Dejó escrito Goethe que nadie es más esclavo que aquellos que falsamente creen ser libres. En nuestro país, esta sentencia debiera estar escrita a sangre y fuego en el espacio público. Más que nada porque, parafraseando a Pedro Lemebel, hay que tener miedo torero en una cultura política en la que las embestidas de personajes televisivos como del que nos ocupamos en esta columna son habituales en nuestros hogares. Y, de un tiempo a esta parte, constituye, diríase, la norma oficial y el sentido común en el espacio público.
Desde este punto de vista, Mi casa es la tuya es más que la república independiente de nuestra casa: es el caballo de Troya del neofascismo o el rayo que no cesa de la oligarquía bárbara, propietaria de un país donde, como la Casa de Alba, se reproduce la colonialidad del saber poder del espejo mediático, convirtiendo el país en un erial para el cultivo de la nulidad y la conversión del público en ilotas o esclavos de la nada.
Y es que actores políticos como el chistoso caballero representan, por antonomasia, el antiandalucismo, haciendo honor a su estirpe y origen británico y a su cultura colonizadora. Sí, las genealogías sirven para algo. Por ejemplo, para saber que su familia y abolengo tienen su origen en el proceso de colonización de familias inglesas que, atraídos por el comercio de ultramar con América, se instalaron en Andalucía para exportar los vinos andaluces. Vean la historia de Domecq, Terry o Byass.
Ya es paradójico que el icono del toro resulte ser una añagaza publicitaria de una familia bodeguera británica. Vamos, que nos tienen engañados, como el emérito, con el discurso de ser campechano, o la Duquesa de Alba, proyectada en los medios como cercana y popular mientras amplía su riqueza con la lógica de acumulación por desposesión y las subvenciones de la UE.
No sé ustedes, pero si de divertirse se trata, mejor Ozzy Osbourne, que más que transgresor es un arlequín digno de este tiempo. Nada que ver con el señorito bodeguero dado a voxiferar sentencias más propias de un señor feudal que de un personaje público digno de ser escuchado.
Los millones de audiencia no tienen por qué padecer el sentido común de un discurso destinado a hundir en la miseria a la mayoría y financiado con dinero público en medios como Canal Sur. Pero vivimos en el mundo al revés y en él no impera precisamente la razón.
En términos de Henry Giroux, se ha iniciado el macartismo propio de la cultura zombie, una cruzada que socava la democracia por exigencias del pogromo neoliberal singular del reino de España, el capitalismo de amiguetes, que ríase de Paquito el Chocolatero –perdón, del «Generalísssssimo»–.
El revisionismo histórico, la política del miedo, la normalización de la censura, la masculinización de la esfera pública, el supremacismo WASP (en clave nacionalcatólica para el caso de España) dan cuenta de un frente cultural por pensar, más allá del sistema educativo, considerando el grado de deterioro del espacio público.
Etnicismo, destrucción ecológica, aporofobia, racismo y concentración de la riqueza conforman las líneas de una distopía aterradora, a la par que desternillante, que enmascara la realidad y el precio de la luz (no solo de las eléctricas) en la toma de conciencia de una amenaza real que, esperamos, no alcancemos a confrontar demasiado tarde.
Conviene cuanto antes, como recomendara Gilroy, hacer lo político más pedagógico y lo pedagógico más político, empezando por el espacio catódico o mediático donde tendremos que coger el toro por los cuernos. Pues, como nos ilustrara Alfonso Sastre en una de sus piezas magistrales, más cornadas da el hambre y estos fulleros de moral distraída solo saben embestir.
Así son las cosas y así se las hemos contado, aunque no aparezca en el NODO diario del duopolio televisivo.