¿Qué sentido tiene hablar de una filosofía de los apéndices articulados… qué nos está queriendo decir la familia Botín. De qué dedos estamos hablando, ¿del dedo pulgar para, a golpe de click, validar como en Facebook operaciones en paraísos fiscales?
En tiempos líquidos, que diría Bauman, de esta posmodernidad perdida, llama la atención que cuanto más se apela a lo inmaterial, al carácter ubicuo del universo postmaterialista de la realidad virtual, más sentimos físicamente la violencia indiscriminada del capitalismo: sea en forma de represión militar, como en Chile, o a través de la biopolítica, característica de la aporofobia, por la que hoy a los pobres jubilados se les impone la espera interminable de las colas -el poder siempre opera administrando el tiempo- o sufren la penitencia del manejo indescifrable para ellos de los cajeros electrónicos en trámites que antes despachaban con la ayuda del personal de las sucursales. Por ello, no deja de resultar irónico que el Banco Santander se abone a este gusto por la vanguardia tecnológica al encubrir la tramoya del sentido de esta apuesta perversa por el algoritmo.
Aprendimos con Faustino Cordón, que cocinar hizo al hombre. El proceso evolutivo que, filogenéticamente, nos hizo homínidos no es comprensible sin pensar cómo nos aplicamos a transformar la materia orgánica, con ayuda del fuego, para reproducirnos como especie. Mano y cerebro, fuego y alimento, hicieron posible al homo sapiens, al homo faber y al homo loquens que hoy somos. Pero qué sentido tiene hablar de una filosofía de los apéndices articulados que nos distinguen como especie. Da que pensar. No sabemos si hablan de los pies o de la mano: si apelan a seres bípedos o nos quieren en otra posición: con la mano abierta o el puño cerrado. Que nos está queriendo decir la familia Botín. De qué dedos estamos hablando. ¿Del dedo pulgar para, a golpe de click, validar como en Facebook sus operaciones en paraísos fiscales? ¿Nos está ordenando con el dedo índice el camino a seguir de los Chicago Boys que implosiona en el país austral? ¿O más bien se trata de un perverso juego publicitario, y ávidos del orden de la moderación y el justo medio aristotélico, en verdad nos están haciendo una peineta a lo Bárcenas? De manos y puños, los de El mono azul algo sabemos, pero de dedos, lo que se dice de dedos y digitosofía, más bien poco. Y por eso uno empieza a cavilar. Más que por costumbre de la filosofía de la sospecha porque no nos metan el dedo en el ojo y porque, simple cultura tabernaria, no nos chupamos el dedo. Con el 15M nos quedamos a dos dedos de lograr la democracia por fin en España. Muchas décadas después la momia es noticia y la televisión pública hace un espectáculo en vivo. La vida sigue igual, ya lo dijo Julio Iglesias. El problema es que ahora tenemos la certeza de que la mochila austriaca más que quebrar el espinazo, como a los jóvenes estudiantes que acuden a la escuela cargados en sus mochilas de inservibles manuales del imperio Polanco (no solo por revisionistas de la historia oficial del régimen borbónico, sino por su obsolescencia programada: como la informática), anticipa una molesta operación con el dedo anular que va a ser cualquier cosa menos agradable.
En este capitalismo de amiguetes del reino de España, parece que avanzamos de la fase oral a la anal. Solo por la vía sádica de la estrategia gore, los de siempre, los de la casta, los que construyen la trama, pueden seguir robando con la acumulación por desposesión. Por ello, la profusión de imágenes y narrativas de la violencia. La trama precisa enredar, la espiral del disimulo, la maña y el drama aristotélico, la retórica de las emociones, las banderas y el conjunto de dispositivos que hagan aceptable esta mala representación. En fin, que empiezo a pensar que lo que quería decir la señora Botín es que nos va a meter los dedos. Lo que no sabe es que la digitosofía sirve también para pulsar las cuerdas, dar en la tecla y soñar despierto en redes conectando multitudes, y descubrir otros usos y costumbres. Pero eso ya lo contaremos otro día que acabo de recordar que, cumplidos los cincuenta, debo ir a visitar al proctólogo. Disculpen la asociación de imágenes, que diría Freud: Chile, España… cuestión de colonoscopia.