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Políticas de comunicación y autonomía social
Que el campo de batalla de la pospolítica es la información ya es sabido. La manipulación de la realidad es la fabricación, como dijera Chomsky, del consentimiento como dominio. El engaño voluntario de los indiferentes es la diferencia de la diferencia que define la dialéctica informativa. El lugar común de renuncia de la phronesis. La demagogia de la explotación en forma de eufemismos, la vida travestida de oropel, el buffet de sálvese quien pueda oculto a las víctimas de la verdad. Ahora bien, paradójicamente, aún hoy se constata una clara falta de conciencia crítica sobre esta particular lógica de enunciación que, en buena medida, explica la crisis de representación que vive la humanidad en su conjunto y, específicamente, la profesión periodística más en tiempo de mística voxiferante a lo Ayuso. La incapacidad de pensar relacionalmente el conjunto de factores y procesos sociales que median, en su irreductible complejidad, las condiciones de desarrollo material determinan hoy de hecho los niveles de vida de la población configurando precisamente uno de los principales obstáculos al proceso de reformas que vive el país en buena medida por la infodemia, por el establecimiento de una cesura radical entre el desarrollo del conocimiento y la producción material, pese a que hoy -y esta es una de las grandes contradicciones de nuestro tiempo- se define la sociedad en función de la “economía de la mente”, al tiempo que el papel de la comunicación y la cultura, la función estratégica de las industrias de la conciencia, adquieren una visibilidad y relevancia más que tóxica y nociva, sin parangón respecto a otras épocas históricas, al determinar poderosamente las formas y dinámicas del desarrollo social. Como consecuencia, las políticas públicas en la materia han comenzado a ser reconocidas como una pieza clave angular en la definición de las condiciones materiales de progreso y convivencia, más allá de los señalamientos que desde hace décadas viene apuntando el campo académico. Un claro indicador de esta importancia relativa asignada a las políticas públicas en comunicación, hasta hace poco y tradicionalmente excluidas de la agenda pública, es la proliferación de observatorios especializados en las industrias de la comunicación y cultura con apoyo gubernamental, así como los diversos programas, en nuestro entorno regional, orientados a apoyar económicamente la pervivencia de la pequeña y mediana empresa que opera tradicionalmente en el sector. No es sin embargo la tónica dominante en España, o pensemos en Andalucía donde periodistas y medios de proximidad, incluido CANAL SUR, malviven amenazados porque la extrema derecha prefiere que nos informen otros como Ciudadano Murdoch. No piense el lector que nos vamos por los cerros de Úbeda, pese a que uno tienda a tirar a la tierra, a los montes orientales de Granada. Hablamos de la necesidad de vindicar la autonomía, los medios locales como TINTO NOTICIAS, la comunicación pública autonómica como la RTVA en tiempos de oligopolio totalitario de los GAFAM. Deberíamos saber que sin periodistas no hay democracia, ni sin medios de proximidad tendremos autonomía, ni desarrollo, ni libertad. De aquí la necesidad de formular un diagnóstico y la discusión pública sobre las cuestiones estratégicas en el plano normativo, ética y políticamente, de la comunicación pública si hemos de asumir y aceptar, prácticamente, una vocación socializadora y pluralista, a partir de una concepción compleja de lo público que pasa por la voluntad de articulación de espacios orientados a la generación de procesos de deliberación y desarrollo local.
Ahora que la mercantilización, los procesos concentracionistas y la negación del valor de uso de la comunicación se imponen en el nuevo escenario de la revolución digital, vislumbrar los retos normativos para el irrenunciable desarrollo democrático del sistema informativo constituye de por sí una apuesta y compromiso intelectual que bien merece pensar al revés este reto tradicionalmente relegado por la izquierda y que en la derecha patria ultramontana no llega a ser más que un medio de control y disciplinamiento de las multitudes. Las condiciones sociopolíticas actuales del desarrollo específico de la Sociedad de la Información y la democracia mediática, exigiría un trabajo en esta dirección. En este empeño estamos en la Plataforma en Defensa de la RTVA, analizando las iniciativas y programas en la materia, así como las tendencias y potencialidades de nuestro capital simbólico en la construcción de la ciudadanía y la tecnopolítica contemporánea. Más aún cuando se constata la necesidad de abrir espacios de libertad con participación ciudadana como requisito indispensable de una democracia radical y pluralista. Esta, quede claro al lector, no es una cuestión menor. La transnacionalización de la cultura hoy es un proceso uniforme, como teorizara la teoría de la dependencia, porque el capital se apropia del espíritu creativo, el emprendedorismo lo llaman, de los actores locales. La homogeneidad de dispositivos, canales e imágenes requiere para ello una diversidad de manifestaciones, procesos de hibridación y formas heterogéneas de vida y comprensión humanas que hagan posible el proceso de valorización, la destrucción creativa, con la que se reorganiza el flujo de circulación del capital. Sin ella, nada es posible. Pero en esta dinámica perdemos el Norte, más aún cuando, como reza un conocido canal por satélite, nuestro norte es el Sur. Conviene por lo mismo empezar a pensar qué nos jugamos y empezar a exigir otras vías de actuación y organización del capital simbólico con medios propios que nos ayuden a mudar de verdad la cultura informativa, empezando por lo local que es donde se construye comunidad, que es tanto como decir COMUNICACIÓN. Un habitar en común. Ni más ni menos.