Periodismo y postverdad

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Publicado por Mundo Obrero

Mayo 2017

El orden del discurso de la postverdad es propio del negacionismo: negación de la prueba y evidencia empírica, del reino de la razón contra la barbarie, de la vida contra el fascismo de los buitres de Wall Street y los macarras de la moral del Tea Party y los escuadrones de la muerte al servicio del orden global. Hoy que los periodistas de Panamá Papers han sido reconocidos con el Pulitzer, pensar el periodismo como garante de la veracidad significa asumir que tal lógica es sintomática de una irremediable crisis de identidad de la prensa. Por ello, del mismo modo que el dicho la bolsa o la vida nos sitúa ante la contradicción de la afirmación de la existencia real y concreta contra la lógica especulativa del capital, confrontar hoy el periodismo con las prácticas manipuladoras del modelo de propaganda pasa por asumir cinco lecciones básicas:

1. La acumulación por desposesión exige la máxima opacidad posible. El proceso de expansión del Capital Financiero requiere a tal fin un periodismo de investigación sumiso.

2. La cobertura periodística de los medios mainstream reproduce el sesgo que hace posible el limitado alcance del periodismo de revelación pues renuncian a reconocer que la primera libertad de prensa consiste justamente en no ser una industria (Marx dixit).

3. La hipótesis Cebrián es la norma de la mediación informativa en la era postverdad. La coalición de intereses entre capital financiero y crimen organizado se basa en el dominio del secreto gracias a la cooptación de los directivos y editores de medios, beneficiarios directos de la lógica imperante de valor según la cual uno vale por lo que conoce y calla, en perjuicio, claro está, de los sectores populares.

4. Los casos WikiLeaks y Snowden dan cuenta no obstante de la emergencia de una nueva práctica informativa que, en sí misma, no garantiza la mejora de la cobertura de los medios dominantes, pero que al menos demuestra la posibilidad de otra forma de producción.

5. La opacidad de los grandes capitales sigue ajena mientras tanto al escrutinio de la prensa, supuestamente libre, imperando una reproducción, como en el flujo de la información internacional, del Norte al Sur y de  arriba hacia abajo.

La democracia digital, que carcome el orden e imaginario decimonónico liberal, exige hoy repensar un concepto de libertad de expresión que trascienda las nociones dominantes de free flow information. Esta tarea es, sin  duda alguna, estratégica. Actualmente, en las redacciones, falta corazón e inteligencia, como también memoria, una facultad cognitiva directamente conectada con el pensamiento crítico y la creatividad. En la regeneración democrática del periodismo, urge volver a las fuentes, cultivar la crónica y el background, elementos paulatinamente relegados por el dominio de la información de gabinete adulterada. Frente al modelo fordista de producción de información basura, reivindicar la cultura o espíritu hacker como virtud de los comunes, como ejercicio deontológico de la compasión, como la pasión, en fin, compartida, ahora que falta corazón y músculo en el periodismo, se ha vuelto por lo mismo una demanda perentoria que, se ha demostrado, tiene el refrendo del público en lo que algunos denominan periodismo reposado, narrativo o artesanal. Si como decía Debord, y hoy replica Bifo, la cultura videogame, en esta era del disimulo y la mímesis estéril de la representación como dominio, es propia de una lógica imperial cuyo principal resultado es la imposición de una cultura sedada, impávida y amedrentada, que nos convierte en ilotas o esclavos de la maquinaria de guerra del capital, hoy más que nunca sabemos, más allá de las versiones prefabricadas sobre Siria o Venezuela, que otro Periodismo Real Ya es posible.

La racionalidad de la infoxicación en la que estamos inmersos contrasta con el proceso de transición en el que cada día es más evidente la necesidad de recuperar la comunicación de forma mancomunada, construir un nuevo imaginario y una narrativa del cambio social participado y plural. Este proceso no tiene relación, desde luego, con el descrédito que hoy vive la profesión, que, de acuerdo a los sondeos del CIS, por poner el ejemplo de España, tiene una aceptación y reconocimiento mínimos. La crisis de confianza que vive el periodismo cobra mayor relieve cuando hacemos memoria histórica y recuperamos del baúl de los recuerdos páginas brillantes y heroicas sobre cómo transgredir la censura e informar con criterio, confianza y voluntad de servicio público. Lo contrario a una agenda que rompe, fija y, como reza la Real Academia, da esplendor es lo  que vivimos en nuestros días con la inercia autista de un periodismo que hace válida la profecía que se reproduce en medio del control oligopólico del sector y el sometimiento al capital financiero.

Pese al pesimismo hoy reinante en  la profesión, algunos estamos convencidos que aún es posible corregir tales inercias. Todavía podemos abrir un espacio común para formar, informar y fortalecer la autodeterminación de la ciudadanía, como en parte han hecho iniciativas del tipo periodismo humano. Pero para ello es preciso que se dé cuando menos una condición: la voluntad política de los profesionales pues son ellos quienes tienen la primera palabra, y desde luego –recordemos– no la última. La cuestión es si el campo profesional está dispuesto a tomar el testigo o si ya aceptaron definitivamente la derrota del oficio. Sea cual fuere el resultado a dirimir a este respecto, es evidente, para el caso, que el futuro de la información pasa por articular los puentes de diálogo con la ciudadanía, con medios y mediadores conectados, imbricados socialmente, con las puertas abiertas a ‘todos’ y a ‘todas’. No otra cosa es la democracia y la razón de ser del periodismo. Recordemos, parafraseando al bueno de Kapuscinski: no hay mejor pasión que la compartida y la compasiva. Sabemos que el pensamiento, como el deseo, es, por definición, una práctica arriesgada; pero solo asumiendo este riesgo, la humanidad podrá caminar por las alamedas de la libertad de un periodismo de los bienes comunes en tiempos de falsificaciones y construcción del sentido a lo Trump.

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