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Los retos de la Era Digital
La era de las redes sociales plantea nuevos escenarios políticos y económicos que deben repensarse, no solo ante la emergencia de la ciberguerra y los procesos de desestabilización política que experimentan América Latina y Europa, sino porque introducen nuevos retos estratégicos al sistema informativo mundial. Un primer punto de partida es que el actual modelo de mediación social ha cambiado sustancialmente.
En efecto, estamos ante un sistema descentralizado desde el punto de vista de la infraestructura; pero habría que recordar que el comando, el control de esa red de Internet, sigue siendo absolutamente monopólico, con el papel protagónico de los Estados Unidos, que tiene la hegemonía desde la creación de la COMSAT no solo en materia de distribución y circulación de información, sino también de hardware y software, lo cual constituye una posición de superioridad informativa que debiera poner en alerta a los llamados países periféricos ante la histórica dependencia tecnológica de este país.
Apunto este dato porque, en un panel y encuentro martiano como este, es preciso vindicar la memoria histórica y politizar la representación que nos han construido de la cultura digital. Esto es, debemos comenzar recordando que la estructura real de la información tiene una historia y continuidades más que rupturas fruto de la revolución tecnológica. Hay que tomar en cuenta que, en la disrupción digital, hay procesos acumulativos y magmáticos que explican el actual estado de la cuestión desde el inicio de la integración de la red de telecomunicaciones y la informática en red. Hablamos de la génesis, en fin, de la carrera aeroespacial en la era de la Guerra Fría que llega hasta nuestros días y que el crítico norteamericano Herbert I. Schiller describe perfectamente en su libro Comunicación de masas e imperialismo yanqui. En ese período se impone una estructura de comando y poder imperial en el que la Unión Internacional de Telecomunicaciones (OIT) y el propio espacio geoestacionario quedarían en manos, pese a la competencia de la Unión Soviética, de Estados Unidos.
Hoy ese control del espacio orbital y de las redes de comunicaciones, lo que llamamos la hipótesis Echelon, continúa en manos del Pentágono, que ejerce el control de las comunicaciones desde el punto de vista tecnológico y militar, aunque los GAFAM sean corporaciones privadas. Persiste, sin embargo, el relato y la narrativa Silicon Valley, sostenidos en los mitos de progreso, de la libertad y autonomía, y del renacimiento democrático en la era de la nueva Alejandría electrónica; además del mito de la transparencia cuando, paradójicamente, el secreto, como decía Guy Debord, es la norma en la sociedad del espectáculo.
En otras palabras, en la llamada sociedad digital o capitalismo de plataformas, tenemos un sistema de mediación oculto al escrutinio público basado en una lógica de organización concentracionista y un sistema de video vigilancia global en manos de los Estados Unidos y unas pocas empresas corporativas, cuyo presupuesto ordinario supera a la mayoría de los Estados nación del primer y tercer mundo. Ello explicaría la facilidad para habilitar procesos de restauración conservadora, así como las experiencias de los golpes mediáticos o la llamada guerra híbrida. Si me permiten una hipótesis de esta breve intervención, la verdadera caja negra de la supuesta democracia digital es justamente las operaciones encubiertas dirigidas, por ejemplo, a desestabilizar gobiernos de progreso. Por ello las operaciones del algoritmo no son de escrutinio y control público. Paradójicamente, en la era de la economía inteligente los sistemas expertos quedan al margen del escrutinio y evaluación democrática, al margen del debate, de la deliberación, del control de los poderes democráticos, del poder judicial y, evidentemente, de la ciudadanía que solo es considerada, en esta matriz ordoliberal, como simple usuaria o consumidora de la red, nunca como sujeto de derechos. Conviene en este sentido, ya que hablamos de memoria y de las redes hoy, hacer un análisis histórico. Podemos situar la ciberguerra en varias etapas.
La primera, aunque sorprenda, viene de hace más de dos décadas e inicia, fundamentalmente, con China. El conflicto más interesante o potente se ha venido dando entre Washington y Pekín, y a partir de ahí se han desarrollado numerosas experiencias no conocidas públicamente, salvo algunos papeles que Wikileaks hizo públicos con los resultados para Assange que ustedes conocen.
Después vino lo que algunos ven como ciclo de protestas o revoluciones 2.0, y que es exactamente su contrario. Hablo de la Primavera Árabe, del Brexit en la Unión Europea, de la actual guerra en Ucrania, de las estrategias de desinformación no solo de sectores de la extrema derecha, sino del poder fáctico del Pentágono, que ha dominado las telecomunicaciones y, aún hoy, domina a grandes compañías como Facebook, Google y Amazon, colaboradores necesarios de lo que hoy llamaríamos guerra irregular. En otras palabras, cuando hablamos de ciberguerra en la era de la información, en realidad estamos hablando de una doctrina política militar del Pentágono denominada, en los años 60, guerra irregular para enfrentar procesos revolucionarios como, por ejemplo, la experiencia de Cuba, las guerrillas en América Latina o los movimientos de liberación nacional en África y Asia. A partir de experiencias como las vividas con los movimientos insurgentes en Latinoamérica se desarrolló una doctrina en la Escuela de las Américas, donde se formaron los ejércitos golpistas para, de manera cruenta, reprimir a los movimientos populares de la región. Este marco conceptual o corpus militar doctrinario consiste básicamente en tres principios elementales definidos durante la era Reagan en el laboratorio centroamericano de Nicaragua en la llamada guerra de baja intensidad.
Primero, enfrentar los conflictos no en el ámbito militar, o estrictamente castrense, sino en el plano ideológico-cultural, por eso hablamos de guerras culturales (guerra ideológica, en la actualidad). En segundo lugar, un enfoque global del conflictoabordando incluso regionalmente las guerras sucias contra los procesos de transformación revolucionaria. Véase, por ejemplo, el caso de Nicaragua, la guerra sucia por la cual Estados Unidos, por primera vez en la historia, fue condenado por un tribunal penal internacional. Una guerra encubierta, elemento importante: frente a la transparencia, que orienta sus estrategias de operaciones psicológicas procurando el secreto como norma en conflictos calificados de no guerras, incluso “operaciones de paz”, para legitimar la intervención militar ante la opinión pública. La experiencia vivida llevó a Nixon a sentenciar una idea que retomó Reagan y que ha sido aplicada hasta nuestros días por sucesivos gobiernos de los Estados Unidos. La primera condición para ganar la guerra es contar con la unanimidad de la población y para ello es preciso tener un criterio u objetivo moral, es decir, ser inobjetable moralmente para la legitimar la intervención. Pero sabemos que las guerras imperialistas persiguen otros intereses, por ejemplo, si hablamos del intento de magnicidio de la vicepresidenta argentina, o si hablamos de Bolivia, otro tanto de lo mismo. Al final nos enfrentamos a la verdad de la paradójica situación por la que la propia transición digital necesita recursos minerales estratégicos que están en los llamados países periféricos, como sucedía antaño con la doctrina de Santa Fe, a partir de la cual se desarrolla una estrategia para América Latina en la que se establece el objetivo de conquistar, de manera activa, el frente ideológico, incluso con la cooptación de intelectuales, de pensadores de América Latina que militaban en el marxismo y sostenían posiciones progresistas y revolucionarias; además de controlar el parlamento, lo que suponía ocultar a la opinión de los representantes legales de la soberanía popular las operaciones encubiertas de contrainsurgencia que se desarrollaban en esos países y, evidentemente, ocultar a los medios de comunicación, la guerra cultural, la guerra híbrida de la que hablamos hoy y que arranca con la doctrina de Santa Fe como explicara en mi ensayo “La guerra de la información” (CIESPAL, Quito, 2016).
Es verdad que ha habido una modulación. Hoy hablamos de golpes blandos, de golpes mediáticos, pero algunos actores no han variado. La agencia de cooperación de los Estados Unidos sigue interviniendo en Bolivia, por ejemplo; la agencia de información sigue siendo activa en el fondo nacional por la democracia de los Estados Unidos, financiando procesos de golpe blando y, luego, nuevos actores como la Fundación Vargas Llosa, que colaboran con el expresidente Aznar, se han unido a clásicos agentes enemigos de la democracia como la Sociedad Interamericana de Prensa (SIP) o el grupo de diarios de América que constituyen el oligopolio, la patronal mediante la cual refuerzan en los medios lo que circula en las redes sociales.
No olvidemos que, igual que en la radio y en la televisión se replica lo que publican los periódicos, ahora los periódicos publican lo que las redes y los bots establecen como estrategia, de manera falsa. De ahí el éxito del Brexit y el éxito y ascenso de la extrema derecha en Europa y en América Latina.
Ciertamente existe un ciberactivismo que podríamos calificar como nueva economía moral de la multitud, nuevas prácticas de resistencia, de organización, de movilización, pero no solo desde posiciones transformadoras. Las estamos viendo también como procesos involucionistas de extrema derecha, mediante discursos de odio, como los que se ven hoy en Argentina y España.
Frente a ello, creo que en este momento hay que pensar en la historia, en la memoria, en los valores del pensamiento de José Martí, en lo que representan el Caribe y la experiencia revolucionaria en Cuba, en el levantamiento del pueblo haitiano. Hay que recordar las alternativas democráticas y, en materia de redes, frente a la ciberguerra que prolifera en nuestro ciberespacio, implementar alternativas democráticas necesarias, políticas de comunicación que pongan coto a este discurso del odio, a la violencia simbólica, al desarrollo de estrategias antidemocráticas desestabilizadoras de los gobiernos de progreso en los países del sur.
Necesitamos también regulación. Es falso que Internet no se pueda regular. Se pueden limitar y aplicar normas a los contenidos, establecer medidas contundentes en esta materia, porque nos estamos jugando la democracia. Y, evidentemente, cuando no hay regulación sabemos que se impone la ley del más fuerte.
Necesitamos también recuperar un discurso que surgió en la Unión Europea con la pandemia, y que desapareció inmediatamente de la agenda pública pese a la centralidad que hoy por hoy desempeña esta política: la soberanía tecnológica. No podemos hablar de libertad y democracia, no podemos poner en práctica una cultura de paz en estos tiempos de ciberguerra, sin autonomía tecnológica. Por tanto, necesitamos nuestros hardware y software, herramientas y tecnologías apropiadas e intermedias necesarias para el desarrollo autónomo. Frente al aceleracionismo tecnológico de los actores dominantes que implementan lógicas de obsolescencia planificada y políticas de adopción de las últimas tecnologías que generan dependencia económica y tecnológica, así como una pérdida de soberanía de nuestros países, es tiempo de pensar otras matrices distintas contrarias al actual capitalismo de plataformas. Aquí hablo desde España, desde la Unión Europea, donde, en esta materia, tenemos una total dependencia de Estados Unidos.
Dejo para el auditorio esta reflexión y concluyo señalando que, evidentemente, necesitamos más educación para la ciudadanía digital, no solo educación para la paz sino programas de fomenten el desarrollo de competencias para saber qué son los fake news, qué es la desinformación, cómo circulan las estrategias mediáticas en esta esfera digital que da lugar a una contraesfera narrativa, a una esfera pública oposicional, a un antagonismo desde las multitudes que defienden su derecho como es necesario y ha sucedido en otros momentos de la historia. Estamos en un proceso tan acelerado, tan radical de cambios, que los programas e iniciativas en esta materia se antojan no solo insuficientes sino prácticamente irrelevantes. Necesitamos no solo en las facultades universitarias, sino en la primaria y en la educación obligatoria, formar a la ciudadanía en el uso inmersivo de la cultura meta o virtual que viven a diario los jóvenes de manera significativa. Nos jugamos en ello el futuro de nuestra sociedad y la posibilidad de la convivencia democrática. Pero estos debates no son nuevos si revisan los textos en torno al Nomic que tuvieron lugar en la década de los setenta. Como he dicho, hay continuidades y rupturas, así que podemos hacer un llamado a recordar la memoria en esta cultura de la inteligencia artificial y del algoritmo que se nos impone. En la ciberguerra solo tenemos dos miradas que nos pueden ayudar a comprender qué está sucediendo: una mirada histórica, por tanto, memoria de las luchas y los frentes culturales, y una mirada estructural: ¿Quiénes mandan en las redes? ¿Quiénes son los propietarios de la tecnología? ¿Desde dónde circula la información? ¿Cuáles son los nodos que quedan ocultos al escrutinio público? Es este el campo de disputa a la hegemonía, el ámbito privilegiado de la lucha por el sentido común, donde las redes, en el actual escenario histórico, son un espacio de poder virtual determinante. Confío pues que les demos la importancia que merecen desde el punto de vista de la teoría crítica y la práctica transformadora a estas nuevas dinámicas de mediación que nos interpelan.
Conferencia virtual presentada en el panel “José Martí en la lucha ideológica actual”, Sala Bolívar del Centro de Estudios Martianos, 18 de octubre de 2022.
El campo de la comunicación
España es, hoy por hoy, un campo de golf. Un país dominado por golfos. Insostenible. Sin agua, sabemos que van a morir los caddies de inanición y más pronto que tarde perecerán también los jugadores de las bolas de lo ajeno, una especie en extinción, contrariamente a lo que piensa Moreno Bonilla, que por más que haga honor a su apellido, crece pero no se hace grande sino pendejo, o disimula ser sueco tomando el sol en Marbella, que para el caso es lo mismo. La cuestión es que, en este dislate y espiral del disimulo, la cuenta regresiva no cesa, y la amenaza a la vida nos sitúa ante una disyuntiva ineludible, aunque en la esfera catódica nos muestren lo contrario. Esperemos que, de algún modo, se imponga la razón. Hasta el búnker de la eurocracia cuestiona ya la necesidad de regular el mercado eléctrico. Pero, entre tanto, los medios siguen anclados en el anatema de TODO ES MENTIRA. Los tahúres y macarras de la moral a lo Risto Mejide basculan entre el negacionismo y el discurso cínico, entre la doble moral y la salutación de la estupidez como espectáculo para gloria de sus amos, responsables de la crisis energética que sufrimos. Conviene por ello empezar a exigir responsabilidades al campo de la comunicación que justifica esta golfería, a unos medios incendiarios que arrasan con la fauna y flora del territorio nacional. Tras la vergonzosa actuación durante la Cumbre del Clima de Madrid en el que la campaña de ENDESA dejó en evidencia el juego de espejos que nos quieren vender no ha lugar a más confianza a un sistema informativo tóxico y ambientalmente necropolítico. Las portadas de los diarios envueltas en el lavado de imagen de la compañía eléctrica ilustra quienes son los amos de la información y de algún modo llama la atención sobre la necesidad de una Ecología de la Comunicación o, más concretamente, la urgencia de una política radical contra el nefasto papel del capitalismo informativo, donde empresas como Iberdrola o el Banco de Santander recurren habitualmente a hackers de empresas externalizadas en campañas de promoción verde en pago diferido para conciencias tranquilas e inadecuadamente pudorosas al escrutinio público, como hace la consultora SOULSIGHT, en línea con las políticas de Responsabilidad Social Corporativa y la ética de la comunicación como venta de la mercancía. Puro marketing de ecologismo de reclamo. Mientras, de la lógica especulativa a la economía circular del crimen organizado y el lavado de dinero en paraísos fiscales a los cárteles de la droga o la industria del éxtasis y del entretenimiento, el sistema informativo hoy dominante contribuye a acelerar la destrucción del medio ambiente y de la voluntad de habitar en común y en paz. El algoritarismo de la cultura digital ha conseguido reforzar, en este proceso, la predisposición de la exposición individual a la cultura del trabajo vivo subsumido al servicio del juicio computerizado de la máquina de producción del consentimiento en la que lo primero es aceptar, antes que nada, que nos espíen, con la renuncia a la autonomía cognitiva y la entrega a los GAFAM primeros actores del expolio de los recursos para SIicon Valley. Vencidos y desarmados, toca ahora por ello una política de reconstrucción de la autonomía y las ecologías de vida contra los golfos del cocodrilo. Pensar la geopolítica y la geofísica de la comunicación que nos quieren ocultar.
Desde el 15M el ciberactivismo ha logrado poner en cuestión en la agenda pública no solo la realidad material del Estado como poder soberano, sino la propia representación y su proyección ideológica en medio el colapso tecnológico del capitalismo. Hoy la crisis de los semiconductores apunta a la necesidad de un cambio de modelo productivo ahora que la industria mundial se ralentiza y tiende a paralizarse por la falta de recursos con los medios de producción privatizados, de manera que la aceleración tecnológica y la digitalización intensiva de la economía puede terminar desconectando el oikos y la vida, apagando el circuito de intercambio y flujos de información y energía. Paradójica realidad ahora que tras la pandemia se exige mayor esfuerzo de mediación tecnológica y una transición de modelo productivo. En juego está la crítica de la deslocalización productiva, la sostenibilidad del sistema de producción material, la soberanía tecnológica y la obsolescencia planificada, la industria local y el proceso de producción mancomunada de lo social. Un nuevo plan u hoja de ruta, una nueva vía de acceso y desarrollo, un plan distinto al que nos han contado los medios charlatanes de lo peor que, pese al empeño de los Mejide de turno, termina por imponerse como una realidad letal. Por ello es hora de vindicar la Ceiba, una comunicación de raíz, que proyecte sombra que cobije, un árbol de la vida con el espíritu de la tierra, el ánfora de oro de la naturaleza que tanto han defendido guaraníes, tikunos, yanomamis y otras tribus indígenas como también el ecosocialismo y el movimiento obrero. Desde la campaña por la Amazonía que promoviéramos la JCM en Madrid, (año 1988, si no mal recuerdo) a nuestros días, la lucha sigue. Y ha de intensificarse en estos días, porque, somos conscientes, que pese a la caja tonta, no hay diversidad cultural posible sin biodiversidad y ello es una cuestión de medios y mediaciones saludables. Esa es toda la verdad de los que solo saben decir que todo es mentira.
Regular la Comunicación: El camino que garantiza derechos ciudadanos. La Oreja Libertaria, Radio Pichincha
Nombre del programa: LA OREJA LIBERTARIA
Productor: Colectivo Espejo Libertario
Medio de difusión: Radio Pichincha
Tema: Regular la Comunicación: El camino que garantiza derechos ciudadanos
Invitados: Francisco Sierra, ex Director de CIESPAL
Hernán Reyes, catedrático
Conductores: Luis Onofa, periodista. Leonardo Parrini, periodista.
Marxismo y activismo digital. Cátedra Álvaro Vieira Pinto. Universidad Federal de Rio de Janeiro.
«La censura por Twitter deja en evidencia la falsa idea de un cuarto poder»
La cobertura de la guerra entre Ucrania y Rusia se ha visto envuelta en actos de censura y persecución. En entrevista con ARGMedios, el periodista y catedrático Francisco Sierra Caballero aporta elementos para pensar una comunicación desde el Sur.
“La primera víctima cuando llega la guerra es la verdad” es una frase atribuida al senador estadounidense Hiram Johnson en el contexto de la Primera Guerra Mundial, y hoy vuelve a cobrar vigencia en medio de la guerra en Ucrania.
Tal parece que la verdad está herida de muerte desde hace mucho tiempo y la revolución digital no ha cumplido las expectativas de mayor democratización; por el contrario, se ha profundizado la concentración mediática y el control de la información.
La guerra también se juega en el plano de la información, y la cobertura del conflicto bélico entre Rusia, Ucrania y la OTAN ha evidenciado la crisis de los medios de comunicación. En entrevista con ARGMedios, el periodista y catedrático Francisco Sierra Caballero aporta elementos para entender la concentración mediática, la falta de democratización de internet y algunas salidas posibles desde el Sur.
Julián Inzaugarat: La revolución digital tenía entre sus objetivos democratizar la sociedad, ¿se ha cumplido ese presagio?
Francisco Sierra Caballero: No se está dando la democratización social a partir de la revolución digital, lo hemos vivido con la pandemia del COVID-19.
La concentración de poder se ha ido dando con mayor intensidad. Los procesos intensivos del neoliberalismo de concentración forman parte de la economía política de los medios y eso genera mayor concentración, en este caso de la economía de plataformas. La cuarta reforma industrial, lejos de garantizar la democratización, se manifiesta como una paradoja: una red descentralizada que permite a cada nodo (receptor) ser productor de contenido a cambio de perder derechos y de mayor concentración de la información, que se ha evidenciado en golpes mediáticos a través de operaciones en Facebook y Twitter.
JI: ¿Esa situación se da porque son empresas privadas que defienden intereses específicos?
FSC: Las redes en general son empresas privadas, con mucha concentración en pocas manos, y en algunos casos —como el grupo Facebook/Meta— en un monopolio. Estos grupos colaboran activamente con el complejo militar del Pentágono.
Hay un proceso en marcha de neofeudalismo tecnológico porque en vez de una red global tenemos, por un lado, redes asiáticas, por otro lado, Estados Unidos y, por otro lado, Rusia. Volvemos a una desconexión de las redes de información, muy lejos de lo que podría llamarse una democratización y con peligro para las libertades públicas con los sistemas de videovigilancia.
JI: ¿Cómo impacta esta situación en la cobertura de una guerra como la que estamos viviendo?
FSC: Los medios son dispositivos de reducción de complejidad. La polarización es una lógica de los medios de comunicación de reducir la complejidad. En un conflicto de clara complejidad bélica el reduccionismo de esa complejidad es mayor, y termina estableciendo que cualquier matiz a la intervención de la OTAN, al rol de Putín o del gobierno de Zelenski es un posicionamiento de un lado o del otro. No se acepta un análisis crítico.
También hay que situar el proceso de privatización de la industria periodística, se ha llegado a un nivel de concentración alto pero también de precarización de los periodistas. Los profesionales no están cubriendo, las corresponsalías están cerrando, la crisis que ha introducido internet ha llevado en picada a los medios. En ese escenario, es evidente que la cobertura de un conflicto internacional va a ser más reduccionista que antes.
JI: Varios periodistas críticos han sufrido la etiqueta de «afiliados al gobierno Ruso» que impone Twitter en sus perfiles ¿Cómo explicamos estas etiquetas? ¿Es «marcar» periodistas que rompen con el discurso occidental?
FSC: Esta situación es consecuencia de la política estadounidense que viene de la época de Reagan: la política de matar al mensajero y desarrollar la estrategia de medios empotrados. Hay formas de eliminar al mensajero como en Colombia, a través de asesinatos, o simbólicamente a partir de descalificarlos. La democracia de audiencia o el populismo mediático genera como consecuencias la polarización en los medios y coberturas acríticas, sin análisis.
JI: ¿Cómo podemos explicar que una red social tenga poder de censura? Incluso pensando en la censura hacia el expresidente de los Estados Unidos, Donald Trump
FSC: La censura por Twitter deja en evidencia la falsa idea de un cuarto poder. Es un mito de la democracia liberal que frente al poder Ejecutivo, Judicial y Legislativo está la prensa como mediador. Un poder entre el Estado y la sociedad civil.Esa idea de cuarto poder no explica que ese poder mediático forma parte del mismo poder económico y oligárquico que controla los medios de comunicación, marca agenda y defiende los intereses de ese sector. Ahora la política se ejerce directamente desde el poder mediático. En algunos países hay un monopolio, en otros un duopolio, pero en cualquier caso hay una concentración del poder informativo que marca la agenda.
Llama la atención que ahora sean Twitter o Facebook quienes filtran las noticias que llegan a nuestras pantallas, y que puedan lograr que no tengamos acceso a la información. Eso es preocupante, que el acceso a la información esté en manos de grandes multinacionales. Estos imperios mediáticos pueden silenciar a un presidente como Donald Trump o hacer que prospere un golpe de Estado como en Bolivia, contra Evo.
JI: Situación similar sucedió con Russia Today (RT) y Sputnik, propiedad del Estado Ruso. ¿La libertad de expresión ha fracasado o siempre ha sido funcional a los intereses de las potencias occidentales?
FSC: Es necesario empezar a cuestionar la visión mítica y obsoleta de la libertad de expresión liberal. En plena era de la comunicación, seguir apostando por la primera enmienda de los Estados Unidos como modelo adecuado para la libertad de expresión es propio de liberales trasnochados del siglo XIX.
Para garantizar la libertad de expresión es necesario contar con medios públicos, medios comunitarios, políticas activas que eviten los monopolios, regulación que haga transparente la financiación, políticas que permitan el derecho a acceso a la información. Esto es contrario a todo lo que plantean los liberales, que lo primero que hacen es censurar a medios molestos a sus intereses belicistas.
Llama la atención que la Unión Europea apueste por la prohibición, por un Estado de vigilancia y de control en las redes, y a la vez abogue por los valores occidentales y democráticos de libertad de expresión, como los derechos del hombre y los ciudadanos. Desde el siglo XVII a nuestros días tenemos miles de ejemplos de esos defensores liberales, son los primeros autoritarios que expulsan y censuran las voces plurales, impiden medios progresistas, limitan las voces subalternas e imponen una voz única siempre en manos de los poderosos.
JI: Es contradictorio como las potencias europeas pueden justificar la censura a estos medios de comunicación e intervenir otros países acusándolos de violar la libertad de expresión. ¿Cómo justifican estas censuras?
FSC: Muchas entrevistas tuve que dar sobre cómo en la Unión Europea se censura a Russia Today, y en Latinoamérica se critica a gobiernos como el de Venezuela.
A mí me gusta poner un ejemplo paradigmático en Latinoamérica como es Colombia, el país donde hay más asesinatos, persecución y violación de los derechos humanos de todo el continente. El ejercicio del periodismo allí —junto con México— es una profesión de riesgo. Colombia es el ejemplo más lesivo para el ejercicio profesional y para la censura de los medios. Otro ejemplo es Chile: en este país el monopolio de El Mercurio colaboró con la dictadura en la ocultación de asesinatos de militantes. Ese es el modelo que en la prensa impera a nivel internacional.
JI: Las fake news también han sido moneda corriente durante la cobertura de distintos conflictos. ¿Cumplen un rol en esta guerra? ¿Es responsabilidad de las plataformas como Twitter, Facebook detenerlas o debe haber intervención estatal sobre estas operaciones?
FSC: Evidentemente, en la cobertura de guerra opera la lógica de la propaganda desde todas las partes. El periodista debería tomar distancia y la capacidad de contrastar y verificar las informaciones. Pero esto no es así por la precariedad de la práctica periodística, por la falta de corresponsalías y la mala calidad de producción fruto de la lógica capitalista y rentista.
Las plataformas como Facebook tienen responsabilidades por las fake news y los Estados deben exigirles mayor responsabilidad cuando afecta al orden público o cuando, directamente, pone en riesgo la economía y el desarrollo del país. Estas plataformas no son solo arietes del complejo militar del Pentágono, sino que operan para procesos especulativos, como hacía el Financial Times en la década del 90.
Hay que intervenir y regular desde los organismos públicos. Se están desarrollando iniciativas —lamentablemente no públicas, sino privadas— que se dedican a desmentir los bulos. Es importante que los poderes públicos tengan instancias de sanción para las malas prácticas y las fake news, que la mayoría de ellas viene desde los medios y periodistas, y no desde las redes.
JI: ¿El tratamiento mediático sobre los refugiados es parte de la propaganda belicista?
FSC: Ese tratamiento mediático forma parte de la propaganda de guerra. Es una propaganda que apela a las emociones, a los efectos devastadores que sufren las principales víctimas de todo conflicto. Se han aplicado en Kosovo, en Afganistán, en Siria y en varias más.
El tratamiento de los refugiados tiene un objetivo fundamental y es justificar la guerra, alinear y posicionar frente al enemigo malvado, destructor y que está hundiendo en la miseria a millones de seres humanos. Es un uso instrumental de la población civil que en los manuales de guerra están tipificados en dos sentidos: dar lástima y empatía para posicionarse a favor de la intervención militar, y en segundo lugar, como una herramienta para generar miedo y así controlar la opinión pública e inmovilizar a la población que pudiese protestar desde posiciones pacifistas.
JI: ¿Es necesario romper con el monopolio de Facebook y Twitter para democratizar la comunicación?
FSC: Es necesario romper con el monopolio de Facebook y Twitter para democratizar la comunicación, sin ninguna duda. Hay movimientos como el Foro Social de Internet que venimos reivindicando una gobernanza multilateral, democrática y supranacional. Es necesario regular y es falso lo que aboga el propietario de Facebook que no se pueda regular internet. Cualquier actividad humana se puede regularizar y democratizar.
La garantía de la democracia de la comunicación son políticas activas de información y comunicación, por lo tanto, son necesarias leyes que regulen estas redes, desde políticas fiscales hasta políticas de responsabilidad sobre lo que se publica en ellas. No se va a poder democratizar la comunicación si no se desconcentran estas grandes plataformas que concentran el 90% de la información que consume diariamente la población mundial. Es importante decir que internet es patrimonio común de la humanidad, y las redes son un derecho fundamental de la comunicación.
JI: Desde tu grupo de investigación plantean un concepto llamado “Comunicología del Sur, desde el Sur y para el Sur” ¿Podrías profundizar sobre ese concepto?
FSC: Es un proyecto que implica varios retos. Uno de ellos implica pensar el giro descolonial desde la perspectiva de liberación en Latinoamérica, en la línea de otros intelectuales como Aníbal Quijano y Enrique Dussel que pensaron la descolonización del saber-poder de otros dispositivos. Sin embargo, en lo comunicacional, no se había dado.
Claramente, este proyecto, promueve esa discusión en los movimientos sociales y plantea reformular esa experiencia rica, plural, potente de comunicación comunitaria. El lema de Telesur “Nuestro Norte es el Sur” implica que la visión geopolítica no es territorial, sino epistemológica: desde dónde pensamos, desde dónde imaginamos la comunicación. Eso es pensarlo desde el sur y desde abajo, desde las clases populares.
Hay ejemplos como Rodolfo Walsh y muchos luchadores que estuvieron trabajando en nuevas pautas sobre un buen periodismo de investigación. Ese trabajo de praxis y de compromiso social se ha ido perdiendo. En nuestro grupo de investigación venimos abogando por un compromiso intelectual de los trabajadores de la cultura, del periodismo, y más en este periodo de disyuntiva de la humanidad que nos jugamos todo.
Información e instrucción social
Charla «Marxismo y comunicación» con Francisco Sierra Caballero
Economía Política de la Comunicación. Teoría y Metodología
La Economía Política de la Comunicación es una corriente de pensamiento —central para comprender el desarrollo de los estudios de comunicación— cuyo compromiso ineludible consiste en abordar el amplio campo de la producción simbólica que determina las actuales formas de vida colectiva desde una visión materialista de la teoría de la mediación.
Economía Política de la Comunicación. Teoría y Metodología ofrece herramientas conceptuales que permiten sistematizar las categorías básicas, los conceptos originarios actualizados al tiempo presente, así como las metodologías que esta corriente aplica en aras de una crítica de la mediación social y de la comunicación como dominio.
Así, de la mano de algunos de los principales investigadores reunidos en torno a la Ulepicc (la Unión Latina de Economía Política de la Información, la Comunicación y la Cultura), este libro tiene por objeto dar cuenta del estado del arte y del pensamiento más avanzado en la materia a fin de formular una crítica teórica bien fundamentada y cubrir una importante laguna bibliográfica sobre metodologías de análisis de la realidad comunicativa circundante.