Soberanía digital y Europa social

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Que la administración Trump y los movimientos del oligopolio de las grandes plataformas tecnológicas son una amenaza a la democracia y al proyecto de integración de la Unión Europea es, prácticamente, compartido por el conjunto de la ciudadanía y las fuerzas políticas de progreso. No es tan extendido, sin embargo, la naturaleza o diagnóstico de las amenazas que vislumbramos en el horizonte a corto y medio plazo y menos aún se observa la definición de alternativas democráticas que contravengan el proceso en curso de restauración autoritaria de la hegemonía imperial de Estados Unidos.

Somos conscientes que en la vida, como en la política, siempre hay opciones y posibilidades por explorar. El arte de lo posible implica definir agendas para la acción distintas a las establecidas a priori.

Se da la circunstancia que en materia de transformación digital se ha instalado en la sociedad un discurso naturalizado de Silicon Valley que ha permeado la práctica política de dirigentes y fuerzas políticas imposibilitando una agenda propia de definición del futuro de la era de la Inteligencia Artificial. Y en este marco la UE no es que corra peligro de perder s razón de ser del modelo social de Estado de Bienestar que alentó el proyecto de integración comunitaria, es que, antes bien, está en juego su propio futuro y subsistencia.

Bien es cierto que desde la Comisión se han avanzado iniciativas como la primera regulación internacional de la IAAT, la Carta de Derechos Digitales de 2021 o la reciente creación del Observatorio de Derechos Digitales para hacer efectivo la Europa de los Ciudadanos en la galaxia Internet. Pero estas medidas llegan tarde y son insuficientes ante el dominio absoluto de las grandes plataformas tecnológicas como ‘X’ (ex Twitter), ‘Meta’ (Facebook, Instagram, WhatsApp…) Alphabet (que incluye a Google como su principal subsidiaria), nombradas en su día como GAFAM, que hoy han decidido convertir la norma de terra nullius, la ventaja tecnológica y su posición cuasi monopólica en la regla del Estado de excepción a nivel internacional, vulnerando todos los derechos y garantías constitucionales a escala global.

El alineamiento con el gobierno de Trump ya se ha traducido en medidas concretas como la remoción de mecanismos de moderación de contenidos que hasta ahora lograban filtrar -aunque de un modo acotado- diversos modos de desinformación (fake news, deep fakes), discursos de odio, instigación a la violencia, controles sobre contenidos relativos a infancias etc., y una agresiva política de injerencia que nos recuerda que estas compañías, las big tech, nacen, se incuban, y despliegan su poderío como un vector estratégico del imperialismo estadounidense definido en el programa originario de la Sociedad de la Información de Al Gore, bajo tutela de los dos bastiones que sostienen el dominio político y económico de la potencia en decadencia: nos referimos al Pentágono y al muro de Wall Street.

No es comprensible el proyecto tecnofeudalista que abandera Musk con el trumpismo sin este análisis de la estructura de comando de la telemática ya diagnosticado por la economía política de la comunicación y estudiosos como Herbert I. Schiller. Ni tampoco es posible diseñar alternativas de futuro si se renuncia a la autonomía estratégica y se trata de definir una política de ciberseguridad, como en el Congreso de los Diputados en España, de la mano de Google y las corporaciones del complejo industrial-militar estadounidense.

Asumir el designio de los amos de la información y el capitalismo de plataformas bajo tutela de EE.UU. o la OTAN es, en definitiva, renunciar a la Europa social y de derecho y, al tiempo, convertir la UE en una colonia dependiente tecnológica, económica y militarmente de una potencia que no demuestra ser aliado cuando despliega una guerra comercial con los aranceles, sino especialmente cuando desde el propio nacimiento de la comunidad económica europea ha mantenido el espionaje, control y tutela de las redes de información y conocimiento, tal y como quedara constancia en el informe del Parlamento Europeo sobre la red ECHELON. Ahora se constata con la abierta injerencia en las elecciones de Alemania como ya se hiciera con el Brexit y los resultados por todos conocidos.

La UE, colonia tecnológica

La modificación de los procesos de intermediación y el control del algoritmo abundan no solo en la falta de transparencia de estos operadores políticos, sino que reafirman la estrategia de desinformación de las fuerzas de control global del Capitolio con el fin de restaurar su posición hegemónica ante China y su superioridad comprobada en ciencia y tecnología.

Las declaraciones recientes del Vicepresidente Vance respecto a la gobernanza de la Inteligencia Artificial, y no olvidemos de Internet, bajo control de la Agencia Nacional de Seguridad (NSA) son lo suficientemente esclarecedoras como para definir en Bruselas otra hoja de ruta a la seguida hasta ahora, marcada, nunca mejor dicho, por el seguimiento de las directrices del lobby de los GAFAM.

La necesidad de transparentar los procesos de información social, blindar el avance de plataformas globales que disputan el control al Estado y resguardar los derechos ciudadanos requiere de políticas activas por parte de la UE y nuestro gobierno. No solo declaraciones alertando de la tecnocasta. La reducción de los riesgos para la ciudadanía en términos de manipulación de la información, visibilizando, censurando u ocultando contenidos como el genocidio de Gaza del sionismo, forma parte de un nuevo orden informacional y una geopolítica imperialista que busca ser impuesto para controlar los comportamientos y direccionar de la voluntad política de la ciudadanía para hacer posible ya no la acumulación por desposesión, como analiza David Harvey, sino el régimen de excepción de la acumulación por despojo criminalizando la pobreza y extendiendo la guerra, cultural y efectiva, por todos los medios imaginables.

Ya en su célebre libro Mil Mesetas, Deleuze y Guattari, definían de modo precursor al accionar de las fuerzas exteriores al estado como Máquinas de Guerra. En el presente, la máquina informacional, con el despliegue de sistemas de machine learning e IA se ha sofisticado y vuelto inmanejable en algunos sentidos. Cabe preguntarse cuál es el espacio de acción que tienen los Estados Nacionales y la UE para desarrollar políticas de cuidado y acciones soberanas, qué medidas conviene adoptar en defensa del proyecto común de la Europa social y de derechos.

El dominio de las Big Tech sobre la información, la comunicación y la logística plantea serios problemas sobre el cumplimiento de las leyes de competencia y antimonopolio de la propia UE, pero no se han adoptado medidas, salvo algunas penalizaciones económicas irrelevantes a efectos de la estructura de control. A pesar de los intentos regulatorios, como las investigaciones antimonopolio en varios países, las estrategias de estas compañías para absorber a pequeñas startups, manipular algoritmos o generar redes de dependencia siguen siendo una práctica común sin que Bruselas haya acometido una estrategia consistente, aliándose por ejemplo con el proyecto de 5G chino.

Esto ha terminado limitando la economía europea, poniendo en riesgo la innovación y la diversidad empresarial, y sobre todo otorgando un control exclusivo sobre el mercado a compañías como Amazon, sin oposición ni estrategias de cooperación para hacer frente a los retos de futuro de la economía del conocimiento.

La confrontación geopolítica que hemos iniciado desde que Donald Trump irrumpiera en la escena política internacional es un paso más en esta escalada de subordinación y colonialismo tecnológico de Europa. La asunción del enfoque estadounidense sobre la ciberseguridad, la infraestructura 5G y la privacidad de los datos pliega el proyecto de la UE al fortalecimiento de la industria nacional estadounidense y la expansión de la OTAN, consolidando la tecnología ajena como un pilar esencial en la redefinición de las relaciones internacionales desde la subalternidad y la pérdida de total autonomía, y ello a pesar de las supuestas lecciones aprendidas durante la pandemia donde por vez primera escuchamos hablar de soberanía digital y un aggiornamiento keynesiano como salida a la crisis del colapso económico o de capítulos conocidos como el Brexit o en otras latitudes la campaña destituyente del gobierno de Dilma Rousseff o el golpe de Estado contra Evo Morales.

Infracciones de las plataformas digitales

Bien es cierto que la UE dispone de diversos dispositivos normativos diseñados con el fin de garantizar la implementación de mecanismos adecuados para supervisar posibles infracciones legales de las plataformas digitales dominantes en el mercado e intervenir en consecuencia. Aunque los recientes cambios y medidas adoptados por ‘Meta’ y ‘X’ puedan ser compatibles con la legislación estadounidense, su aplicación en la UE debería ser descartada, dado que las normativas existentes sobre la eliminación de contenido que infrinja la legislación, como los discursos de odio o el contenido destinado a alterar procesos electorales, lo prohíben explícitamente.

Pero, aunque desde Bruselas se reconoce la necesidad de regular el comportamiento de las grandes plataformas digitales, la Comisión enfrenta a día de hoy serias dificultades en la aplicación de la legislación vigente. En particular, la Ley de Servicios Digitales (DSA). La creciente complejidad de la regulación tecnológica, junto a la adopción del marco jurídico angloamericano del derecho de telecomunicaciones y las obligaciones suscritas desde la matriz neoliberal de la OMC, perfilan un escenario difícil de acometer en términos de voluntad y acción política democrática.

En otras palabras, las grandes empresas tecnológicas de Silicon Valley han pisado el acelerador asumiendo explícitamente el rol de actor global soberano en la reconfiguración del orden mundial de manera significativa, sin que desde Europa se responda en justa medida al reto que ello supone.

La transición digital y el control de la información, en este contexto, no solo representan un desafío tecnológico, sino también un reto político, social y ambiental de gran magnitud que evidencia que la Europa social y la propia transición ecológica en el marco de la Carta Social Europea serán letra muerta si no se actúa de inmediato.

La respuesta a esta dinámica imperialista pasa por una mayor regulación, la defensa de la privacidad y la soberanía digital, y la promoción de un espacio digital que sea verdaderamente público y democrático. La vigilancia y la crítica de estas dinámicas son esenciales para salvaguardar la democracia en el siglo XXI y exigen de organismos internacionales como la UNESCO una apuesta decidida por recuperar el espíritu McBride para hacer posible un solo mundo y voces múltiples, para un nuevo orden de la información y la comunicación (NOMIC) donde la tecnología, la red y el conocimiento de la IA sean patrimonio común de la humanidad.

Un primer paso en esta dirección es que la UE asuma un rol de defensa de los derechos a la comunicación democrática y que gobiernos progresistas como el de España contribuyan decididamente a definir una agenda distinta en Bruselas para la propia pervivencia del proyecto comunitario. Es hora de liderar en el seno de la UE una política de soberanía digital frente a las injerencias y el intervencionismo de grandes compañías en la opinión pública de los estados miembros. Frente a la política de la guerra y la tierra de nadie (terra nullius) de los GAFAM debemos impulsar cambios normativos de calado, estructurales, para exigir las obligaciones tributarias, legales y de protección de la libertad de expresión y las libertades públicas de dichas plataformas, en particular civil y hacer transparentes sus criterios de moderación de contenidos, tanto en procesos electorales, como en el debate público, con las consiguientes medidas de suspensión y sanción civil y penal en el caso de reiterados incumplimientos, como viene siendo habitual.

Promover nuevas plataformas digitales

En esta línea, es necesario revisar los acuerdos comerciales y reguladores con las grandes tecnológicas para asegurar que los intereses nacionales, democráticos y ecológicos estén protegidos frente a la creciente concentración de poder económico y político en manos de estas corporaciones. Pero también lo que la imaginación comunicológica de los tecnócratas de la Comisión no imaginan, hay que promover desde ya en nuestro espacio plataformas digitales de dominio público, así como políticas de software libre en la Administración Pública del Estado, para evitar la dependencia tecnológica.

Liderar una política de ciencia y tecnología nacional y europea en materia de IA, cambio tecnológico y cultura digital a medio y largo plazo con un plan plurianual es algo más que replicar dispositivos foráneos e importar conocimiento ajeno. Esto que el ensayista francés Sadin denomina la siliconización de la economía europea ha sido la pauta constante de la Comisión hasta la fecha. Ahora que el Congreso tiene que debatir el proyecto de Ley de Autonomía Estratégica e Industria es el momento de empezar a construir un sendero distinto desde el Sur de Europa introduciendo un capítulo específico para la promoción de medios digitales propios y tecnología soberana, si queremos hacer posible el intercambio y comunicación de nuestro sistema político y económico sin la dependencia tecnológica actual de Silicon Valley.

El control de la información: un nuevo imperialismo

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En el paisaje digital contemporáneo, los nombres de Donald Trump, Elon Musk y la empresa Meta (anteriormente conocida como Facebook) se han convertido en sinónimos de una nueva forma de imperialismo, una que no se basa en las conquistas territoriales sino en el control de la información, en la modulación del discurso y el control oligopólico de la tecnología: una amenaza ya no velada, sino directa y explícita, a nuestra democracia, que empezó con las injerencias en el Brexit, continuó con golpes de Estado en Brasil, Bolivia y Venezuela y hoy anticipa una campaña de restauración ultraderechista en el propio seno de la UE.

La era de los GAFAM (Google, Amazon, Facebook, Apple y Microsoft) y otras grandes tecnológicas de Silicon Valley plantean en este sentido un reto político y un cambio en el paradigma del poder, donde el imperialismo se ha digitalizado y el Príncipe de Maquiavelo actúa como empresario de sí mismo fuera de las estructuras democráticas del Estado nación. La capacidad de moldear la realidad social, política y económica a través de la tecnología concentrada en el complejo industrial-militar del Pentágono es el principal peligro que corren nuestros sistemas de representación. El mismo Biden lo ha reconocido en su último discurso. Mediante el control de la narrativa, la capacidad de definir lo verosímil, los marcos de comprensión y debate, y una suerte de privatización del espacio público digital, las plataformas de origen estadounidense redefinen las reglas del juego y deliberación democrática, despliegan un poder nada sutil que afecta a la política interna y el sistema internacional de Naciones Unidas, tal y como vemos en la guerra de Gaza donde operadores como Facebook o Twitter actúan como cómplices activos y necesarios del sionismo en la guerra de exterminio contra el pueblo palestino.

Los recientes movimientos de X y Meta, eliminando toda forma de control y regulación, incluso interna, del sesgo del algoritmo y la manipulación de informaciones e imágenes, representa una vuelta de tuerca a la lógica disruptiva de la comunicación de la era Trump o Fox News, marcada por el aceleracionismo y la producción de imágenes falseadas de la realidad sin los filtros tradicionales de los medios de comunicación. Este fenómeno no es nuevo, pero ahora se reivindica como legítima la conformación de un ecosistema informativo y un modelo de mediación social y política donde la verdad se disputa en un terreno de “hechos alternativos” y noticias falsas. Este cambio de escalada y visión de los principales actores de la comunicación-mundo tiene consecuencias no solo en la convivencia de culturas y corrientes de opinión, tal y como se está observando en Estados Unidos, sino que afecta sobremanera a la sostenibilidad de la información comprometida por la velocidad y a la viralidad del contenido digital y que además requiere ingentes recursos naturales que incidirán en el expolio de países como Argentina o Brasil que contienen recursos estratégicos para sostener la carrera sin futuro de la innovación tecnológica.

En el contexto de la presidencia de Donald Trump, la ecología de la comunicación va a experimentar cambios significativos, afectando la manera en que se gestionan los recursos naturales y cómo se aborda la transición digital en un escenario geopolítico internacional que trata, desde la Casa Blanca, de retornar al unilateralismo y los tambores de guerra. De algún modo el Pentágono y Silicon Valley nacen, viven y permanecerán alimentando la espiral de la barbarie y la muerte. El fenómeno de la infodemia, término acuñado para describir la sobrecarga de información, especialmente la falsa o engañosa, ha sido un rasgo distintivo de lo que algunos denominan tecnofeudalismo y en cierto modo es verdad, pues como explica Naomi Klein, la doctrina del shock y la aplicación de las medidas de acumulación por desposesión del capitalismo financiero que acompaña la transición digital de estas compañías requiere el aislamiento psicológico y social de los actores sociales. Este ambiente informativo tóxico no solo favorece las ínfulas imperiales de figuras como Elon Musk, sino que impone un “yugo invisible” que además de acumular riqueza logra moldear eficazmente la realidad social y política percibida, imponiendo agendas de terror y desinformación sembrando divisiones y distracciones varias, alejando al público de los asuntos esenciales y de los intereses en juego de Wall Street. Así, al tiempo que nos entretienen con la dialéctica de la inmediatez y la confrontación, se oculta a la opinión pública la malversación de los recursos naturales que la IA y los servidores de estos gigantes tecnológicos requieren para su mantenimiento cuasi monopólico que favorece la desregulación absoluta, que la UE y algún que otro gobierno como el de Lula intentaban frenar para garantizar el normal desarrollo de la actividad de estas corporaciones desde el punto de vista del derecho.

Bien es cierto que la IA se aplica y puede contribuir a optimizar la explotación de recursos naturales, y analizar y predecir patrones climáticos y de uso de la tierra. Sin embargo, la falta de regulación puede conducir a un uso y abuso insostenible de estos recursos. Por lo que además de un problema político de amenaza a la democracia tenemos un problema de ecología política, de ecología de la comunicación, en términos de cómo la política energética y medioambiental puede afectar el desarrollo de tecnologías informacionales y la gestión de recursos naturales a largo plazo.

La transición digital ha sido un campo de batalla geopolítico desde la irrupción de Trump en la escena pública. La visión de Trump sobre la ciberseguridad, la infraestructura de 5G, y la privacidad de datos han marcado un nuevo capítulo en la competencia global, donde la tecnología se convierte en un medio para imponer agendas políticas y económicas directamente conectadas con el rearme de la industria militar estadounidense y la expansión de la OTAN. Este enfoque ha tensionado las relaciones internacionales, especialmente con potencias tecnológicas como China, poniendo de relieve cómo la tecnología afecta la geopolítica en la era digital mientras personajes como Musk actúan de ariete central en el debate sobre el imperialismo digital a través de empresas como Tesla y SpaceX. La visión del nuevo estratega de Trump de una internet satelital con Starlink deja en evidencia que tenemos un problema grave en la UE de soberanía digital y acceso a la información, áreas que antes eran dominio exclusivo de los estados. De ahí que debamos plantear en el debate público nacional quién controla la infraestructura digital, los servidores, la red de satélites, la Unión Internacional de Telecomunicación y el gobierno de Internet, en términos de seguridad nacional y de democracia de las relaciones internacionales. En otras palabras, la respuesta a esta dinámica imperial, destituyente y oligárquica de los GAFAM y Estaos Unidos pasa por mayor regulación, la defensa de la privacidad y la soberanía digital, y la promoción de un espacio digital que sea verdaderamente público y democrático. La vigilancia y la crítica de estas dinámicas son esenciales para salvaguardar la democracia en el siglo XXI.

La adaptación de la cultura digital para la creación de lo común con garantías normativas e institucionales es la única forma de no retornar a tiempos oscuros en forma de era tecnofeudal. Es tiempo para la acción y no para mimetizarnos y responder a golpe de tweet. La política por otros medios es el remedio a esta hipermediatización de los señores del aire. Nos va la vida. Literalmente.

ICOM 24. Cuba debate

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Estupefacto, miro la pantalla y no doy crédito. RTVE informa del derrocamiento del presidente Bashar Al Assad calificando a organizaciones terroristas como HTS grupos rebeldes, sin más. Por supuesto sin contexto, asumiendo la narrativa sionista, pese a la inequívoca clasificación de la ONU, la propia UE y EE.UU respecto a estos actores en la región. Me equivoco de tiempo o de país, no sé si estamos en plena guerra fría o en Washington, porque si la cobertura de Ucrania ya resultaba una ucronía delirante en la que la propaganda más que tóxica llegó al paroxismo de la censura, con restricciones a la prensa y ONGs como nuevo frente enemigo, hoy la era Trump tiene en la televisión pública una suerte de sucedáneo de Fox News, con un sistema mediático además hiperconcentrado, duopólico de facto. Pero la falta de libertades solo se atribuye al eje del mal, a Moscú o Bielorusia, nunca a la Comisión Europea que auspiciara la censura de RT y Sputnik, según los preceptos de los apologetas del imperio que nos han mostrado a lo largo de la historia que los derechos, como el de la comunicación, son solo un panegírico listo para matar(nos). Menos mal que nos quedan faros como Cuba, más allá de la proclama Patria o Muerte. Del bravo pueblo de la isla, como de Alfaro o Sandino, tanto como del Che y Fidel, aprendimos que la disyuntiva es clara: Socialismo o Barbarie. O si prefieren: Soberanía Informativa o Guerra de Propaganda Imperialista. Y en estos términos fuimos convocados por la Facultad de Comunicación de La Habana a ICOM 24, un congreso ya referente del pensamiento emancipador en comunicación de la región, donde periodistas, medios y académicos pensamos la IA, la geopolítica mundial de la información o los nuevos retos de producción y organización cultural de la cuarta revolución industrial. La agenda de trabajo definida en este encuentro, celebrado en el Palacio de Convenciones donde el Movimiento de Países no Alineados diera forma al proyecto del NOMIC en su momento, marca una hoja de ruta para nuevas alianzas y estrategias del Sur Global dirigida a garantizar la soberanía informativa, la libertad y los derechos comunes que los medios globales del capitalismo de plataformas socavan y vulneran por activa, con el golpismo en los países rebeldes, o de forma pasiva, extendiendo el manto y relato de la siliconización que el extractivismo de datos, recursos y talentos coopta y captura a diario en todo el mundo.

En juego está la diversidad, el desarrollo, la autonomía social, la justicia cognitiva y, en suma, la democracia. Por ello, muchos de los ponentes pensaron contracorriente alternativas de futuro, figuras y espacios de esperanza sin olvidar de dónde venimos. Cultivar la memoria es necesario para no repetir la historia como farsa. En la inauguración del Festival Internacional del Nuevo Cine Latinoamericano, el ICAIC recuperó por ejemplo la obra pionera de animación de Juan Padrón, un histórico de la cultura cómic. Están de aniversario, y como hizo el PCE en su centenario, animado por la camarada Reme, un joven onubense tuvo a bien contar en viñetas la lucha histórica del partido en la provincia de Huelva, con una narrativa más propia de la Generación Z. En los últimos tiempos, lo que no cuentan los diarios lo narran los libros de periodismo cómic, o El Roto en editoriales históricas. El noveno arte, la novela gráfica, como es más correcto denominarla, ha experimentado de hecho un impulso inusitado con la narrativa de Joe Sacco sobre Gaza, que luego otros han seguido emulando en lo que ya es una consistente estela y éxito editorial más allá de la industria Disney y el universo Marvel. En estas mismas páginas, en el suplemento de El Mono Azul, Casimiro Castaño daba cuenta de cómo se puede contar la memoria democrática de forma creativa y pedagógica.

Trascendiendo la hibridación de géneros y la experimentación de formatos, la comunicación móvil depende de textos, y de contextos, de tramas discursivas potentes y poderosas como La Dame Blanche. Con el boom de las plataformas vivimos en fin el retorno a la narrativa y al guionista como eje central de la producción mediática. De Fariña a Secuestrados en Georgia vamos hacia un audiovisual que, entre la innovación y los nuevos desarrollos en el consumo cultural, se torna clásico y con historias reales y más vivas que nunca, quizás porque nadie echa cuenta y precisamos de nuevo de cuentos para que a Netflix le salgan las cuentas. En este tránsito de la ficción se vuelve al periodismo para literaturizar el audiovisual en una suerte de docuficción. Y en esta trama, Cuba debate, conoce bien lo real maravilloso, Vampiros en La Habana mediante, y cultiva el barroco a lo Carpentier, construyendo nuevos imaginarios para un mundo en cambio y una comunicación decolonial que se resiste a ser mera opereta de Hollywood y sus dispositivos de dominio. Leyeron los escritos de Martí, y saben bien que la radio del mismo nombre en Miami, como los GAFAM, es más de lo mismo. Los investigadores en información y comunicación reunidos en La Habana bien lo demostramos con datos y con razón, pero hay además que hacer un esfuerzo democrático suplementario y articular frentes culturales liberadores en tiempos del capitalismo de vigilancia: por el futuro de la humanidad y la propia subsistencia del planeta: del Congo a Valencia, de Sevilla a La Habana, de Madrid a Pekín.

Políticas de Comunicación e Inteligencia Artificial en Europa: notas sobre un territorio en construcción

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Las políticas de comunicación donde se definen normas, códigos de conducta y reglamentaciones sobre límites y riesgos de la Inteligencia Artificial (IA) constituyen en la actualidad un eje de reflexión estratégica, puesto que esta temática no es abordada de un modo directo en las regulaciones generales sobre IA en las que la Unión Europea define una vanguardia internacional a partir de la sanción de la AI Act de 2024. La nueva configuración en el ecosistema comunicacional que se abre a partir de la implementación de estas tecnologías en medios y redes comunicacionales así como su despliegue en la conversación social, demanda desde la teoría crítica y la economía política de la información, la comunicación y la cultura, un abordaje interdisciplinario considerando aspectos no sólo económicos y políticos sino también ámbitos éticos, geopolíticos y ecológicos de la comunicación en el marco general de relaciones entre ciudadanos, Estado, organismos internacionales y corporaciones globales. En este sentido, un análisis integral de la cuestión exige un ejercicio reflexivo que, sin desestimar la complejidad, defina la agenda de retos democráticos específicos que involucran para el ámbito de la comunicación y la ciudadanía los crecientes modos de interacción entre procesos humanos y no humanos en el ámbito de la comunicación mediatizada.

Peineta digital

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Freud planteó, en su teoría del desarrollo psicosexual, la existencia de cinco fases por las que atraviesa cada sujeto: fase oral, fase anal, fase fálica, fase de latencia y fase genital. Todo ser humano, de una u otra forma, experimenta esta evolución. Pero en el mundo al revés todo es posible, incluso el desorden evolutivo. Y pareciera que se impone el retorno o involución a la fase anal. Hace años ironicé en esta columna sobre la campaña del Banco de Santander, sí, el de la doctrina Botín, que no solo sabe del dinero público, el que además nos mete el dedo en el ojo, y no digo más porque es demasiado complejo, en tan breve espacio, meterse de lleno con el oculocentrismo que nos gobierna en estos tiempos de pantalla. Sí que me va a permitir el lector apuntar una breve reflexión con motivo de los proyectos en curso que, en tiempos de guerra, despliega el capital en forma de destrucción creativa de la innovación tecnológica. Hoy que los ultramontanos liberales abominan de la burocracia y las normas administrativas en su ataque al Estado y lo público, requisito, bien lo sabemos, para la lógica de acumulación, resulta que la banca sigue procesos concentracionistas al tiempo que maltrata a los mayores, nos pone a trabajar para ellos con la banca telemática, nos roban el tiempo con trámites innecesarios, y modernizan digitalmente la usura de lo mismo, demostrando que lo privado, pese al discurso, es menos eficiente aun con el manto sofisticado de la mediación hipermultimedia. El confinamiento de los teleoperadores y la calidad total a costa de las espaldas de los usuarios lo demuestra. Sabemos además que la demanda de autonomía, la vindicación en el discurso publicitario de las tecnológicas y las telecos de que cada innovación nos hará más libres, es, en realidad, expropiación de la propia vida vía  colonización del imaginario, y la novedad tecnológica reducción de costes, con destrucción de ocupación que se transfiere al usuario. Una suerte de acumulación por desposesión extraída de nuestro tiempo y pa/Ciencia. Hago estas anotaciones justo ahora que el ministro Escrivá anda en la deriva expansionista de la siliconización con la panoplia de contribuir al gobierno abierto. Un proyecto millonario que ni es interministerial, ni multinivel ni, por descontado, cuenta con la agencia de la sociedad civil, que hace décadas exige transparencia hoy ni siquiera garantizada por una ley, en el contexto europeo tardía, que se verá traspasada por la opacidad del código que programan las bigtech del complejo industrial-militar del Pentágono.

En su reciente comparecencia en el Congreso, el Ministro de Transformación Digital y Función Pública (parece un oxímoron a la luz del sistema de información privativo que nos domina), propuso tres consensos básicos. Un concurso para el impulso ético de la Inteligencia Artificial, siguiendo los lineamientos, insuficientes, de Bruselas, el desarrollo de las capacidades tecnológicas del país, promoviendo inversiones estratégicas e infraestructuras en apoyo a las empresas y la administración, y, finalmente, la transformación de la Administración Pública para la mejora de los servicios y prestaciones a la ciudadanía. Un consenso que exige desde la izquierda respuesta en forma de claro disenso porque las tecnologías no son propias, el código no es libre y tales políticas se vienen haciendo y se hacen sin participación ciudadana, quizás, cabe pensar, para garantizar esas inversiones extranjeras, expandiendo el dominio de los Musk de turno. Recientemente, mis compañeras de grupo parlamentario Gala Pin y Tesh Sidi, lideraban una proposición no de ley contra el uso de la IA en el genocidio contra el pueblo palestino. En la iniciativa que suscribimos, señalamos cómo los avances tecnológicos y la infraestructura digital civil es hoy un elemento clave para sostener el régimen de apartheid y la masacre. Los mismos trabajadores de empresas tecnológicas como Google y Amazon han impulsado una campaña No Tech for Apartheid en la que piden a los dos gigantes de la tecnología que rompan relaciones con Israel, mientras éste siga usando su tecnología para la guerra. Contratos como el proyecto Nimbus (un acuerdo entre Google y Amazon para ofrecer servicios en la nube a lsrael por un monto de 1,2 billones de dólares) es la otra cara de la moneda del régimen de excepción que se está prefigurando. La era del perfila sirve para el genocidio y para la disciplina de las voces discordantes en el Norte pudiente. Así ha sido desde el origen de la alianza capital, ciencia y complejo militar del Pentágono, un entente que viene de largo y es determinante de la economía estadounidense, actualmente en caída libre. Ya lo explicó Herbert Schiller en Comunicación de masas e imperialismo yanqui y Mattelart lo analizó en su ensayo sobre satélites y napalm. Así que visto lo visto, sugiero, celebrada ya la Semana Santa, guardados en los armarios capirotes y mantillas de la moda retro que nos invade, ahora que es tiempo de primavera, pasar de la cofradía de la sentimentalidad big tech a la política de la peineta digital. Un gesto de dignidad que ha de traducirse en políticas activas de transición digital justa y democrática, con más cuerpo y corazón, y mayor sensibilidad, si no queremos convertir la era de la Inteligencia Artificial en el retorno a la fase anal de la humanidad. La historia y evolución del capitalismo informacional es más que ilustrativa a este respecto. Hora pues de cambio de sentido.

La conexión Huawei

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Que la guerra comercial es el arma, con la intervención armada, del imperialismo estadounidense para afirmar su dominio económico y militar es por todos sabido. El caso Huawei así lo demuestra. Intervenciones como el acoso y derribo de la principal operadora china en modo alguno debe ser analizada como una salida de tono de Trump, una bravuconada o política de unilateralismo propia del presidente republicano. Revisen la historia del sistema Galileo y podrán corroborar lo afirmado, cuando el Pentágono considera a la UE un adversario más que aliado. Por ello en la carrera del 5G la Casa Blanca presiona a Bruselas tratando, vanamente, de impedir el evidente desplazamiento del eje de relaciones internacionales del Atlántico al Pacífico, de Washington a Pekín en el que todo se juega en torno a la superioridad informativa y la capacidad estratégica que hoy por hoy ofrecen las nuevas tecnologías de la información. Así, la reciente imputación de la Casa Blanca contra el gigante tecnológico chino tiene pocos visos de prosperar aunque, sin duda, puede incidir en el desarrollo del 5G, como antes lograra Washington en la carrera por la televisión de alta definición y el estándar europeo (gracias, ni perdón ni olvido, a Inglaterra). El disparate del proceso en curso impulsado por el gobierno estadounidense no deja de ser por insólito ilustrativo del modo de proceder de un Imperio en decadencia: crimen organizado, robo de secretos comerciales, propiedad intelectual, violación de sanciones contra Irán o Corea del Norte, fraude bancario o conspiración como acusaciones contra la principal corporación china elevan el grado de tensión que Pekín y Washington mantienen en el marco de la ciberguerra. Ahora no piense el lector que con la elección de Biden todo volverá a su cauce. Aquí demócratas y republicanos son unánimes en defender el complejo industrial militar del Pentágono frente a lo que califican de autocracia digital. Como si EE.UU. defendiera el libre flujo de la información en tiempos de Bolsonaro y de persecución de ciudadanos universales como Assange. No he visto por cierto sesudos manifiestos sobre el ataque de la administración Trump a la libertad de información mientras se replicaba en las pantallas de los big media angloamericanos la declaración de espías de los periodistas chinos en una prueba más, irrefutable, de colonialismo, racismo y unilateralidad en las relaciones internacionales. Nada nuevo bajo el sol.

Desde 2018, la National Cyber Strategy despliega desde la Casa Blanca una política sistemática contra Rusia y China que se ha traducido en la campaña de guerra comercial contra Huawei con la anuencia de Australia, Chequia y Nueva Zelanda, so pretexto de espionaje tecnológico que, en el fondo, revela la disputa por la hegemonía que introducirá el cambio de la telefonía de quinta generación. Sin embargo, desde las revelaciones del Parlamento Europeo sobre Echelon, sabemos que Estados Unidos lleva décadas interceptando llamadas y correos de forma ilegal y no precisamente contra grupos terroristas, sino más bien a empresas como Thompson y a los propios dirigentes comunitarios a la par que reparte certificaciones de países aliados como Colombia o Israel, al tiempo que condena como parte del eje del mal a Cuba o Venezuela. En conclusión, con los GAFAM, el imperio siempre ha operado con una lógica fingida y dispar mientras la NSA monitorea datos personales y mantiene en Utah el centro de vigilancia más grande del mundo.

El futuro es de China

Con el control satelital y de centralización de información, la era de la cibernética es la guerra por el conocimiento, la información y la tecnología. El Make America Great Again no ha sido otra cosa que la guerra de un imperio en decadencia que se mantiene por la fuerza mientras el gobierno chino despliega la estrategia Made in China 2025 con la mayor inversión, más de 150.000 millones de dólares en sectores clave como IA, Big Data, seguridad cibernética y telefonía. Así las cosas, en un contexto en el que las grandes potencias se disputan la hegemonía económica y militar en la lucha por la IV Revolución Industrial, por la superioridad informativa y cognitiva, el futuro es claramente de Huawei y China. El éxito de más de un 30% de cuota de mercado de smartphone así lo confirma. Ahora que Bruselas descubre que la ciberguerra se juega en el campo de las telecomunicaciones y la geopolítica es una cuestión de algoritmo pretende regular un campo entregado por décadas a los GAFAM sin alternativa ni visión de futuro salvo alinearse con la OTAN y su falso aliado gringo. Si el futuro de la guerra en la era 5G depende de la superioridad informativa, la UE será en este caso un perdedor por activa o pasiva, por alineamiento y falta de criterio. Panorama trágico en un momento en el que la nueva guerra híbrida no augura un futuro esplendoroso de EEUU ante el avance de Huawei y ZTE. Ni NEC (Japón) o Nokia (Finlandia), y la creciente dependencia tecnológica de la UE. Si potencias emergentes como Rusia o China están a la vanguardia es en parte por los más de 20.000 millones de inversión en regiones como América Latina o África mientras la Comisión Europea juega a la alianza atlántica o al sueño esplendoroso de viejas metrópolis imperiales. No han entendido nada. Por no comprender siguen pensando en la economía creativa como un problema econométrico cuando sabemos que Internet no es un problema técnico, la Sociedad de la Información siempre ha sido una cuestión política y geoestratégica. El futuro de nuestra democracia y prosperidad, la propia seguridad nacional y de la UE depende del control de los dispositivos móviles y las redes. El 5G vaticina movimientos tectónicos, cambios telúricos, un nuevo ecosistema cultural y un telos que violentará la comunicación como dominio. La crítica de Joan Rabascall a los aparatos represivos de los aparatos ideológicos del Estado cobra en este escenario viva actualidad estando como estamos en la era neobarroca del capitalismo excedentario de la información de actualidad como eterno retorno. Cosas de la inconmensurabilidad de las pantallas y el deseo incandescente de la gente por vivir una vida digna de ser vivida, aunque Bruselas siga sin entender qué hacen los chalecos amarillos con sus dispositivos móviles. Ya lo entenderán, esperamos que no cuando cobre forma el colapso tecnológico.