Publicado por Mundo Obrero
Abril 2017
Bienvenidos al desierto de lo real. Ya sabíamos que la información es poder y que la captura del código es central en el nuevo régimen de mediación social. Apenas hoy constatamos, con Wikileaks, las formas de operación y control de la CIA. Una revelación por la que la mayoría de la población empieza a ser consciente de la era ‘Gran Hermano’. Los estudios sobre las formas de hegemonía en la comunicación mundial siempre demostraron cómo la necesidad del sistema de comando integrado de imponer y propiciar la devastadora lógica de dominio, o seguridad total, se traduce en una política de colonización de la esfera pública que extiende la política de la información de las “bellas mentiras” como relato único y verdadero de los acontecimientos históricos. Y ello, incluso, a condición de planificar y producir masivamente programas de terror mediático y militar para cubrir los objetivos imperiales, anulando todo resquicio de crítica y pluralismo informativo. Solo si subvertimos nuestra posición de observadores y hacemos un sereno y agudo análisis sobre las formas de producción del consenso en las democracias occidentales –tal y como lo hace en su libro Un mundo vigilado Armand Mattelart–, podremos entender cómo en la reciente historia existe una delgada línea roja que vincula las formas de gestión de la opinión pública del modelo angloamericano con el sistema de propaganda de Goebbels; una lógica instrumental que liga el régimen fascista con la voluntad de poder del gobierno imperial; a Dovifat y la dirección de la opinión pública con Lippmann y la producción del consentimiento; y la política de terrorismo y delaciones nazi, con la red de inteligencia y videovigilancia global que extiende el complejo industrial-militar del Pentágono.
Trasla lectura atenta del nuevo volumen de Ignacio Ramonet sobre La sociedad vigilada o el trabajo de André Vitalis y Armand Mattelart De Orwell al cibercontrol, el campo académico de la comunicación y la izquierda debería replantearse la función que desempeña en este escenario la cultura “Big Data”. Sabemos que las redes telemáticas están subvirtiendo la democracia, siempre lo han hecho: las redes electrónicas y los nuevos sistemas de comunicación son manifiestamente incompatibles con el diálogo político; la fragmentación y dispersión del espacio público es hoy la norma; el control de las redes a través de programas como Echelon amplía los sistemas de vigilancia y dominio del espacio privado de la comunicación; mientras que la instrumentación mercadológica de la democracia digital en los procesos de elección vacía de contenido público la participación ciudadana.
Dice Debord que la era de la visibilidad y del espectáculo es la era no de la transparencia sino del secreto. En palabras de Žižek, cuando más alienada, espontánea y transparente es nuestra experiencia, más se ve regulada y controlada por la invisible red de agencias estatales y grandes compañías que signan sus prioridades secretas. El empeño por gestionar la opinión pública no es, sin embargo, reciente. Ya el padre de los estudios de opinión pública en Estados Unidos, Walter Lippmann, calificaba como “lamentable proceso de democratización de la guerra y de la paz” la participación ciudadana, a través de la prensa y el debate público, en los asuntos de interés general que conciernen a la organización del Estado y su política exterior, por lo que –naturalmente– había que procurar fabricar el consenso, impedir la mediatización pública por el vulgo en los asuntos estratégicos que deben definir las élites. La llamada “guerra contra el terrorismo” se basa en este principio y proyecta, en el mismo sentido, un modelo de mediación informativa opaco y concentrado que ha permitido desplegar (en las intervenciones contra los llamados “enemigos de la democracia”) diversas estrategias de terror planificado. La que hoy denominamos Sociedad de la Información amplifica, de hecho, los dispositivos de poder y normalización de la comunicación como dominio.
Por ello, de acuerdo con Žižek, Assange representa una nueva práctica de comunismo que democratiza la información. Lo público sólo se salvará por la épica de los héroes de la civilización tecnológica. Assange, Manning y Snowden son, como sentencia Žižek, “casos ejemplares de la nueva ética que corresponde a nuestra época digital”. Como espía del pueblo, la autonegación de Assange es la épica del héroe que socava la lógica del secreto para afirmar la publicidad por razones geopolíticas y de derechos. Sobre todo del derecho a tener derechos, frente al discurso cínico de la Casa Blanca que Wikileaks revela deconstruyendo, punto a punto, documento a documento, la vergüenza de un orden social arbitrario. No es casual, por lo mismo, que un candidato de la banca como Guillermo Lasso, en Ecuador, asegure, fiel a la Doctrina Monroe, que si accede a la presidencia retirará el asilo a Julian Assange.
Quienes hemos participado en la campaña internacional por la libertad del fundador de Wikileaks (https://www.freeassangenow.org) sabemos que en esta lucha nosjugamos el futuro de la democracia y de los derechos humanos. En la era de la “videovigilancia global”, la defensa de Assange es la protección de todos contra la NSA y la clase estabilizadora del aparato político de terror que trabaja al servicio del muro de Wall Street: urbi et orbi, como el capital circulante.