A partir de la ruptura de Lenin y la revolución soviética, podemos pensar un principio básico de plena actualidad en nuestros días… lo que distingue la Comunicación como arte y técnica de la mediación social no es otra cosa que construir lo común.
Los centenarios, como toda conmemoración, son, por necesidad, una suerte, como el mismo nombre indica, de reconstrucción del sentido histórico, un ejercicio programado, en fin, de politización de lo que somos al repensar lo andado. En ello estamos, en la FIM, con motivo del aniversario de El Capital y, sobre todo, el centenario de la Revolución Soviética, una efemérides que da, según hemos visto, para numerosas lecturas, tanto historiográficas como políticas y culturales, si bien llama poderosamente la atención que haya estado casi ausente e invisibilizada en los medios mainstream de nuestro país. Pareciera que la comunicación es ajena a la historia o que el periodismo solo vive en el acontecer diario, en una suerte de presente perpetuo. Quizás por ello no se ha reparado en lo que significa pensar nuestro tiempo con relación a la revolución proletaria. O mejor aún, las implicaciones que tiene para la comunicación repetir a Lenin. En medio del XX Congreso del PCE, y ante los retos de construcción de un bloque histórico y el necesario proceso constituyente en marcha, parece por ello cuando menos oportuno pararse a pensar sobre el papel de la prensa, y la disputa ideológica, en las luchas presentes y por venir, aprendiendo a leer sobre las cenizas del pasado. Permita el lector para ello sugerir tres lecturas para situarse en el tema:
1. La magnífica antología de Constantino Bértolo (“Karl Marx. Llamando a las puertas de la revolución”, Penguin Books, Madrid, 2017).
2. Los dos volúmenes de “Comunicación y lucha de clases”, de Armand Mattelart y Seth Siegelaub coeditado por ULEPICC, CIESPAL y la FIM, en la que se recopilan buena parte de los materiales de reflexión sobre la revolución rusa y cuya lectura es imprescindible para cubrir el llamado agujero negro del marxismo.
3. Finalmente, y dado que, como insiste Zizek, hay que repetir a Lenin, no estaría de más repasar la antología “La información de clase” (Siglo XXI, Buenos Aires, 1973) con los principales textos de Lenin a propósito del tema que nos ocupa.
De las lecturas sugeridas, y a la luz de un siglo de historia, el largo siglo de la era de la propaganda, cabe concluir, ahora que está en marcha Mundo Obrero Radio y que, por fin, la izquierda empieza a problematizar la dimensión performativa de toda mediación, varias lecciones de una lectura radicalmente democrática, y mediática, del escritor y hombre de acción que fue Lenin:
a. La primera, y principal, es que la función vicaria de la información cobra solo relevancia en la lucha revolucionaria cuando esta nace inmersa o articulada complementariamente, o de forma auxiliar, con los procesos de movilización y acción colectiva. De hecho, para Lenin, Iskra, como cualquier medio de información, debía ser repensado como centro y base de toda organización política. En la medida que la información es cohesión, unificación y poder, toda organización revolucionaria debe pensar la comunicación como proceso de planeación de la lucha revolucionaria. “Sólo el perfeccionamiento de la organización y la creación del órgano central del partido permitirán – insistía Lenin – ampliar y profundizar el propio contenido de la propaganda y de la agitación”.
b. La narrativa ha de ser de clase y para la clase, lo que implica la renuncia a la metafísica objetivista de la neutralidad, tan del gusto del periodismo de origen angloamericano, como también, desde luego, evitar el recurso a jergas y formas de expresión abstractas, desconectadas del lenguaje y formas de expresión popular de los sectores subalternos.
c. Una componente radicalmente innovadora, que marcara también los debates en las artes y la cultura, es la función educativa de la prensa, al concebir la comunicación como un medio al servicio de la pedagogía democrática, una experiencia y praxis que animara la revolución soviética y habría de inspirar todos los procesos revolucionarios posteriores en línea con la Proletkult. El anonimato constituye en este punto un elemento a repensar, comenzando por los corresponsales obreros, en palabras de Lenin, un trabajo humilde, modesto, anónimo, de mucho más heroísmo que el trabajo habitual de los círculos.
Estas, como es lógico, son algunas ideas fuerza a tomar en cuenta. Existen, claro está, en los escritos de Lenin, y en general en el marxismo, numerosas fallas y brechas por explorar. Por centrarnos en la Revolución de 1917 es notorio que en lo que se refiere a la prensa y la información, no fue posible desarrollar una teoría leninista sobre la relación entre partido y clase, entre vanguardia y formas de mediación social de las masas, tras el triunfo bolchevique. La visión instrumental y la lucha por la sobrevivencia de la revolución impuso una concepción vertical y directiva, básicamente instrumental, de la comunicación. El acceso y autogestión de los medios fueron episódicas y las estrategias de participación política en los medios de los trabajadores prácticamente marginal, si bien existe un capital acumulado de experiencias y proyectos ignorados por la academia y la profesión que convendría retomar ahora que tanto se habla de horizontalidad y empoderamiento ciudadano en la era de las redes distribuidas de información y conocimiento. Entre los elementos innovadores que la Revolución Soviética hizo posible cabe destacar la estética del montaje. Siguiendo a Didi-Huberman a propósito de su ensayo “Cuando las imágenes toman posición”, la política del montaje y la historicidad de la representación épica del proceso revolucionario conectado con las vanguardias estéticas y literarias del momento, en una suerte de iconología de los intervalos, fue sin duda clave para entender la era de los media que iniciaba a principios del pasado siglo XX con la industrialización de la prensa y la radiodifusión. A partir de la ruptura que inaugurara Lenin y la revolución soviética, podemos pensar un principio básico de plena actualidad en nuestros días. A saber: lo que distingue la Comunicación como arte y técnica de la mediación social no es otra cosa que construir lo común.
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