Meta(dona)

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Decía el bueno de Bauman que este tiempo de la aporofobia se distingue por ser, más allá de la criminalización de la pobreza, la era de la modernidad líquida. Pero empiezo a pensar que la verdadera licuefacción de las pantallas tiene lugar en otra parte. O, dicho de otro modo, que la tramoya que oculta el espectáculo de lo hiperreal no nos deja ver lo que, de verdad, importa. Que, por poner un caso, Metaverso es más bien el verso libre contra lo común y la democracia. Que lo virtual es la inversión (económica y simbólica) de lo real en este capitalismo zombi alimentado de la savia que fluye desde la latencia existente en cada hábitat social. Por ello Facebook nos quiere comprar la vida. Capturar el tiempo todo de la experiencia, como ya sucediera en la sociedad industrial, según nos demostrara Marx con la teoría del valor. Ahora, el peligro de esta lógica colonizadora, la verdadera distopía que nos amenaza de forma inminente en la sociedad digital es que, trágicamente, podamos terminar, como los personajes de Hasta el fin del mundo, de Wim Wenders, dejando de soñar, de vivir, de habitar y cultivar el nexo y las relaciones que nos constituyen. Urge por ello volver a la materialidad concreta del encuentro, de nuestras relaciones, del hogar al bar, del oikos a la fábrica social, liberándonos del relato futurista que nos quieren vender, cuando en realidad nos quieren comprar. En ello nos va la vida, y mucho más que la libertad. Pues del 3D al control total, la nueva visión de Mark Zuckerberg prefigura un programa totalitario que debe hacernos pensar, y no solo dar yuyu, para comprometernos en una nueva agenda para la acción. Más aún si consideramos que la metamorfosis que anuncia la compañía caradelibro es más la descrita por Kafka. Una operación de marketing con gafas de realidad aumentada, realidad virtual, total inmersión y holografías envolventes al servicio de plataformas oligopólicas o, siguiente fase, de monopolio más real que virtual. Hablamos de la era del neuromarketing donde, como advierte Chris Wallace de la BBC, los anunciantes van a controlar nuestra conducta fisiológica, planificar nuestros deseos y, cómo no, incentivarlos, azuzarlos como se persigue a una presa. Por eso empezamos a reconocer en esta evolución una suerte de neofeudalismo tecnológico. En otras palabras, no son tiempos líquidos sino tiempos de caza y recolección, con programación hightech de nuestra mente como paquete. Luego no cabe hablar de involución, sino de desarrollo perfeccionado de los restos oligárquico-esclavistas que hicieron y hacen posible el capitalismo gracias a la performatividad de la tecnología (los medios de producción y reproducción). Es decir, el medio no es el mensaje, el mensaje es el discurso y práctica social mediatizada para tenernos apendejados, adormecidos o, como dicen en mi tierra, apoyardaos. En este orden reinante, nunca mejor dicho, no cabe Funes el memorioso, pues, con la inteligencia artificial, hemos pasado de un mundo donde recordar era la excepción, y olvidar lo natural, a un orbe digitalizado donde la tecnología invierte estos términos y nos lo recuerda periódicamente. Sujetos como estamos al síndrome hipertiméstico, la exomemoria total que es subrogada nos convierte en apéndices de la máquina, y lejos de conectarnos, en medio de una crisis de sinapsis, nos desconecta de la realidad y de los otros. Por ello muchos movimientos de la sociedad civil están reclamando socializar los bienes relacionales y las redes como patrimonio común de la humanidad. Toda posibilidad de democracia pasa hoy por apropiarnos del capital social interconectado, garantizando la autonomía de todos, si no queremos ver reeditado, en versión hipervisual, el autoritarismo neofeudalista de los Berlusconi de turno que, como antaño con la lógica masónica de Propaganda Due (P2), empiezan por desplegar estrategias de fascismo amable a lo Black Mirror, que es tanto como decir que el reflejo oscuro es más bien el orden, como vaticinó Debord en la sociedad del espectáculo, del secreto, para terminar imponiendo un sistema de caja negra que garantiza la expropiación de lo común. Como ha advertido Armand Mattelart, la información y el saber son cada vez más tratados como un bien inmaterial apropiable. De ahí el carácter estratégico de los derechos de propiedad intelectual donde se juega la batalla de las nuevas formas de patentes como apropiación privada de los conocimientos. Desde 1994, los acuerdos de Marrakech que crearon la OMC alinearon la legislación mundial a partir de las normas americanas. Y desde entonces la UE sigue confiando en el amigo americano incluso para el futuro del 5G. El problema en crisis como la pandemia es que este orden en declive no es sostenible, ni la aplicación de las normas sobre patentes deseable, en la medida que empobrecen y condenan a todos, a creadores, público y sociedad. Por lo mismo, antes que nada, convendría retomar una proclama del obrerismo italiano: dinero gratis, que Mark y Facebook pasen de la metadona que pretenden inyectarnos a donar lo que ganan con Meta. No sería mala solución, llegar a la meta de la socialización de la riqueza con otros medios.

Pensamiento positivo

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La era del capitalismo de plataformas es la era de la cultura like, la negación negacionista –nada de negación de la negación–; una cultura, en fin, del pensamiento positivo que todo lo inunda. Esta estructura de sentimiento, esta suerte de climaterio cultural ha impregnado incluso la academia, aislando toda perspectiva crítica como un pensamiento calificado de pesimista. Cosas de la hapycracia.

En tiempos del Caralibro solo vale lo políticamente correcto, que es la celebración de la diversidad siempre y cuando se asuma como verdad teológica la reproducción del capital, el principio de universal equivalencia.

Como resultado se observa una acentuada deriva conservadora en la teoría social que niega la lógica productiva de toda enunciación y manifestación cultural, incluido, como es lógico, el discurso científico, ante lo que podríamos calificar como «nuevo idealismo culturalista» que, por poner un caso como el de algunos estudios poscoloniales hoy hegemónicos, terminan por ser inconscientes de la geopolítica global y del hecho material, concreto y evidente –de sentido común, que diría Pasolini– de una realidad dominante en la que empresas como Disney marcan las condiciones o marcadores ideológicos como actores globales con mucho mayor peso e influencia que antaño, a la hora, por ejemplo, de construir arquetipos islamófobos en filmes como El rey león o de organizar nuestro tiempo libre como neg/ocio, un proceso de expansión ilimitada.

Frente a esta praxis teórica negacionista, convendría recordar que, en la era del trabajo inmaterial, en la era del acceso y la cibercultura, la “fábrica social” se fundamenta, más allá o más acá de Marx, en un proceso de trabajo.

Los nadie son los actores protagonistas por más que, en un mundo invertido, como en la serie Los favoritos de Midas, parezca lo contrario, si bien la lógica de la acumulación se interrumpe por la amenaza de los anónimos en la base del proceso de apropiación no por decantación sino por accidente, con premeditación y alevosía, añadiríamos.

El culto a la muerte es un principio consustancial a la violencia simbólica del capital. La opacidad de la plusvalía y su modus operandi requieren, por otra parte, la transgresión de la ley, como Brecht mostrara con Makinavaja.

Pero la Economía Política es también un discurso, un juego de tropos en el que metáforas como «libre concurrencia», «movimiento de la producción», «ley natural social», no tienen otro fin que la expropiación a los trabajadores de su fruto o actividad productiva.

Es, en este sentido, en el que cabe discutir la representación periodística de categorías o palabras fetiche como «prima de riesgo», «crédito», «rentabilidad», «producto interior bruto» o «intercambio» cuando nos hablan de la «crisis postcovid».

En palabras de Marx, la economía política es la forma científica de encubrimiento del hecho incontestable de la acumulación por desposesión. Y en esta estamos, de Valladolid a Sevilla, de Madrid a París, de la UE a América Latina.

La omnipresencia del Capital, en todas partes invisible, pero presente, permea todos los espacios y actos de la vida cotidiana en una suerte de eterno retorno de lo mismo. En este orden hecho para los mejores adaptados, según el principio de selección natural, la culminación social de todo sujeto es seguir el camino deseado de los madrugadores, a lo Albert Rivera, despedido por bajo rendimiento, o tentar la suerte del trumpantojo Abascal, servidor de lo público sin oposición, sin mérito alguno, salvo el afirmar, como toda buena familia, que él lo vale. Y es que éste, como el posgraduado en Harvard de chichinabo, o “Los favoritos de Midas”, actúan según la lógica de la manada, así se autodefinen los herederos de Goldman Sachs.

Ahora, el principio de Private Vices-Public Benefits se torna insostenible si atendemos al antagonismo social, ya observado por Kant como uno de los rasgos característicos de la modernidad en lo que definía como «socialidad asocial».

Marx criticaría con razón esta contradictoria constitución de la economía moral del capital como una forma animal inconsciente de reproducción social, lo que deriva en la transposición darwiniana de la lucha concurrencial burguesa, recuerda Korsch, a la naturaleza como ley absoluta de la lucha por la existencia.

Por eso el Capital no tiene memoria, es proyectivo y domina en el tiempo, no solo en el espacio, de ahí los plazos, avisos y ultimátum de la historia de Midas, una forma ilustrativa de regulación del capital no acumulable en la vida de los sujetos.

Y si se produce la revuelta y guerra de clases aparecen los cuerpos de seguridad y palanganeros del capital financiero en forma de Vox contra la virtud de la resistencia como multitud combativa frente a la estructura de comando de los legionarios de Midas: un virus contagioso que afecta a la sociedad y que ordena la acción colonizando la voluntad de sumisión de la mayoría.

Hablamos, claro está, de lo inconmensurable de las líneas rojas que se transgreden en la lucha de clases. En otras palabras, el dinero es un perro que no pide caricias, como replica el protagonista de El Capital de Costa-Gavras, y, en efecto, esa es su lógica.

El dinero, como recuerda Rieznik, es el medio y el fin por el cual este mundo aparece invertido, el símbolo mismo del fetiche del capital, es decir, de su apariencia de sujeto y hacedor de nuestra sociedad que es el resultado del trabajo y del trabajador; de aquello que el capitalismo explota y que, por eso mismo, aparece como mero objeto, como cosa.

Para ello, los medios de representación, las empresas periodísticas, han de hacer efectivo el principio semiótico de la lógica combinatoria que se presta a la ceremonia de la confusión, invirtiendo los términos de lo que debería ser a fin de presentar al PP como moderado y centrista, a Abascal como un respetable líder de la oposición y al monopolio como competencia, del mismo modo que transforma la fidelidad en infidelidad, el amor en odio, el odio en amor, la virtud en vicio, el vicio en virtud, el siervo en amo, la estupidez en inteligencia y la inteligencia en estupidez.

Y si cupiera duda o disputa en este negocio del mundo al revés, ahí está Lesmes y sus chicos para dictaminar lo que es. Nada nuevo bajo el sol. El capital, cuando no es simple robo o malversación, siempre ha requerido el concurso de la legislación, decía Say, para santificar la herencia, o presentar como justo lo que es simple atropello y arbitrariedad. Vamos, para hacer el cuento breve, que tanta discusión política sobre el relato es propia de un mundo en el que la narrativa del capital convierte todo en ficción, y no solo por su necesidad especulativa o porque no hay consumo y realización de la mercancía sin la fábrica de sueños ni la publicidad.

El pensamiento positivo es característico, como avanzara Benjamin, del brillante oficio cegador de los escaparates en las galerías de la ciudad moderna. Por seguir con este juego de palabras, los medios son artesanos del bruñir. Y, el bruñido, una técnica de pulido utilizada en el acabado: un revestimiento metálico como dorado o plateado; una fabricación de plata, oro o una aleación de cobre que hace posible la lógica de la apariencia.

Y, como hoy sabemos en plena era post covid, ese juego de espejos, especialmente en tiempos de crisis, da lugar a grandes fortunas, es propiciatoria, en la medida que el capital tiende a decantar esas lógicas, de intensivos procesos de acumulación y expropiación de lo común.

Conviene por lo mismo ejercer el oficio de arqueólogo de las ruinas, husmeadores de basura, como en el film de Costa-Gavras y que en el oficio (muschcrakers) se popularizó, hace décadas, hoy solo para hablar de la vida de los famosos. Qué le vamos a hacer.

Ya nos mostró Marx que, en esta economía política, en manos de unos cuantos Florentino Pérez, el interés que cada uno tiene en la sociedad está justamente en proporción inversa del interés que la sociedad tiene en él, del mismo modo que el interés del usurero en el derrochador no es, en modo alguno, idéntico al interés del derrochador.

No esperen, pues, de los medios de información ningún esfuerzo de pedagogía democrática. Si recuerdan la trama de la serie Los favoritos de Midas, el final de la periodista, Malta Belmonte, confrontada a los poderes fácticos para revelar sus sucios negocios, deja en evidencia que cuando se trata de exponer la opacidad de los intereses entre la muerte en vida (explotación de la clase obrera en Occidente) y la aniquilación por la guerra (en Afganistán o en Siria) con la que se financia el tráfico de armas (en paraísos fiscales basados en el ocultamiento de los hacedores de la cultura de la muerte) y las guerras imperialistas o la trata de blancas que conviven en los vasos comunicantes de esta lógica de flujo vampírica, el mundo editorial se pone de perfil.

Como al tiempo oculta las estrategias del poder para liquidar, nunca mejor dicho, al mensajero, empezando por Julian Assange. Por ello, hoy más que nunca hay que asumir el compromiso de combatir la falsa transparencia que nos inunda.

Si la comunicación es una máquina de guerra, la catástrofe consustancial a la destrucción creativa del capitalismo, es preciso repensar el “desnivel prometeico” (Anders dixit) cuestionando la opacidad de los mensajes y dispositivos de representación que nos abruma a partir de la polifonía de voces y prácticas comunales, vindicando la justicia y pulsión plebeya que acompaña a otra modernidad o mediación en sí, sea en la comunicación primaria (espacio), en la comunicación secundaria (tiempo) o en los medios electrónicos (comunicación virtual o simulada).

Es tiempo de pensar intempestivamente, de hacer visible lo invisible, concretar la abstracción de lo real, aproximar y hacer comprensibles las formas distintas de sociabilidad frente a los que nos quieren vender la moto.

El objetivo no es otro, en suma, que fundar espacio público liberado para la ciudadanía, una esfera pública no estatal para las multitudes. Pero esto no es posible si no asumimos el desplazamiento de posición de observador. Vamos, que hay que empezar a dinamitar el pensamiento políticamente correcto, si hemos de cambiar no solo el relato sino el estado de la cuestión como una cuestión de Estado. ¿Seremos capaces de ello ?