El maestro Antonio López Hidalgo siempre emulaba y rememoró en vida a Pepe Guzmán. Hoy me toca homenajear a mi amigo y maestro del Periodismo tomando prestada su expresión, habitual en él, para hablar de la proliferación en España de una especie protegida por el poder y la fortuna, la suerte de los imbéciles, o cucañistas de todo lo público y ajeno, que podrían ser distinguidos, básicamente, como «cipotones».
Quién sabe cómo traducir e identificar lo que ello significa, pero es ver en televisión a Antonio Naranjo y venirme a la mente la palabra. Están los topónimos y los tontos de capirote –o cipotones– que desfilan por doquier formando una amplia cofradía contra la razón. Una nueva especie que, como decía un meme en la red, es tan invasiva y trepadora en nuestro país que uno puede ir saltando sin tocar el suelo de Sevilla a Bilbao, de cipotón en cipotón, de gueon a pendejo, de abrazafarolas a boludo, de tontopollas a voxeros por doquier. Y sin parar.
La nueva internacional de la indigencia intelectual y la memez ha alcanzado a todos los sectores, estratos y actividades. Es lo más transversal que une a España: la gilipollez. Quizás por ello abunda en nuestra lengua tanto descalificativo. No les cuento de la universidad porque tendría que empezar por mi Facultad y continuar con asociaciones científicas y académicas, además de hablar de la RAE y Pérez-Reverte, bajo palio.
No terminaríamos esta columna poniendo ejemplos de lo común o, lo que es peor, el lector podría empezar a entrar en pánico o abonarse a la desesperanza y nosotros, con todo, somos de otra internacional: la de la pedagogía democrática, radicalmente gramscianos, partidarios, en fin, del principio esperanza.
Así que, siendo conscientes de esta lógica tontiloca de la cultura dominante, es hora de asumir algunas normas debidas de salud pública contra la fachosfera digital, por empezar por un frente cultural de obligada preocupación y alerta social en el actual contexto histórico.
Una ley universal de la comunicación dicta que «información da lugar a información». Retuitear, comentar, criticar o cualesquier otra acción fuera con las ocurrencias, por ser elegante, de Díaz Ayuso y la avanzadilla neofascista de los tertulianos de turno no hace otra cosa que amplificar el efecto boomerang.
No somos partidarios de la desconexión, pero un ejercicio sano diario es no abundar, difundir o combatir en terreno adverso, es decir, las redes colaboracionistas del golpismo mediático, el discurso de ilotas o esclavos que se propaga por la cultura de la nadería.
Tenemos por delante, además, cultivar la cultura del encuentro. No hay comunicación más rica y enraizada que la de proximidad, cara a cara, en grupo y público, en asamblea o bares, en plazas públicas o foros ciudadanos. Recuperar el dominio público pasa, en otras palabras, por apropiarnos del tiempo capturado por las pantallas y las corporaciones de Silicon Valley; no dejar nuestra interacción en manos de la mafia de las big tech para reconocernos cara a cara, en cuerpo y presencia, mano a mano, cordialmente, cultivando la política de la fraternidad. Ganaremos, de este modo, en calidad de vida y en calidad democrática.
Finalmente, y hablando del espíritu de nuestro tiempo, convendría, en instituciones y en la sociedad civil –de la Universidad a la familia; del Congreso de Diputados a los partidos; del campo a la ciudad– extender la cultura de la lentitud, desacelerar, en suma, el turbocapitalismo; abrir tiempos de reflexión y mancomunidad para ser y pensar, para promover una lógica de los sentipensamientos de una modernidad –otra– ante el despliegue del ecocidio y la explotación intensiva, en el espacio pero, sobre todo, en el tiempo que el capitalismo inhabitable nos impone.
En Andalucía, herederos del ethos barroco, hace tiempo inmemorial sabemos que el futuro de la humanidad pasa por desplazarnos de la modernidad realista, del Norte, a la cultura festiva y feriante del Sur y de los de abajo.
Construir una modernidad sensible con un cronotopo acorde con la naturaleza y la vida que late y sobrevive a los desmanes de la barbarie capital es imprescindible y debe ser prioridad en la izquierda emancipadora, de todos, querido lector, querida lectora. Y en ese empeño estamos. Esperamos que si alcanzó a leer hasta esta línea, comience desde ya, aquí y ahora, a leer y vivir con otro tempo. La vida, no lo dude, nos va en ello.