a condición de que nos ayuden a pensarnos, porque dialogamos y nos representamos en un mismo lenguaje. Esto solo es posible con información, con debate, con movilización popular y con un esfuerzo colectivo de pedagogía política, de libertad e información, de diálogo y participación pública, de medios y mediadores conectados, imbricados con las puertas abiertas a ‘todos’ y a ‘todas’, aquí y ahora.
De Frontline y Wikileaks a Anonymous, la caja de herramientas de un periodismo libre y mancomunado, el Cuarto Poder en Red, no es otra cosa que pensar y decir, como rebeldes con causa, nuestro propio relato y escribir juntos la historia. Ciertamente, nuestro tiempo, si por algo se distingue es por la preeminencia de una cultura pragmática y una percepción del presente perpetuo, marcada, incluso teóricamente, por el olvido de la historia y la negación de toda lectura crítica sobre las cenizas del pasado.
La complejidad y velocidad de los cambios en curso han penetrado tan profundamente en las estructuras y formas de sociabilidad, que la naturalización, en el ámbito del discurso público, de las lógicas dominantes de mediación simbólica, se han revestido de tal consistencia y opacidad, que, bajo la apariencia de una falsa transparencia, parecen irreductibles a la crítica, mientras el proceso de estructuración y organización de la comunicación y la cultura públicas, amplía y reproduce las formas de desigualdad material y simbólica –características del capitalismo–, colonizando el pensamiento y la producción noticiosa, como nunca antes se había observado en la información de actualidad. Este proceso de borrado y reorganización de la función informativa es, por fortuna y sin embargo, aún incompleto. Por lo tanto, bienvenida sea la publicación de este ensayo que nos convoca y, fiel al estilo del autor, nos provoca desde lo real-concreto.
Nada mejor para cultivar la esperanza en la era internet de la velocidad de escape que pararnos a pensar qué y cómo fue posible este periodismo en un tiempo de silencio y censura. O, en otros términos, cómo hoy es pensable una información-otra, en una era en la que se acentúan aún más las patologías del periodismo-basura como resultado de la agresiva política liberalizadora iniciada en la década de los ochenta del pasado y largo siglo XX, por la que las grandes corporaciones multimedia dirigen la actividad informativa hacia la ligereza, el sensacionalismo, la mercadotecnia y múltiples fórmulas y formatos estandarizados de reproducción social, que están pensados con la sola idea de reducir la incertidumbre de un mercado voraz, agresivo y crecientemente desregulado.
Frente a este panorama, objeto de impugnación por el autor, la alternativa es el mito de Prometeo: volver a empezar; un viaje de ida y vuelta, refundar el oficio y recuperar los objetivos que dan sentido y legitimidad democrática a la profesión.
En definitiva, este libro es un peligroso documento público que puede resultar nocivo para la salud y el confort del lector y, específicamente, para los profesionales de la información acomodados a sus rutinas productivas, pues en los tiempos que corren, el ilusionismo y el oficio de pensar tienden a estar proscritos o prescritas las líneas de lo decible y representable. Esto no tiene ninguna relación con la pasión que transpira el sentido de las ideas vertidas en sus páginas. Como deja inferir el autor, es preciso una lectura, para un tiempo nuevo, que parta del principio de escucha activa (Freire dixit) y sobre todo un continuo ejercicio de encuentro en común. No otra cosa es la democracia y la razón de ser del periodismo, y no hay mejor pasión que la compartida y la compasiva. Sabemos que el pensamiento, como el deseo, es, por definición, una práctica arriesgada; pero solo asumiendo este riesgo, la humanidad –todos nosotros– podrá caminar por las alamedas de la libertad de un periodismo de los bienes comunes.
[1] ‹https://www.franciscosierracaballero.net›.
[2] El libro al que hacemos referencia es: El Cuarto Poder en Red. Por un periodismo (de código libre) libre.