En la era de la hipermediatización intensiva, propia del capitalismo informativo, es tiempo de confrontar el reto de la Inteligencia Artificial y en España el problema mediático de la estupidez artificiosa. Uno, que no atesora la virtud ni mucho menos el ingenio del bueno de Sánchez Ferlosio, se ve tentado de hacer una genealogía de lo excéntrico y sus usos sociales, más allá de la palabra, por ser tal deriva, para el caso que nos ocupa, y en la era de la postelevisión, una patología letal del ecosistema mediático patrio, atrapado como está el periodismo entre la lógica del exceso, en función de la concepción de la noticia como señuelo circense, y la pura redundancia. Lo primero lo justifican los periodistas por perchas que yerran al tratar de dar sentido al disparate de la escaleta y la imposición del rating, y lo segundo es la deriva natural de la mercantilización extrema que incrementa el tiempo de la autopromoción institucional hasta el límite legal, con el consiguiente cansancio del público expuesto, solo e indefenso, al carrusel de los sucesivos anuncios de telenovelas o reality show en los espacios destinados a informar de la actualidad, que siempre es más de lo mismo: la mueca del entre/tenimiento, expropiado ya su tiempo de vivir y soñar. De manera que puede decirse que el sistema mediático nacional es, básicamente, obsceno, y refuerza la mediación espectacular característica de la industria cultural que, en su fase superior, solo obedece a la exigencia especulativa del capitalismo financiero, a la forma deriva excedentaria de cultivo de la desmesura, el exceso, y la excentricidad, todo aquello que va contra la escena y una política común de la representación, negando por sistema lo apropiado y necesario. Esta lógica está en el origen de la cultura masiva. El fútbol y los espectáculos de masas fueron de hecho la base de expansión de los grandes medios comerciales. A través de ellos se construyeron héroes y nuevos arquetipos de referencia a escala incluso planetaria, y hasta diríase que estratosférica, por la prevalencia o el gusto por lo extremoso o fuera de ordinario. La propia teoría de la noticia fue así permeada de inmediato por esta política del exceso tan del gusto de las masas en la era quiz show. Y en contextos como el nuestro, de cultura barroca, la vindicación de lo grotesco alcanza ya cotas inimaginables. Ya quisiéramos tener programas como De zurda, con Víctor Hugo Morales. En el modelo oligárquico rentista solo ha lugar para El chiringuito, un trasunto para el periodismo deportivo del actual Tribunal Constitucional. Si yo fuera, como reza la canción, Maradona, el último icono global, probablemente, Messi mediante, les mandaría a todos al carajo. Pero como solo soy un futbolista fracasado, no queda otra que regatear a mi sobrino Leo, felicitar a la albiceleste, amar como nunca antes la cultura “nacandpop” argentina, y pensar que un Frente de Todos es posible en España, justamente por el ethos barroco. Cuando la televisión no nos deja ver y el móvil ni pensar, en un tiempo en el que la telestesia es anestesia sin información ni periodistas, con una democracia de baja intensidad, bajo la tutela de un imperio en decadencia y el latrocinio que la disrupción digital favorece, es hora de centrarse frente a los medios de representación excéntrica.
Vamos a tener que ganar nuestro particular mundial introduciendo, en su justa medida, el necesario equilibrio y mesura que los medios que circulan no cultivan. Algo así como cierta actitud senequista, haciendo de Anguita en medio del ruido mediático de la caverna que no cesa. No es poca cosa, créanme, y la gente común bien lo sabe. Por eso son todistas, no se les puede engañar con las sombras chinescas de la versión oficial única a base de mentiras repetidas hasta la saciedad. Tienen memoria y experiencia: el saber popular de lo que fueron, de lo que son y de lo que quieren hasta que los sueños sean la realidad.