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Notas de campaña
Decía Bourdieu que cuanto mayor es la autonomía de un campo específico de la reproducción social, mayor es la proporción de lo que puede explicarse sobre la base de la propia lógica. En el caso de España, dudo que el campo periodístico se explique en términos de autonomía. Si así fuera convendría hacer, con carácter urgente, un llamamiento a la ciudadanía, una alerta democrática viendo cómo estamos en manos de malhechores, difusores de visiones escleróticas y paralizantes cuando no claramente tóxicas en contra de toda razón y los derechos fundamentales para convivencia pacífica. Pues domina el campo informativo en nuestro país gente que no sabe del buen vivir y se limita a ser meros divisores de la disyunción, expertos como son en la taxonomía de la banalidad, cuando no forzados esclavos de la espiral del disimulo y la malversación del derecho de libertad de prensa hoy al servicio del capital y la plutocracia. Privados como estamos la mayoría de la población del mínimo pluralismo interno y de toda capacidad de interpelación, no es de extrañar que el Barómetro del CIS de abril de 2020 arrojara datos que evidencian, conforme a la opinión mayoritaria, la necesidad de una intervención pública en el sector. A la pregunta sobre la regulación de bulos en las redes, el 66,7% era partidario de tomar medidas contra los excesos de los hijos de Musk, pero los medios mercantilistas, como La Razón, consideró en su momento este tipo de preguntas totalitaria, y no digamos ya la lógica democrática de exigencia de control social y responsabilidad pública. En la ideología de los enemigos de la libertad, el derecho a la comunicación es cosa exclusiva de ellos, de diarios como el ABC con una larga historia a sus espaldas de apoyo a la dictadura asesina de Franco, de propaganda afín a Hitler y Mussolini y de ocultación de la violación a los derechos humanos en contra de la constitución para dar cobertura a los poderes fácticos. Y se autodenomina diario conservador, prensa independiente, dicen, cuando en sus páginas un día sí y otro también mienten, manipulan y construyen una realidad o burbuja mediática inexistente, como la de la anunciada mayoría absoluta del PP. Convendrá el lector que tras los resultados del 23J un mínimo de autocrítica es exigible a los medios y profesionales del periodismo. Contrariamente a lo afirmado en su columna por el profesor Manuel Cruz, a la vista del desenlace de la convocatoria electoral es hora de ajustar cuentas y responsabilizar de los excesos a algunos actores que trabajaron contra la democracia y la voluntad popular, empezando por las encuestadoras que durante tanto tiempo han denostado el trabajo de una institución sólida como el CIS, léase Narciso Michavila de Gad3. En este examen de lo dicho y hecho no cabe esperar que la rectificación provenga de los periodistas y un sistema de medios de los que él mismo fue víctima propiciatoria.
Hace mucho tiempo, desde los años ochenta, con el auge del neoliberalismo, en España el derecho a la información se ha tornado en el deber de no pensar. Y cuando se piensa se corre el riesgo de morir, simbólicamente, o preso del cerco y silencio informativo. Por fortuna no vivimos situaciones críticas como las de México o Colombia. En el país azteca más de 140 profesionales han sido víctimas de los poderes económicos y el narco, pero los medios del duopolio en España atacan a López Obrador por su crítica a la prensa y las propuestas de regulación democrática de operadores externos y acreditados golpistas como Facebook o Twitter (analicen si no el caso de Brasil). Cabe preguntarse, en este sentido, quién tiene derecho a la crítica en un modelo de mediación concentrado, asimétrico y que tiende a socavar las bases de la convivencia democrática. ¿Sólo los periodistas? Si es así, como profesional de la información y Catedrático de Periodismo he de manifestar que la profesión está degradada en México y en España, subyugada la autonomía necesaria de los informadores y suprimida toda pluralidad en los medios públicos y privados. Y ello ha tenido graves consecuencias en la calidad democrática de la deliberación en el espacio público, incluso en el ámbito de la izquierda.
El nacional populismo o la enfermedad infantil del izquierdismo es hoy un discurso preponderante que anula toda práctica política efectiva, limitando los términos de discusión de lo deseable y decible de acuerdo a lo políticamente correcto. Esta dinámica es transversal y abunda en los sectores retardatarios de la derecha. Podría de hecho empezar a correlacionar miserabilismo y cultura de la sumisión que prolifera en la esfera mediática mientras se proyecta el linchamiento y la norma de la difamación como dos caras de la misma moneda que explica el ascenso del discurso de VOX. Ahora, no hay acción sin reacción, ni involución sin crisis y contradicciones. Toca pues pensar, en este escenario, qué tipo de acción política y alcance en clave marxista es preciso implementar. No es el objeto de estas primeras notas de campaña vividas en primera persona avanzar propuestas concretas de futuro. Menos aún en forma de columna de opinión. Somos gramscianos y seguiremos haciendo pedagogía democrática de la esperanza incluso con aquellos que no quieren aprender. Cierto que no se puede explicar la teoría de la evolución a un obispo, pero sí dejar en evidencia las falsedades del relato y la ideología de quienes han normalizado el neofascismo y se ponen de perfil en la falsa equidistancia del llamado periodismo independiente que ni es autónomo y menos aún respetuoso de la deontología profesional. Sí la mayoría de periodistas y medios de este país son colaboracionistas y demuestran a diario que siguen anclados en el franquismo sociológico, llama la atención cómo es que no se dan cuenta que producen vergüenza ajena, que nadie les cree, que son cada vez menos quienes les escucha, lee o sigue, justamente por la misma razón. En fin, ha quedado en evidencia esta campaña que habiendo asumido definitivamente el cinismo como norma, es tiempo de buscar otras mediaciones productivas y dialógicas. Veamos cómo.
El fin del periodismo
Los medios median pero, en España, parece que no tienen remedio alguno por falta de reflexividad, que es tanto como decir que han perdido toda vergüenza al renunciar a la necesaria autoobservación y crítica de su mala praxis. La cobertura de la campaña electoral en Andalucía, sesgada en contra de la opción transformadora del frente amplio Por Andalucía, es reveladora de la razón de ser del sistema mediático, orientado, como el Grupo Joly, a defender los intereses creados: del Ibex35 a las cloacas del Estado, de los herederos de Franco a los neonazis cosmopaletos, de la oligarquía económica de Bruselas a la OTAN, en un carrusel sin fin de infamias y acoso, que impone el cerco mediático a toda disidencia, crítica o mero cuestionamiento sobre la deriva del sistema-mundo. Añádase a ello el silencio administrativo del sector y la profesión cuando se procede a la extradición de Julian Assange. La libertad de expresión es, para ellos, un simple señuelo para enarbolar en el mejor de los casos la filosofía Ayuso (la libertad de hacer lo que a uno le dé la real gana, entiéndase lo de real en plan borbónico, sin prestar rendición de cuentas, salvo a los accionistas, como Dios manda). Lo cómico es que estos siervos de la gleba siguen tratando de dar credibilidad al relato ficticio sobre los medios como cancerberos de la democracia. Divertida metáfora perruna, muy doméstica por cierto en estos tiempos de mascotas humanizadas en los que la lógica del mundo invertido tiende a encubrir las fechorías del oficio, simulando no dejar rastro, aunque el crimen contra la democracia queda siempre, además de impune, en evidencia incluso en los panegíricos sobre el rol de la prensa. Así, decía hace unos meses, Alfonso Armada que el periodismo no puede renunciar a la precisión, exactitud y brevedad cuando la realidad diaria es justo la contraria, empezando por Sálvame y la contaminación de los informativos convertidos en versión Hola de la actualidad. Ahora, la deriva mercantil del periodismo no es nueva. Recordemos la sátira de Evelyn Waugh “Scoop” (1938) sobre su experiencia en el Daily Mail. La diferencia de este tiempo a nuestros días es que la comedia del arte de informar ya ni siquiera disimula su verdadera función pues vive exclusivamente del sensacionalismo, las falsas noticias o la manipulación que Billy Wilder retratara magistralmente en “Primera Plana”. Llama por ello la atención que columnistas como Juan Manuel de Prada hablen de la muerte del periodismo como cuarto poder desde un diario como ABC que ha encubierto la corrupción del Rey y del PP sistemáticamente, abriendo a su vez macrocausas contra líderes de la izquierda en forma de lawfare. Hoy sabemos que el objetivo de la connivencia de la jueza Ayala y el diario de Torcuato Luca de Tena no era otro que eliminar a Torrijos y allanar el camino de Zoido a la alcaldía de Sevilla: lo consiguieron. La cuestión ahora es cómo se restituyen los derechos conculcados, cómo podemos exigir responsabilidades a los medios y periodistas que a día de hoy siguen el guión prescrito en los despachos de la oligarquía. Desde luego, pese a la imaginación idealista de algunos conversos, no será en las redes, pues lo que hoy predomina es más bien el imperio del cretinismo digital. Por ello convendría empezar a proyectar políticas democráticas de comunicación contra los abusos de los dueños de los medios. Cada vez es más evidente que la regulación no es un problema de protección del anonimato y la intimidad, sino antes bien el reto de garantizar un ecosistema de confianza y equilibro. La política de la mentira, el cálculo programado de la difamación en la era de las fake news es el caldo de cultivo del autoritarismo de las clases dominantes que, como advirtiera el filófoso Jurgen Habermas, presentan como opinión pública lo que no es sino la producción premeditada de la opinión publicada de sus intereses. Resultado, la crisis de confianza y credibilidad de los medios. Un estudio de GAD3 para el Foro Periodismo 2030 señala por lo mismo que los andaluces, por ejemplo, requieren más información local y de servicio. Aunque el informe tiene por objeto justificar el pago por la información en favor de medios como ABC, su lectura a contrapelo nos confirma una verdad incontrovertible: la cultura de la difamación y las injurias campa en el periodismo mercantilista por doquier, alimentando la bestia de lo que mi colega de la Universidad de Valencia, Antonio Méndez Rubio, denomina fascismo de baja intensidad. En suma, la caverna mediática no nos deja ver la luz y pierde foco. Lo que llaman periodismo no lo es, salvo en revistas serias como El Jueves o Mongolia. Como en otros periodos oscuros de la historia, el humor nos hará libres. Bienvenidos al desierto de lo real del tecnofeudalismo, en el que solo como bufón uno puedo contar la verdad. Así que no pierdan la risa, detrás de las pantallas siempre florece la vida y la esperanza. Es hora de convertir la mueca del dolor y la indignación en carcajada, en alegría de resistir y cambiar el mundo que nos cuentan.
Desinformación y autoritarismo en España. Red de Activistas IU Sevilla.
Pospolítica y neotelevisión
La era de la postpolítica no es la del reality show ni la producción del espectáculo en vivo, sino más bien la era de la postproducción y la ley de hierro del orden narrativo del nuevo espíritu del capitalismo. Esto es, lo verdaderamente real, lo determinante, lo que sobredetermina la escena en pantalla está más allá, y no es visible al público, con independencia de lo que la natural improvisación de los actores declama.
¿De dónde vienen, por ejemplo, redes como Club for Growth, Family Research Council y otras sectas ultras que amenazan nuestro futuro y reeditan experiencias anticipadas por Heritage Foundation o Moral Majority? Colectivos que Fox News y Breitbart News realimentan en la producción de ideología supremacista como parte de una escaleta bien calculada para cumplir con la narrativa de los intereses creados.
Lamentamos decepcionar al lector. No fue Trump el principal productor de esta distopía. Como hemos dejado evidenciado en diversas obras sobre la propaganda, fueron Reagan y luego Obama quienes convirtieron la Casa Blanca en un plató de televisión, en un espectáculo total –un signo indudable del neobarroco–, con una puesta en escena de emociones, humor, tensión dramática, de acuerdo al guion efectivo preparado en cada momento para consumo y deleite de la audiencia.
La banalidad informativa
La información de actualidad (hic et nunc) ha perdido su sentido como, en parte, dicho sea de paso, los periodistas han olvidado la razón de ser de su oficio. En la era del Net Mercator viven, de hecho, en medio de una crisis irremediable, sin conciencia de los problemas reales que han de enfrentar los nuevos procesos de mediación, ni asumir la autocrítica necesaria, inmersos como están en el fetichismo tecnológico y en las fantasías electrónicas que han alimentado como fábrica de sueños la profesión y la propia cultura de masas.
Golpes mediáticos
Publicada por Jorge Aguilera Ph.D Comunicación Estratégica en Viernes, 17 de abril de 2020
El relato
En tiempos de relatores fallidos, ensayar la primera columna, y comprometerse a pensar desde el sur y desde abajo para un espacio como Andalucía Digital, hoy que priman los quintacolumnistas de toda laya, es cuando menos una temeridad. Pero uno siempre ha estado abonado a tentar la suerte, por esquiva que resulte. Hecha la invitación de mi colega Juan Pablo Bellido, aquí estamos, encontrando nuestra voz.
Dudamos como expresara Ibáñez con la imagen del ciempiés qué pata mover antes, con qué estilo escribir, para qué lectores, con qué agenda de temas y problemas interpelar al lector, nómada itinerante de los dispositivos móviles. Si emular a maestros de la columna como Vázquez Montalbán o retomar el clasicismo de Corpus Barga, o, más bien, quizás, por qué no, pegarnos más a la viva actualidad como el bueno de Francisco Umbral.
La política del estilo, como es sabido, es la política por otros medios. Cambia la forma, ha de cambiar la escritura, no tanto el mensaje. Y pensar en nuestro tiempo cómo pensarnos es, en buena medida, un problema de formas. Pero no tema el lector que nos vayamos por una deriva o disquisición más propia del periodismo y la literatura, que poco conviene a la política, y no hablamos precisamente de la realpolitik, sino de distinguir relato y realidad, el viejo dilema maquiavélico entre ser y apariencia.
Hoy que nuestros responsables públicos basculan, a golpe de encuesta, en la espiral del disimulo discutir de la palabra del verano, y probablemente el año –el relato– es algo más que cuestionar la comunicación política. Se trata, realmente, de comprender un síntoma de nuestro tiempo.
Etimológicamente, relatar significa volver a, llevar unos hechos al conocimiento de alguien, narrar vívidamente un suceso histórico y/o social. Lo curioso del término es que procede del verbo latino refero (volver a llevar). Sobran aquí las palabras, a propósito del inicio de la legislatura y la negociación de un gobierno de progreso. Pues el prefijo fero en la palabra que da origen en latín a relato indica transferir y trasladar o diferir y dilatar.
Y en ello estamos, en procesos psicoanalíticos, narcisistas, de transferencia y de diferimiento, pese a que la raíz latina indica también, en lo correspondiente al verbo fero, las acciones de legislar o producer leyes. Doble paradoja del estado de la nación. Previsible por otra parte, más allá de los actores en escena.
Dice Jacques Rancière que la ficción es la condición para que lo real pueda ser pensado, el problema es cuando lo real deja inane la ficción. Experiencias como el desastre de Macri en Argentina ilustran hasta qué punto la apelación al relato del cambio amenazan con la ruina y producen un hartazgo de incalculables efectos electorales.
De Salvini a Lenín Moreno, de Trump a Bolsonaro, de Sánchez a Iván Duque, vemos cómo las mentiras tienen poco recorrido y alcance, pese a su efectividad en la política del regate corto. En tiempos de grandes turbulencias e incertidumbres, sobran pues los asesores de marketing y estrategias de la imagen electrónica que nos chorrean, como dirían en el país austral, con un discurso de la vacuidad, en el que domina, parafraseando a Marx, pasiones sin verdad; verdades sin pasión; relatos de una historia sin acontecimientos; un proceso cuya única fuerza propulsora parece ser el calendario, y la caducidad, fatigosa, como vemos en España con la ingobernabilidad y las reiteradas convocatorias electorales, por la sempiterna repetición de tensiones y relajamientos; antagonismos que sólo parecen exaltarse periódicamente a efectos de inventario y justificación proselitista y partidaria, lo que termina por embotar y decaer el compromiso cívico, tejiendo como están desde Moncloa y las altas instancias del IBEX 35 las más mezquinas intrigas y comedias de mala calidad sobre el sentido de la Constitución y la Democracia.
El imperio de la retórica sin oficio ni beneficio, salvo el siguiente episodio de más de lo mismo, un melodrama, en definitiva, o telefilm de serie B con destino a rellenar minutos en la parrilla de programación a mayor Gloria de la cotización en bolsa va a tener un mal final, vaticinamos.
Pues el mundo de los cuentos y de las cuentas, los universos paralelos, comunicados y complementarios del entre-tenimiento, solo se sostiene si la gente tiene. La pausa del entre presupone más cosas. Si lo que se dice va por un lado mientras lo que ocurre va por otro y la realidad termina por desbordarse en los contornos del relato con toda la crudeza de lo vivido por la gente, que no es precisamente un melodrama, la representación deja de tener valor.
Llegado a este punto, lo que denominan la batalla por el relato no deja de ser otra cosa, en fin, que el cutre sainete del reino del filibusterismo. La asunción de una política de bellas palabras, consistente como costumbre en no hacer lo que se dice ni decir lo que se hace, deja de ser funcional.
Y los sofistas perniciosos de la política de lo peor se convierten en todo un peligro: no tanto por lo que dicen si no porque escamotean el contenido en el fragor de la frase y la espuma de la gestualidad malinterpretada de una suerte de culebrón que entretiene mientras nos tienen atentos a la pantalla.
Muchos profesionales de la opinión gratuita han acusado a Pedro Sánchez de ser el Ken de la política, un sinsustancia, un político fatuo de ínfulas incontenibles Pero el problema, como decimos, no es el actor, o los actores, ni el juego narcisista propio de toda representación.
El problema es la política del escamoteo, la prevalencia de un sistema de comunicación política creado para errar, una administración comunicativa hiperinflacionista, absorta en una suerte de autismo, empeñada en que olvidemos la historia y la vida de perversos efectos, como probablemente veamos.
Como suele ser habitual en este tipo de situaciones, esperamos equivocarnos, queda la traca final de la desafección: los jefes se regodearán, empezando por Sánchez, en la satisfacción agridulce de poder acusar a su pueblo de deserción y falta de apoyo, de ser responsables de la restauración neofranquista, y el pueblo replicará que fueron engañados en su manifestación en las urnas.
En definitiva, si bien no hay campo de acción sin discurso, la práctica política como storytelling, ni genera escucha ni tiene eficacia a largo plazo. Antes bien, contribuye al pensamiento cínico, y todos sabemos que tras la razón cínica anida el fascismo: en Estados Unidos, con las fake news, y en España con VOX. Todo consiste en lo mismo: la negación de la realidad para anular la voz de los de abajo, simple y llanamente.
En estas estamos, y en esta disputa el sentido común que es el común del derecho de gentes pasa por pensar las palabras y la comunicación de acuerdo al principio del clinamen. Lo demás es pura tontería. La cuestión es, hasta cuándo soportará la población esta secuela o mala película de una democracia de baja intensidad. ¿Renunciaremos a dejar en manos de asesores de imagen el presente y futuro de nuestra vida en común ? Espero que no, aunque dejen de leernos.