Entrevista
Francisco Sierra: “En España hemos de mirar más a Latinoamérica si de verdad pensamos en un horizonte cultural que ponga en valor nuestro patrimonio lingüístico y cultural”
Publicado por: Transatlantic Studies Network
Por: Raúl Orellana
Apasionado de la comunicología y América Latina, la primera como vocación que desempeña como académico a lo largo de sus más de veinte años de experiencia y la segunda como pulsión, fruto de los azares de la vida, pues desde 1993 México es su segunda patria de adopción, Francisco Sierra, catedrático de la Universidad de Sevilla, investigador del Instituto Universitario de Estudios sobre América Latina, presidente de ULEPICC y ex director general del Centro Internacional de Estudios Superiores de Comunicación para América Latina en Quito (CIESPAL), habla de su experiencia de más de tres años en esta institución y de la relación, en materia de educación y comunicación, entre España y Latinoamérica.
Pese a haber renunciado al cargo hace unos meses, ¿qué balance realiza de toda su experiencia al frente de CIESPAL?
En ocasiones, la vida personal y particularmente la salud familiar son incompatibles con las responsabilidades de gestión. No ha sido fácil tomar la decisión de no concluir el mandato de cinco años al que me comprometiera en CIESPAL, pero ahora es tiempo de cuidar como tutor legal de mi madre. Sin embargo, al margen de estas circunstancias de la enfermedad que impidieron concluir mi proyecto de dirección, puedo decir que en términos generales han sido tres años apasionantes de cambios, construcción de campo, aprendizajes y, creo, positivos procesos de transformación de una institución de referencia para el campo de la comunicación regional como CIESPAL. Algunos miembros del Consejo de Administración insisten en que en realidad he conseguido la refundación de este organismo internacional. No sé hasta qué punto será tan trascendente mi período como director, el tiempo lo dirá, pero al menos sí puedo asegurar sin temor a equivocarme que en todo momento hemos puesto en valor su historia y su legado. Y esto ya es mucho.
A raíz de los años en los que ha trabajado como director general de CIESPAL, ¿por qué cree que es importante que exista una institución como esta?
Creo que al menos por tres razones. La primera y principal es la de ser un foco o espacio de deliberación y conocimiento que, desde su origen, ha venido marcando agendas y debates fundamentales sobre la comunicación en toda América Latina. Además, el trabajo de formación que ha liderado CIESPAL ―hoy no tan importante por la creación y consolidación de facultades y centros de educación superior― ha contribuido a capacitar a varias generaciones de profesionales y estudiantes de comunicación. Por otra parte, además, y no es menor este empeño, CIESPAL tiene una función documental, memorialista, de la historia del campo regional que estos años hemos procurado poner en valor divulgando su patrimonio, abriendo al público su Centro de Documentación y recibiendo por parte de la Unesco un reconocimiento por la organización y difusión de su archivo histórico. En fin, que estamos ante un centro de referencia reconocido por todos los historiadores del campo comunicacional, aunque quizá no tanto por las autoridades y Gobiernos de la región.
¿En qué ha contribuido CIESPAL en materia de educación y comunicación?
Sin duda, ha sido más que determinante en la capacitación desde los años sesenta. Tome en cuenta que cuando se crea CIESPAL, a excepción de Argentina y México, ningún país contaba con universidades que impartieran formación en periodismo o comunicación social. Los primeros cursos avanzados tuvieron lugar en Quito. En todos los países que he visitado en misión diplomática me he encontrado con periodistas y profesionales formados en las aulas y escuelas de verano de la institución. Ha sido incluso determinante en la formación de los pioneros de la comunicación de América Latina, como Marqués de Melo, Luis Ramiro Beltrán o el propio Jesús Martín-Barbero. Y, por ende, vinculado al problema del desarrollo, ha inspirado un debate fundamental sobre educomunicación a través de autores como Mario Kaplún, Daniel Prieto Castillo o Francisco Gutiérrez, entre otros. En fin, el papel histórico de CIESPAL en este punto puede considerarse crucial.
¿Hay diferencias entre la comunicación mediática española y la latinoamericana?
Creo que hay matrices comunes, más allá de las tesis sostenidas por Hallin y Mancini, cuyos análisis son ciertamente etnocéntricos y hasta racistas. Ahora bien, podemos encontrar ―con independencia de la tesis sobre pluralismo polarizado― algunos elementos concomitantes en ambos espacios geopolíticos. La principal es la alta concentración de propiedad, una notoria asimetría en el sistema o estructura de la información y las amenazas a la libertad de expresión por formas de Estado tradicionalmente autoritarias. Tanto en España como en América Latina, las condiciones del ejercicio profesional del periodismo han sido lastradas por un poder autoritario y la estructura hiperconcentrada y carente de regulación ha favorecido el poder de las élites económicas en detrimento del pluralismo y la libertad de información.
¿Qué políticas comunicativas se realizan en Latinoamérica que puedan ser aplicables a España?
Creo que América Latina ha estado y sigue estando a la vanguardia en la conquista de los derechos a la comunicación. Muchas de las leyes generales de regulación del sistema informativo podrían y deberían ser tomadas en cuenta en nuestro país. En particular, la norma de los tres tercios que organiza el espectro o sistema comunicacional en una equilibrada distribución de un tercio de empresas u operadores del sector comercial o privado, un tercio del sistema público de radiotelevisión y el tercio restante de medios comunitarios. Hoy por hoy, esta propuesta ―originaria de Uruguay y Argentina, y replicada por otros países, como Ecuador― pienso que es una referencia en todo el mundo y podría ser aplicada ―en ello nos va la democracia― en España. Solo falta voluntad política para aplicarla. Pero quizá falta conocimiento de los procesos revolucionarios y el avance democrático que se ha vivido en las dos últimas décadas en la región.
¿Existen diferencias en las agendas mediáticas según el continente?
A priori, hay pocos estudios comparados. No tenemos muchos elementos al respecto. Pero, como atento analista y estudioso de los medios, cabe apreciar algunos elementos distintivos. En la agenda de información política observamos ciertas similitudes, como un recentramiento en las fuentes gubernamentales y los partidos. En cambio, la información internacional de los países de América Latina es más diversa que la que nos muestran en España, que ―dicho sea de paso― no se interesa por esta región, salvo catástrofes o las crisis políticas de turno.
Considerando temas como, por ejemplo, el feminicidio, el medio ambiente… u otros temas que no tienen cobertura informativa, ¿cree que las agendas mediáticas están más sensibilizadas en Latinoamérica respecto a España?
En general sí, por ejemplo en el caso del medio ambiente o las reclamaciones de sectores populares. Los medios en Latinoamérica son más abiertos a temas de sensibilidad social, en parte por la realidad estructural. Ello se explicaría por varios factores que no viene al caso tratar en esta entrevista, pero sí puede observarse una diferencia sustancial en este punto. Y frente a lo que ocurre en Latinoamérica, no estamos innovando en formatos y propuestas como el periodismo ciudadano. En verdad, la pregunta nos interpela a los académicos y profesionales de España. ¿Hasta qué punto estamos abiertos y dispuestos a aprender de experiencias de otras latitudes? Vaya por delante que más allá de nuestras fronteras existen ―aunque no muy comunes, sí son numerosas― iniciativas y proyectos de innovación de alta calidad periodística que conectan con la comunidad de lectores a partir de temas o problemas de prioridad local.
¿Cuál es la imagen de España que se ofrece en los medios latinoamericanos?
Pienso que es una imagen más bien estereotipada y convencional, empezando por que se muestra un país europeo desarrollado, lo cual, en un contexto de crisis como el que estamos viviendo, no se corresponde con la realidad, aunque en contraste con la realidad social de Latinoamérica puede parecer justificado. Un elemento que me interesa y que debemos plantear como reflexión en un foro como el Aula María Zambrano ―liderado por la Universidad de Málaga― es el de los flujos de migrantes de países como Ecuador, Colombia o Perú. Existen comunidades, programas y medios migrantes que, deslocalizados, contribuyen a mantener la propia tradición cultural, pero también a abrir puentes de interculturalidad. El futuro de la comunicación internacional pasa por este tipo de propuestas y en España hemos de mirar más a Latinoamérica o al norte de África que a Estados Unidos o Alemania si de verdad pensamos en un horizonte cultural más abierto que ponga en valor nuestro patrimonio lingüístico y cultural.
¿Piensa que la información de Latinoamérica que nos llega a España está manipulada en algún sentido?
Está abiertamente manipulada. Y no me refiero solo a la guerra de propaganda contra la revolución bolivariana de Venezuela, porque podríamos decir lo mismo respecto a la represión de los derechos de los pueblos indígenas o la imagen positiva de Gobiernos que han aplicado el terrorismo de Estado y son manifiestamente corruptos, como es el caso de México o Colombia, al tiempo que se demonizaba a los gobiernos del ALBA (Alianza Bolivariana para América). La manipulación en este sentido es consustancial a un sistema internacional altamente concentrado en empresas del Norte y con una visión racista, colonial y francamente poco consistente sobre la historia, los frentes culturales y las luchas que libran los pueblos de Latinoamérica. La cuestión ―y esta es una crítica a plantear públicamente, de forma abierta― es qué posición han adoptado la profesión y la academia al respecto, porque en algunos casos periodistas de la SIP (Sociedad Interamericana de Prensa) se han limitado a amparar la impunidad represiva del Estado o directamente, como sucediera en Chile, a dar cobertura por silenciamiento a los crímenes del terrorismo de la Escuela de Chicago. Y ello ha variado más bien poco. En nuestro último libro ―(2017): La guerra de la información. Quito: Ediciones CIESPAL― damos cuenta de esta larga historia, que en lo sustancial ha variado más bien poco en nuestro tiempo, salvo en las técnicas.
Como catedrático de la Universidad de Sevilla que ha vivido entre España y Latinoamérica, ¿hay diferencias entre la educación española y la latinoamericana? ¿Cuál es su visión sobre este tema?
Pienso que hay tres diferencias sustanciales. La primera y principal es que en Latinoamérica la educación es un factor de movilidad social y, por tanto, ser graduado o tener un posgrado determina el salario, el ascenso social. Ello implica una dedicación y consideración mayores de la función docente. Y aunque le sorprenda, la organización académica es mejor. Llevan más de dos décadas con sistemas de evaluación y en proporción destinan más recursos a la enseñanza. Del mismo modo, la remuneración del profesorado, en términos relativos, es mejor en América Latina. Y sobre todo hay una pasión por esa idea ilustrada de atreverse a saber, de conocer la realidad, de interesarse por lo nuevo. Todo ello sitúa la región, educativamente hablando, en la frontera u horizonte de futuro. Esta realidad no la veo a diario en nuestras facultades y debería llevarnos a una seria reflexión sobre la apatía general que todo lo coloniza en nuestras instituciones de educación superior. Pues, como aprendimos de pensadores como Castoriadis, la esencia del ser humano es el afán de autosuperación. Sin esta voluntad irrenunciable, no hay educación posible, tal y como ilustrara Gramsci.
¿Piensa que hay una falta de servicio público en el sistema educativo español?
Tanto de servicio público como de articulación con el entorno social. Se nos dijo que Bolonia consistía básicamente en sacar la universidad fuera de sus muros, pero al final ha servido para encerrarla en los muros de la fábrica, de acuerdo a una versión neoliberal del espacio universitario que ha tomado la educación por asalto. Quiero resaltar esta idea porque hay que recordar que la educación superior era de los pocos servicios públicos no sujetos a la lógica del valor, a la lógica colonizadora del capitalismo. Hoy la universidad ha dejado de ser un servicio público para convertirse en un mercado de títulos. De hecho, la moneda de intercambio del tiempo de trabajo necesario socialmente es el crédito y a fuerza de organizar el crédito de los alumnos estos se han convertido en clientes y la universidad ha terminado, paradójicamente, desacreditada. La confianza creo que debería basarse en otros principios o exigencias con los que pensar la universidad como un servicio a la sociedad, como un compromiso con los derechos humanos y la democracia, al igual que se plantea la necesidad de atender las necesidades de competencia profesional y la transferencia del conocimiento al mercado. Cuando la educación es una cuestión de rankings, de posiciones y de postureos… Sobran fetichismo de la mercancía y falsas imágenes de la realidad, y faltan ciencia y sentido común. Creo, como advirtiera Edgar Morin, que no puede haber ciencia sin con/ciencia, sin compromiso con la sociedad. En esa estamos y hay que hacer un llamamiento al profesorado, estudiantes y sociedad civil organizada a recuperar la universidad de manos del capital. De lo contrario, en pocas décadas no habrá enseñanza, sino instrucción, con todo lo que ello conlleva.
¿Considera necesario replantear una actualización de las materias que se abordan en las facultades de Comunicación?
Absolutamente. Algunos docentes nos movilizamos contra la LOU porque visualizamos lo que hoy tenemos, la mercantilización, burocratización y destrucción como servicio público de la universidad; en nuestro país, Patricia Botín ha sido la intelectual orgánica de esta contrarreforma. Ahora, en este escenario, cabe advertir que no todo está perdido. Es preciso construir, desde la micropolítica, alternativas de futuro, espacios de libertad, autonomía y esperanza, empezando por lo que estudiamos. Reformular los planes de estudio, por ejemplo, es irrenunciable. No se trata de volver al pasado ―proyecto imposible―, sino de avanzar nuevos escenarios de futuro. Es paradójico que al trabajador de la industria postfordista se le pida polivalencia y nuestros estudios sigan con una especialización predigital. Necesitamos cambiar la estructura curricular con nuevos contenidos, aportes y organización, y en este empeño mudar las metodologías y lógicas de organización de la academia. En el caso de España, por fortuna, hace años lideramos con los profesores García Galindo, Gómez Mompart y García Jiménez procesos que llevaron a la creación de la Asociación de Universidades con Titulaciones de Información y Comunicación (ATIC). Esto es, están dadas las condiciones para abrir una agenda y reformular de lo local a lo nacional nuestras materias y formas de enseñanza en un tiempo de turbulencias y revolución digital.
¿Cree que en las facultades españolas se fomenta el espíritu crítico? ¿Y en Latinoamérica? ¿Qué cree que se debería hacer para aumentarlo?
En verdad, prácticamente no, tanto por el efecto de Bolonia y Aneca como por razones históricas. En general, la historia de la comunicación en España está condicionada por la dictadura y lo que podemos denominar el franquismo sociológico. No me refiero solo a la influencia ejercida por la Universidad de Navarra, la Iglesia o las facultades que reciclaron adeptos y funcionarios del régimen, por ejemplo como sucedió en la Universidad Complutense, sino al vacío histórico del campo de la escuela crítica, marginal o inexistente en las mayorías de las facultades; por no mencionar la nula articulación entre universidad y profesión, gracias a la labor de personajes como Cebrián, que ya sabemos ―a los hechos nos remitimos― qué concepto tiene del periodismo y la comunicación, además de la política contraria a las facultades que ha mantenido en el grupo Prisa y en las instituciones del Estado. Esto último llama la atención, porque, aunque tanto Prisa como Cebrián insistían en un discurso contrario a las facultades de comunicación, luego buscaron de mala manera titularse, quizá por una suerte de lógica premoderna de la distinción que ofrece una titulación. En este sentido, dadas las circunstancias que han lastrado nuestra academia, no ha sido posible una visión crítica más que desde fuera y los márgenes; desde los medios populares, los colectivos de contrainformación y unos pocos académicos ―contados, podemos decir― que hemos sostenido una carrera docente comprometidos con los movimientos sociales y la lucha política por la emancipación. En cambio, la realidad en Latinoamérica ha sido la contraria, en especial a partir de mediados de los sesenta. Es cierto que la contrarreforma conservadora de los años ochenta, la llamada década perdida, incidió con los Estudios Culturales en una visión acrítica de involución que ha dejado en parte desterrada de las universidades la agenda economicopolítica y materialista en grado y posgrado, empezando por demonizar la figura del intelectual orgánico comprometido con las causas populares. Aun así, aunque reconociendo este retroceso del campo crítico de los estudios de comunicación, la academia latinoamericana sigue identificándose con lo que algunos denominamos paradigma de la liberación. En este sentido, tendríamos mucho que aprender y compartir con ellos. Al menos así lo pensamos algunos.
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