Un plan reformista para salvaguardar la democracia

Share

Toda política pública pasa por la voluntad de intervención, el conocimiento y la pericia técnica, la construcción y articulación de procesos colectivos, el desbloqueo de obstáculos y la mediación productiva para el respaldo de la opinión pública. Entre la adaptación y la condescendencia, de un lado, y la posición revolucionaria que nos identifica, en SUMAR pensamos que es posible una vía reformista, una política que se piensa desde la mayoría social y que, por lo mismo, representa una estrategia contrahegemónica en un contexto definido por la llamada guerra cultural. Estos días de discusión sobre las medidas del gobierno sobre regeneración conviene pues aclarar el sentido y alcance de las propuestas que desde el Grupo Parlamentario Plurinacional hemos defendido y los retos que tenemos por delante para una transformación integral ante los rezagos que amenazan las libertades públicas en nuestro país. Como es sabido, en la cámara legislativa no existe una comisión específica que aborde cuestiones sustantivas en la materia, a diferencia de los países de nuestro entorno comunitario, no hay siquiera una autoridad reguladora que garantice el espíritu de la ley y la Constitución en su artículo 20. Esta constatación es reveladora de la lógica que ha prevalecido en nuestro sistema político, como la ley mordaza o la regulación de los secretos oficiales y de la propia actividad informativa.

El Plan de Acción por la Democracia viene a reformar parcialmente esta situación acometiendo la crisis de legitimidad y representación, y la problemática realidad de la desinformación intensiva que ha proliferado en los últimos años, con una batería de medidas centradas en tres ejes:

—La transparencia del sistema mediático.

—La mejora y cualificación de la información institucional del gobierno.

—Y la modernización del sistema normativo en línea con el Reglamento Europeo de Libertad de Medios y las recomendaciones de la Comisión Europea.

LAS ENSEÑANZAS DEL BREXIT

Desde 2020, la UE ha observado con preocupación cómo la deriva informativa que la revolución digital y el lobby del complejo industrial-militar del Pentágono, en particular los sectores ultraderechistas coordinados por Steve Bannon y otras potencias europeas, ha venido socavando nuestras democracias, afectando sobremanera a la propia unidad comunitaria, como se pudo comprobar con el referéndum del Brexit. Desde hace cuatro años, en congruencia, la UE se ha fijado como objetivos proteger las elecciones libres y justas, sin interferencias externas, garantizar el pluralismo en los medios de comunicación, combatir la manipulación informativa y la injerencia de intereses extranjeros, fiscalizar las plataformas de Silicon Valley y sostener un ecosistema político y mediático financieramente autónomo.

Con el inicio de la XV Legislatura, el PSOE impulsó, en esta línea, una discusión monográfica en la Comisión de Calidad Democrática sobre desinformación. El Plan aprobado por el Ejecutivo es en parte una síntesis de las deliberaciones llevadas a cabo durante las comparecencias de expertos de la academia, periodistas, directores de medios y lógicamente de la iniciativa de las fuerzas del bloque de progreso, SUMAR, particularmente, que celebró el 3 de mayo el día de la libertad de prensa con un encuentro para debatir junto a sindicatos, colegios de periodistas, académicos y miembros del Grupo de Trabajo HERMES, los retos que Bruselas viene señalando a este respecto.

Las medidas aprobadas por el Consejo de Ministros se encaminan, punto por punto, a las exigencias comunitarias tanto en materia de información gubernamental como de rendición de cuentas de los medios de información, una apuesta que ha dado lugar a una reacción desmedida, en tono y forma, de la oposición ultramontana (PP y VOX) como de la prensa conservadora que, desde el inicio, calificó toda medida en materia de comunicación como censura, fija como está en la posición decimonónica del mantra liberal del libre flujo de la información. Las resistencias y negación de lo evidente de los medios ultra y la mirada neoliberal del PSOE limitan, ciertamente, la adopción de medidas urgentes en una dirección que, de verdad, garanticen el pluralismo y la democracia informativa. Cabe desde luego formular diversas críticas al Plan de Acción, pero lo importante es que esta iniciativa del ejecutivo abre un debate al que toda la sociedad civil está llamada a intervenir. Un primer paso es tomar la iniciativa y definir medidas de política pública en materia de pluralismo y transparencia del sistema nacional de información. Por supuesto que el Plan es manifiestamente mejorable. Por señalar tres puntos centrales:

  1. La derogación de la Ley Mordaza sigue siendo un compromiso incumplido del PSOE desde la anterior legislatura y esta posición inmovilista afecta no solo al trabajo de los periodistas, sino a principios básicos de la libertad de expresión como es el derecho de reunión y manifestación.
  • Igualmente, las medidas de transparencia adoptadas son insuficientes si pensamos en la Ley de Secretos Oficiales o en la apuesta por un control de los abusos habidos con la publicidad institucional.
  • Y para hacer cumplir las exigencias de Bruselas, hace falta un Consejo Estatal de Medios y una ley de Medios que aborde la actual concentración duopólica del sector. La transposición de esta norma a la legislación española debería implicar la mudanza de las competencias sobre el audiovisual, hoy en manos de la CNMC y del Ministerio de Economía, a un nuevo Comité Estatal de Servicios de Medios incluyendo la gestión del espacio radioeléctrico y la concesión de licencias; la capacidad normativa y sancionadora, prolijamente detallada en la Ley General de Comunicación Audiovisual; con la ampliación de sus atribuciones a la tutela de la calidad informativa en su vertiente deontológica; la gestión de la normativa que deba desarrollarse en relación a la publicidad y las subvenciones institucionales; las garantías necesarias para la transparencia informativa sobre las participaciones societarias y la propiedad de los medios; el desarrollo de medidas para la limitación de la concentración en el mercado de la comunicación; la regulación del derecho de acceso y participación de la sociedad civil y grupos sociales en los medios de titularidad pública etc…, extendiendo el ámbito de las competencias de este organismo a la prensa escrita en cualquier soporte, tal y como esboza el Reglamento.

Avanzar en el sentido de lo expuesto, requiere legislar más allá de lo que se puede esperar de una simple transposición de la norma europea, sujeta además a unos plazos. Pero persiste un debate no resuelto y una recurrente contraposición entre la defensa de la autorregulación de los propios medios y periodistas para la salvaguarda de la veracidad y la deontología en el ejercicio de la profesión y la regulación a través de organismos ajenos al universo corporativo y lo que se impone de forma recurrente es el falseamiento, como hacen los propios medios comerciales, de la propia historia de la comunicación y los antecedentes de regulación de un servicio público esencial para la democracia. Cabe recordar, por ejemplo, que la Ley General de Comunicación Audiovisual (LGCA) contempló inicialmente la creación de un Consejo Estatal de Medios Audiovisuales, pero posteriores reformas de la norma no contemplaron este organismo, hoy demandado por el actual Reglamento Europeo de Libertad de Medios. Y que incluso en Reino Unido, en Estados Unidos, en Francia o Portugal existen entes autónomos que responden a una lógica distinta a la que sostiene el PSOE y su política neoliberal en materia de comunicación.

El derecho a la comunicación es el primer objetivo de la guerra cultural desplegada por el neofascismo. Y la izquierda en España no está acometiendo este frente cultural como un eje prioritario

RETOS DEMOCRÁTICOS

Desde el GP de SUMAR sabemos que apenas empieza la disputa de la hegemonía por la democratización de la comunicación. Urge situar por ello el debate en sus debidos términos, hacer memoria democrática de los frentes y luchas por el derecho a la comunicación, y empezar a abrir cinco ejes de diálogo y acuerdo para el consenso democrático que, necesariamente, habrá de liderar la sociedad civil, considerando las posiciones hoy hegemónicas entre las principales fuerzas partidarias. A saber:

  1. Una reforma institucional de la RTVE para una dirección plural, independiente, en condiciones propicias para convertirse en la ventana de encuentro, pluralidad, innovación, diversidad y disenso de nuestra cultura y política a nivel estatal.
  • El diseño de un gobierno abierto que permita la interlocución en cada proposición de ley, con capacidad de iniciativa e interpelación de las organizaciones no gubernamentales, los sindicatos, los movimientos sociales y cualquier colectivo ciudadano sobre asuntos de interés público o específico de la población. Para ello, muchos Estados, Brasil y México, por ejemplo, pero también Portugal, tienen canales de televisión que además emiten las sesiones de pleno y de comisión para cumplir con el derecho de acceso de la ciudadanía.
  • Una ley de transparencia que regule la publicidad institucional, auténtico fondo de reptiles del siglo XXI, por el que se financian medios digitales de extrema derecha y golpistas que socavan la democracia sin control ni fiscalización pública. Un mínimo común sobre el que resulta incuestionable estar de acuerdo es el hecho de que la ciudadanía merece saber quién, cuánto y cómo se financian los medios de comunicación. Es una medida de transparencia mínima en cualquier democracia. Esta regulación es además un requisito necesario para vindicar un reparto justo y equilibrado que garantice financiar medios sin ánimo de lucro, o comunitarios, con carácter cooperativo, que dan voz a sectores que no tienen medios de expresión ni acceso a las grandes compañías y/o canales de comunicación.
  • El desarrollo del dominio público. Recurriendo a un símil futbolístico, cuando la polarización, cuando el polo autoritario, achica espacios, restringe, o reduce la pluralidad, hay que hacer un cambio de orientación, y sentido, abrir el campo de disputa y de juego. Una estrategia, no la única, es ampliar el dominio público hoy privatizado en la esfera de los medios y resolver el déficit democrático cumpliendo lo estipulado en el artículo 20 de la Constitución para garantizar el derecho de acceso y participación, bien con servicios interactivos desde los medios públicos, o a través de consejos ciudadanos de participación en medios autonómicos y locales, además de la constitución de la Comisión Estatal de Medios que contempla el nuevo Reglamento de Bruselas con representación de asociaciones de vecinos, de consumidores y usuarios, de colectivos culturales,  los gremios y el tercer sector.
  • Una política estatal de formación mediática. Los casos de abuso en las redes, vulneración de las leyes por jóvenes y adultos en el capitalismo de plataforma, plantea un reto en nuestro país de capacitación educomunicacional, y no tanto en términos de superación de brechas digitales (por ejemplo, de los más mayores), como de formación ética de la ciudadanía digital para hacer pedagogía democrática de la mediación en la era de las redes expandidas por el capitalismo de plataformas.

El Derecho a la Comunicación es el primer objetivo de la guerra cultural desplegada por el neofascismo. Y no casualmente, se trata del derecho fundamental para luchar por tener derechos, pues sin voz, sin derecho de acceso a los medios, sin derecho a la palabra no es posible movilizarse en la defensa de derechos y libertades fundamentales. Toda pedagogía de la esperanza pasa en este sentido por acometer este eje central de articulación y disputa de la hegemonía, y hoy por hoy la izquierda en España no está acometiendo este frente cultural como un eje prioritario, ni de forma activa ni a nivel institucional. Convendría pensar el por qué. Esta XV Legislatura debiera servir cuando menos para que el Congreso asuma en la agenda, y el país reconozca, que regular los medios es garantizar mediaciones democráticas, que la comunicación es un derecho y no un negocio y que, por lo mismo, debe estar garantizado por ley, con políticas públicas activas. Este es el reto que hay que desplegar.

Francisco Sierra y regulación de medios: “Si no hay política de Estado no hay garantías”

Share

El destacado académico de la Universidad de Sevilla y actual diputado por el Partido Sumar en España, participó hace pocos días en un congreso en Santiago y conversó con El Desconcierto sobre el panorama respecto a la regulación de medios en el continente. “Cuando hablamos de derecho a la comunicación hablamos de derechos sociales que deben ser regulados”, dice.

Hace 20 años atrás, más o menos en esta misma fecha, el académico de la Universidad de Sevilla Francisco Sierra se encontraba en Chile participando en un congreso latinoamericano de comunicación realizado en la Universidad Diego Portales.

Recuerda una época marcada por los tratados de libre comercio, la formación de la Unión Europea y el Mercosur. Pese a los abundantes acuerdos, los investigadores concluyeron que existían pocos estudios comparativos sobre industrias culturales.

“Ahí surgió la idea de aglutinar el pensamiento crítico en comunicación con una perspectiva iberoamericana”, dice Sierra dos décadas más tarde en el lobby de un hotel en Providencia.

Formó parte hace pocos días del congreso bianual que celebra la ULEPICC, la Unión Latina de Economía Política de la Información, la Comunicación y la Cultura, donde abrió el evento con una clase sobre lo que lo ha apasionado todos estos años: políticas de comunicación, nuevas tecnologías y participación ciudadana.

-En los sesenta se acuñó el concepto de derecho a la comunicación desde Latinoamérica. ¿Cómo has visto su evolución todos estos años?

Yo diría que hay tres etapas importantes. Una primera etapa en la que América Latina lideró la Comisión MacBride, que se fraguó por teóricos como Fernando Reyes Matta y académicos como Luis Ramiro Beltrán, vinculados al pensamiento crítico latinoamericano. Sin ese empuje, no hubiera existido el Nuevo Orden Mundial de la Información y la Comunicación (NOMIC). Y, en ese sentido, el informe MacBride marcó un antes y un después.

-¿De qué manera?

Era primera vez que se teorizaba sobre las políticas de comunicación y la UNESCO era el organismo internacional para democratizar las comunicaciones en el mundo. La segunda es la proscripción del NOMIC en la UNESCO y otros organismos internacionales. Y la tercera se inicia con los llamados gobiernos posneoliberales o de progreso, o populistas, cuya agenda democrática para las reformas estructurales de sus economías y desarrollos será en el espacio público. Y ese espacio público es un espacio mediático. Un espacio llamado a ser democratizado.

 -Varios países de América Latina compartieron políticas regulatorias como en Uruguay, Argentina, Venezuela y Ecuador.

Por primera vez tenemos estados que regulan integralmente el derecho a la comunicación, que en algunos casos incluso reconocen constitucionalmente. Todos suelen mirar al norte, Europa, Estados Unidos, pero esta última etapa en América Latina ha sido la vanguardia de los procesos regulatorios y del derecho a la comunicación.

-Cuando se habla de derecho a la comunicación, ¿qué es lo que se propone, en el fondo?

Pasar de una conceptualización sobre la libertad de expresión como una realidad individual, básicamente de carácter negativo, como la capacidad que tiene cualquier sujeto de expresarse públicamente -en la calle o a través de la prensa- a un concepto más integral, que implica una visión social,  comunitaria, colectiva, y que en términos positivos implica que el Estado y los  poderes públicos deben garantizar a través de políticas, programas o iniciativas, ese derecho a la comunicación que es universal.

-Es un concepto que se confunde -intencionalmente o no- con la libertad de prensa.

Se confunde con libertad de prensa o con esa dimensión de libertad de expresión individual. Cuando hablamos de derecho a la comunicación estamos hablando de derechos colectivos, de ciudadanía, de subjetividad política y, por tanto, de derechos sociales que deben ser regulados. Es un desplazamiento conceptual importante, reconociendo que el derecho a la comunicación universal es de todos los ciudadanos, y muchas veces se confunde que solo pertenece a los periodistas o a los editores de prensa. El derecho a la comunicación es un derecho universal reconocido por la UNESCO y las Naciones Unidas.

-¿Por eso el debate sobre el derecho a la comunicación y su contribución a la democratización de las sociedades?

Es un vínculo fundamental. Por ejemplo, en España tenemos un déficit democrático y es porque no hay una política de Estado en comunicación. Si no hay política de Estado en comunicación no hay garantías. ¿Dónde se dirime el interés general? ¿Dónde se definen las prioridades de agenda política? ¿Dónde se establecen los términos del debate sobre medidas económicas, financieras, ecológicas o medioambientales en el espacio público?, cuando sabemos  que ese espacio público está mediatizado y no hay políticas de Estado democráticas,  ni democracia informativa, ni pluralismo interno en la mayoría de los países.

-Es lo que denunciaba el informe Mac Bride a comienzo de los 80.

Sí, alertaba sobre los niveles de concentración que existen en los ecosistemas informativos. Hoy en día, por ejemplo, esos niveles son infinitamente superiores a lo que diagnosticó el informe debido al neoliberalismo, los procesos de crecimiento, la innovación tecnológica y la hiper concentración. Si en 1980 hablábamos de 40 grandes compañías que concentraban prácticamente el 80% del flujo de información a nivel mundial; hoy estamos hablando que menos de una decena de empresas controlan el 95% de los flujos de información en todo el mundo. Los GAFAM -las cinco gigantes tecnológicas estadounidenses: Google, Amazon, Facebook, Apple y Maicrosoft- son un ejemplo de esto. Y evidentemente aquello plantea un déficit democrático.

-¿En qué sentido?

Se han organizado golpes de Estado en Brasil, con la colaboración activa de Facebook, WhatsApp y empresas de Google que han actuado para intervenir en ese territorio. Y como lo anunciaron parte de los teóricos latinoamericanos en los años `70, estas grandes empresas han sido colaboracionistas de esos intereses ajenos que a veces terminan en golpes de Estado. Y forman parte del complejo industrial-militar del Pentágono. En ese sentido, no ha existido una variación de estructura de poder en el sistema internacional comunicativo.

-Y en esta actual lógica de mercado, el periodismo es un producto que debería ser regulado.

Por supuesto, porque no es cualquier mercancía, pero al igual que otros derechos fundamentales, si la calidad democrática depende de un bien como la información, que es un bien público, hay que introducir conceptos como  bienes públicos globales, como se está debatiendo en la UNESCO respecto a si consideramos internet como patrimonio común de la humanidad. Y esto  tiene que ser logrado con una gobernanza democrática, no por la racionalidad mercantil de los GAFAM. Por tanto, si hablamos de que eso se reduce a una mercancía, las lógicas que operan detrás son ajenas a los valores  democráticos.

-No es cualquier mercancía, además, como planteas.

Sí, no estamos hablando de un producto de uso cotidiano como alimentación perecedera o vestimenta, sino de la sabia con la que operan los agentes y actores políticos en terreno. Evidentemente, si eso se convierte en una mercancía, no hay una relación democrática que garantice que todos los actores puedan concurrir. La lógica de valor que ha impuesto la industria está generando problemas como la desinformación y las fake news. Gran parte de las patologías de la información, hoy en día, tienen que ver con una creciente mercantilización de este objeto de consumo y no por su valor social. Por tanto, es un elemento sujeto a regulación.

-¿Cómo se modifican los distintos marcos regulatorios en los países para incorporar este tipo de reformas?

Pues tenemos ahí dos dificultades objetivas. Una es que los profesionales de la información, los periodistas y sus gremios, suelen ser reaccionarios a una regulación. Siempre que se inicia un debate, como sucedió aquí en Chile, la reacción es identificar inmediatamente regulación con censura. No puede haber libertad si no hay una regulación que permanezca estable y que permita, por ejemplo, que si hablamos de prensa o de derecho a la comunicación, operen todos los sectores, incluidos los medios que otorgan servicios a minorías que no van a estar atendidas por la lógica de mercado. Por tanto, como cualquier otro sector de actividad, tiene que haber regulación.

-¿Cuál es la segunda dimensión?
La segunda dimensión es que el debate está mediatizado por los propios medios que son juez y parte. Los objetos que van a ser regulados informan sobre ese proceso de regulación. Es un sector híper concentrado y ha operando radicalmente en contra de los procesos de regulación cuando se han iniciado en todos los países. Lo ha vivido Chile y también España. Se vivió en Ecuador y en Argentina.

-¿Por qué los periodistas han sido tan reticentes a modificar el modelo?

Hay muchas razones. Una tiene que ver con la propia precariedad del oficio en la mayoría de países. La otra, fundamental, es por cuestiones ideológicas. En la formación de los periodistas y en las facultades se replica este mantra liberal: que la mejor ley de prensa es la que no existe. Y ese mantra se ha demostrado históricamente que es falso. Ahora mismo debatimos en España sobre la situación de los periodistas por la inteligencia artificial y las redacciones automatizadas. Esa ideología ha defendido el gremio profesional, porque en las facultades no se estudia economía política ni políticas de comunicación.

-¿Cómo observas hoy el debate sobre procesos de regulación en América Latina?

Bueno, con cierta preocupación en casos como Chile y, en otros, con una  evaluación muy negativa porque han existido retrocesos. Luego de una década donde se conquistaron sistemas de regulación muy avanzadas, hemos visto como se ha dado, en muy pocos años, un proceso de desinstitucionalización. En Argentina, cuanto llegó Macri, se deconstruyó lo que había costado décadas con dos o tres decretos.

-Acá en Chile, la comisión contra la desinformación encabezada por la ministra Vallejo, fue cuestionada ante el Tribunal Constitucional, el último vestigio del statu quo Pinochetista.

Hay que elogiar en primer lugar la acción de la responsable ministerial, Camila Vallejo, por tomar la iniciativa de regular este derecho humano fundamental. Porque seguimos teniendo a la Sociedad Interamericana de la Prensa, la Asociación Nacional de la Prensa y El Mercurio insistiendo en un discurso que confunde libertad de prensa con libertad de empresa informativa. Los que abogan porque no haya regulación están estableciendo que el derecho a la comunicación sea única y exclusivamente de las grandes corporaciones periodísticas.

-Intereses que suelen ser transnacionales…

Sus estructuras accionarias responden a intereses de grandes compañías de telecomunicaciones, ubicadas en Europa o Estados Unidos, que no defienden los derechos humanos de su propio país ni el progreso de la mayoría de la población. No se ha querido regular que exista pluralismo en un sistema mediático que sigue siendo muy concentrado y que no ofrece garantías para establecer nuevos derechos para la profesión y la existencia de medios comunitarios que puedan aportar otro relato de la realidad.

-En los proceso de modificación de los marcos regulatorios, ¿cómo ves las instancias de participación de los distintos actores?

Falta participación, lo digo desde una autocrítica de la academia y los sectores progresistas, porque no hemos sido capaces de sumar otros actores para una política de regulación. Creo que las experiencias más ricas, como la de Uruguay y Argentina, que lograron sumar gente desde la sociedad civil, la cultura, el arte, la industria del espectáculo y sectores anexos. Yo siempre insisto que el derecho a la comunicación es el primer derecho humano, porque si no tenemos capacidad de debatir sobre nuestros derechos producto de un cerco informativo, no vamos a poder reivindicar ni el derecho a la salud, ni el derecho al empleo, ni al trabajo digno, ni a la vivienda y muchos otros derechos fundamentales. Por eso siempre que hablamos de regulación, de democratización, estamos hablando de contenidos ideológicos.

-Es lo que también sucede con los medios digitales, que terminan reproduciendo la información de los medios hegemónicos, generando mesas de redacción que no reportean…

Elaborar información es el lema de Le Monde Diplomatique y cuesta dinero. Implica tiempo, gente que se dedique a elaborar noticias y formular una voz distinta. Cuando hablamos que es necesario democratizar el espectro y que haya medios comunitarios, se puede resolver a través de una política pública y otorgar un tercio para esos operadores. Lo difícil es que la gente participe y sostenga económicamente la producción de contenidos propios, para que de verdad tenga sentido un medio comunitario.

-Eso se podría paliar con una mejor distribución de la publicidad estatal, que es una discusión que siempre ha estado presente.

Ese debate sobre la transparencia y financiamiento de los medios es central, porque tanto los públicos como privados dependen del presupuesto del Estado. Es más, diría que los medios privados impresos tradicionales, analógicos,  dependen en su 70% de la publicidad institucional proveniente del Estado. Y los medios digitales dependen en un 80%, no de sus suscriptores, salvo algunas excepciones. Los medios digitales de derecha y de extrema derecha, dependen absolutamente de la publicidad institucional. Y ahí hay una opacidad absoluta sobre ese reparto. Entonces, el pluralismo interno empieza cuando los recursos públicos sirvan para alimentar una estructura mediática plural, desde los medios comunitarios a los públicos, pasando también por los privados. Pero eso no está sucediendo en la mayoría de los países. Especialmente en nuestros países.