Voxeadores de opinión

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El mundo del boxeo siempre ha tenido un especial encanto, diríase que el aura romántica del espíritu de los perdedores, y no solo en la narrativa cinematográfica, también en toda manifestación cultural subalterna. Más aún en países como España, donde el imaginario o posibilidad de ascenso y movilidad social ha dependido normalmente de la alternativa marginal del mundo del toreo, el fútbol o la disciplina pugilística. Nunca por estudios y trabajo, empeño imposible en un sistema semifeudal de castas y podredumbre. Quizás por lo mismo el boxeo ha sido, como gustaba a Brecht, una metáfora de la lucha de clases. Pero hoy el ring tiene forma catódica o mediática y es ocupado por voxeadores sonados, que han perdido reflejos, que tienen alteradas sus capacidades cognitivas y se mueven lanzando el puño al vacío, sin gancho ni movimientos coordinados. Como el contrincante no está entre las cuatro cuerdas, sino en el patio de espectadores, la cosa está clara. Besarán la lona agotados a fuerza de dar golpes al aire, sin visión, obcecados en lo insostenible, con una forma de pelea antigua, obsoleta, ciega y muda, por más altisonantes que resulten las proclamas de los imbéciles de la subnormalidad borbónica, una cuadrilla de estómagos agradecidos nacidos para ser esclavos o mayordomos del imperio, en una suerte de impostura que no parece hecha para este tiempo, por más que lo pretendan. Especialmente cuando existe la maldita hemeroteca y los Marhuenda de turno, en su momento seguidores de Putin, hoy afirman que es un peligro, pero ahí tenemos los registros de cuando silenciaron la represión anticomunista en Moscú y Ucrania. Nada nuevo en un sistema informativo de sainete, considerando además que la historia de la comunicación ha sido básicamente la historia de la propaganda de guerra.

Que el pacifismo no es un ideario del periodismo de la realpolitik bien se sabe desde los tiempos de Hemingway. Las dos grandes conflagraciones mundiales confirmaron que la crónica es sobre todo un género o relato bélico. Lo que mudó es que hoy los informadores, de instrumentos de propaganda se han convertido en publicitarios de la muerte. Así, además de medios golpistas, diarios como El País no han parado de promover el frente contra Rusia y a publicitar la guerra como el personaje de Ciudadano Kane, mintiendo a como dé lugar sobre las ocupaciones militares imaginarias, de forma similar a como hicieran en la primera guerra del Golfo. Luego se sorprenden que las cuentas no salen y los cuentos no venden porque dejan de ser leídos, que para el caso es como con la UE, la historia de un suicidio inducido desde la Casa Blanca, una dialéctica que está llevando a los medios de referencia autorreferenciales a una larga y agonizante decadencia inmersos como están en la espiral del disimulo mientras imaginan que aún cumplen una función social y ya no engañan a nadie, por más que traten de identificar diplomacia o pacifismo con una imposible defensa de Putin. Al respecto conviene recordar que la crítica no es posible de perfil y decir la verdad casa mal con posiciones de calculada confusión con las que se procura terminar justificando la guerra como natural e inevitable. Por ello el aviso a navegantes tras la era Trump ha llevado a empresas como Twitter, que están que trinan, a organizar, en guerra y elecciones, la información y evitar, en su modelo de negocio, la crisis de credibilidad que amenaza el futuro del periodismo en los canales convencionales. Mientras tanto en el reino de España, los medios de calumnia en racimo no miden las consecuencias, y mucho menos se atienen al código deontológico. Empeñados en el error, dilapidan la confianza del personal con el consiguiente daño, público y notorio, a la sociedad y la democracia, al tiempo que hipotecan el oficio en una aventura que les saldrá caro y nunca podrán pagar. Conclusión: quizás, visto lo visto, haya que dejar que pierdan por ko técnico. Que sigan así, que no saben lo que hacen, y siguen cavando su propia tumba. Es el mejor servicio que pueden hacer al futuro de la humanidad, extinguirse.

El ojo del culo de Quevedo

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La posverdad no es, como dice Timothy Snyder, el anticipo del fascismo, más bien el capitalismo es el huevo de la serpiente, y la posverdad una excrecencia o manifestación extrema del mundo al revés, el síntoma del fetichismo de la mercancía que inicia con el periodismo de referencia y termina con la lectura a lo TRUMP y ABASCAL, personajes de esta tragicomedia que, a todos los efectos, tienen por teología seguir la estela de la escatología política. El supremacismo blanco no es, en fin, otra cosa que el proceso de inversión de lo real, el dominio del capital por el que, en este reino que habitamos, prevalece la desigualdad, la falta de libertades y la baja calidad democrática. Ya lo ha advertido, con clarividencia, Javier Pérez Royo, a quien los profesores de Derecho homenajearon en un volumen, de lectura obligatoria, presentado el pasado mes por el Ateneo Republicano de Andalucía con motivo de la Feria del Libro de Sevilla. En su intervención, como en las columnas que escribe habitualmente, fue muy claro a este respecto. Cabe describir la historia moderna de España como la crisis permanente que no cesa de repetirse como farsa por el problema de la monarquía, un tapón que contiene las fugas a borbotones del propio sistema constitucional ante los reiterados incumplimientos, siempre postergados, de derechos fundamentales de la ciudadanía. Las consecuencias de esta lógica fallida es, como sabemos, la restauración conservadora que termina por derivar en colapso o cierre en falso de la crisis de régimen, anclándonos en el atraso e inmovilismo sociopolítico prácticamente desde Fernando VII. Vamos, por resumir, que lo de los Borbones es la polla, que dirían mis paisanos granainos. Cara al culo, la monarquía borbónica ha demostrado que es una porquería. No porque lo diga Evaristo, de La Polla Records, sino por la historia que representan en este país, una Casa Real, fuera de la realidad, henchidos de mierda, y jugando a la democracia cuando una y otra vez no han hecho sino socavar toda posibilidad de monarquía parlamentaria. Vamos que la República no se impone en nuestro país por convicción y pedagogía democrática, sino por la insoportable podredumbre de una dinastía corrupta, inepta, cleptómana y dada a cualquier cosa menos a trabajar por el bien común. Lo peor es que sabemos desde los ochenta el grado de putrefacción que ocultaba el cerco mediático, y mira que estudiamos la historia antecedente de latrocinio y traición a la patria de la casa real, cuya norma de comportamiento es convertir realmente el país en un verdadero lupanar. Ahora, el problema no es que la monarquía sea la polla, sino que nos toman y siguen considerando apollardaos. No lo puedo decir más finamente porque el análisis, a fuerza de afinado, indigna cuando vemos que nos están dejando finos filipinos: vulgares siervos de una colonia que hiede a estercolero. Se impone lo escatológico en esta querencia borbónica por la coprofilia. Así que, atorados como estamos entre el alma y la era del vil metal, que diría el maestro Juan Carlos Rodríguez, es recomendable volver a leer a Quevedo y conocer las “Gracias y desgracias del ojo del culo” (1628) reeditado por Pepitas de Calabaza, o mejor en la edición del bueno de Padilla, por ser el culo, en palabras de José Luis Cuerda, el mejor faro, catalejo y visor con el que radiografiar esta España nuestra en la que nos gasean con ventosidades desde los medios y el Tribunal de Orden Público. No sé si seremos capaces algún día de hacer un juicio como el de Nuremberg contra los macarras de la moral, pero al menos no perdamos el humor y actualicemos nuestra capacidad satírica para mostrar lo que nos quieren ocultar en esta política del engaño de los amantes de lo escatológico en cuerpos ajenos, aquellos que viven en la azotea de nuestro maltrecho edificio institucional y tratan de persuadirnos que llueve para todos y es bueno, aunque sea lluvia dorada de una corona inservible, salvo para vicios privados. Nunca hubo virtud pública alguna en la dinastía. ¿Dejaremos de persistir en un imposible constitucional?. ¿ Conquistaremos por fin nuestros plenos derechos ciudadanos en forma de poder constituyente?. Estoy seguro que sí, espero que no demasiado tarde.

Telepredicadores

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En tiempos-encrucijada como estos, la incertidumbre y crisis de confianza son propiciatorios para el pastoreo y sermonear a costa, casi siempre, del bien común. Así, los discípulos de Torquemada proliferan en España y América Latina, con el nacionalcatolicismo del más rancio espíritu castellano y las cruzadas evangélicas de los corruptos diputados brasileños o bolivianos, que, en una suerte de pogromo de los macarras de la moral, forzaron los límites de la democracia para encarcelar a Lula, tratar de liquidar a Evo Morales y, no nos hagamos los pendejos, en el fondo perseguirnos a todos pues, hablamos de un problema global que trasciende el continente americano. Como el lawfare, esta realidad es común y se manifiesta a diario en España. Lean si no el último libro de Juan José Tamayo (La internacional del odio, Icaria Editorial, 2021) que disecciona magistralmente una realidad que da que hablar y que debe hacernos pensar. Quizás por ello, el otro día tuve la tentación (bendito pecado) de ver El reino, una serie sobre el ascenso a la presidencia de la República Argentina de un pastor evangélico, recién estrenada en una plataforma de pago. La obra, dirigida por Marcelo Piñeyro, lejos de resultar una distopía puede ser visionada como una crónica del presente hegemónico en Latinoamérica. El impacto de la misma da cuenta de la anticipación de los creadores de la serie. En la mayoría de los 190 países donde ha sido estrenada ha conquistado altos índices de audiencia y, particularmente, en el país austral los debates, memes, discusiones sobre la trama de la serie siguen generando una reflexión a tomar en cuenta en nuestro país sobre el papel de la justicia, el poder de la iglesia, la irregularidad financiera del poder eclesial o el rol de la política en la construcción de la ciudadanía, de la función de los medios a las operaciones encubiertas de los servicios de inteligencia del Estado que lo mismo nos ocultan por décadas golpes de Estado mediáticos o los consabidos casos de corrupción. Puede pensar el lector que viendo la agenda informativa, deberíamos hablar de otras cosas. Quizás de Afganistán, pero es lo que tiene la licencia de una columna: actuar incluso al borde de la ficcionalización o de la ocurrencia. Claro que habrá quien seguro consiga dar sentido a estas líneas, sin pregón ni oración posible. Al menos si conocen la realidad de Latinoamérica, donde el avance de la política purista de lo peor ha sido más que notoria en las últimas décadas, si bien tiene una génesis más antigua que explica el bloqueo de toda estrategia de mediación en grandes naciones como Brasil. Hablamos, sí, del origen del neoliberalismo.

Hace cinco décadas, la población evangélica constituía el 3% en América Latina, hoy suman el 20% y constituye un actor político de primer orden en subregiones como Centroamérica, Brasil y México. Si leen el Documento de Santa Fe I y II, entenderán geopolíticamente por qué. También cuál es el hilo negro de esta historia en la construcción del reino de Hazte Oír. Tal y como analizamos en La guerra de la información (CIESPAL, Quito, 2016), Reagan y la política de roll-back procuró en todo momento atenuar lo que consideraban una influencia maléfica en la doctrina de la Iglesia, la teología de la liberación. Junto a los nuevos think tanks como Heritage Foundation, los telepredicadores proliferaron en la guerra sucia contra Nicaragua y hoy respaldan a candidatos en Costa Rica o dominan la agenda mediática en Brasil con una amplia red de centros y radios comunitarias. Con Trump, esa hegemonía se tornó absoluta en Estados Unidos. El presidente republicano impuso y normalizó otra vuelta de tuerca, esparciendo por la vasta red de medios de los telepredicadores la mentira y su repetición, a lo Goebbels. Esta vuelta de tuerca puede resultar desternillante, de risa, una mala opereta de un actor de segunda, como lo fue Reagan. Lo grave es que terminará destornillando, como vemos, la democracia americana, haciendo inservible las instituciones de representación en EE.UU. y previsiblemente con la americanización de la comunicación política también en la UE, como ya ha sucedido de hecho en Brasil. Por ser más concisos y concretos, en España, la iglesia tiene más de 60 publicaciones periódicas diocesanas, 256 revistas, 145 canales de radio, la COPE, Radio María, 13 TV, Cadena 100 y una libertad o armisticio fiscal sin parangón en Europa. Y todo ello no precisamente por el carácter emprendedor de la cúpula episcopal. Añadan las redes de radio y televisión local evangélicas, sumen el duopolio televisivo y la ausencia de medios nacionales progresistas y hablemos de guerra cultural, de Vox y de derechos constitucionales. Aquí y ahora. En el terreno yermo de la distopía. Cosas en fin de mi síndrome postvacacional. Debe ser. Así es y así se lo hemos contado.

Democracia inconclusa: Movimientos sociales, esfera pública y redes digitales

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Las distintas prácticas de tecnopolítica que emergen desde la acción colectiva son herramientas ciudadanas útiles en la reconstrucción del imaginario político colectivo, siempre y cuando estén alineadas a potenciar las capacidades de los individuos, y su proceso de apropiación se caracterice por ser parte de una exigencia legítima de autonomía, justicia y libertad.

En esa línea, los ensayos que componen esta obra abordan diferentes estrategias cívicas, acciones colectivas y prácticas culturales que hacen de la democracia no solo un procedimiento, sino un espacio radical de lucha y resistencia para ampliar horizontes de participación de una ciudadanía activa. Los movimientos, prácticas de ciudadanía participativas y políticas de emancipación que aquí se discuten, buscan construir solidaridades subalternas que se contraponen a dinámicas instrumentales determinantes del mundo social, para enfocarse en su lugar a formas de agencia que argumentativamente se enfrentan al poder para la obtención de derechos y atribuciones.

Por tanto, pese a los retrocesos, la desesperante lentitud en la apertura de mayores libertades, y la complejidad de desmantelar la normalización de falsas conciencias, los capítulos que comprenden esta obra elaboran una serie de posiciones y experiencias críticas ante nuestras democracias inconclusas, inacabadas, y que, no obstante, deben ser siempre eso: proyectos en progreso que se mantengan abiertos a la inclusión de la alteridad, la pluralidad de ideas y la diversidad.

Democracia digital. De las tecnologías de representación a la expresión ciudadana

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Democracia Digital pone encima de la mesa diferentes aspectos del debate que rodea a la idea de una democracia digital posible que supere los límites de los actuales sistemas de representación y decisión que articulan a las sociedades contemporáneas y limitan las capacidades de progreso de éstas.

De este modo, frente al discurso dominante de la racionalidad instrumental, cualquier acercamiento a esta cuestión no puede ser puramente técnico, sino que ha de pronunciarse sobre las distintas nociones o modelos de sociedad desde un punto de vista político e ideológico.

La tecnología es versátil y puede servir a distintos fines, por lo que han de valorarse la utilidad o los riesgos de las Nuevas Tecnologías de la Información y la Comunicación (NTIC) respecto a modelos concretos de democracia, y no respecto a una idea vaga y difusa de democracia que algunos politólogos quieren homologar objetivamente eludiendo confrontar cómo se materializan las lógicas emergentes de expresión y proyección ciudadanas.

Así, Democracia Digital aborda una reflexión crítica desde el paradigma de la Economía Política sobre los escenarios abiertos por las tecnologías digitales en torno a la idea de democracia y a su materialización práctica según tres ejes temáticos claramente definidos:

  • Oportunidades y riesgos para la democracia abiertos por las NTIC.
  • Exposición y valoración crítica de experiencias y prácticas de aplicación de estas tecnologías en procesos de toma de decisiones democráticas.
  • El uso activista de las NTIC en los movimientos sociales y su protagonismo como agentes activos de los procesos de democratización.

Democracia y Oclocracia

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La cultura red es el imperio de la instantaneidad. No se es si no se está. La captura del tiempo es la condición de la existencia, convertida en estancia o imagen efímera de la figuración. El problema es que, como advierte Remedios Zafra, la cultura digital impone una cultura del entretenimiento y la indiferencia, una suerte de hipnosis de la ignorancia inducida. Vamos, que nos quieren derivar, los del IBEX35, de la democracia a una suerte de oclocracia teledirigida.

Quizás por ello, Trump anda empeñado en avivar la guerra tecnológica con el cierre de WeChat y TikTok. La censura previa, como ven, existe. Los apologetas de la desintermediación en la era digital se quedaron ya sin razones para justificar el ordoliberalismo.

Y es que los que más pregonan el libre mercado –de Thatcher a Wilbur Ross, secretario de Comercio de EEUU– son los primeros en aplicar medidas de control y correctivas. Ya nos lo explicó Ed. Hermann y Chomsky en Los guardianes de la libertad: allí donde la lógica de dominio simbólico del capital no alcanza, llega la razón de la fuerza en forma de discurso de la seguridad nacional. ¿Recuerdan a Assange ? Pues eso.

Sin comentarios de los adláteres de la libertad de información en tiempos de represión y control de los canales de intercambio de contenidos mientras se refuerza la alianza de Estados Unidos con estados criminales como Israel, Colombia o Arabia Saudita.

Como advirtiera Foucault, a propósito del panóptico, vivimos, en la tardomodernidad, una fenomenología de formas ampliadas de dominación que exige del pensamiento crítico una lectura anticapitalista sobre las representaciones recibidas frente a la lógica del terror y la servidumbre.

Más aún cuando la proliferación de cámaras de videovigilancia en las escuelas –de Estados Unidos a China; de Francia a España, México o Brasil– da cuenta de una cultura securitaria que ha relegado, literalmente, toda cautela y protección de las libertades públicas fundamentales en democracia.

La política de la supervisión y control, el proceso de extensión de monitoreo tecnológico es, con la intensificación de la pandemia, el envés de la era de la hipervisibilidad y la iconofagia. El Centro Nacional de Estadística en la Educación de EEUU registra así más del 90 por ciento de los institutos con sistemas de videovigilancia y, en algunos casos, con micrófonos programados para detectar anomalías o comportamientos subjetivos alterados (estrés, ira, miedo) en una fase más, otra vuelta de tuerca, del algoritarismo propio del sistema de perfilado. Ríanse de Minority Report.

El Machine Learning Algorithm es la frontera de la inteligencia artificial llamada a proveer de suculentas plusvalías a las empresas de seguridad, hoy en auge en todo el planeta y liderada por Estados Unidos e Israel. Este sector de negocio representa en Estados Unidos en torno a los 3.000 millones de dólares.

Mientras tanto, dice el bueno de Zuckerberg que Facebook, él y sus amigos –léase– está dispuesto a pagar la tasa Google si la aprueba la OCDE. Este debe ser de la banda de Rajoy y nos ha tomado, literalmente, por pendejos. En una operación más de escabullirse ante los tímidos si no disimulados reclamos de Bruselas, no deja de resultar irrisorio, o propio de una función de sainete, este capítulo del capitalismo de plataformas.

¿Consentirá la vicepresidenta Vera Jurova seguir con esta situación prolongada de virtual monopolio y evasión de impuestos que tanto daña a la industria cultural europea? ¿O de verdad el Eurogrupo impondrá obligaciones en serio a los GAFAM?

Me temo que habrá de ser la sociedad civil la que reclame justicia y derechos en las calles mientras tales emporios se apropian de nuestros datos personales, concentran los desarrollos de robótica e inteligencia artificial e, incluso, conspiran con el Departamento de Estado no solo contra las democracia y gobiernos del cono sur, sino contra los propios funcionarios europeos, tal y como ilustrara el caso Echelon.

Que la entente Casa Blanca/Pentágono/GAFAM funciona a carta cabal lo ilustra el caso Huawei y la guerra contra TiKToK, una aplicación de casi 70.000 millones de euros con un posicionamiento estratégico en las nuevas generaciones y una proyección que sitúa a China, con el 5G, a la vanguardia tecnológica del capitalismo de plataformas. Un modelo de organización de la comunicación que, pese al discurso y promesa de autonomía, se basa en la centralización y monopolio del intercambio, pese a los apologetas de la sociedad digital.

Por ello, llama poderosamente la atención las reservas del secretario de Estado, Mike Pompeo, frente a compañías de origen chino, considerando la histórica posición oligopólica de los GAFAM en los mercados internacionales.

Pero no es el único caso de atentado a las libertades. Mientras en Francia la ley AVIA legaliza la censura extrajudicial de Internet, sentando las bases de un nuevo modelo del capitalismo informacional que, por principio, niega la alternativa de una regulación democrática con participación de la sociedad civil en favor del modelo panóptico de videoviglancia, la deriva del desarrollo de la cultura red sigue la estela del gobierno Trump y la Cloud Act (2018) imponiendo como norma una libertad de información administrada por el mercado y los emporios digitales y el Estado, con nulas garantías civiles para la ciudadanía.

Ahora, la alternativa a la siliconización estadounidense no pasa por la hegemonía emergente de Pekín. Irónicamente, en el paso de Amazon a Alibaba, cabe pensar dónde están los cuarenta ladrones del relato de las mil y una noches, más considerando que el ejecutivo que lidera esta compañía ha sido parte de la cúpula de Walt Disney. Cosas veredes, amigo Sancho, que ni Polibio entendería.

Big Data

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Publicado por Mundo Obrero

Enero 2018

Bienvenidos a la era de la Ciberguerra. Tiempo hace que las redes son objeto de disputa con el despliegue bélico de la política por otros medios. A veces de forma virulenta, y no hablamos de la dialéctica propia de la guerra fría entre Estados Unidos y Rusia, como insiste en contar El País, sino más bien como cabe analizar en la guerra silenciosa entre la Casa Blanca y Pekín. En esta y otros conflictos difusos, se constata que la galaxia Internet es la era del Big Data y del Poder de Comando Informacional. Un tiempo marcado por la lucha o disputa por el código que afecta al conflicto en Cataluña tanto como a los golpes mediáticos a lo largo y ancho de América Latina. De ello ya hemos dado buena cuenta más que detallada en el libro La Guerra de la Información (CIESPAL.Quito 2017). Continue reading «Big Data»