Casi un semestre después de tomar posesión del escaño, y a la luz de la experiencia vicaria de la llamada nueva política en primera persona, es tiempo de escribir a propósito de las culturas y formas de mediación de los nuevos sujetos de este tiempo que gobierna los vientos de cambio. Más que nada porque es preciso comprender y definir otras posiciones de observación. Uno, de hecho, se pregunta a diario para qué pensar, cuál es la función intelectual de intervención en la arena pública. Qué haN de inspirar y proyectar como virtud los pensadores en la era digital. Pareciera que se impone la moda de la transición, con especial virulencia en España, del paso de ideólogos e intelectuales comprometidos a meros influencers. Como práctica teórica, enseñar, escribir, investigar, publicar libros, esta misma columna, resultan actividades cada vez más irrelevantes ante el culto inmediatista, a golpe de post, de la lógica digital. Contra la inteligencia, la era TikTok es un tiempo de estulticia propiciatoria para la quema de libros, o su apilado censor, con la consiguiente caza del intelectual, una especie protegida en peligro de extinción que se ve amenazada por la cultura de la diferencia y la sordera, o dicho con otras palabras, por el imperio de la indiferencia.
Si criticábamos como docentes hace poco tiempo a los millenials que dejaron de aspirar a ser corresponsales de guerra por emular a Ana Rosa Quintana, hoy la Generación Z (pos o proadolescente) que puebla la mayoría de las aulas de las Facultades de Comunicación aspira a ser El Rubius, millonarios sin pago por Hacienda, portavoces de lo banal, usuarios ocurrentes de TikTok, estrellas de consumo rápido, a modo de sucedáneos de Kim Kardashian, con seguidores de la nada o la nadería. Así se extiende y propaga el espíritu de nuestro tiempo marcando el tono a toda una generación de esclavos sin lugar fijo, salvo, domo diría Fusaro, la opción del Homo-Glovo. Y es que a fuerza de postear no tienen postura salvo las costuras del postureo, o la publicidad de lo que aspiran a ser: mercancías, y puro simulacro. Toca no obstante aprender a conocerlos, y no solo criticarlos, si aspiramos a cambiar la historia, y cambiar la vida. Pues todo tiempo, y todo sujeto político no está determinado de antemano. Como advertía E.P. Thompson, las clases subalternas no son, están siendo, y la generación Z crea, por ejemplo, nuevas funciones productivas, como los meMakers, o diseñan subproductos digitales para nuevos mercados emergentes abriendo espacios de esperanza y creatividad inusitados. El humor satírico del siglo XXI y su anonimato forman parte de su código cultural e inauguran a diario escenarios y horizontes por venir potencialmente revolucionarios. El problema es que la economía de la atención captura las energías y la creatividad que atesoran en una celebración imparable de la subsunción total por el capital. La recombinación aquí no es autonomía ni aprendizaje o recuerdo en forma de mímesis, sino chispa de la vida a lo coca cola style. Eso sí, todos están llamados a inscribir su imaginación proyectiva en la memesfera como los muros estaban abiertos en nuestra juventud de los ochenta a actores anónimos como Muelle. Hablamos, en suma, de un cambio cultural y una nueva estructura de sentimiento que hay que pensar para definir la nueva economía moral de la multitud conectada, pero apenas prestamos atención a ello. Esperemos que el Ministerio de Infancia y Juventud, presidido por Sira Rego, cambie esa dominancia. De momento la RTVE, en su vocación de servicio público ha apostado en serio por dar voz y protagonismo a este grupo de población. Programas como GEN PLAYZ ha invertido de forma inteligente en plataformas de mediación para avanzar en el necesario diálogo intergeneracional. Pero la nueva Ley Audiovisual avanza en dirección contraria imponiendo un marco mercantil contrario a los medios públicos. Y no hablemos de Bruselas que so pretexto de la necesaria transparencia y la deseable independencia de los medios de todos protege los intereses de los Berlusconi de turno. Como en México y Estados Unidos, cada reforma en la UE y España, al albur de contribuir al pluralismo interno y a los derechos de la ciudadanía, refuerza la posición dominante del duopolio televisivo cercando el dominio público. Con el desarrollo intensivo de la tecnología, la reproducción de la estructura real de la información y los intereses del IBEX35, el proceso desregulador continúa haciendo posible la manipulación sistemática de la opinión pública. Sin equilibrio, sin garantías democráticas, sin ajustes en los factores y déficits democráticos en materia de comunicación, sin auctoritas en fin, poca cultura audiovisual democrática tendremos. Solo por ello hay que mudar de onda y canales, abrir este ámbito a la deliberación y romper las barreas que separan a la ciudadanía. Ser un poco jóvenes, gamberros y rebeldes. No nos dejan de otra, eso lo tienen claro en la Generación Z.