La libertad de expresión está en peligro. En el Estado fallido estadounidense, mientras la administración de Joe Biden juega a la espiral del disimulo en forma de cumbre de la democracia para la región, se cuenta una vez más con el Caballo de Troya de la justicia británica y de su Estado, históricamente alineado hacia los intereses norteamericanos para ejemplificar así un «aviso a navegantes». Bien es sabido que la información es poder y que la captura del código es central en el nuevo régimen de mediación social, pero sólo desde que Wikileaks reveló con documentación oficial las formas de operación y control de la CIA, la mayoría de la población ha empezado a ser consciente de la era del “Gran Hermano”.
Una de las conclusiones más evidentes de los estudios sobre las formas de hegemonía en la comunicación mundial es, precisamente, la imperiosa necesidad de un sistema de comando, encargado de imponer y propiciar la devastadora lógica de dominio o seguridad total, colonizando así la esfera pública y extendiendo la política de información de las “bellas mentiras” como relato único y verdadero de los acontecimientos históricos. Y ello, incluso, a condición de planificar y producir masivamente programas de terror mediático y militar para cubrir los objetivos imperiales, anulando todo resquicio de crítica y pluralismo informativo en la comprensión de los problemas fundamentales de nuestra sociedad.
En este contexto hay que situar la persecución de Julian Assange. Parafraseando a Slavoj Žižek, Assange representa una nueva práctica de comunismo que democratiza la información. Lo público sólo se salvará mediante la épica lucha de héroes de la civilización tecnológica. Assange, Manning, Snowden son, como sentencia Žižek: “…casos ejemplares de la nueva ética que corresponde a nuestra época digital”. Como espía del pueblo, la autonegación de Assange escenifica la épica del héroe que socava la lógica del secreto para afirmar lo público por razones geopolíticas y de derechos. Sobre todo, hablamos del derecho a tener derechos frente al discurso cínico de la Casa Blanca que Wikileaks reveló deconstruyendo, punto a punto, documento a documento, la vergüenza de un orden social arbitrario. Quienes hemos participado en la campaña internacional por la libertad del fundador de Wikileaks sabemos, en este sentido, que en esta lucha nos jugamos el futuro de la democracia y de los derechos humanos. En la era de la videovigilancia global, la defensa de Assange es la protección de todos contra la NSA y la clase estabilizadora del aparato político de terror que trabaja al servicio del Wall Street.
Si es que, de acuerdo con Mike Davis, la globalización acelera la dispersión high-tech de grandes instituciones de la sociedad industrial como la banca, dando lugar a procesos de desanclaje e incertidumbre, en esta dinámica, no es posible el control social sin recurrir al discurso del miedo. El temor siempre ha sido un eficaz recurso de propaganda y hoy de nuevo la principal función de dominación ideológica. Así, por ejemplo, como recuerda Eagleton, los soviets y el enemigo rojo han desaparecido, pero quedan para simular esta función los musulmanes, con los que Occidente conjura sus contradicciones en forma de «Acta Patriótica».
La percepción aguda de inseguridad en nuestro tiempo es, en este sentido, la condición de la eficacia de la política de aporafobia y la principal lección que hemos de asimilar del caso Assange. Esta lógica es propia de lo que la sociología, desde Stanley Cohen, denomina pánico moral, una reacción irracional de construcción y rechazo de amenazas veladas o abiertamente contrarias a la norma dominante a partir, fundamentalmente, de la capacidad de estereotipia de los medios. El análisis de cultivo de la Escuela de Annenberg hace tiempo que ha demostrado cómo la violencia simbólica es alimentada por la pequeña pantalla en una suerte de revival de la dominación original.
De ello ya hemos dado cuenta más que detalladamente en el libro “La Guerra de la Información” (CIESPAL, Quito 2017). Y de ello hablamos con Assange en el Congreso Internacional de Movimientos Sociales y Tecnologías de la Información celebrado en Sevilla. La conferencia de apertura del encuentro fue sin duda reveladora. Y la constatamos con la peligrosa resolución de la justicia británica, que valida el principio de superioridad informativa y la costumbre, habitual desde los años noventa, de eliminar al mensajero. Sólo poner en contraste el caso Pinochet y el fallo en favor de la extradición a Estados Unidos da cuenta de la lógica de dominio que impera con el lawfare. La cuestión es qué dicen los medios que publicaron los cables de Wikileaks, cómo se posicionan Reporteros sin Fronteras, la SIP y otras organizaciones gremiales ante tales ataques, acostumbrados a denunciar problemas de libertad de expresión en Venezuela al tiempo que mutan su posición en Colombia. ¿Van a denunciar las actuaciones de la CIA y el Pentágono en su empeño por eliminar a Assange?, ¿Respaldarán la posición de la Federación Internacional de Periodistas o ULEPICC? Nos tememos que no.
Hace pocos años, el CIESPAL lideró la campaña internacional en defensa de la libertad de Assange; creamos la cátedra Julian Assange de Tecnopolítica y Cibercultura; contribuimos en Nuestramérica a pensar el reto de la mediación social desde valores democráticos; y no cesamos en medios públicos y privados de defender los derechos comunes a la comunicación. Hoy el gobierno ultraderechista de Ecuador calla, y ya otorgó a su antecesor la debida rendición y pleitesía a Washington, vulnerando los derechos constitucionales del líder de Wikileaks. Sin embargo, los pueblos tienen memoria, lo común se impondrá contra los enemigos de la libertad, la democracia y los Derechos Humanos. Es cuestión de tiempo, pero Julian Assange no dispone más. Toca desplegar un cerco contra el Pentágono y la Casa Blanca. Sin duda, ¡es la gran batalla de 2022!