Publicado por Mundo Obrero Marzo 2017
De Obama a Trump, de Facebook a Twitter, de la cultura underground situacionista al movimiento Yo Soy132 o la guerrilla semiótica de la cibercultura graffiti, las nuevas tecnologías de la información han modificado, estructuralmente, las formas de organización y acción política. Algunos sitúan el punto de inflexión de esta mudanza en el levantamiento zapatista (1994), pero sabemos que existe una amplia experiencia acumulada, desde la década de los sesenta, en materia de comunicación popular y alternativa. Las experiencias que hoy proliferan en la era digital no hacen sino actualizar las formas de interlocución que los grupos subalternos siempre han procurado articular para favorecer procesos de empoderamiento. Lo novedoso hoy es sólo que, paulatinamente, estas nuevas lógicas de representación horadan las bases institucionales de empresas como Televisa o Globo, modelos arquetípicos del sistema jerárquico de control de las imágenes y los discursos públicos en América Latina, por no mencionar el caso español del imperio PRISA. Es en este marco donde las redes sociales alcanzan su verdadera importancia como medios o canales alternativos de información. Y el que favorece, en España y otros espacios geopolíticos del Norte y Sur globales, el despliegue de formas autónomas y mancomunadas de tecnopolítica, inéditas en la historia moderna del capitalismo por su impacto y proyección. De hecho, ello ha significado, en la práctica, un cuestionamiento de las teorías al uso de la acción colectiva y el conflicto social.
Desde el punto de vista de las lógicas propias de la cultura digital, hoy más que nunca somos conscientes que es preciso perfilar nuevas matrices y un pensamiento propio a partir de un enfoque productivo, capaz de romper con la racionalidad binaria y externalizada del mediactivismo como un simple proceso de apropiación, resistencia y oportunidad política. En Latinoamérica y el Caribe, hemos constatado, como con el 15M en España, que existen diferentes prácticas políticas, poco o nada consideradas por las fuerzas tradicionales de la izquierda, y menos aún por la Academia, pese a la constatación de que este tipo de prácticas apuntan la emergencia de otra narrativa y modelo de organización del bien común. Por ello, constituimos desde COMPOLITICAS (www.compoliticas.org) el Grupo de Trabajo sobre Tecnopolítica, cultura digital y ciudadanía (CLACSO), y la red de pensamiento y activismo social TECNOPOLITICAS (http://www.tecnopoliticas.org/). Satisface saber que estos esfuerzos empiezan a dejar de ser iniciativas aisladas. Movimientos políticos y sociales como IU han adquirido plena conciencia de esta mudanza en las formas de decir y hacer política por parte de una nueva generación de militantes. Las últimas campañas electorales han sido un claro ejemplo de haber aprendido a leer en la historia en movimiento los radicales cambios experimentados en las formas contemporáneas de mediación social. En otras palabras, Clara Alonso y el equipo de La Cueva, estas semanas de gira para capacitar cuadros y responsables de comunicación, han demostrado que si se quiere se puede. Que es posible un dominio de la técnica (solvencia) con fines emancipatorios, que no hay cambio social sin consistencia (rigor) en las formas de articulación social. Que transformar la vida exige creatividad (innovación) en las formas de informar y debatir. Y que toda política alternativa pasa, en términos gramscianos, por un esfuerzo de pedagogía democrática.
Si el problema de la comunicación y la cultura en nuestro tiempo es la lucha por el código, por la apropiación de lo inmaterial, por el patrimonio cultural común, objeto a su vez de un intensivo intercambio, el reconocimiento y valoración de las diversas formas de autoproducción (de las favelas y el sector terciario informal a los jóvenes conectados para ejercer la libertad de intercambio) que hoy reivindican y practican los nuevos actores políticos en la red, exige, a nuestro entender, que problematicemos estos procesos para garantizar una esfera pública que reconozca las dimensiones productivas de la ciudadanía frente al modelo tradicional de centralización y apropiación de los bienes comunes, empezando por la propia comunicación. En este punto, la renuncia a cuestionar el sistema de patentes y de derechos de propiedad intelectual socava las posibilidades del pacto social necesario para la realización de los derechos culturales. Por ello, no es posible pensar un proyecto de democracia participativa en la galaxia Internet sin impugnar el actual sistema internacional de regulación de estos derechos, bajo la influencia de un organismo como la UIT y de Estados Unidos, que obviamente no están dispuestos a tolerar un espacio libre y socializado. A lo largo y ancho del planeta, se viene procurando organizar por lo mismo un Foro Social de Internet que contribuya al diseño de un modelo de gobernanza abierto, libre y democrático. ALAI y MEDIALAB UIO organizan en junio, en CIESPAL, una primera convocatoria regional que esperamos ayude a perfilar una hoja de ruta, mientras, desde la periferia, desde el Sur y desde abajo, pensamos cómo reinventar las formas de representarnos: la estética, el decir y el hacer para la libertad. No es poca cosa, créanme.
Tomado de Mundo Obrero. Leer el pdf.