Hace meses, en esta misma columna, alertaba sobre la disyuntiva Comunicación o Barbarie. La civilización –citábamos a James Petras- en el grado maduro de desarrollo del capitalismo, es un sistema híbrido. Formalmente, civilizada, en el fondo, impone el abismo de la barbarie que hoy despliega VOX en forma de legitimación de la lógica de la destrucción creativa. El reciente golpe de Estado en Bolivia certifica esta iluminación anticipatoria, no solo por la emergencia del neofascismo en Europa y América, sino, para el caso que nos ocupa, también por la vigencia de un sistema informativo que atenta contra los Derechos Humanos: ocultando la tortura y eliminación de opositores (caso de Mercurio en Chile), promoviendo el linchamiento mediático (con el lawfare) y fungiendo como vanguardia de los golpes blandos (caso Paraguay o Brasil). De los telepredicadores de la era Reagan, que financiaron la guerra sucia contra Nicaragua, a la plaga evangelista que asola Brasil o promueve la guerra contrainsurgente en Chiapas amenazando a los teólogos de la liberación, los medios son hoy el principal baluarte de la restauración conservadora. Para ello cuentan con un amplio ejército de intelectuales orgánicos y portavoces de la Santa Alianza. Si algo ha dejado en evidencia la cobertura del golpe contra el MAS, es la importancia de los colaboracionistas, intelectuales posmos que se ponen de perfil, niegan lo evidente y justifican la barbarie por razones, bienvenido el oxímoron, de legitimidad democrática. A la unánime negación del golpe de medios como RTVE o Canal Sur, por no mencionar al duopolio televisivo con intereses en el país, cabe añadir la perpleja actitud de los asalariados del crimen cristofascista en el país andino. Como analizara Marx en El 18 Brumario, hablamos de un tropel de pregoneros del Capital global que comparte “el espíritu de componendas llevado al fanatismo, por miedo a la lucha, por cansancio, por consideraciones de parentesco hacia los sueldos del Estado, tan entrañables para ellos, especulando con las vacantes de ministros, por ese mezquino egoísmo con que el burgués corriente se inclina siempre a sacrificar a este o al otro motivo privado el interés general de su clase”. Así, los colaboracionistas, sólo trabajan hoy, como ayer, para sí mismos como tontos útiles al servicio del partido del orden en la lucha contra toda forma de socialismo democràtico, esto es, en contra de campesinos, indígenas, trabajadores de la minería y grupos subalternos. Mientras los medios amplifican en pantalla las imágenes del desastre en Chile, Ecuador, o Colombia mostrando los rasgos de un mundo en descomposición, cosa que en manera alguna puede confundirse con una situación revolucionaria; en cierto modo, cito literal a Francisco Ayala, es todo lo contrario, pues revolución implica movimiento histórico determinado por una tensión de fuerzas sociales, dialéctica real, mientras que los hechos sociales del presente corresponden a una sociedad desintegrada y encharcada donde todo es confuso, los movimientos son ciegos, los conceptos se han vaciado de significación y las palabras, corrompidas y deformes, degradadas al papel de insultos, oscuras, torpes y sumarias como gritos intrahumanos, que muestran una grotesca inutilidad para lo que es su función específica: entenderse. En esta lógica, la función vicaria de los medios golpistas es entretenernos, sumar voces a la ceremonia de la confusión para impedir que la gente se mueva, que el sistema quiebre por la vindicación de la vida. Triste función para el periodismo, hoy empeñado en el ardid de la falsedad y el colaboracionismo. ¿Alguna vez se exigirá responsabilidades por atentar contra los derechos fundamentales?