Freud planteó, en su teoría del desarrollo psicosexual, la existencia de cinco fases por las que atraviesa cada sujeto: fase oral, fase anal, fase fálica, fase de latencia y fase genital. Todo ser humano, de una u otra forma, experimenta esta evolución. Pero en el mundo al revés todo es posible, incluso el desorden evolutivo. Y pareciera que se impone el retorno o involución a la fase anal. Hace años ironicé en esta columna sobre la campaña del Banco de Santander, sí, el de la doctrina Botín, que no solo sabe del dinero público, el que además nos mete el dedo en el ojo, y no digo más porque es demasiado complejo, en tan breve espacio, meterse de lleno con el oculocentrismo que nos gobierna en estos tiempos de pantalla. Sí que me va a permitir el lector apuntar una breve reflexión con motivo de los proyectos en curso que, en tiempos de guerra, despliega el capital en forma de destrucción creativa de la innovación tecnológica. Hoy que los ultramontanos liberales abominan de la burocracia y las normas administrativas en su ataque al Estado y lo público, requisito, bien lo sabemos, para la lógica de acumulación, resulta que la banca sigue procesos concentracionistas al tiempo que maltrata a los mayores, nos pone a trabajar para ellos con la banca telemática, nos roban el tiempo con trámites innecesarios, y modernizan digitalmente la usura de lo mismo, demostrando que lo privado, pese al discurso, es menos eficiente aun con el manto sofisticado de la mediación hipermultimedia. El confinamiento de los teleoperadores y la calidad total a costa de las espaldas de los usuarios lo demuestra. Sabemos además que la demanda de autonomía, la vindicación en el discurso publicitario de las tecnológicas y las telecos de que cada innovación nos hará más libres, es, en realidad, expropiación de la propia vida vía colonización del imaginario, y la novedad tecnológica reducción de costes, con destrucción de ocupación que se transfiere al usuario. Una suerte de acumulación por desposesión extraída de nuestro tiempo y pa/Ciencia. Hago estas anotaciones justo ahora que el ministro Escrivá anda en la deriva expansionista de la siliconización con la panoplia de contribuir al gobierno abierto. Un proyecto millonario que ni es interministerial, ni multinivel ni, por descontado, cuenta con la agencia de la sociedad civil, que hace décadas exige transparencia hoy ni siquiera garantizada por una ley, en el contexto europeo tardía, que se verá traspasada por la opacidad del código que programan las bigtech del complejo industrial-militar del Pentágono.
En su reciente comparecencia en el Congreso, el Ministro de Transformación Digital y Función Pública (parece un oxímoron a la luz del sistema de información privativo que nos domina), propuso tres consensos básicos. Un concurso para el impulso ético de la Inteligencia Artificial, siguiendo los lineamientos, insuficientes, de Bruselas, el desarrollo de las capacidades tecnológicas del país, promoviendo inversiones estratégicas e infraestructuras en apoyo a las empresas y la administración, y, finalmente, la transformación de la Administración Pública para la mejora de los servicios y prestaciones a la ciudadanía. Un consenso que exige desde la izquierda respuesta en forma de claro disenso porque las tecnologías no son propias, el código no es libre y tales políticas se vienen haciendo y se hacen sin participación ciudadana, quizás, cabe pensar, para garantizar esas inversiones extranjeras, expandiendo el dominio de los Musk de turno. Recientemente, mis compañeras de grupo parlamentario Gala Pin y Tesh Sidi, lideraban una proposición no de ley contra el uso de la IA en el genocidio contra el pueblo palestino. En la iniciativa que suscribimos, señalamos cómo los avances tecnológicos y la infraestructura digital civil es hoy un elemento clave para sostener el régimen de apartheid y la masacre. Los mismos trabajadores de empresas tecnológicas como Google y Amazon han impulsado una campaña No Tech for Apartheid en la que piden a los dos gigantes de la tecnología que rompan relaciones con Israel, mientras éste siga usando su tecnología para la guerra. Contratos como el proyecto Nimbus (un acuerdo entre Google y Amazon para ofrecer servicios en la nube a lsrael por un monto de 1,2 billones de dólares) es la otra cara de la moneda del régimen de excepción que se está prefigurando. La era del perfila sirve para el genocidio y para la disciplina de las voces discordantes en el Norte pudiente. Así ha sido desde el origen de la alianza capital, ciencia y complejo militar del Pentágono, un entente que viene de largo y es determinante de la economía estadounidense, actualmente en caída libre. Ya lo explicó Herbert Schiller en Comunicación de masas e imperialismo yanqui y Mattelart lo analizó en su ensayo sobre satélites y napalm. Así que visto lo visto, sugiero, celebrada ya la Semana Santa, guardados en los armarios capirotes y mantillas de la moda retro que nos invade, ahora que es tiempo de primavera, pasar de la cofradía de la sentimentalidad big tech a la política de la peineta digital. Un gesto de dignidad que ha de traducirse en políticas activas de transición digital justa y democrática, con más cuerpo y corazón, y mayor sensibilidad, si no queremos convertir la era de la Inteligencia Artificial en el retorno a la fase anal de la humanidad. La historia y evolución del capitalismo informacional es más que ilustrativa a este respecto. Hora pues de cambio de sentido.