Maíllo, la virtud republicana

Medio: elDiario.es
Autor: Francisco Sierra Caballero
Fecha publicación: 05/05/2024
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El filósofo ecuatoriano Bolívar Echeverría hablaba del ethos barroco para explicar que la modernidad no es un camino único ni en línea recta. Al contrario, frente a los modelos dominantes propios del Norte global, desde el Sur siempre han florecido modelos alternativos de modernidad marcados por la política de la resistencia, la hibridación cultural y el diálogo, fruto de la adaptación creativa de los sectores subalternos.

Que Antonio Maillo es andaluz hasta la médula es bien sabido, menos quizás que profesa ese ethos barroco, y no es un dato menor. En estos tiempos de confusión y zozobra, de restauración de la corona de Aragón, incluso entre la propia izquierda, la noticia de su candidatura a liderar IU es recibida por todos como agua de mayo. Si no queremos seguir los pasos de Italia, hace falta pensar España desde la cuestión meridional, desde el Sur y desde abajo. Y Antonio es plenamente consciente de esta tesis, conoce bien el momento histórico y los retos que tiene la izquierda en el actual horizonte de transformaciones que vive la política y, sobre todo, tiene la entereza, solidez y compromiso necesarios para construir un proyecto consistente de unidad desde el pluralismo y el conocimiento del mapa complejo de la geopolítica contemporánea que hay que enfrentar.

Doy fe de ello, desde los primeros pasos de IU, cuando tuve la suerte de conocerlo y trabar amistad en un encuentro de jóvenes del movimiento estudiantil, él proveniente del CADUS sevillano, yo de la Complutense, ambos imaginando las potencialidades del movimiento político-social y otras formas de hacer política, como la de aquella IU inspirada por Anguita que alentó en su momento una nueva estructura de sentimiento o sentimentalidad.

De aquel encuentro a esta parte, han pasado más de 35 años, y Maíllo ha demostrado en su impecable trayectoria que, como en su momento uno intuyera, tiene madera de líder. Atesora conocimiento y pulcras maneras, pa/ciencia y sabiduría, la de Séneca y el legado de Córdoba, cultivando, cual artesano, la palabra con templanza y justa medida, una virtud nada habitual en la política, menos aún en los tiempos que corren.

Hoy que la política es una producción en serie de más de lo mismo, una suerte de espiral del disimulo, su liderazgo es garantía fehaciente de progreso, porque siempre hace posible, en lo real y concreto, la interlocución cordial, porque hace lo que dice, dice lo que hace, y vive como habla. Por ello mismo es un dirigente muy querido entre la militancia y las clases populares, un referente de la izquierda para el proyecto de construcción de un nuevo sentido común desde el Sur y desde abajo.

Históricamente, desde Andalucía han sido muchas las experiencias políticas que han sido iniciativas de vanguardia para el movimiento de emancipación, desde la Gloriosa, y la I y II República, a la transición y lucha del pueblo andaluz, o más recientemente cuando desde Córdoba precisamente se pensó el proyecto de Convocatoria por Andalucía. Hablamos de una memoria y un legado y cultura política de la que Maíllo ha sido heredero y protagonista fundamental.

Revisando estos días en mis archivos personales ante el cuestionamiento de un conocido periodista sobre el futuro de la izquierda en España, recordaba el libro “Un año inolvidable” de Achille Ochetto, escrito tras la caída del muro de Berlín. En él, el histórico dirigente del PCI apuntaba tres ideas claves, hoy de plena actualidad: hay que repensar la izquierda y renovar la teoría y práctica de la política emancipadora más allá de cierta cultura naif que se ha impuesto entre las fuerzas de progreso, es preciso afrontar la batalla cultural y romper con el dominio de la política como mero simulacro o juego de espejos mediáticos.

Y ello solo es posible con diálogo. Con escucha activa, pero de verdad, profunda, en el sentido freireano. Si la algarabía y ruido infoxicador colonizan todos los espacios públicos, hacen falta líderes que practiquen la atenta escucha dedicados, como Maillo, a la gente común, empezando por afiliados y simpatizantes. Líderes que construyan al cabo de la calle, a ras de suelo, desde abajo, la organización, los frentes culturales. Sin este empeño, no hay gobierno de coalición ni futuro posible.

Sorprende que, en estos tiempos tan difíciles de avance del autoritarismo y la reacción, haya quien no entienda este principio o que incluso no contemple la construcción de alternativas democráticas orgánicas construyendo organización como prioridad, bien por calculadas estrategias de centralización o incluso por tratar de compatibilizar ser ministro y portavoz, cuando más es evidente que urge avanzar en la guerra de posiciones con mayor unidad y poder popular. Como repitiera en campaña, literalmente, hasta la extenuación: hay que sumar, coser y cantar.

Maíllo sabe bien de qué se trata. Tiene la idea, el don de la palabra justa y precisa, la virtud republicana de la ejemplaridad, y es un avanzado estudioso de la filosofía de la praxis porque lo que promete lo cumple.

Este pasado mes se celebró el 50 aniversario de la revolución de los capitanes. En España, no logramos, desafortunadamente, nuestra revolución de los claveles, pero quizás, por qué no, ha llegado la hora de sentar las bases de una revolución de los profesores, la hora de la primavera de las amapolas que refresque el ambiente, despeje las nubosidades variables y nos empape de la fragancia verde esperanza con el que avanzar en el movimiento de la historia.

Si Blas Infante abogó por gobernantes que sean maestros, Estado que sea escuela, política que sea arte de educación, con Antonio Maíllo tenemos la certeza de que, en la era del fango y la ponzoña, su liderazgo al frente de la principal fuerza de la izquierda con implantación nacional arrojará luz y claridad, una hoja de ruta con la que caminar y avanzar, ilusionados, conscientes, firmes en la disputa de la hegemonía por las libertades y la democracia que tanto necesita este país.

Es hora, en fin, de transitar por las grandes alamedas de la libertad, practicar la pedagogía democrática y recomponer el diálogo, fortaleciendo la izquierda con la firmeza y convicción de quien sabe de dónde viene y tiene la sapiencia de escuchar y preguntar a la hora de construir un proyecto de izquierdas para la mayoría. Esa es su principal virtud. Y no es poca cosa, porque justo, en estos momentos históricos, es lo que precisamos para caminar juntos, para religarnos, para actuar en común. Para cambiar la vida, y cambiar la historia.