Con Gema Delgado, subdirectora de Mundo Obrero, Francisco Sierra, diputado del Grupo Parlamentario Plurinacional Sumar y catedrático de Teoría de la Comunicación de la Universidad de Sevilla y Daniela Monje.
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Sistema informativo y calidad democrática
Toda democracia presupone, por principio, un sistema de información plural, transparente y equilibrado. No es posible el diálogo público sin un ecosistema informativo autónomo, diverso y que cumpla el principio de acceso y participación que nuestra Constitución consagra en el artículo 20. Tales condiciones normativas son, sin embargo, exigencias ni siquiera consideradas por lo general en el proceso de deliberación y discusión política. Más aún desde que las transformaciones aceleradas de la revolución digital y la ausencia de políticas activas del Estado para garantizar el pluralismo interno y la diversidad sociocultural necesarias han naturalizado una concepción mercantil, y consumista, del derecho universal a la comunicación. En un contexto de intensivo proceso de concentración mediática, con la consiguiente precariedad de la profesión, y de mercantilización extrema de la producción informativa, algunas voces han empezado, no obstante, a dejar en evidencia en nuestro país el grave deterioro del entorno periodístico y los efectos nocivos para la democracia de un modelo de organización informativa caracterizado por la infoxicación, el culto a la mentira y el uso propagandístico sistemático y desmesurado de la oligarquía económica y del sistema partidario, lo que se ha traducido en una crisis aguda de confianza y credibilidad de los públicos y la desafección de las nuevas generaciones respecto a los contenidos de actualidad informativa. Los informes anuales del Instituto Reuters son concluyentes a este respecto y sitúan a nuestro sistema mediático nacional como uno de los peores de la UE. Llama la atención cómo esta tendencia contrasta con la autopercepción que los propios informadores y las principales cabeceras y medios sostienen sobre sí mismos pese a que el discurso y presentación del campo periodístico ya no justifique tanto su accionar en la idea de independencia como en la sostenibilidad del mercado en tanto que medios mercantilistas. Este desplazamiento es algo más que simbólico. Que el poder informativo no insista tanto en los criterios de calidad, autonomía y profesionalidad por la lógica de valor que penetra desde los años ochenta, con el marketing editorial, las redacciones, significa una enmienda a la totalidad del mito de la libertad de prensa justo en un tiempo en el que la dependencia de los medios es cuasi absoluta con respecto a los poderes fácticos, el capital financiero y los grandes operadores de telecomunicaciones y compañías eléctricas, dejando en evidencia las contradicciones entre dichos y hechos, entre discurso y práctica periodística, sea en la cobertura del genocidio de Gaza, en el despliegue atlantista del conflicto en Ucrania o cuando se suceden los desahucios bancarios y las medidas sociales del gobierno de coalición.
En este contexto, la iniciativa del ejecutivo de una política de regeneración democrática en materia de medios ha sido recibida con un alud de críticas y descalificación cuestionando, por principio, toda iniciativa de regulación del Congreso en materia de política de medios, un mantra neoliberal que persiste en toda la UE y replica la doctrina de la primera enmienda de Estados Unidos, a saber: la mejor ley de prensa es la que no existe. Un ejemplo de esta lógica de los medios que no hace mucho solicitaban financiación pública del Estado para su sostenimiento desde AEDE es El Mundo que al señalar las amenazas a la libertad de expresión empieza por destacar toda crítica a la prensa. Con motivo de la campaña contra La última hora, que dice lo que se oculta de la Casa Real y de lo que hace habitualmente el cerco mediático en la tramoya de la historia, este diario, como otros en distintas ocasiones, enarbola un discurso que subsume el derecho universal a la comunicación como un derecho exclusivo de los periodistas y, de facto, como un derecho de la empresa informativa. Cuando Víctor de la Serna sentencia que la libertad de expresión tiene límites, las libertades de los demás elude, como es habitual entre la profesión, considerar cuestiones estructurales que sitúan a España como uno de los países con mayor riesgo y restricciones a la libertad de prensa, no tanto por el desarrollo normativo de una política de comunicación específica, como por la ley mordaza y la cultura de la impunidad del desacato que ha conformado una cultura informativa autoritaria y oligopólica, sostenido por la precariedad de los propios periodistas que suelen desarrollar su actividad profesional en situaciones de subalternidad extrema y dependencia absoluta de los grandes operadores del mercado. Sea el caso de Vicente Vallés y ATRESMEDIA al servicio de la banca, las hidroeléctricas y los fondos buitre, y en general del IBEX35, o la proliferación de medios de extrema derecha como Libertad Digital y OK Diario que fabulan la realidad, normalizando la barbarie narrada por Umberto Eco en Noticias de Mañana, el corporativismo mal entendido (perro no come a perro) del sistema informativo en nuestro país conforma así el espacio público como un campo social cercado, unidimensional y hegemónicamente estructurado por las voces autorizadas del poder económico y la derecha patrimonialista en posesión del Estado, validando la hipótesis de que nuestro sistema político y mediático vive el bipartidismo no tanto de la fallida transición democrática del 78 como la de liberales y conservadores del siglo XIX en plena era de la revolución digital.
En el número de julio/agosto de El Viejo Topo, Genís PLANA ponía el énfasis, en un sentido prospectivo, en la centralidad de la maquinaria mediática y su capacidad de promover narrativas políticas, marcos cognitivos para el consenso social en torno al capitalismo y la centralidad de la empresa como hacedora del bien común, sea en la lucha contra el cambio climático o en la propia transformación de la economía con la revolución digital. La centralidad de la comunicación en la crisis del capitalismo y la emergencia de las formas autoritarias y neofascistas de gobierno en Europa es más que evidente. Y conviene abordar una reflexión cuando menos sucinta sobre elementos de crítica y análisis para transformar una realidad, que como toda lógica de la mediación es estructurable, debe ser objeto de controversia pública y requiere la intervención política en forma de políticas activas de comunicación. En esta línea, de acuerdo con la denominada por Chul Bul Han era de la INFOCRACIA, es necesario empezar por abordar tres ejes determinantes del actual modelo de mediación social propia de la cultura política de la posverdad marcado por fenómenos como el asalto a la razón y la crisis de legitimidad de la democracia ante las contradicciones y el colapso del capitalismo en su salida a la crisis de acumulación por desposesión. Nos referimos a la exigencia para la calidad democrática de la verdad, la confianza y la memoria.
VERACIDAD, INFORMACIÓN Y MEDIACIÓN SOCIAL DE LO COMÚN
En un contexto de emergencia y dominio del discurso público fascista, el dramaturgo alemán Bertolt Brecht concluía que para decir la verdad las principales cinco dificultades que tiene todo sujeto político pasa, a su juicio, por:
- El valor, la dignidad y el poder decir y hacer pública la verdad cuando en tiempos de Trump y Milei el discurso del odio, la propaganda del miedo, domina todo el espacio social haciendo imposible enunciar lo evidente, como ilustrara en su drama didáctico La excepción y la regla. El sentido del lawfare no es otra cosa que la picota medieval del siglo XXI, la muerte civil y el castigo ejemplarizante medieval, como pudo comprobarse con la persecución de Julian Assange, o como ocurre regularmente con dirigentes de la izquierda en España, Chile, Brasil o Colombia, por no hablar de Portugal. De ahí que la delación y los colaboracionistas, en los medios y en las instituciones, proliferen por doquier y hagan cada día más difícil algo tan elemental como tener el arrojo de defender la verdad contra la oligarquía económica y sus ejecutores en el desplazamiento de la realidad por la representación que confunde la opinión publicada con la Opinión Pública.
- La inteligencia, la capacidad de comunalizar el conocimiento, en el sentido gramsciano, como filosofía de la praxis, es otra condición para organizar metódicamente, con disciplina, con voluntad de poder, los resortes y grietas del hegemón a la hora de construir un espacio democrático de interlocución. Llama la atención en este sentido la escasa cultura política de los profesionales de la información sobre políticas mediáticas, sobre el Derecho a la Comunicación, sobre alternativas de cooperación, autogestión y corregulación de los medios informativos, cuando las experiencias, dentro y fuera de la UE, son numerosas y conocidas al menos en los principales gremios sindicales de los periodistas europeos. De modo que la falta se saber y conocimiento de uno de los actores clave del sistema dificulta toda política de progreso en esta materia.
- El arte de hacer la verdad manejable, inteligible y comunicable. En sus últimos escritos, Horkheimer reflexionaba sobre la elección del mal. Qué hacemos, cuestión por reflexionar siempre en la izquierda, si el común, los sectores populares, eligen el mal, si apoyan el discurso restaurador neofascista, cómo hacer, en fin, pedagogía democrática en los medios, cómo desplegar mediaciones articulables desde los frentes culturales que avancen en dirección contraria a lo que hoy vivimos en el ecosistema informativo. No cabe duda que no es posible el cambio social sin política de comunicación y sin una estrategia sentipensante que haga que la comunicación sea comprensible pero también que emocione para cambiar la vida, para cambiar la historia. Esta exigencia formó parte de la propuesta estética y política del teatro épico de Brecht y ha sido objeto de reflexión de la teoría crítica sobre las formas culturales, pero desde la izquierda, salvo episódicamente, como con la emergencia del 15M y Podemos, apenas se ha explorado y constituye aún un reto en la disputa antagonista por el dominio público en materia de comunicación.
- La confianza y el liderazgo de quien pueda hacer posible otra lógica de la mediación social que haga de la verdad la norma y no la excepción.
- La astucia de la razón que, en términos del filósofo sardo, no es otra cosa que instrucción, estrategia, escucha activa de los sectores populares, pedagogía y organización de la resistencia en el despliegue de la lucha o disputa del sentido social.
Estas cinco condiciones marcan ya una hoja de ruta para articular un proyecto alternativo de futuro en materia de comunicación y cultura y enmarca el debate reciente en España sobre regeneración informativa en otro enclave y con distintos clivajes que conviene discutir desde la tradición emancipadora, dada la ausencia de programa y estrategia en esta materia que ha aquejado la acción política de las fuerzas de izquierda históricamente, en estos momentos, de forma preocupante.
CRISIS DE LA REPRESENTACIÓN
La discusión sobre la necesaria regeneración democrática en los medios nacionales es indisociable de la crisis de legitimidad y de representación que socava toda mediación política y cultural de los poderes públicos, particularmente el judicial, pero también de la propia función mediadora del periodismo con la notoria desafección de los públicos y la creciente desconfianza de la ciudadanía por la mala praxis dominante en la profesión. Esta lógica de la desintermediación no representa en modo alguno un proceso democratizador, sino antes bien un desplazamiento y concentración del poder simbólico de actores nacionales, los medios generalistas o tradicionales de base nacional, hacia gigantes tecnológicos que conforman la dieta informativa de los ciudadanos según sus intereses y agenda oculta, por lo general manifiestamente ultraderechista y autoritaria como ilustran los casos del Brexit, la guerra de Ucrania o los golpes de Estado mediáticos en Bolivia, Brasil y Venezuela. El resultado de todo ello es la pérdida de horizonte referencial, la colonización de la conciencia por las llamadas falsas noticias. En la era trumpista, las masas aceptan todo: la tosquedad del falseamiento, la superstición y creencias prefabricadas, el bulo o la insidia con dolo, el jesuitismo sofista o la modelación calculada del sesgo. Como anotara Gramsci en su tiempo, el momento que se atraviesa hoy es tan crédulo, fanático y partidista que no puede ser perjudicial el fermento de la crítica, un elemento de pensamiento, un núcleo de gente que mire más allá de los intereses inmediatos. El problema es que apenas hay grietas por las que intervenir un sistema o campo, el mediático, que determina no solo la agenda de temas por deliberar, sino que además interfiere y evita toda regulación y política que afecte a los propios intereses, salvo que se regule para continuar con la espiral de concentración y disimulo con la que nos presentan su quehacer informativo.
Ello es posible, en buena medida, porque el sector ha logrado imponer su norma y el capital financiero que domina el campo informativo no está dispuesto a mudar las reglas del juego. Por si esta dinámica de cercamiento no fuera suficiente, actores como OPEN SOCIETY de Georges SOROS financia grupos de investigación y colectivos supuestamente en defensa del derecho universal de la comunicación que cumplen un papel similar a la Sociedad Interamericana de Prensa, la patronal del sector en las américas, FUNDAMEDIOS y otros institutos ligados al poder económico con las que se clasifican las víctimas dignas o indignas de vulneración de la libertad de expresión según la geopolítica del Pentágono.
Que el discurso del odio y la internacional ultraderechista opera a escala global, más allá de Steve BANNON, es un hecho consabido, no solo por las declaraciones de Elon Musk. La coordinación ideológica, mediática y económico-política de los adalides de la posverdad se evidencia en la agenda común de la UE y se materializa en una articulación o plataforma no precisamente solo a nivel político, pues en su seno comprende imperios y operadores transnacionales como News International Corporation (Grupo Murdoch), actores financieros como Goldman Sachs y grupos ultra neonazis con sus terminales locales como el Ku Klux Klan o los neofranquistas de Vox que actúan de arietes del discurso restaurador de forma similar a como tuvo lugar la crisis de representación y confianza, el discurso cínico de la corrupción y la estigmatización de población, en los años 30 del pasado siglo. De ahí la pertinencia de reconstruir las enseñanzas de la propaganda y el papel de los medios en la historia.
MEMORIA, HISTORIA Y POLÍTICAS MEDIÁTICAS
Una facultad cognitiva fundamental de la inteligencia creativa es la memoria. La información es un proceso sujeto a la dialéctica de mediación entre mano y cerebro, el decir y el hacer constituyen la base de toda experiencia comunicacional, y particularmente mediática, de ahí la importancia de pensar la agenda de los medios en clave del montaje y desmontaje de la historia, y las políticas del recuerdo que, más allá del discurso negacionista del holocausto o el genocidio franquista, apunta a la importancia de pensar cómo opera la infoxicación con el principio de inversión semiótica para hacer efectivo el discurso de que la guerra es la paz y la esclavitud la libertad en un sentido owelliano.
Más allá de la dialéctica del amo y del esclavo, sabemos que la cultura es transformación, agencia y autonomía que hace posible el despliegue de la potencia emancipadora del principio esperanza siempre que la disputa del sentido común se teja con los mundos de vida, con las culturas populares. Esto ya lo supo ver Heritage Foundation y fue llevado a la práctica Reagan y más recientemente Trump, Bolsonaro y Milei. De ahí la necesidad de aprender de la historia tal y como demostramos en “La guerra de la información” (CIESPAL Quito, 2016). Pues los fenómenos que tienen lugar en nuestro tiempo son producto de continuidades y rupturas, de quiebres y aperturas a tomar en cuenta desde una perspectiva histórica. Esta lectura, como las políticas de reconocimiento, es central desde el punto de vista de impugnar la lógica de control informativo y la deriva ultramontana del discurso público que medios y mediadores imprimen en la esfera pública sin cuestionar, por el periodismo de declaraciones, los pronunciamientos altisonantes de líderes políticos de la derecha y sus reforzadores de opinión o tertulianos que operan tal cual como comentaristas a sueldo de los intereses dominantes en la estructura de accionariado del sistema informativo. Ahora, esta conformación, extrapolable a otros contextos, no es natural, de hecho. España es una anomalía, por la extrema gravedad y tratamiento informativo del fascismo emergente. Existen, no obstante, experiencias y opciones, vías de intervención, que pueden y deben alterar el ecosistema informativo para profundizar la democracia en dirección opuesta al modelo de restauración autoritaria que se proyecta en el horizonte político nacional.
ALTERNATIVAS DEMOCRÁTICAS
En los últimos días, han sido innumerables los artículos de opinión y debates a propósito del plan de regeneración del sistema mediático. Desde luego no ha sido el momento más idóneo ni la coyuntura política más adecuada para vindicar, específicamente, la reforma de nuestro sistema informativo, pero quienes llevamos más de treinta años defendiendo políticas democráticas de comunicación sabemos que urge acometer esta asignatura pendiente de la democracia y abrir el debate en la esfera pública sobre el papel de los medios y las mediatizaciones que experimenta nuestro sistema político, con más falencias que potencialidades, desde el punto de vista de la calidad y el debido pluralismo. La ausencia del Estado y los poderes públicos en la regulación del Derecho a la Comunicación ha impedido a día de hoy garantizar principios constitucionales básicos, recogidos en el artículo 20, como el derecho de acceso y la participación de la sociedad civil. Bien es cierto que cuanto más complejo es un sistema más difícil es percibir y proyectar sus interacciones al intervenir desde los poderes públicos para configurar ecosistemas saludables democráticamente. Pero este argumento interesado de actores con una posición dominante no debe servir de justificativa para impedir la necesaria voluntad de construcción colectiva del dominio público; antes bien, ha llegado la hora de abrir el espacio de interlocución a organizaciones sociales, sindicatos y academia, además de los gremios profesionales y las propias empresas periodísticas, si hay voluntad política de mejorar las condiciones de convivencia. De no avanzar en común, juntos, la reforma del sector, superando la discusión sobre los medios hacia el horizonte de mediaciones productivas, tendremos un ámbito quebrado, históricamente suturado por brechas y ausencias de dispositivos conjuntivos, contrariamente a la línea que ya propone el Reglamento Europeo sobre la Libertad de Medios surgida en Bruselas como respuesta a la preocupante deriva de desinformación y crisis del propio proyecto comunitario.
Quizás por ello desde los propios gremios profesionales se viene vindicando por vez primera medidas reguladoras e inicaitvas políticas en la materia. Recientemente, por ejemplo, las Asociaciones de la Prensa de Andalucía aprobaban el documento “MEDIDAS URGENTES PARA DIGNIFICAR E IMPULSAR EL PERIODISMO”, apoyado por la FAPE, en el que se reconocía que “en el ecosistema actual de la información, en el que conviven tanto medios de comunicación como “pseudo” medios; periodistas como activistas, información veraz como falsas noticias, el periodismo y sus profesionales son los que han de tomar la iniciativa para recuperar la credibilidad y la confianza de la ciudadanía, en un marco, además, de constante polarización en el ámbito de la política, que genera un clima de crispación y odio a nivel general”. La propia FAPE en su última Asamblea, celebrada en Talavera de la Reina, hizo un llamamiento a todos los periodistas para que, individual y colectivamente, y de manera permanente y activa, “denuncien y rechacen a aquellos periodistas y medios de comunicación que, con su comportamiento, actuación e informaciones, denigren y desprestigien a la profesión, vulneren los valores de veracidad y honestidad y los códigos deontológicos del periodismo”. En el mismo encuentro la FAPE demandó a las administraciones públicas (Congreso de los Diputados, Senado, parlamentos y gobiernos estatal, autonómicos, provinciales y locales) para que, respetando siempre la libertad de prensa, establezcan mecanismos reglamentarios para aquellos profesionales que incumplan las mínimas normas básicas de respeto y convivencia entre los propios periodistas y los representantes públicos, y/o vulneren con sus actuaciones el Código Deontológico de la FAPE
Si bien nuestro ordenamiento jurídico, tanto en el Código Civil, como en el Código Penal, contempla normas orientadas a proteger derechos fundamentales de la ciudadanía ante la mala praxis periodística, como los bulos o las campañas de desinformación, estas se han mostrado insuficientes ante la deriva dominante en nuestro ecosistema informativo. Por ello mismo, la apelación de la FAPE a los poderes públicos y los propios profesionales resulta un brindis considerando la tónica dominante y la prevalencia de una lógica de judicialización que no hace sino contribuir al franco deterioro del entorno informativo.
En un contexto de crisis del periodismo, ante la peligrosa deriva de la desinformación que las redes y algunos diarios digitales promueven en nuestro sistema mediático, parece más bien necesario definir acciones institucionales que contribuyan a mejorar la calidad democrática de nuestro sistema de información. El pluralismo interno y la diversidad del ecosistema mediático bajo el dominio de operadores foráneos como las grandes compañías de Silicon Valley exigen que los poderes públicos sienten las bases materiales necesarias para garantizar el diálogo público abierto y democrático. Los actuales desarrollos digitales, particularmente aquellos relacionados con la Inteligencia Artificial relativos a la plataformización de la sociedad, apuntan la urgente necesidad de un proceso de reflexión e intervención política que contribuyan a la calidad democrática, a la construcción de marcos normativos éticos fundados en el cuidado y la reducción de riesgos a partir de una interacción virtuosa entre el Estado, la academia, el sector privado y la ciudadanía. En esta dirección, apunta el informe “LIBERTIES MEDIA FREEDOM REPORT 2024” de la organización Civil Liberties Union for Europe que recomienda el desarrollo de políticas activas de protección de periodistas, medidas de independencia de los medios públicos y contribuir al pluralismo ante los procesos de concentración del poder de informar. Del mismo modo, el Informe “Monitorizando el pluralismo mediático en la era digital. Aplicación del Media Pluralismo Monitor en la UE, Albania, Montenegro, la República de Macedonia del Norte, Serbia y Turquía”, del Centre for Media Pluralism and Media Freedom, alertaba hace ya dos años de un alto riesgo en términos de pluralismo considerando que el mercado mediático en España es un virtual duopolio con escaso o nulo margen de atención a las diversas corrientes de opinión que existen en la sociedad civil. España tiene un riesgo medio superior a la media por restricciones al derecho a la información y la libertad de expresión como la Ley Mordaza, la falta de transparencia en la propiedad de los medios, y la ausencia de marco regulatorio en los mercados digitales. A ello cabe añadir la falta de autonomía editorial y salvaguardia para la independencia política de los medios con un pluralismo polarizado. “Según el índice Global de Derecho a la Información, España carece de un procedimiento de apelación interna, simple, gratuito y completado dentro de plazos claros. Además, en España no es posible presentar una apelación externa ante el organismo independiente de su supervisión administrativa (Consejo de Transparencia y Buen Gobierno) contra instituciones como la Casa de su Majestad el Rey, el Congreso de los Diputados, el Senado, el Tribunal Constitucional y el Consejo General del Poder Judicial, así como el Banco de España, el Consejo de Estado, el Defensor del Pueblo , el Tribunal de Cuentas, el Consejo Económico y Social y similares instituciones autónomas” (p.12). Este tipo de situaciones y la falta de iniciativas de los poderes públicos para garantizar el buen desempeño de los profesionales de la información contribuyen a un deterioro paulatino del entorno mediático. Si bien el balance en España es muy negativo en términos comparativos por la ausencia de organismos independientes de monitoreo de la actividad mediática, como tiene la mayoría de países de la UE, la tendencia al paulatino deterioro del campo informativo es constatable en todo el espacio comunitario. Por ello mismo, el Parlamento y el Consejo Europeo han adoptado el Reglamento sobre la Libertad de los Medios de Comunicación, que los países miembros deberán aplicar antes de agosto de 2025. A la espera de esta trasposición hay medidas urgentes que deben ser acometidas por el Estado, al ser en algunos casos tareas pendientes de nuestro ordenamiento jurídico desde la transición. Más aún, en el actual contexto de policrisis y de transición y convergencia digital de las industrias periodísticas, las políticas de comunicación tienen ante sí el reto y función estratégica de empezar a proyectar nuevas lógicas de mediación contribuyendo desde las instituciones y políticas públicas a promover procesos de rearticulación de solidaridades y la autonomía cultural necesarias en pos de salidas creativas a la crisis que evidencia el sector de la prensa, abriendo un diálogo público entre los actores del Derecho a la Comunicación que se traduzca en mayor protección de los periodistas, mejoras normativas e institucionales del Estado y garantías jurídicas suficientes para el equilibrio y desarrollo autónomo y cualificado del campo periodístico.
REGULACIÓN Y CONTROL DEMOCRÁTICO DE LA COMUNICACIÓN
En la era de la información, no podemos seguir manteniendo debates estériles y decimonónicos, sobre la pertinencia de regular o no la actividad de los medios. No se trata siquiera de consensuar una ley general, sino más bien cómo construimos una arquitectura institucional que garantice el derecho ciudadano a la comunicación, que es un derecho universal, así reconocido por la UNESCO. En este sentido, el Reglamento Europeo de Libertad de Medios, con ser un avance sustancial y básicamente reformista, es insuficiente, porque en nuestro país no se han acometido políticas estratégicas por parte del ejecutivo y los legisladores. Así:
- La autonomía e independencia de medios públicos como RTVE, con un plan de organización y desarrollo que cumpla las funciones propias que establece su Estatuto más allá del modelo Urdaci y de la instrumentación que tanto PP como PSOE han venido ejerciendo en los medios públicos, es una promesa históricamente recurrente y siempre incumplida, a excepción del concurso público bloqueado desde el principio por el bipartidismo. El resultado es que, a día de hoy, RTVE sigue sin renovar su Consejo de Administración, con un mandato marco caducado, una producción externalizada y una programación que, lejos de contribuir a los valores democráticos, replica discursos y visiones más propias de otros tiempos.
- La regulación y desarrollo de los llamados medios del Tercer Sector no ha sido atendida por los sucesivos gobiernos, pese a su reconocimiento en la Ley General Audiovisual. Los medios comunitarios continúan en una situación de interinidad sin apoyo económico ni un marco que canalice la voluntad ciudadana de decir y hacer en el campo de la comunicación, como sería deseable y vienen vindicando asociaciones científicas como ULEPICC.
- Las medidas parciales en defensa del trabajo periodístico como la supresión de artículos lesivos de la ley mordaza son a todas luces insuficientes cuando la precariedad amenaza el principio de autonomía del sujeto cualificado del derecho a la información y la IA tiende a vaciar las redacciones de profesionales responsables de aplicar los códigos y valores de la profesión.
- La excesiva concentración informativa amenaza nuestra democracia con el dominio duopólico en el audiovisual, complementariamente a la concentración intensiva de la prensa, y el dominio del capitalismo de plataformas que, como apunta el Reglamento Europeo, nos hacen dependientes informativamente, socavando el principio de soberanía, y la propia pervivencia de los medios autóctonos en favor de los nuevos intermediarios de la revolución digital, sin que el Congreso establezca límites claros para definir una estructura de la información plural y equilibrada.
- La renuncia de los sucesivos gobiernos a regular el campo periodístico ha llevado a mantener un marco normativo claramente limitado con una ley de publicidad institucional ineficaz, una regulación de secretos oficiales que abunda en la falta de transparencia del Estado y la siempre postergada reglamentación del secreto profesional y la cláusula de conciencia. En su comparecencia en la Comisión de Calidad Democrática, Ignacio Escolar puso el acento en una contradicción que explica en parte la desafección y falta de confianza de la ciudadanía hacia los medios. Resulta paradójico que desde el ámbito profesional se defienda la autorregulación por sistema al tiempo que se mantienen marcos normativos de la dictadura. Pareciera que no hay voluntad de transformar un ámbito necesitado de intervención: desde los tiempos de Manuel Fraga como Ministro de Información y Turismo a la lógica actual del mediafare.
- La cultura de las pantallas móviles y difusas de la cuarta revolución industrial hace tiempo que desplazaron el debate sobre derechos de la ciudadanía de los contenidos de edición a la red tecnológica y los proveedores de servicios, sin que desde las políticas públicas se haya promovido la educomunicación al objeto de fomentar una cultura mediática y digital responsable, crítica y consciente de las lógicas de desinformación y control social que las grandes plataformas y redes sociales promueven por sistema. La comunicación no es una mercancía, es antes que nada un derecho fundamental para la participación en democracia y exige en consecuencia un esfuerzo de pedagogía en este sentido.
En palabras del sabio de Treveris, la primera libertad de prensa consiste en no ser una industria. Es hora pues de acometer el Derecho a la Comunicación como un derecho humano fundamental, como un derecho universal que ha de proteger la información en tanto que bien público esencial para nuestra democracia, procurando una ecología de la comunicación democráticamente saludable, consistente, sostenible y compleja, como el tiempo que nos toca vivir y transformar.
Medios y calidad democrática
Durante el primer periodo de la actual legislatura, en la Comisión Parlamentaria de Calidad Democrática hemos venido trabajando sobre el problema de la desinformación, una demanda de Bruselas que en nuestro país es si cabe más que preocupante y que en clave de la UE viene a evidenciar la fragilidad de nuestra soberanía y cómo se ha quebrado el diálogo político y social por un capitalismo tecnofeudal de plataformas que hizo posible el Brexit y hoy cabalga a lomos de la ultraderecha en frentes culturales de la guerra híbrida bajo la hegemonía de los patriotasy, por ser más precisos, del capital financiero internacional. La prensa ha puesto el acento en los contenidos y calificado la iniciativa de censura, como aquellos jueces que antes de conocer la Ley de Amnistía ya estaban interpretando sobre el vacío. Pero el reto que tiene este país para la mayoría social es modificar las estructuras del sistema informativo, transformando un modelo, en su marco de referencia axiológico y organizativo, heredero del franquismo, en pro de una lógica de la mediación que haga posible el derecho de acceso, la participación ciudadana y un pluralismo, hoy inexistente, en el que todas las corrientes de opinión y colectivos tengan su voz en el espacio público.
En los próximos meses, la batalla ideológica va a ser más que dura, empezando porque, desde el primer minuto, el coro fariseo de voces ultramontanas, repitiendo las santas letanías contra el control de los medios y hasta la supuesta colonización del gobierno como una amenaza a las libertades públicas, se ha activado para mantener incólume el bastión del sistema de dominación hegemónico. Ya sabemos lo que significa, en la praxis, el discurso liberal a lo Milei: censura, propaganda y regulación liberticida ya no de los medios sino del propio derecho de reunión, manifestación y expresión, como en tiempos de Fraga, a la sazón Ministro de Información y Turismo y artífice, como denunciara Ignacio Escolar en su comparecencia, de la ley de referencia que los adoradores de Murdoch prefieren conservar ante toda iniciativa reformista, por mínima que ésta sea. Convendría recordar al supuesto bloque constitucionalista de la derecha que el artículo 9.2 exige a los poderes públicos “promover las condiciones para que la libertad y la igualdad del individuo y de los grupos en que se integra sean reales y efectivas; remover los obstáculos que impidan o dificulten su plenitud y facilitar la participación de todos los ciudadanos en la vida política, económica, cultural y social”. Sin derecho a la comunicación no es posible cumplir con estas garantías, de ahí la pertinencia de comprender, como es lógico, el sistema mediático donde se configura lo público y el diálogo social. Este era el espíritu del artículo 20 de nuestra Constitución cuando, además de reconocer el derecho a expresar y difundir libremente pensamientos, ideas y opiniones por cualquier medio de reproducción, y el derecho a recibir información veraz, de calidad, se apunta la necesidad de garantizar el acceso a los medios públicos “de los grupos sociales y políticos significativos, respetando el pluralismo de la sociedad y de las diversas lenguas de España”. El artículo 51 exige, por otra parte, que los poderes públicos protejan activamente a consumidores y usuarios mediante “procedimientos eficaces, en materia de seguridad, salud y los legítimos intereses económicos de los mismos”. Cuando vindicamos medidas contra la desinformación, habría que recordar que la Constitución (Artículo 51.2) establece que “los poderes públicos promoverán la información y la educación de los consumidores y usuarios, fomentarán sus organizaciones y oirán a éstas en las cuestiones que puedan afectar a aquéllos, en los términos que la ley establezca”. Ello apunta a la necesidad de políticas activas de educomunicación así como de instituciones como el Consejo Estatal de Medios que velen y garanticen la representación de la ciudadanía y la fiscalización de los medios que operan en el espacio público. Hablamos, claro está, de un derecho universal y no de una mercancía sujeta a la supervisión de una comisión del mercado de la competencia.
Todos sabemos que sin libertad de prensa no hay democracia, sin periodistas, como vindica la FESP, no hay democracia y sin medios libres no es posible la protección de los derechos fundamentales que recoge nuestra Constitución pues el primer derecho es el derecho a tener voz para luchar por los derechos. Pero en España las políticas de Estado en materia de comunicación son una asignatura pendiente en democracia. En el Congreso no existe una Comisión que aborde cuestiones sustantivas sobre la materia, la Secretaría de Estado opera, históricamente, como un gabinete de prensa de Presidencia y, a diferencia de los países de nuestro entorno comunitario, no hay siquiera una autoridad específica que garantice el cumplimiento de los derechos contemplados en el artículo 20. Por ello, un objetivo estratégico de esta XV Legislatura es situar en la agenda pública, más allá de la reflexión del presidente Sánchez, el reto de las políticas activas de comunicación. El Reglamento Europeo sobre la Libertad de Medios de Comunicación abre la posibilidad, en este sentido, de avanzar un paquete de medidas urgentes para la regeneración democrática. Según el Media Pluralism Monitor Report 2024, España es el Estado europeo en el que los medios son menos transparentes, solo por delante de Chipre y Hungría. Tenemos, de facto, una situación de absoluta discrecionalidad en la asignación de fondos públicos que nos sitúa más en el siglo XIX y la lógica de los llamados fondos de reptiles que en un sistema moderno y ejemplar. No se trata, como dice Feijoo, de limitar la financiación de los medios críticos, antes bien el reto es que la publicidad institucional cumpla su función de informar a la ciudadanía y contribuir al pluralismo y la libertad de empresa con equidad, transparencia y pluralismo, regulando esta función con una norma basada en criterios objetivos, evaluables y monitoreados por organismos independientes de autorregulación y corregulación. En suma, cumplir con el Reglamento sobre Libertad de Medios y equipararnos a los países de nuestro entorno comunitario. De lo contrario seguiremos en una situación de nivel de riesgo del 75% en materia de pluralismo. Es hora pues de abrir el diálogo social con organizaciones civiles, sindicatos, grupos de investigación, asociaciones de consumidores y usuarios, expertos, gremios profesionales y empresas periodísticas para realizar el derecho a la comunicación, un derecho universal, reconocido por la UNESCO, que no puede ser cercado por la racionalidad mercantil o intereses espurios. De la libertad informativa como una cuestión exclusiva de la empresa informativa hay que abrir el campo de interlocución: de los medios a las mediaciones con todas las voces y actores sociales. Este es nuestro reto democrático, la apuesta por una comunicación como bien común. Una comunicación de todo el sistema de información para todos. En juego está, bien lo sabemos, el futuro de la democracia.
Sionismo informativo
Que la ultraderecha neofascista se organiza y coordina internacionalmente en su estrategia contra la democracia no es nuevo: repite un patrón similar a los años treinta. La agenda política une así a Netanyahu con los ultras patrios de VOX aún siendo de tradición antisemita. Paradojas de la historia. O no.
Lo cierto es que en esta ceremonia de la confusión parece pasar inadvertido el rol estratégico de los medios como artífices del pogromo autoritario del ordeno y mando al son del capital financiero. Y menos aún es conocido que el sistema informativo internacional desplegó hace tiempo una agenda sionista que hoy hace posible la negación del principio de jurisdicción universal y las acciones de la Corte Internacional de Justicia contra los crímenes de guerra del Gobierno de Israel.
Por ello, en el coloquio que colegas de la Facultad de Derecho organizaron en mi universidad, en la que un supuesto rector toma medidas nada rectas para agredir al movimiento estudiantil acampado contra el genocidio, insistí en que, ante la guerra en Gaza, tenemos tres frentes culturales que acometer en defensa de la paz y la palabra: el orientalismo hegemónico de los medios, el colonialismo y la economía política de la comunicación que hace posible el relato legitimador de la barbarie.
De lo primero, qué decir, además de recordar las tesis del intelectual Edward Said sobre los imaginarios Disney que, del Pato Donald al Rey León, han cultivado las industrias culturales, estigmatizando la cultura árabe. Los medios, además, por principio, son etnocentristas y, como demostrara Van Dijk, también racistas.
Alimentan a diario un imaginario islamófobo, con una retórica WASP, muy acorde con el modelo Fox News del trumpismo y el Coffe Party. Ello explica todo uso de tropos para confundir una parte con el todo, Hamás con el pueblo palestino, Oriente con la barbarie, Occidente con la civilización, y la guerra con un mal menor necesario para la conquista de un pueblo negado que debe ser sometido para civilizar, como muestran las narrativas de la literatura al cine, del videojuego al cómic, de la publicidad a los noticieros de televisión.
El segundo elemento desapercibido para la opinión pública cuando vemos los niños muertos de Palestina es el colonialismo informativo. La geopolítica de la comunicación dibuja un mapa de las redes del Norte a Sur, de Nueva York y Tel Aviv a Londres y París, en las que los pueblos sin Estado, y los Estados pobres sin medios de representación, de Palestina al Sáhara, viven dependientes de los relatos prefabricados por el núcleo hegemónico del sistema internacional, básicamente estadounidense, cuyas empresas controlan más del 70 por ciento del flujo de información del sistema internacional de comunicación.
Ello explica la guerra del Golfo, manipulada por la CNN, y la versión dominante en los medios, RTVE incluida, sobre la guerra en Oriente Medio. En este escenario, Israel no es un país cualquiera, sino aliado estratégico de Estados Unidos, y socio preferencial del complejo industrial-militar del Pentágono, cuyo control de la red satelital y las comunicaciones electrónicas esenciales para la ciberguerra es absoluto, como total es la comunicación para la guerra que interviene en el espacio público para distinguir víctimas dignas e indignas, como ilustrara en el caso de Timor Oriental y Camboya Noam Chomsky y Ed Herman.
A ello cabe añadir los intereses sionistas en Hollywood y Silicon Valley, la colusión de intereses entre telecomunicaciones, capital financiero y medios de información. Una combinación de intereses surgida de los tiempos de la Guerra Fría que explica en buena medida el discurso bélico prevaleciente en nuestras pantallas por doquier.
Como demuestran los estudios de economía política de la comunicación, cinco actores mediáticos controlan prácticamente la totalidad de los contenidos gracias a la concentración extrema de la propiedad, cuya estructura e ideología sionista criminaliza toda protesta contra el criminal de guerra Netanyahu.
Democratizar las falsas noticias pasa en consecuencia hoy por descolonizar la cultura angloamericana y sionista en los medios; denunciar los bots y LAS estrategias paramilitares en las redes de Inteligencia Artificial, los montajes y las campañas de relaciones públicas del Gobierno de Israel; los encubridores y colaboradores necesarios tertulianos que actúan de reforzadores de opinión a lo Pilar Rahola, y advertir que existe una censura sistemática de Estados Unidos e Israel sobre las guerras de este nuestro mundo, como recientemente se hizo con el documental de Jhon Pilger sobre la manipulación de las noticias en la guerra desplegada por décadas del Estado de Israel contra el pueblo Palestino.
Quienes defendemos la paz y el derecho humanitario, bien lo sabemos, como en la Agencia de Naciones Unidas para los Refugiados de Palestina en Oriente Próximo (UNRWA) hace ya mucho tiempo. Corresponde ahora al lector protegerse contra los profesionales del silencio y la barbarie: toca vacunarse contra el virus de la desinformación de quienes quieren vendernos una moto con destino único al precipicio. La vida y la dignidad así lo aconsejan.
Coloquio Internacional | La comunicación para el siglo XXI y las luchas por el sentido
El campo de la comunicación
España es, hoy por hoy, un campo de golf. Un país dominado por golfos. Insostenible. Sin agua, sabemos que van a morir los caddies de inanición y más pronto que tarde perecerán también los jugadores de las bolas de lo ajeno, una especie en extinción, contrariamente a lo que piensa Moreno Bonilla, que por más que haga honor a su apellido, crece pero no se hace grande sino pendejo, o disimula ser sueco tomando el sol en Marbella, que para el caso es lo mismo. La cuestión es que, en este dislate y espiral del disimulo, la cuenta regresiva no cesa, y la amenaza a la vida nos sitúa ante una disyuntiva ineludible, aunque en la esfera catódica nos muestren lo contrario. Esperemos que, de algún modo, se imponga la razón. Hasta el búnker de la eurocracia cuestiona ya la necesidad de regular el mercado eléctrico. Pero, entre tanto, los medios siguen anclados en el anatema de TODO ES MENTIRA. Los tahúres y macarras de la moral a lo Risto Mejide basculan entre el negacionismo y el discurso cínico, entre la doble moral y la salutación de la estupidez como espectáculo para gloria de sus amos, responsables de la crisis energética que sufrimos. Conviene por ello empezar a exigir responsabilidades al campo de la comunicación que justifica esta golfería, a unos medios incendiarios que arrasan con la fauna y flora del territorio nacional. Tras la vergonzosa actuación durante la Cumbre del Clima de Madrid en el que la campaña de ENDESA dejó en evidencia el juego de espejos que nos quieren vender no ha lugar a más confianza a un sistema informativo tóxico y ambientalmente necropolítico. Las portadas de los diarios envueltas en el lavado de imagen de la compañía eléctrica ilustra quienes son los amos de la información y de algún modo llama la atención sobre la necesidad de una Ecología de la Comunicación o, más concretamente, la urgencia de una política radical contra el nefasto papel del capitalismo informativo, donde empresas como Iberdrola o el Banco de Santander recurren habitualmente a hackers de empresas externalizadas en campañas de promoción verde en pago diferido para conciencias tranquilas e inadecuadamente pudorosas al escrutinio público, como hace la consultora SOULSIGHT, en línea con las políticas de Responsabilidad Social Corporativa y la ética de la comunicación como venta de la mercancía. Puro marketing de ecologismo de reclamo. Mientras, de la lógica especulativa a la economía circular del crimen organizado y el lavado de dinero en paraísos fiscales a los cárteles de la droga o la industria del éxtasis y del entretenimiento, el sistema informativo hoy dominante contribuye a acelerar la destrucción del medio ambiente y de la voluntad de habitar en común y en paz. El algoritarismo de la cultura digital ha conseguido reforzar, en este proceso, la predisposición de la exposición individual a la cultura del trabajo vivo subsumido al servicio del juicio computerizado de la máquina de producción del consentimiento en la que lo primero es aceptar, antes que nada, que nos espíen, con la renuncia a la autonomía cognitiva y la entrega a los GAFAM primeros actores del expolio de los recursos para SIicon Valley. Vencidos y desarmados, toca ahora por ello una política de reconstrucción de la autonomía y las ecologías de vida contra los golfos del cocodrilo. Pensar la geopolítica y la geofísica de la comunicación que nos quieren ocultar.
Desde el 15M el ciberactivismo ha logrado poner en cuestión en la agenda pública no solo la realidad material del Estado como poder soberano, sino la propia representación y su proyección ideológica en medio el colapso tecnológico del capitalismo. Hoy la crisis de los semiconductores apunta a la necesidad de un cambio de modelo productivo ahora que la industria mundial se ralentiza y tiende a paralizarse por la falta de recursos con los medios de producción privatizados, de manera que la aceleración tecnológica y la digitalización intensiva de la economía puede terminar desconectando el oikos y la vida, apagando el circuito de intercambio y flujos de información y energía. Paradójica realidad ahora que tras la pandemia se exige mayor esfuerzo de mediación tecnológica y una transición de modelo productivo. En juego está la crítica de la deslocalización productiva, la sostenibilidad del sistema de producción material, la soberanía tecnológica y la obsolescencia planificada, la industria local y el proceso de producción mancomunada de lo social. Un nuevo plan u hoja de ruta, una nueva vía de acceso y desarrollo, un plan distinto al que nos han contado los medios charlatanes de lo peor que, pese al empeño de los Mejide de turno, termina por imponerse como una realidad letal. Por ello es hora de vindicar la Ceiba, una comunicación de raíz, que proyecte sombra que cobije, un árbol de la vida con el espíritu de la tierra, el ánfora de oro de la naturaleza que tanto han defendido guaraníes, tikunos, yanomamis y otras tribus indígenas como también el ecosocialismo y el movimiento obrero. Desde la campaña por la Amazonía que promoviéramos la JCM en Madrid, (año 1988, si no mal recuerdo) a nuestros días, la lucha sigue. Y ha de intensificarse en estos días, porque, somos conscientes, que pese a la caja tonta, no hay diversidad cultural posible sin biodiversidad y ello es una cuestión de medios y mediaciones saludables. Esa es toda la verdad de los que solo saben decir que todo es mentira.
Marxismo y activismo digital. Cátedra Álvaro Vieira Pinto. Universidad Federal de Rio de Janeiro.
Información e instrucción social
Una concepción amplia del concepto información, acorde con las características de la sociedad contemporánea, no puede ser solo reducida a una visión formalista. La información irrumpe y media la relación entre el medio ambiente y el sistema social, entre sujeto y objeto, entre lo real y lo imaginario, entre la tradición y las explosiones e implosiones culturales, como entre el cerebro y el entorno. Una lectura compleja de estos procesos de mediación social remite, en lógica coherencia, a una visión ecológica de los medios como parte de una perspectiva biocultural, antropológica, del universo social concreto en el que opera el periodismo. Luego, en tanto que sistema complejo, paradójico y azaroso, la sociedad informacional plantea en nuestro tiempo como necesaria una perspectiva de los procesos informativos más contextualizada y vinculante, sobre la que ya hace tiempo apuntan las bases establecidas por el enfoque sistémico y el estudio de la sociocibernética moderna.
En el ámbito más específico de la Teoría de la Información, la perspectiva ecológica de la comunicación social surge a partir de la década de los ochenta como un esfuerzo teórico por comprender los mecanismos de equilibrio y desequilibrio del sistema informativo respecto al entorno social y humano, con vistas a intervenir en la reestructuración adecuada del sistema de medios y tecnologías electrónicas, a partir de las necesidades radicales de la sociedad y la cultura contemporánea y el establecimiento de nuevas bases organizativas y científico-técnicas de la comunicación.
La revolución informativa, culminada en plena década del progomo neoliberal, con la multiplicación de los canales de difusión audiovisual y la informatización de las estructuras y sistemas de organización que modifican significativamente los modos de selección, almacenamiento y transmisión de datos, cuyas consecuencias públicas deben dar lugar a una reflexión sobre los efectos de los nuevos instrumentos tecnológicos de mediación social, marcan en esta línea el inicio de un debate sobre la función social de los medios.
Como advirtiera el profesor Ángel Benito o mejor aún Vicente Romano, el análisis sobre la labor informativa en nuestras sociedades exige una reflexión de calado sobre los desequilibrios y las lagunas, sobre el papel de la innovación y la reproducción cultural, como el sentido de ciertos contenidos simbólicos y los modos de hacer y vivir en común que la ciudadanía despliega en interacción con los canales de información de actualidad.
Pues, por omisión o de forma activa, el periodismo tiene un rol intermediario que performa la acción social, individual y colectivamente. Por lo mismo las asimetrías, desniveles, tensiones y obstáculos del sistema de medios y de los modos de producción informativa en la bifurcación entre las inercias institucionales propias de la racionalidad burocrática y la liberación y explosión de nuevos recursos comunicativos constituyen un problema central como núcleo estratégico en la relación sistema informativo y entorno social.
Quienes nos formamos en la década de los ochenta en el mejor oficio del mundo, como definía el gran Gabo, el periodismo, aprendimos este principio sobre la labor de instrucción pública que acompaña la labor publicitaria de la información. Lo hicimos a partir de grandes maestros como Manuel Vázquez Montalbán, un referente moral e intelectual, un faro iluminador de ventanas y puertas donde airear el tardofranquismo sociológico que todo lo inundaba en forma de liberalismo ramplón o autoritarismo extremo, hoy por cierto, de actualidad, si uno piensa en detalle la coyuntura política, en España.
La ejemplaridad de Vázquez Montalbán era debida a una amplia miríada de méritos empezando por ser un modelo de virtuosismo revolucionario que, pese a hacer gala o elogio de lo anexacto, por la épica del compromiso, no dejaba día tras día de dejar en evidencia los males, como recuerda Rosa Regàs en el prólogo de Cambiar la vida, cambiar la historia, de una praxis periodísticas, digamos por ejemplo el modelo Fox News, donde con demasiada ligereza se confunde la moral con el oscurantismo, la fe con la esclavitud, la patria con el feudo y el consumo compulsivo con la liberación y el progreso mal entendidos.
Decía, no sin razón Marx, que la primera libertad de prensa consiste en no ser una industria y, por lo mismo, toda práctica periodística que cumpla, en esencia, su función social pasa por asumir su rol como un problema cultural, como la mediación para la educación de la ciudadanía, empezando por la decodificación mediática, más aún hoy que vivimos en la era de la burbuja y la doctrina del shock, invadidos por las bases mediáticas del frente ideológico que el oligopolio y monopolio mediático despliega en el capitalismo de plataformas del centro a la periferia del Sistema mundial de información.
En este marco, las multitudes hipnotizadas pueden ser domesticadas a falta de cultura sin sueño. Por ello necesitamos más periodistas tribunos populares, intelectuales orgánicos con pulsión plebeya, humor y las armas de la crítica socialmente necesarias para cumplir con la tarea de educación social, en un sentido gramsciano. Cuando pareciera que, desde 1980 y la restauración conservadora, la función intelectual es inútil y el periodismo militante a lo Rodolfo Walsh no sirve para anclar la experiencia del sujeto de la posmodernidad, más se constata, en este sentido, exactamente lo contrario: la relevancia de una intermediación productiva, a partir del quiebre y diagnóstico de lo real confabulando dispositivos emancipadores para liberarnos de la asfixia y el colapso tecnológico.
Frente al tecnocratismo y la opinión servil de los opinadores de la nada, el periodismo a lo Vázquez Montalbán nos demuestra que una intervención partisana es posible necesaria, una cultura periodística perturbadora, que piensa y apunta, que describe y moviliza, que educa y enriquece, que nos hace sonreir y soñar. Se trata, en definitiva, de afirmar el necesario compromiso histórico que debe trascender la idea conservadora de Raymond Aron del intelectual como “espectador comprometido”, máxime cuando la Sociedad del Espectáculo en la que vivimos depende, para su lógica de explotación y subsunción total por el capital, del conocimiento y la capacidad de producción intensiva de la ciencia y la tecnología, involucrando a científicos, tecnólogos y trabajadores de la cultura en el proceso de apropiación privada de la inteligencia colectiva a partir, justamente, de la función publicitaria de la prensa.
Frente a la actual lógica de devastación y anulación de la potencia creativa de la ciudadanía, de la cultura pública, una praxis periodística comprometida con los retos de nuestro tiempo, ecológicamente hablando, es una existencia res-ponsable, una vida que sabe decir NO, que es contestataria, que aprende a vivir en la negación de la totalidad, en la permanente defensa de la vida cuando la vida – en palabras de Foucault – se ha vuelto hoy objeto del poder, y más que nunca se torna necesario el empeño utópico colectivo de trascender solidariamente la criminal realidad en otros mundos posibles y habitables a partir del propio esfuerzo, puesto que, como enseñara Castoriadis, no es posible proyecto alguno de transformación social sin vincularlo al ejercicio de autodisciplina que entraña la autorreflexividad y el afán de superación. Como del mismo modo, no es posible construir democracia sin trabajar democráticamente, ni enseñar la comunicación sin comunicar las diferentes formas de pensamiento y enseñanza de la mediación. En otras palabras: información es instrucción pública.
Hoy no es posible pensar la cohesión y reproducción social sin tomar en consideración la función mediadora del Periodismo. Vivimos en la era de la información, y los medios y profesionales de la información periodística tienen una función publicitaria crucial en nuestras sociedades que determina y configura, como hemos dicho, el espacio público. La primera condición indispensable para que se produzca cualquier cambio social en el conjunto de la sociedad, y por lo tanto se adopten determinados comportamientos, pasa por la conformación de percepciones y estructuras cognitivas, esto es, los adoptantes de ese cambio social que se reclama deben ser conscientes de lo que se les propone, para, en una segunda fase, pasar a adoptar, en sus acciones, comportamientos o conductas adecuados, nuevos valores y actitudes necesarios.
Y en este punto la labor periodística resulta esencial en tanto que estos profesionales son los transmisores de los objetivos que se pretenden lograr desde la organización y reproducción social, por ejemplo si pensamos la Agenda 2030. Pero la conciencia de esta función matriz no acompaña a la praxis hoy hegemónica en la mayoría de los medios, de ahí la crisis sistémica de la prensa.
Desde finales del siglo XX, la actividad informativa vive una etapa de transición en medio de un debate público que apunta la necesidad de una renovación de planteamientos en virtud de las necesidades reales de las audiencias y al actual contexto complejo de diversificación social que viven sociedades como la estadounidense donde en los años noventa se comienza a plantear serias dudas sobre la calidad de la cobertura y actividad informativa de los medios.
Las críticas que marcaron el origen del denominado Periodismo Cívico irrumpieron en el ámbito profesional de Estados Unidos como resultado de una pésima cobertura de la campaña electoral en la elección del presidente George Bush padre. El elevado abstencionismo y la crisis de credibilidad de las empresas periodísticas por el tipo de cobertura dieron paso a un diagnóstico incisivo sobre las condiciones de producción informativa y, en última instancia, se tradujo en una crítica sobre la naturaleza y sentido de la actividad periodística encaminada a repensar radicalmente la responsabilidad pública de los medios y mediadores en la democracia moderna en favor de un periodismo de calidad, y más allá aún:
– Una nueva ética y deontología informativa inspirada en una nueva cultura ciudadana, en un nuevo compromiso y responsabilidad social de los informadores en su función de servicio público.
– Una política de tematización abierta y participativa, vinculando a la población, a las organizaciones no gubernamentales y poderes públicos e instituciones privadas en la construcción del espacio público local.
– Una cultura informativa compleja frente a la búsqueda de lo noticioso, priorizando la difusión de lo relevante socialmente.
– Un modo de producción informacional reflexiva, consciente de las limitaciones estructurales, evaluadora y crítica con las fuentes, metódicamente constante y rigurosamente científica en la investigación documental.
De acuerdo a esta nueva filosofía, la producción informativa debiera asumir hoy una función formadora de ciudadanía como un compromiso por contribuir a la convivencia social. En palabras de Rosa María Alfaro, esta nueva forma de mediación toma en cuenta la importancia de lo común, de lo que es construcción de acuerdos, de la creación de redes, espacios y comportamientos de solidaridad, en la conformación de esferas públicas. A esta nueva concepción, se ha denominado en Estados Unidos, como hemos dicho, Periodismo Cívico, pero en América Latina, data de más de cinco décadas y fue bautizado con el nombre de Periodismo Popular o Periodismo Comunitario. Más allá de las definiciones al uso, lo interesante es que estas experiencias originales presuponen un proceso de aggiornamento y reformulación de la función pública informativa en una sociedad afectada por la anomia, la insolidaridad y el individualismo posesivo. Esta nueva forma de organización periodística representa, en otras palabras, un giro de ciento ochenta grados al plantear la necesidad de:
- Una agenda temática del espacio público ajustada a los problemas sociales a nivel estructural.
- La participación de la ciudadanía en el debate público mediado por las industrias de la información.
Desde el punto de vista periodístico, diríamos, que se trataba de pasar de un periodismo noticioso a un periodismo de contextualización, del periódico mosaico (o la cultura informativa mosaico, según la oportuna expresión de Abraham Moles) a la información de calidad y en profundidad, concebida la comunicación periodística como comprensión e intervención en la realidad. Una precisamente de las notas distintivas del periodismo comunitario que surgió en regiones como América Latina durante la década de los años setenta es la idea de la actividad periodística como un compromiso con la transformación social, como una mediación articulada socialmente que transforma al periodista en comunicador social, en dinamizador cultural y promotor de la participación pública frente a los problemas de pobreza, subdesarrollo y marginación que atenazan a la sociedad, a diferencia de la mirada impasible del periodista objetivo, distante y aislado de los problemas estructurales del mundo en el que vive. En esta nueva concepción de los informadores, más que un publicista, o periodista locutor, el profesional es considerado un agente social, aquel que primeramente es capaz de promover y potenciar la articulación comunitaria, sea por vía de las instituciones (desde prefecturas, órganos municipales y organizaciones no gubernamentales), o sea también por medio de evocación de una comunidad determinada.
Las hipótesis de partida de esta lógica periodística parte de tres principios básicos:
- La aspiración a una vida pública próspera y saludable está en el origen de la función periodística.
- La separación de los medios y la política de la vida pública es un problema para la comunicación.
- La vida pública como está organizada limita la participación ciudadana. El periodismo debe contribuir a consolidar la democracia deliberativa próxima a los ciudadanos y problemas colectivos de la comunidad.
La lógica de servicio público plantea a este respecto un reto estratégico para la mediación informativa: la estructuración comunitaria y la contribución de los informadores a la integración y al desarrollo social equilibrado. Desde este punto de vista, la comunicación pública debe atender al menos las siguientes consideraciones:
- Las necesidades sociales (educación, expresión, vivienda, salud, medios de reproducción en general).
- El cambio de horizontes y prospectiva social.
- El pluralismo ideológico, cultural, político-social y geográfico.
- El desarrollo de las identidades singulares.
- El diálogo público y la ética ciudadana.
- La articulación de redes sociales solidarias para una cultura cívica responsable con la comunidad.
En la experiencia de Estados Unidos, Rosen define, en la misma línea, el Periodismo Cívico no como una ruptura sino como una renovación de discursos, actividades y lógicas de articulación social. Se trata de complicar el diálogo social ampliando los espacios de reflexividad más allá de la división del trabajo informativo entre emisores y receptores. En esta tarea, los profesionales de la información y sus organizaciones deben redefinir sus luchas por la visibilidad “construyendo otras imágenes y formas de rearticulación del espacio público”, apostando por redes locales, radicalmente descentralizadas por barrios, y comprometidas en procesos globales de democratización y desarrollo social. A partir de los colectivos locales, organizados autónomamente, pero coordinados en red, se trata de maximizar la creatividad cultural y la producción de conocimiento según la regla C3A: COMUNICACIÓN; COLABORACIÓN, COORDINACIÓN Y ACCIÓN SOCIAL SOLIDARIA. De acuerdo con estos principios, el cometido del periodismo debe ser mediar y articular socialmente la información política y las necesidades populares en la agenda de los medios a partir de nuevas fuentes de información, de una clara y decidida vocación de servicio público y de la necesaria apertura de los medios al diálogo entre diferentes actores y colectivos sociales. En definitiva, hay que concebir la actividad informativa como un esfuerzo permanente por articular redes comunitarias, nuevas formas de tematización y producción social, según un proceso básico de apertura dialógica en tres etapas:
- Mediante la apertura de nuevos temas en el espacio público, abriendo el espacio local a una reflexión colectiva que permita la identificación de los actores adecuados para el tratamiento de las problemáticas de interés común.
- Con la discusión de los principales aspectos del problema de interés comunitario aportando informes y recuperando los testimonios necesarios para confrontar diversas perspectivas y comprender el problema.
- Y finalmente, promoviendo la participación ciudadana en la resolución del objeto de discusión, tras una labor de investigación periodística, en la que los medios han de tratar de definir las conclusiones y alternativas posibles.
La principal dificultad de este tipo de mediación periodística es mediar entre el territorio local, o regional, la comunidad y los grupos y actores individuales y colectivos que tejen la identidad de la esfera pública en la que tiene lugar la mediación informativa, involucrando diversos agentes, tradicionalmente excluidos del proceso de integración social y del desarrollo comunitario, como la Universidad. Pero, como apuntamos, domina en la estructura real de la información la lógica contraria a esta forma de intermediación, proliferando la sinrazón del modo de producción autista en el que el orden del discurso de la postverdad reproduce por sistema el negacionismo: negación de la prueba y evidencia empírica, del reino de la razón contra la barbarie, de la vida contra el fascismo de los buitres de Wall Street y los macarras de la moral del Tea Party y los escuadrones de la muerte al servicio del orden global. Hoy que los periodistas de Panamá Papers fueron reconocidos con el Pulitzer, replicando la geopolítica colonial en la selectiva cobertura de la opacidad financiera, pensar el periodismo como garante de la veracidad significa asumir que tal lógica es la causa de una irremediable crisis de identidad de la prensa. Por ello, del mismo modo que el dicho la bolsa o la vida nos sitúa ante la contradicción de la afirmación de la existencia real y concreta contra la lógica especulativa del capital, confrontar hoy el periodismo con las prácticas manipuladoras del modelo de propaganda descrito por Chomsky y Herman pasa por asumir cinco lecciones básicas:
- La acumulación por desposesión exige la máxima opacidad posible. El proceso de expansión del Capital Financiero requiere a tal fin un periodismo de investigación sumiso.
- La cobertura periodística de los medios mainstream reproduce el sesgo que hace posible el limitado alcance del periodismo de revelación pues renuncian a reconocer que la primera libertad de prensa consiste justamente en no ser una industria (Marx dixit).
- La coalición de intereses entre capital financiero y crimen organizado se basa en el dominio del secreto gracias a la cooptación de los directivos y editores de medios, beneficiarios directos de la lógica imperante de valor según la cual uno vale por lo que conoce y calla, en perjuicio, claro está, de los sectores populares.
- Los casos WikiLeaks y Snowden dan cuenta no obstante de la emergencia de una nueva práctica informativa que, en sí misma, no garantiza la mejora de la cobertura de los medios dominantes, pero que al menos demuestra la posibilidad de otra forma de producción.
- La opacidad de los grandes capitales sigue ajena mientras tanto al escrutinio de la prensa, supuestamente libre, imperando una reproducción, como en el flujo de la información internacional, del Norte al Sur y de arriba hacia abajo.
La democracia digital, que carcome el orden e imaginario decimonónico liberal, exige por lo mismo, necesariamente, repensar un concepto de libertad de expresión que trascienda las nociones dominantes de free flow information. Esta tarea es, sin duda alguna, estratégica. Actualmente, en las redacciones, falta corazón e inteligencia, como también memoria, una facultad cognitiva directamente conectada con el pensamiento crítico y la creatividad. En la regeneración democrática del periodismo, urge volver a las fuentes, cultivar la crónica y el background, elementos paulatinamente relegados por el dominio de la información de gabinete adulterada. Frente al modelo fordista de producción de información basura, reivindicar la cultura o espíritu hacker como virtud de los comunes, como ejercicio deontológico de la compasión, como la pasión, en fin, compartida, ahora que falta corazón y músculo en el periodismo, se ha vuelto por lo mismo una demanda perentoria que, se ha demostrado, tiene el refrendo del público en lo que algunos denominan periodismo reposado, narrativo o artesanal. Si como decía Debord, y hoy replica Bifo, la cultura videogame, en esta era del disimulo y la mímesis estéril de la representación como dominio, es propia de una lógica imperial cuyo principal resultado es la imposición de una cultura sedada, impávida y amedrentada, que nos convierte en ilotas o esclavos de la maquinaria de guerra del capital, hoy más que nunca sabemos, más allá de las versiones prefabricadas sobre Siria o Venezuela, que otro Periodismo Real Ya es posible.
La racionalidad de la infoxicación en la que estamos inmersos contrasta con el proceso de transición en el que cada día es más evidente la necesidad de recuperar la comunicación de forma mancomunada, construir un nuevo imaginario y una narrativa del cambio social participado y plural. Este proceso no tiene traslación, desde luego, con el descrédito que hoy vive la profesión, que, de acuerdo a los sondeos del CIS, por poner el ejemplo de España, tiene una aceptación y reconocimiento mínimos. La crisis de confianza que vive el periodismo cobra mayor relieve cuando hacemos memoria histórica y recuperamos del baúl de los recuerdos páginas brillantes y heroicas sobre cómo transgredir la censura e informar con criterio, confianza y voluntad de servicio público. Lo contrario a una agenda que rompe, fija y, como reza la Real Academia, da esplendor es lo que vivimos en nuestros días con la inercia autista de un periodismo que hace válida la profecía que se reproduce en medio del control oligopólico del sector y el sometimiento al capital financiero. Pese al pesimismo hoy reinante en la profesión, algunos estamos convencidos que aún es posible corregir tales inercias. Todavía podemos abrir un espacio común para formar, informar y fortalecer la autodeterminación de la ciudadanía, como en parte han hecho iniciativas del tipo periodismo humano. Pero para ello es preciso que se dé cuando menos una condición: la voluntad política de los profesionales, pues son ellos quienes tienen la primera palabra, y desde luego –recordemos– no la última. La cuestión es si el campo profesional está dispuesto a tomar el testigo o si ya aceptaron definitivamente la derrota del oficio. Sea cual fuere el resultado a dirimir a este respecto, es evidente, para el caso, que el futuro de la información pasa por articular los puentes de diálogo con la ciudadanía, con medios y mediadores conectados, imbricados socialmente, con las puertas abiertas a ‘todos’ y a ‘todas’. No otra cosa es la democracia y la razón de ser del periodismo. Recordemos, parafraseando al bueno de Kapuscinski: no hay mejor pasión que la compartida y la compasiva. Sabemos que el pensamiento, como el deseo, es, por definición, una práctica arriesgada; pero solo asumiendo este riesgo, la humanidad podrá caminar por las alamedas de la libertad de un periodismo de los bienes comunes en tiempos de falsificaciones y construcción del sentido común a lo Trump.
Más allá de la reedición de la historia como farsa, los acontecimientos en curso como la invasion del Capitolio en la era Murdoch apuntan la necesidad de abordar cuestiones sustantivas sobre el decir (información) y el hacer (acción política) en tiempos de libre comercio. Primero porque socava las bases de toda posible convivencia democrática, y segundo porque el conflicto, la guerra económica y social, anula toda posibilidad de mediación, instaurando la violencia como salida a la crisis. Como advierte David Harvey, el capitalismo del siglo XXI parece estar tejiendo una red de restricciones en las que los rentistas, los magnates de los medios de comunicación y, sobre todo, los grandes financieros exprimen despiadadamente el flujo vital productivo, la riqueza social general, en función de sus propios intereses recurriendo a fórmulas virtuales y físicas de extensión del terror. En este escenario, al tiempo que se precariza la autonomía del sector de la comunicación, los Estados-nación ven cercados sus dispositivos de regulación por una cobertura espectacular de la crisis que naturaliza el Estado Nacional de Excepción Permanente. De acuerdo a esta lógica devastadora y liquidacionista de la destrucción creativa, el papel de los medios como intermediarios adquiere una función nuclear que ha de ser pensada desde una perspectiva histórica crítica. De la era Reagan a las proclamas parafascistas de la Fox, pasando por la doctrina del shock de los Chicago Boys en Chile, es posible rastrear una historia oculta, un hilo rojo y lógica de dominio, eludida y apenas representada por la academia y la opinión pública, con la que comprender el papel estratégico de la mediación espectacular en la actual cobertura de la crisis financiera internacional, un proceso que tiene su génesis en la progresiva mercantilización de la industria periodística y la paulatina dependencia del capital financiero internacional, por las que hoy se anula toda posibilidad de pluralismo ideológico y diversidad editorial en el tratamiento de las alternativas de salida del círculo vicioso implementado por los amos del mundo y de la información. En esta operación, el discurso informativo es un discurso terrorista. De manera que la construcción noticiosa del pánico moral de las multitudes valida la hipótesis de Klein sobre la doctrina del shock como pérdida de sensibilidad y conciencia de la situación real vivida. Ello es posible porque existe un estricto control de las fuentes de referencia y los paisajes mediáticos. Apenas por poner un ejemplo tres grandes medios (Reuters, Wall Street Journal y Financial Times) controlan el 80% del flujo de la información especializada a nivel mundial. Así, cuando observamos la cobertura de la crisis económica, hay que preguntarse quién está controlando los mercados, qué sentido tiene el proceso de especulación y cuál es la conexión e intereses compartidos de los grandes medios que marcan la agenda económica internacional con los beneficiarios del proceso de especulación.
Los tiempos en el que la informatización y el gobierno telemático del flujo acelerado de capitales se ha impuesto en el desarrollo de las finanzas nos sitúan ante la necesidad de abordar, más pronto que tarde, reflexivamente, la gestión del riesgo y las inversiones especulativas, el problema, en suma, de la democracia especialmente en el momento, por ejemplo, que se visibiliza con violencia el proceso de desmontaje y apropiación de las reglas del juego por un selecto grupo de conspiradores contra el Estado y los bienes comunes. Por ello, en el volumen “Capitalismo Financiero y Comunicación” cuestionamos los núcleos de fantasía correlativos a la dinámica financiera y el papel de la información como vector de desposesión y violencia simbólica contra las clases subalternas. La hipótesis de partida, en un libro inédito por ausencia de estudios en la materia, es irrefutable: la gobernanza de la información económica y el respeto a los derechos sociales exigen, a nuestro modesto entender, otra Ecología Mediática, basada en el control de fuentes y flujos de información, de regulación de los tiempos y actividades bursátiles, de regulación del periodismo económico ante la ineficacia y criminal abuso de la praxis de las élites periodísticas y sus interesados benefactores. Pero dada la complejidad del sistema global de comunicación esta regulación sólo es posible a nivel de organismos internacionales como la UNESCO y el sistema de Naciones Unidas, que en las últimas décadas ha dejado de manifiesto la nula voluntad de intervención ante peligrosas situaciones de concentración y falta de pluralismo. Deberá ser, como en España, la sociedad civil organizada, las multitudes y movimientos sociales, quienes rescaten, contra el muro de Wall Street, el sistema mediático del modelo imperial de terror que nos amenaza, si queremos, de verdad, hacer efectivo un Periodismo Real y Democrático en estos tiempos de propaganda y desinformación.
De la Declaración y Principios Fundamentales de la UNESCO (1978) y el Pacto de Derechos Civiles y Políticos de Naciones Unidas (1966) a la Declaración de Principios sobre Libertad de Expresión aprobada por la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (2001), el corpus normativo que regula la profesión periodística, aún sin ser vasto, establece claras bases deontológicas de la función social informativa. Otra cosa es la praxis de la libertad de prensa. El imperativo categórico de autonomía, la libertad con responsabilidad social de informadores e instituciones mediáticas, sigue no obstante siendo una tarea pendiente sin la que es posible pensar un habitar, morada o refugio, digno de ser llamado como tal. Y en ello la academia tiene un compromiso por cumplir, dada la ausencia, criticada hace una década por McQuail, de teoría normativa en la investigación y, yo añadiría, desde luego, en la enseñanza, en lo inmediato, tanto como en lo mediato de las políticas públicas en la materia.
En un escenario de crisis de representación y privatización de lo público, de crisis del capitalismo y de los mediadores, de la profesión periodística sobremanera, cabe, como siempre a contrapelo de la historia, pensar, en lo concreto, qué tipo de comunicación, qué periodismo y formas de organización informativa son necesarias para la regeneración democrática. Y cuando nos proponemos tal tarea llama la atención la escasa literatura disponible que trascienda la crítica negativa para una construcción de universos posibles que imaginar a este respecto. Así, por ejemplo, en nuestro campo académico brilla por su ausencia los aportes y debates sobre figuras como los Consejos Informativos, las defensorías del telespectador, y menos aún, pese al derecho de acceso reconocido en los marcos normativos de algunos países, contribuciones conceptuales sobre los Consejos de Participación Ciudadana o la necesidad de un Consejo Estatal de Medios Audiovisuales. De lo macro a lo micro, la crítica y la protesta sobre el quehacer de los medios no se ve complementada, en fin, por la dignidad de la propuesta instituyente, ante la indignidad del antiperiodismo que nos interpela y concierne para, como defiende Pascual Serrano, construir medios democráticos. Al tiempo, en otros países como México o Estados Unidos, la proliferación de protocolos de calidad y control ético contrastan, por otra parte, con la extrema degradación del ecosistema informativo, dejando en evidencia que el problema, en este punto, no es, básicamente, una cuestión de métodos ni técnicas de control de calidad sino, más bien, por el contrario, de episteme y sentido de la mediación social. En otras palabras, el espectro de cuestiones a abordar por la teoría normativa es hoy por hoy mucho más amplio que lo que suponemos a priori, y más urgente de la coyuntura de actualidad, si pensamos el contexto de turbulencias que estamos viviendo.
Tómese en consideración, además de la escena vivida en Washington protagonizada por la extrema derecha, que la deriva actual apunta en otra dirección si analizamos lo acaecido en el golpe de Estado en Brasil que apartara de la presidencia a Dilma Rousseff y que, por acción del golpismo mediático, tuvo preso político al Presidente Lula, siguiendo la escaleta planificada por el grupo GLOBO, que históricamente, en la misma línea de otros medios de la región como Mercurio en Chile, o ABC en España, se han distinguido por justificar e incluso promover la violación sistemática de los Derechos Humanos. Este proceder en modo alguno debe considerarse excepcional. Obedece más bien a una lógica institucional que cabe impugnar por principio en defensa de la democracia. El estudio del profesor Fernando CASADO titulado “ANTIPERIODISTAS. Confesiones de las agresiones mediáticas contra Venezuela” (Akal, Madrid, 2015) confirma las tesis que aquí venimos sosteniendo. En un acto que organizamos con movimientos sociales de Bolivia a propósito de los Golpes Mediáticos, tuve a bien insistir en la ausencia de garantías democráticas para una ecología informativa digna, entre otras razones porque no hay instancias sancionadoras que velen por el interés público. De ahí la pertinencia de la Organización Internacional de Corregulación de Medios (OICM) en un mundo cosmopolita de redes distribuidas de información y conocimiento. Pero no solo. Es preciso repensar la Economía Social de la Comunicación y hacer realizable el ethos de una comunalidad verdaderamente humana. En un tiempo de imposición del panóptico digital, la libertad y la autonomía social de lo procomún, de Hannath Arendt a Elinor Ostrom, de la ética a la ecología de vida, nos obliga moralmente a pensar ejes problemáticos que hoy por hoy, pese al histórico abandono, resultan a todas luces retos sustanciales a efecto de los derechos de la ciudadanía.
De la experiencia histórica reciente, de Caracas a Madrid, pasando por Brasilia o La Paz, dos lecciones caben aprender de la ausencia de fiscalización pública de los medios periodísticos. Primero, de acuerdo con Luis Tapia, la autonomía, la verdadera independencia, no la fingida de grupos poderosos como Televisa, exige desplegar toda la potencia cognitiva y de creación a partir de las propias capacidades ético-intelectuales en un horizonte, fundamentalmente, de intersubjetividad plural y abierta. Segundo, no es posible regeneración democrática sin revolución ética y política, sin transformación del marco normativo, de la mediación periodística. Todo atento analista sobre las mediaciones del periodismo sabe que, estructuralmente, existe un conflicto permanente entre propiedad de los medios, bienes comunes y reconocimiento cultural de la realidad referenciada por los informadores. Esta disfuncionalidad es evidente en procesos como los vividos en Brasil o Estados Unidos y explican retrocesos democráticos como los vividos en Ecuador y Perú. En Chile, por ejemplo, cerrar el capítulo nefasto de la Dictadura de Pinochet exige un proceso constituyente y, al tiempo, una reforma del sistema de medios que no excluya a la mayoría de chilenos y al pueblo mapuche. En definitiva, necesitamos otro marco de convivencia y sabemos que OTRA INFORMACIÓN ES POSIBLE, UNA ÉTICA DE LA COMUNICACIÓN ES PERTINENTE Y NECESARIA. UNA COMUNICACIÓN DE MÚLTIPLES MUNDOS EN EL QUE QUEPAN OTROS MUCHOS MUNDOS ES VIABLE. La cuestión es revolucionar nuestro modo de pensar y producir la mediación social. Educar para transformar, transformar para educar en otro marco normativo de referencia. Aquí y ahora. Esta es la exigencia mayor de nuestro tiempo y la razón de ser del Principio Esperanza que ha de habitar el campo de la Comunicología como Ciencia de lo Común, si no queremos sufrir la violencia simbólica de los Antiperiodistas.
La información de actualidad (hic et nunc) ha perdido su sentido como, en parte, dicho sea de paso, los periodistas han olvidado la razón de ser de su oficio. En la era del NET MERCATOR, viven de hecho en medio de una crisis sin conciencia de los problemas reales que han de enfrentar los nuevos procesos de mediación, ni asumir la autocrítica necesaria inmersos como están en el fetichismo tecnológico y las fantasías electrónicas que han alimentado como fábrica de sueños la profesión y la propia cultura de masas. De modo que parece inevitable que se imponga la máxima de más información igual a menos cultura, con el riesgo añadido, del todo real, a juzgar por cómo consideran la profesión, de terminar eliminando al mensajero, básicamente por defecto u omisión. Y esta no deja de ser una paradoja de la mediación informativa en un momento en el que los medios y la información son centrales en la dialéctica de representación y proyección performativa de producción de la diferencia de nuestra modernidad líquida o, depende como se mire, más bien licuada. En definitiva, vivimos una irremediable crisis de confianza en los medios y los informadores. Junto a responsables públicos, uno de los oficios más denostados y desnortados a nivel linternacional. No ha de sorprendernos por tanto, existiendo como existen personajes como Rupert Murdoch, que se vuelva a discutir por qué estamos como estamos cuando hay quien afirma, no sin razón, que el único medio serio de este universo del estercolero es el libro y el periodismo comic a lo Joe Sacco. El fundamento de tal afirmación se justifica con la evidencia de que el resultado de tal dinámica es que la desinformación se ha convertido en el talón de Aquiles de la democracia liberal. Por ello, la verdad es revolucionaria. Pero cómo conseguiremos avanzar en un ecosistema informativo tan tóxico y nocivo. Sabemos que hay iniciativas pioneras como Slashdt, Wikinews o OhMyNews que tratan de revolucionar el oficio, ilustrando que el futuro del periodismo será como PERISCOPE, un medio interfaz de 360 grados o no será. Ello exigiría, en principio, asumir la movilidad radical, la convergencia y la multimedialidad. Pero la deriva del oficio no parece percibir que el viejo periodismo ha muerto. La espiral del simulacro y del silencio o, en verdad, la estrategia del disimulo actúa por una suerte de mímesis estéril, medias verdades, infundadas prudencias y estereotipia decadentista de un orden que ya no reina ni logra conectar con los públicos que huyen hastiados de tanta banalidad e irrelevancia. Basta con analizar la escaleta de CNN para confirmar que el oficio ha perdido el rumbo y, en el caso de los seguidores de Ciudadano Kane, hasta la vergüenza.
En este horizonte del desperdicio de la experiencia, la falta de ilusión reinante entre los profesionales de la información es la negación de la libertad, el reverso de la noticia como ausencia de pedagogía democrática, el réquiem del ágora como esfera pública pública, en el sentido de Castoriadis. Y ya sabemos que sin isegoría no hay justificación alguna para escuchar el parte de guerra, salvo como simulacro, algo ya reiterativo en los medios de referencia dominante. El problema de la lógica espectral es que terminaremos todos siendo medio zombies. Como rezaba una viñeta de El Roto, tanta actividad virtual terminará por convertirnos en fantasmas. Seremos lo que ya somos, espectros de una vida no digna de ser vivida, gracias en buena medida a una información basura de tan baja calidad que hasta las fake news resultan más entretenidas y creíbles. Lo contrario a este modo instituido de concebir la comunicación es procurer un proceso instituyente para un periodismo de porvenir, cultivando el arte y oficio que muestra la belleza de la épica, del periodismo comprometido, del periodismo reposado, del buen hacer cuando el registro de la actualidad es anatomía de la realidad, y proyección.
Sabemos que la Periodistica no es una ciencia predictiva sino prescriptiva, pero también al tiempo es imprescindible considerer su dimension proyectiva en la dialéctica entre memoria y deseo, pasado y futuro, historia y vida, que se ha manifestado en el binomio revolucionario generacional Marat/Sade, de cambiar la historia y cambiar la vida. El compromiso con la historia, con la realidad social, con la tribu, con la memoria individual y colectiva, que se traduce en la necesidad de comunicar, de intervenir en la realidad, de dar voz, de servir de escriba de la realidad y también de dar una respueta crítica e imaginar otra realidad posible, nos emplaza a redefinir los enclaves de actuación.En otras palabras, la lógica social del compromiso periodístico no puede ser otra cosa, fundamentalmente, que decisión de implicarse, de complicarse la vida, de ser cómplices de la lucha por otro futuro, de defender radicalmente la dignidad y la vida humana, tratando en todo momento de realizar la coherencia de los dichos y los hechos, de la teoría y la práctica, del pensamiento y la acción, entendiendo el compromiso como una cultura de la responsabilidad civil, de la radical política de la dialogía, frente a la privación del espacio y la palabra que se teje con las redes de la mixtificación y el fatalismo de la realpolitik.
De la profundidad y radical reorientación de esta lógica de la mediación periodística dependerá ni más ni menos que el futuro de la humanidad, el proyecto en fin del compromiso solidario urbi et orbi. Un proyecto histórico que día a día reclama de los medios un enfoque de la agenda informativa PLURAL Y DINÁMICO, CÓMPLICE Y DIALÓGICO, COMPROMETIDO y TRANSFORMADOR. Una cultura mediática, en suma, a la altura de la era Internet, apropiada para la cultura de la red, de la lógica del don: de un espacio público compartido que hoy más que nunca se nos manifiesta DIVERSO, INCLUYENTE, COMPLEJO y COMÚN. Un espacio sin fronteras, ni papeles, como la vida misma.
Monarquía y régimen informativo
Cuando, en los términos que hizo célebres Gramsci, lo viejo no acaba de morir, la narrativa se puebla de vampiros, dráculas y otros personajes parásitos que evocan o proyectan nuestros miedos e incertidumbres. Del Frankenstein de Mary Shelley y la escritura de El Capital y de The Walking Dead al cambio social que se avecina, la era de los muertos vivientes es el tiempo de emergencia de lo nuevo en el que aún malviven, a costa de la vida y la juventud, figuras retóricas de lo informe.
Ello explica la moda por el turismo gore (dark tourism) en ciudades como Sarajevo, la proliferación de series como Chernobil o el consumo de cómics al uso que seducen a la nueva generación millennial o como queramos definirla. En estas y otras manifestaciones culturales, no olvide el lector que estamos ante un epifenómeno de la ficción que, en las propias noticias, es una constante del periodismo snuff. El gusto por los muertos vivientes es una característica del régimen informativo del 78.
No de otro modo se explica que Ana Rosa Quintana, esa gran periodista del (sin) corazón, nos advierta que a la monarquía, aún putrefacta, ni se la toca, no se la puede tocar, porque es intocable, como en la India cierta casta. Lleva razón esa gran líder e intelectual orgánica del IBEX 35, Díaz Ayuso: no todos somos iguales, Juan Carlos I es diferente, no tanto respecto a la oligarquía a lo Florentino Pérez.
La distinción en fin es clasificación, pero la farsa informativa que, a fuerza de repetir quiere hacernos convencer que Felipe VI está muy preparado y es diferente, ya no nos deja claro de qué diferencia hablamos: de la diferencia de la diferencia o de la diferencia de los iguales o sin nada. Porque algunos vemos lo mismo de siempre.
Advertía Gabriel Tortella de los Borbones franceses, tras años de exilio y el retorno en 1815, que ni habían olvidado nada, ni habían aprendido nada. Algo parecido se podría decir de la monarquía en España, incapaces de entender la patria ni sentir el palpitar de la potencia plebeya.
Por ello, en modo alguno sorprende que Felipe VI siga acomodado en la espiral del disimulo del facherío ultramontano y golpista. Otra cosa es lo de los medios que, cuando menos, nos suliveyan. Si la monarquía constitucional en España es un oxímoron imposible e indeseable, lo de los medios no tiene remedio.
De la falta del decoro y el insulto zafio y ridículo del converso ex Bandera Roja a los vendepatrias y anunciantes de seguros por doquier, pasando por los bustos parlantes que solo entienden de economía neoliberal, nuestras pantallas y ágora informativa están infectadas por la pandemia de la infoxicación vociferante.
En palabras de Víctor Sampedro, los periodistas y columnistas españoles actúan, por lo general, según una suerte de obediencia debida, más propia de cuerpos uniformados, que en crisis como los atentados de Atocha o con la crisis de la monarquía por los papeles de Suiza actúan de forma monolítica, uniformados en el orden reinante de la vulneración de los derechos de todos, quizás por ello, digo yo, la profesión periodística y los medios españoles son los peor valorados de la UE. Alguna razón debe tener la plebe para tanta desafección.
A ver si muertos ya los que hace tiempo debieran estar enterrados, Queipo de Llano inclusive, logramos revivir otras formas, otras voces y otros modos de decir y hacer el más lindo oficio del mundo: la democracia lo agradecería más hoy cuando el coronavirus, como antes el 15M, ha deconstruido la cultura zombi de un sistema que ni vive ni deja vivir.
El movimiento instituyente debe, por ello, desplegar redes de solidaridad y confianza y medios alternativos. Empezaremos por decir lo que hay que hacer en el oficio y esperamos que la pedagogía democrática haga su trabajo: otra comunicación para construir lo común.