Por definición, todo medio de información tiende a ser etnocéntrico. Los propios criterios de valoración de la noticia, el principio de proximidad, imponen en la narrativa periodística una suerte de distinción de los unos y los otros que se ha naturalizado en forma de brecha cultural. Una lógica disyuntiva, reforzada por la geopolítica imperialista de la comunicación que la industria del entretenimiento, Disney por ejemplo, ha popularizado históricamente hasta el extremo en el imaginario audiovisual de consumo entre las clases populares. No es que la teoría informativa esté imbuida además de la tradición angloamericana, que también, sino que la propia experiencia de la cultura de masas es, en cierto modo, básicamente americana, y, como bien sentenciara Bolívar Echeverría, la propia lógica de la mediación está impregnada de esta mentalidad colonial por la que, como denunciara Chomsky, en la información internacional hay víctimas dignas o indignas o cuando se sufren catástrofes como la de Valencia se muestra como excepcional la solidaridad de los diferentes, sea un hindú o un subsahariano que acude en rescate de víctimas de la DANA. Como si los otros no tuvieran humanidad, ni sentimientos, como si la gente lejana careciera de alma, de capacidad de agencia para la cooperación y ayuda mutua, para estar con los otros de forma fraterna. Nuestro sistema cultural está, en fin, impregnado por los discursos exorcizantes de la otredad y en buena medida por el etnocentrismo de los medios, últimamente militando en la xenofobia y racismo sin recato, decoro ni disimulo alguno. Al tiempo, la narrativa del gran reemplazo, difundida en redes por VOX, ha sido amparada por el Pacto sobre Migración y Asilo aprobado en Bruselas por una Europa fortaleza presa del discurso del miedo y envuelta en el clima de opinión del darwinismo, el racismo biológico y el orientalismo que retorna como matriz discursiva o panegírico de la licuefacción necesaria del capitalismo financiero, el mismo que impone la selección natural del algoritmo comandado por los señores feudales de Silicon Valley mientras los servicios públicos de nuestros países celebran la modernización tecnológica y asumen acríticamente la impúdica política de deshumanizar, desmaterializar, robotizar el proceso de mediación y atención a la ciudadanía.
Lo más grave sin embargo es esta naturalización del odio al extraño, de la segregación social del migrante que a diario los medios difunden como dieta mediática y que tiene sus ideólogos y propagandistas al servicio del proceso de acumulación por desposesión. Textos como Eurabia o Revolución Europea de Christopher Caldwell (2009) extienden, por ejemplo, el mito de la invasión amarilla y subsahariana. La internacional ultra acude recurrentemente a este tipo de relatos para hablar de presión fiscal, de la privatización de la sanidad o de la liberalización de mercados con la elipsis, obviamente, de toda referencia al gran capital. Todo vale para civilizar a los bárbaros en una suerte de melancolía de lo que fue el Estado de Bienestar. Se empieza así por avivar la amenaza figurada de los nuevos bárbaros y se termina cosificando a diario en los informativos los cuerpos sin vida de jóvenes en el Estrecho en una suerte de lógica invertida de loa a la cultura de la muerte a lo Milán Astray. Un postureo humanitario que queda fielmente retratado cuando se replican noticias, cual gota malaya, sobre menores, asumiendo la nomenclatura MENA, o publicando las declaraciones sin contrastar sobre jaurías migrantes de portavoces neofranquistas como Rocío de Meer, nieta del Gobernador de Baleares, gente de Meer. . . da, como pintaba en las paredes la resistencia antifranquista, personajes infames con los que uno tiene que convivir a diario en la cámara de la soberanía popular, cuando no sufrirlos en tiempo de campaña en forma por ejemplo de interrupciones en el uso de la palabra. Durante el debate electoral del 23J en Canal Sur, los comentaristas, a sueldo del PP/VOX, en lugar de llamar la atención sobre las faltas de respeto y barbaridades de la representante de la extrema derecha terminaron por acusarnos de mala educación y criticar nuestra protesta pacífica contra el neofascismo al retirar la mirada y la palabra a quien hace apología del racismo, el machismo y la lucha contra la población más vulnerable. Hace tiempo que la mayoría de los periodistas dejaron de lado el cordón sanitario, y que renunciaron al principio de salud pública consustancial a la función social informativa, por no hablar de los códigos UNESCO de ética y deontología contra aquellos discursos del odio que proliferan como norma en las pantallas de nuestros medios o NODO nacional.
Queda el consuelo, insuficiente, si somos honestos, de un cambio cultural, una mutación, en palabras de Alessandro Baricco, sin precedentes y revolucionario. AMA ROSA mediante, la gente apaga las televisiones y enciende la imaginación. X o la pajarería, que dice Thiago Ferrer, está en declive, en medio de sesgos, derivas mercantilistas del algoritmo y la selección natural que Musk-Dios define hasta el hartazgo provocando la huida en masa de los usuarios hacia otras plataformas como Bluesky. Algo se mueve en las redes y no cesa, trasciende el tecnofeudalismo y los canales instituidos de información. Pareciera que estamos saliendo del túnel. Pero nos han impuesto ya el marco cognitivo, el framing, y desde la izquierda, en lugar de estar a la ofensiva, andamos razonando, justificadamente con argumentos, contra la sinrazón neofascista que se desborda cual tsunami antidemocrático, sin acometer la materialidad determinante de las condiciones de producción de la hemorragia mediática racista. Como consecuencia, el neofascismo informativo, o fascismo amable, si es posible sostener este oxímoron, actúa, como práctica social, de forma efectiva, extendiendo un velo cultural envolvente por medio del discurso de la victoria y la competencia, de retorno al confort de lo rancio y vacío de lo conocido, por medio de la polarización y los conectores ideológicos, de la fascinación tecnológica o incluso de la pulsión plebeya, sin solución de continuidad. Faltan políticas mediáticas, plataformas públicas y una estrategia contrahegemónica firme y consistente en la lucha ideológica de esta guerra cultural. Por ellos, que son el futuro que viene, y por los nuestros. Por todas y todos, necesitamos con urgencia más medios y no simples remedios. No podemos permitir que el futuro de la democracia vuelva a transmitirse en blanco y negro, aunque sea Ultra High Definition.